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La rebelión de una generación de trabajadores está en marcha

Fuentes: A l'encontre - Foto: Chris Smalls y Jason Anthony, dirigentes sindicales, hablan con la prensa después del triunfo gremial. Foto: Jason Szenes/EPA

A partir de hoy, la relación de fuerzas en la lucha de clases en Estados Unidos parece haber cambiado ligeramente.

¿Lucha de clases? ¿Qué lucha de clases? Más bien una interminable y unilateral guerra relámpago. Las grandes y pequeñas empresas, las corporaciones y las empresas de capital privado, los accionistas y los empleadores han estado apaleando a los trabajadores durante décadas. La oposición feroz y unificada del empresariado estadounidenses a reconocer a sus trabajadores y trabajadoras un mínimo de poder ha sido la base de la vida económica estadounidense durante los últimos 40 años. Pero puede que eso haya cambiado a partir de ahora.

El recuento final de los votos para constituir un sindicato en la JFK8, el gigante almacén de Amazon en Staten Island, ha dado que un resultado favorable de 2654 frente a 2131 [con 67 abstenciones]. La empresa más rica, poderosa y aparentemente indispensable de Estados Unidos perdió frente a una coalición espontánea de trabajadores y trabajadoras que hizo campaña sin afiliación ni ayuda de ningún sindicato existente. Está claro, que hay una nueva generación en movimiento[1].

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Los rumores venían de lejos, pero hasta hace poco se limitaban a sectores privilegiados de la economía. El hecho de que las y los trabajadores jóvenes se hayan llevado la peor parte del disfuncionamiento económico de Estados Unidos quedó claro desde la crisis de 2008. El deseo de que el capitalismo estadounidense tendría que transformarse radicalmente si querían obtener alguna seguridad económica se expresó claramente en su apoyo a Bernie Sanders en 2016 y 2020, así como en su entusiasmo por Alexandria Ocasio-Cortez en 2018. El año pasado, en la encuesta de Gallup, se mostraron a favor de los sindicatos en un 77%; un porcentaje superior al del conjunto de las personas encuestadas (68%); se trata, a su vez, del mayor porcentaje a favor de los sindicatos en los últimos 50 años.

Pero la dirección podría consolarse aún pensando que los restos de la Ley Nacional de Relaciones Laborales, que ya no protege a los trabajadores sindicados de ser despedidos (es ilegal, pero es una ilegalidad por la que ningún empleador ha sufrido consecuencias significativas en el último medio siglo), le permitiría echar por tierra las campañas a favor de sindicalizarse, independientemente de la voluntad de las y los asalariados por sindicarse. Es así como ha venido funcionando el mundo empresarial estadounidense desde principios de los años 80, con una práctica ilegal tan desarrollada que la mayoría de los sindicatos renunciaban a organizar campañas de sindicación en las empresas.

Sin embargo, en los últimos dos años, los trabajadores y trabajadoras que pensaban que sus habilidades particulares les protegía de ser  despedidos, comenzaron a sindicalizarse (para un puñado de trabajadores verdaderamente indemnes y establecidos -atletas profesionales, actores de cine, pilotos de aerolíneas- esto ha sido así incluso en los años de vacas flacas). En los últimos años, los periodistas y quienes conforman los llamados grupos de expertos, así como profesores asistentes y ayudantes de investigación, o animadores y el personal de los museos se han sindicado en masa. Se trata de una revuelta de las y los profesionales, a la que se han unido los millennials [Generación Y, nacidos en los años 80 y 90], que disfrutan al menos de cierta seguridad laboral, y los miembros de la Generación Z [nacidos a finales de los 90 y principios de los 2000], que no pueden ser sustituidos. A principios de esta semana, las y los estudiantes universitarios que trabajan en los comedores del Dartmouth College votaron, en una elección supervisada por la NLRB (Junta Nacional de Relaciones Laborales) a favor de fundar un sindicato. La votación fue de 52 a 0.

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En los últimos meses, sin embargo, la revuelta se ha extendido a los millennials que no son profesionales, a quienes los empresarios podrían sustituir fácilmente. Y lo que es más importante, la revuelta se ha extendido a los camareros y camareras de Starbucks, una mano de obra desproporcionadamente joven y formada, pero sujeta a los caprichos de horarios y a las amenazas de despido que despliega la dirección. Y sí, Starbucks ha cultivado una imagen de empresa bondadosa, que no podía arriesgarse a empañar demasiado públicamente, aunque ha jugado el clásico juego de las empresas: amenazas implícitas transmitidas en reuniones antisindicales obligatorias y similares cuando pensaba que nadie le prestaba atención.

Pero las y los empleados de Starbucks ganaron en suficientes establecimientos como para que hoy en día, miles de baristas en cientos de tiendas hayan solicitado la sindicalización.

