Mareas humanas, cadáveres apilados, pánico en las miradas, personas que se desplazan sin saber hacia dónde. Esa son las imágenes que, desde el año 1994, nos recuerdan uno de los mayores genocidios de la historia que la humanidad, avergonzada, no debería olvidar. Yo tampoco puedo ni quiero olvidarlo, sino que lo recuerdo cada uno de […]
Mareas humanas, cadáveres apilados, pánico en las miradas, personas que se desplazan sin saber hacia dónde. Esa son las imágenes que, desde el año 1994, nos recuerdan uno de los mayores genocidios de la historia que la humanidad, avergonzada, no debería olvidar. Yo tampoco puedo ni quiero olvidarlo, sino que lo recuerdo cada uno de mis días. Allí estaba y no quiero borrar de mi memoria cada uno de los seres humanos que vi morir.
Ahora por enésima vez la historia se repite. Y hoy como entonces me repugna nuestra hipocresía occidental en la que nunca somos culpables de nada, a pesar que han sido nuestros gobiernos europeos quienes -entre otros- alientan, arman y apoyan estos crímenes, estos genocidios.
Mientras, nuestros representantes políticos centran su preocupación en viajar a Washington y hacerse la foto con Bush para refundar el capitalismo. Ironías macabras del destino. Los principales causantes de este genocidio africano (el modelo occidental, la agresión neoliberal y el consuma usted hasta reventar) se reúnen ahora -dicen- para refundar otro modelo financiero. Me temo que tratan de refundar una manera más refinada de seguir imponiendo sus normas y de seguir promoviendo y permitiendo genocidios y feminicidios como el de la República Democrática del Congo.
No nos dejemos engañar. Lo que está sucediendo ahora en el Congo no es fruto de la casualidad ni tampoco es un conflicto de hace unas semanas. Es un conflicto que, a pesar del silencio cómplice de los gobiernos y los medios de prensa, existe desde hace mucho tiempo y, sobretodo, desde los años 60.
No es sólo un conflicto local. Pregunten ustedes al gobierno francés el papel que tuvo Miterrand y su hijo en el comercio de armas en Rwanda en los años 90, pregunten ustedes quien estuvo apoyando a Mobutu y a los interahamwe. Pregunten a los gobiernos anglosajones (USA y Gran Bretaña) quien estuvo financiando al ejército rwandés durante su ocupación armada del Congo en el 98. Pregunten de dónde saca el dinero y las armas el general rebelde Nkunda. O, mejor, preguntemos a las multinacionales de telefonia y de informática qué pasaria si el coltán no existiera. También deberíamos de preguntar el motivo de la inoperancia y de la pasividad de la ya desprestigiada ONU. Y al gobierno español mejor ni preguntar, corremos el riesgo de que nos mientan.
En el Congo se dice que: Quien ha sido mordido por una serpiente desconfía incluso de un lagarto. Entonces, si en medio de este conflicto tan sólo hay serpientes y lagartos ¿en quien deben y debemos confiar?