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La revolución argelina cambió el mundo para mejor

Fuentes: Jacobin [Foto: Una celebración con motivo de la independencia de Argelia en el verano de 1962 (Centro de Estudios de Historia Moderna y Contemporánea)]

Traducido del inglés para Rebelión por Marwan Perez

La lucha argelina para liberarse del imperialismo francés fue absolutamente fundamental en el panorama político del siglo XX. Deberíamos recordar su historia heroica y honrar su legado en la actualidad.

Actualmente Argelia se presenta al mundo con un rostro cerrado y desconfiado. Aunque su Estado revolucionario ha sobrevivido a las tumultuosas rupturas de finales del siglo XX, ha estado plagado de conflictos fronterizos, insurgencias islamistas y, más recientemente, protestas juveniles generalizadas. Sin embargo, el legado del pueblo argelino y su Estado de liberación es tan dinámico, internacionalista y valiente como cualquier otro en el mundo, de igual orgullo en heroicidades revolucionarias que una Cuba o un Vietnam.

Hace un siglo Argelia estaba en el corazón del imperio francés, tan fundamental para el proyecto imperial francés como la India lo era para los británicos. Argelia fue poblada en parte por colonos blancos, que la consideraban su patria y no se veían a sí mismos como una casta de administradores imperiales. Francia mantuvo una ficción legal de que Argelia era una parte integral de la nación, al igual que cualquier otra provincia nacional, dividida del continente por el Mediterráneo como París está dividida por el Sena.

La gran mayoría de la población árabe tenía un estatus de segunda categoría y eran considerados súbditos, no ciudadanos. Aunque a una pequeña minoría se le permitió «evolucionar» hacia la plena ciudadanía francesa al renunciar a la cultura árabe, en particular a su fe musulmana, la mayoría no interesaba a los colonos franceses. Así, se les mantuvo lo más segregados posible y no eran vistos ni oídos más allá de su utilidad como sirvientes domésticos, trabajadores agrícolas o carne de cañón en tiempos de guerra. Incluso la clase trabajadora industrial en la Argelia francesa estaba compuesta mayoritariamente por colonos blancos, lo que permitió que el vigoroso movimiento obrero francés se mantuviera alejado de la miseria económica que asolaba a la mayoría de la población musulmana.

Nacionalismo temprano

Los argelinos habían librado una larga y furiosa lucha contra la colonización desde su inicio en la década de 1830, pero a finales del siglo XIX se había anulado todo rastro de esta resistencia. Sin embargo, como en otras partes de los viejos imperios, tanto la experiencia de servir en los ejércitos imperiales durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, como la migración dentro y fuera de las zonas centrales industrializadas expuso a los argelinos a nuevas perspectivas ideológicas. El liberalismo wilsoniano, el socialismo soviético y las corrientes reformistas dentro del Islam se combinaron para producir una renovada autoconciencia nacional argelina.

En la década de 1920 las corrientes liberales dentro de la política argelina respondieron a las declaraciones anticoloniales de Woodrow Wilson y comenzaron a reclamar una ciudadanía igualitaria y una autonomía limitada. Sin embargo, rápidamente se vieron frustrados y perseguidos, sin poder encontrar al aliado esperado en los Estados Unidos. La autodeterminación “wilsoniana” estaba destinada únicamente a los pueblos blancos de Europa. La resistencia a la participación musulmana en la vida democrática fue particularmente fuerte entre los colonos, que no tenían la intención de permitir que los nativos conquistados coexistieran en igualdad de condiciones.

El 8 de mayo de 1945, Día de la Victoria en Europa, estalló una manifestación masiva en la ciudad de Sétif. Con Francia ahora liberada, la expectativa era que seguiría la reforma colonial. Los colonos, que durante la guerra se habían puesto decisivamente del lado de los fascistas de Vichy, aumentaron su resistencia a cualquier tipo de reformas y la manifestación fue recibida con una recriminación inmediata y brutal. Los soldados dispararon indiscriminadamente contra la multitud, lo que provocó disturbios y cinco días de intensa represión, incluido el bombardeo aéreo de pueblos cercanos y la organización de pogromos de “caza de ratas” en los asentamientos musulmanes locales que dejaron hasta treinta mil muertos.

La masacre de Sétif impactó en todo el país y radicalizó el movimiento independentista liberal. Pronto surgió una nueva generación de líderes independentistas de las filas de los soldados musulmanes desmovilizados del Ejército Francés Libre, muchos de los cuales habían servido a Francia con distinción y no tenían intención de volver a una vida de subyugación violenta en su propia tierra.

Una guerra en dos frentes

El Frente de Liberación Nacional Argelino (FLN) que surgió entonces era una organización que valoraba la acción por encima de los matices teóricos y la unidad por encima del carácter distintivo. El 1 de noviembre de 1954 el FLN declaró unilateralmente la guerra a Francia. La guerra comenzó antes de que el FLN hubiera adoptado una forma política concreta y el liderazgo central apostó por atraer el apoyo popular inmediato para la lucha. Fue una apuesta basada en los deseos de los líderes del FLN, en su mayoría soldados en lugar de eruditos, de convertir la retórica ineficaz en acción decisiva, y funcionó.