Pero Starbucks no es Amazon. Y Amazon dejó claro en Bessemer, Alabama, y en todas partes en las que su organización del trabajo fuera cuestionada, que su personal de almacén es sólo un mal necesario hasta que la empresa pueda robotizar toda su plantilla. Con su forma de actuar, Amazon ha dejado claro que no hay ningún problema con que la rotación anual en sus almacenes supere el 100%, que de hecho los puestos de trabajo están diseñados para provocar una tasa de rotación anual superior al 100%. La empresa quiere que sus trabajadores y trabajadoras se vayan; esta es una alternativa mucho mejor que la de quedarse y luchar.

Además, Amazon es la segunda mayor empresa empleadora del sector privado en el país, después de Walmart, la campeona del antisindicalismo. Hasta hace poco, la idea de que un trabajador o trabajadora de los almacenes de Amazon votara para afiliarse a un sindicato era prácticamente impensable. Pero ahora se ha pensado y se ha hecho.

Con esa victoria, se han roto muchas de las reglas estándar tanto de la sindicalización como del antisindicalismo, lo que sugiere que está ocurriendo algo más profundo en el mundo del trabajo. Reflexionemos un poco. Los trabajadores del Sindicato de Trabajadores de Amazon (ALU) que se encargaron de la organización del referéndum para constituir un sindicato] -recuérdese que ningún sindicato les proporcionó activistas profesionales; los líderes activistas fueron los propios trabajadores- sólo consiguieron las firmas del mínimo de trabajadores legalmente requerido para convocar la votación, que fue el del 30% [de la plantilla]. Prácticamente ningún sindicato celebra unas elecciones si no cuenta con las firmas del 70% de las y los trabajadores, porque prevén que las amenazas y la oposición de la empresa harán que esa cifra disminuya en el momento de la votación.

[Con esta votación] también se pone en cuestión la eficacia de la amenaza de la dirección de despedir a quienes reclaman su opinión sobre las condiciones de trabajo. En este sentido, la situación del mundo empresarial parece reforzar el valor de las y los empleados. [Actualmente] el número de personas empleadas que abandonan sus puestos de trabajo es el más alto de todos los tiempos. Muchas empresaras están desesperadas por contratar, lo que ha hecho subir los salarios en las habitualmente bulliciosas ciudades que intentan recuperar su dinamismo.

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Es el caso de Nueva York, donde Amazon se ha visto obligado a subir los salarios para mantener a los trabajadores y trabajdoras que tiene, si bien otras empresaras los han subido aún más. No es así, debo añadir, en Bessemer, Alabama, donde el salario de Amazon supera al de otras empresas que ofrecen empleos locales comparables. Sin embargo, incluso en Bessemer, el resultado de la segunda votación sobre la sindicalización -después de que fracasase la primera – sigue siendo demasiado ajustado [a 31 de marzo] y se decidirá mediante el recuento de las papeletas en disputa. Esto tampoco tiene precedentes; la segunda votación no suele cambiar mucho respecto a la primera.

Además, en Amazon podrían aprender del ejemplo de Starbucks: como ellas, son personas sometidas a las tensiones e indignidades del un sistema salarial ordinario, sin sindicatos, pero que superaron la oposición de la dirección para ganar el derecho a sindicarse en uno, luego en dos, luego en tres locales, y que, sin inmutarse, hicieron campaña a favor de la sindicación en cientos de otros. Si es posible en Starbucks, ¿por qué no en Amazon?

Y ahora, si es posible en Amazon, ¿por qué no en otros lugares? A veces, una sola victoria puede desencadenar una ola de victorias. Eso es lo que ocurrió en 1937, cuando la gran huelga de brazos caídos de la UAW (United Auto Workers) en las plantas de General Motors en Flint, Michigan, les hizo ganar un contrato con General Motor e inspiró a docenas de campañas similares y cientos de campañas de organización exitosas en todo el país.

Por supuesto, los trabajadores de Staten Island del almacén JFK8 de Amazon tienen ahora que negociar un contrato con su obstinada empresa (aunque el nuevo régimen de la Junta Nacional de Relaciones Laborales parece decidido a penalizar a las empresas que dan largas con la esperanza de que los trabajadores y trabajadoras se rindan). Hace casi 20 años, la plantilla de una tienda de Walmart en Quebec votó a favor de la sindicalización y al cabo de seis meses la empresa cerró la tienda. Pero Amazon, en virtud de sus compromisos de entrega en un día, simplemente no puede cerrar grandes almacenes que emplean a miles de personas en las principales ciudades donde viven muchos de sus clientes. Al contrario, la empresa necesita más infraestructura, no menos. La ubicuidad de Amazon le obliga a emplear una mano de obra que exige algo más por su trabajo.

