Traducción Susana Merino
Luego de un viaje de casi una jornada, junto a la delegación del Foro Social Mundial, llegamos a Kasserine, ciudad del sur del país que ha comenzado a conocerse como la «ville des martires» o sea la ciudad de los mártires. Llegamos hasta allí atravesando pequeños pueblos en campos de olivos ; a quién se produjeron entre fines del años pasado y los primeros días de enero, los enfrentamientos más duros entre los manifestantes y la policía de Ben Ali.
Fueron los más jóvenes apoyados por todo el tejido social de la ciudad, los que incendiaron la plaza, protestando contra la desocupación y la falta de toda clase bienestar. Entre el 8 y el 10 de enero, en los últimos días del régimen, se produjeron casi cien muertos, convirtiendo a Kasserine en la ciudad de los Mártires por la libertad. Una palabra que ha perdido toda connotación religiosa y que se usa para descibir el coraje de quienes desafiaron con su vida la policía del régimen y su poder clientelísta, criminal y corrupto.
Llegamos por la mañana temprano a la plaza principal en la que se ha instalado un «sit-in» de protesta permanente, alrededor del monumento central en el que se han fijado decenas de títulos y de diplomas de quienes están haciendo huelga de hambre. Un graduado en econometría, otro en ciencias naturales, otro más en matemáticas: todos desocupados que denuncian como a pesar de la huida de Ben Alí, aun arden los motivos de la rebelión. Ninguna respuesta a la desocupación, ninguna mejora de las condiciones materiales de vida.
Se suma a todo esto la bronca por la impunidad de los policías que cometieron una verdadera y auténtica masacre: muchos responsables de la represión, de los muertos y de las torturas de aquellos días continúan todavía en sus puestos.
«Esta ciudad fue la que inició la revolución pero hasta ahora el nuevo gobierno no ha dado ninguna respuesta a nuestros requerimientos»; » el gobierno local aunque hoy está en manos de una junta militar, sigue siendo lo mismo y se apropia de los fondos dejándonos en la miseria» nos cuentan con bronca. «En Túnez nacen decenas de nuevos partidos políticos, presentan sus programas por televisión mientras que aquí nada cambia. Pero ¡somos nosotros quienes hemos hecho la revolución! Son nuestros hijos y hermanos los muertos»
Se respira un aire tenso, una bronca que los «cambios formales» como los definen, no logran apaciguar.
Un grupo de mujeres armadas con escobas denuncian su propia situación: somos trabajadoras de los servicios de limpieza que hasta ayer cobrábamos un salario de hambre y que luego de años de servicio han sido despedidas sin más y sin ninguna perspectiva futura.
Cada uno cuenta «qué era» en los días terribles de los enfrentamientos con la policía; por eso mismo no pueden aceptar el hecho de que tampoco hoy sean escuchados.
Túnez desde aquí parece todavía más lejana; una lejanía que se vive con una indignación que no perdona a nadie: ni a los nuevos partidos ni a los sindicatos. Cualquier cosa que les recuerde a las instituciones o a la República es vista con desconfianza.
Se percibe un profundo malestar: es la indignación de quién ha explotado y se ha rebelado son obtener ninguna respuesta. En el medio, tratando de dar forma a esta bronca, se mueven además de los cuadros sindicales algunos activistas (maestros, abogados, etc) que buscan cohesionar colectivamente los desahogos de cada uno.
En Kasarine, la transición que está viviendo Túnez se ve todavía más frágil, llena de tensiones y de intensas relaciones de fuerza. Es evidente que el proceso no es lineal ya que se trata de sedimentar allí nuevos órdenes institucionales de la democracia y de responder a las instancias sociales de aquellos que hace unos meses derrocaron al régimen.
Reformas sociales y procesos constituyentes deben realizarse separadamente o ¿es que son más bien inseparables? Por un lado hay quienes sostienen que la prioridad del país es sentar las bases de las garantías democráticas; y por otro quién afirma que este proceso tiene que andar a la par con las respuestas a las necesidades sociales de quienes se sublevaron. No es momento de postergar el problema de la pobreza y de las expectativas sociales de toda una generación instruida y desocupada; más bien son exactamente las respuestas a estos nudos candentes las que deben fundamentar el nuevo enfoque constituyente.
Estas dos posiciones reflejan un país dividido hasta territorialmente entre la capital Túnez y las provincias del sur.
El riesgo de que se produzca una nueva crisis política es tal vez inminente allí donde las plazas se han transformado en lugares permanentes de discusión, de indignación y de confrontación social. Pero son estos los lugares donde se debe mantener obstinadamente abierto el proceso que ha desplazado a todos los demás, que hace algunos meses tomó a todos por sorpresa.
Los relatos que continuamos escuchando en Kassarine hasta en la sede del sindicato invadido por cantidad de hombres y mujeres ansiosos de ser escuchados, son la denuncia de una corrupción que había llegado a ser insoportable, de una miseria que ya no se podía tolerar más.
«Mira a mi hermano, mira como lo han dejado. Ahora pretenden olvidar, nos quieren hacer callar» nos dicen los más jóvenes mostrándonos en sus teléfonos celulares los videos filmados otro día en el hospital. «Queremos justicia y si no volveremos a las calles» «La revolución debe continuar, ¡debe volver a estallar!»
La rabia y la fuerza dibujada en los rostros de los jóvenes tunecinos de esta ciudad nos dicen que no quieren dar marcha atrás: al mismo tiempo que su éxodo por miles hacia Lampedusa, gracias a la ayuda de las propias familias más que a los mercaderes internacionales, forma parte de esta revolución apenas comenzada en el mundo árabe. Túnez está en perpetua ebullición: en Túnez la policía dispersó ayer una marcha de miles de manifestantes que aun concurren a la plaza y hoy en Toseu un muchacho perdió la vida en los enfrentamientos.
Por la noche nos llega la noticia de la primera manifestación abiertamente filoislámica desde el estallido de la revuelta anti régimen, en la capital, una marcha en la que se destacó la presencia de muchas mujeres con velo. Una rara presencia, en verdad, en las calles de un país que parece muy «europeo» en especial en lo que se refiere a las conductas y los estilos juveniles.
Este intento de forzar la dirección del magmático debate tunecino poniendo en el centro la cuestión religiosa, ha sido acogido con un gesto de frialdad y de hostilidad por parte de la población que encontramos. Por un lado está quien sostiene que también la religiosa forma parte de esas «libertades» que el régimen anterior sofocaba y que ahora la gente está reconquistando, por el otro hay quién teme que las dificultades de la transición y aún más la agudización de la crisis libia, puedan ofrecer un margen a ciertos fundamentalismos religiosos no deseados. Circula también en las agencias de prensa una noticia sobre la realización de otra manifestación de signo opuesto, llevada a cabo en Ben Guardane, ciudad ubicada a pocos kilómetros del límite con Libia y del campo de refugiados de Ras Jadir meta de la próxima caravana. La población salió hoy a la calles armada con palos y pidiendo la erradicación de los «barbuti» grupos islámicos radicales que estarían aprovechando de la situación para imponer reglas islámicas en el campamento, impidiendo la presencia de mujeres voluntarias e imponiéndoles no dejar al descubierto ni la cabeza ni los brazos. Reglas evidentemente no aceptadas por la población local.
Otra jornada de gran movilización ha sido convocada para el 9 de abril: estos extraordinarios meses han vuelto imposible el imaginar siquiera un regreso al pasado. ¡El futuro está aquí y comienza ahora»
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