Así que tal vez, sólo tal vez, la división económica y política entre la América urbana y la rural tiene hoy una nueva dimensión. Tal vez los millones de trabajadores y trabajadoras de servicios, del comercio minorista, de la cadena de suministro, de la hostelería y de la restauración de las ciudades se sientan no sólo lo suficientemente enfadadas, sino también lo suficientemente seguras como para hacer lo que están haciendo sus colegas de Starbucks y de Amazon, y organizarse en un sindicato. Por supuesto, esta sensación de seguridad podría desvanecerse si la Fed sube los tipos de interés lo suficiente como para detener el auge de la contratación en las ciudades. En las zonas fuera de las grandes ciudades de EE UU, donde los buenos empleos siguen siendo escasos, todavía es difícil imaginar que ocurra esto, pero en las ciudades, los trabajadores y trabajadoras de Starbucks y Amazon han mostrado el camino.

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Sin embargo, no puedo evitar pensar que esto podría presagiar el ascenso no sólo de un sector de la población activa, sino de una generación, cuya actitud política es al menos tan izquierdista como las de cualquier otra generación en la historia de Estados Unidos. Los asalariados y asalariadas organizadores del último gran impulso sindical en el sector privado, los organizadores del CIO (Congreso de Organizaciones Industriales) que en los años 30 construyeron el único movimiento obrero verdaderamente poderoso que hemos visto en este país, eran también desproporcionadamente jóvenes. Los hermanos Reuther (socialistas) y Bob Travis (comunista), que ayudaron a dirigir la huelga de brazos caídos de la UAW, eran veinteañeros. Chris Smalls, el principal organizador del JFK8 en Staten Island, tiene treinta años; las y los camareros que dirigen las campañas de Starbucks son igual de jóvenes.

Cuanto antes desarrollen sus funciones de liderazgo trabajadores como éstos, ya sea dentro del movimiento sindical existente o en nuevos sindicatos que puedan surgir junto a los antiguos, mejor. Algunos sindicatos existentes -como el Sindicato Internacional de Empleados de Servicios (SEIU), que apoya a las y los camareros de Starbucks y ha liderado la lucha por un salario mínimo de 15 dólares durante la última década- pueden ser más receptivos a dicha transformación. Otros pueden ser más desconfiados. Estoy pensando en la UAW, que, incapaz de organizar las fábricas de automóviles no sindicalizadas del sur de Estados Unidos, recurrió a la organización de los campus universitarios, y ahora se encuentra con que casi una cuarta parte de sus miembros son estudiantes graduados.

Ahora bien, [el ejemplo de] Staten Island nos dice que algo ha cambiado. Si se toman en cuenta los agravios que han estado latentes durante mucho tiempo en una generación y las sensibilidades políticas de algunos de sus miembros, y se le añaden (por ahora)  los sectores favorables [a la sindicación] en el mercado de trabajo en las ciudades estadounidenses, y relación de fuerzas que ha regido los lugares de trabajo y las vidas de las y los estadounidenses durante los últimos 40 años se podría ver alterada. Por el bien del país, esperemos que así sea.

Notas:

[1] ] Un informe del New York Times del 2 de abril ofrece una visión de la brutalidad con la que la dirección de Amazon han combatido a los activistas sindicales. Amazon ha creado un equipo de combate completo, que incluye guardias de seguridad militares y especialistas en vigilancia, para acabar con la campaña de sindicalización. El primer objetivo del ataque fue Christian Smalls, que fue despedido con un pretexto, justo cuando se estaba produciendo el primer movimiento de organización; fue por la cuestión de la salud en el momento del covid. Christian Smalls pudo apoyarse en un amigo, Derrick Palmer -que había conservado su trabajo-, y organizando una verdadera red de contactos, mediante vídeos en TikTok, multiplicaron los vínculos con los empleados, en un almacén que funciona 7 días a la semana, 24 horas al día; JFK8 tiene 8000 personas empleadas. Por ejemplo, organizaron lugares de encuentro antes de que la gente volviera a casa al amanecer, con carteles que decían «Hierba y comida gratis», y los trabajadores inmigrantes llevaban sus especialidades culinarias. Christian Smalls explica: «Empezamos sin nada, con dos mesas, dos sillas y una carpa”. Recibieron una pequeña ayuda de los sindicatos. Por el contrario, según el New York Times, «Amazon gastó más de 4,3 millones de dólares sólo en consultores antisindicales en todo el país, según documentos federales [nde].

Fuente: Al’Encontre

Traducción: Viento Sur: https://vientosur.info/estados-unidos-la-rebelion-de-una-generacion-de-trabajadores-esta-en-marcha/