Los franceses reaccionaron al desafío como siempre habían hecho en el pasado: con una represión rápida y brutal. Sin embargo, en el nuevo contexto internacional los métodos antiguos produjeron resultados diametralmente opuestos. Sintiendo los vientos de cambio que soplaban en el mundo colonizado, los argelinos acudieron en masa a la bandera del FLN, primero por miles y luego por millones. Los franceses respondieron con una intensificada campaña contra la insurgencia en la que el uso de la tortura, los campos de concentración y el asesinato de civiles se convirtieron en nada menos que la política oficial.

El FLN reconoció rápidamente la importancia de la nueva dinámica internacional y abrió una guerra en dos frentes. Sobre el terreno adoptaron una organización de partido leninista-maoísta adecuada para librar una guerra de guerrillas prolongada. Hicieron uso del asesinato y el terror, destinado a los administradores franceses y a los colaboradores musulmanes en particular, los que profundizó deliberadamente la polaridad del conflicto y forzó a la población a elegir entre uno de los dos bandos. También hicieron un uso intenso de la agitación política, especialmente entre las poblaciones rurales de las que dependían para obtener refugio y apoyo. Los comisarios políticos del FLN enfatizaron el aspecto social revolucionario de la guerra y establecieron el movimiento como un Estado en la sombra ante las narices de los franceses. Al igual que el Viet Cong, de quien se inspiraron, el FLN se dedicó a proporcionar servicios de salud, bienestar y educación a una población rural de campesinos de subsistencia.

El segundo frente era internacional, con un cuadro diplomático encabezado por revolucionarios carismáticos como Ahmed Ben Bella. La lucha se traspuso de la sangre abierta a las salas de debate de las Naciones Unidas. A pesar de no representar todavía un Estado propio, el FLN había enviado delegaciones a reuniones de importancia internacional, incluida la Conferencia de Bandung en Indonesia. En las Naciones Unidas, en Bandung y en otros lugares llevaron su caso a las superpotencias, así como a los grandes y buenos líderes emergentes del Tercer Mundo, incluidos Jawaharlal Nehru de la India, Zhou Enlai de China y Gamal Abdel Nasser de Egipto.

En el centro del mundo

Nasser, un panarabista que se autodenominó la figura política de todo el mundo árabe, estaba particularmente interesado en mostrar su apoyo al FLN. A su vez, era muy respetado por los argelinos, que lo veían como una prueba viviente de que la autoliberación revolucionaria era posible en el mundo árabe. La radio con sede en El Cairo “Voces de los Árabes” amplificó la propaganda del FLN en Oriente Medio y el norte de África, les dio una presencia mundial enorme y reforzó la legitimidad de su revolución a ojos de los árabes y africanos de todo el mundo.

Foto: El expresidente de Egipto, Gamal Abdel Nasser.

Los egipcios también actuaron como intermediarios para la venta de armas al FLN y canalizaron la mercancía checa, yugoslava y china a los muyahidines argelinos. Estas armas se utilizaron junto con las tácticas militares de guerrilla aprendidas de los comunistas chinos y norvietnamitas, con quienes los argelinos mantuvieron un estrecho contacto. Marruecos y Túnez, vecinos de Argelia al oeste y al este, permitieron al FLN utilizar su territorio como base de operaciones para su alto mando militar.

Los saudíes, que detestaban a Nasser, al que consideraban un socialista impío y una amenaza directa a sus propias pretensiones de liderazgo en el mundo árabe, compitieron para ofrecer apoyo financiero. También ofrecieron el uso de pasaportes saudíes con los que viajar libremente por el mundo, incluso a Nueva York para asistir a las cumbres de las Naciones Unidas, donde el FLN instaló una oficina permanente desde la que presionar en su reclamo por la condición de Estado independiente.

A medida que el salvajismo de la guerra seguía aumentando, el equipo diplomático de alto perfil del FLN hacía todo lo posible para mantener los ojos del mundo firmemente centrados en el conflicto. A pesar de que la situación militar en el país empeoraba, la presión diplomática sobre Francia se intensificó y, como resultado, el FLN comenzó a depositar sus esperanzas en un fin del conflicto mediado políticamente.

Abane Ramdane, comandante de la sección argelina del frente y uno de los principales ideólogos del FLN, intentó resolver la guerra en dos frentes lanzando una insurrección espectacular y total en la capital. La batalla de Argel, aunque muy mitificada después, no tuvo el efecto deseado y tuvo como resultado la destrucción casi total de la organización clandestina en la ciudad. Ramdane, que huyó a Marruecos poco después, fue asesinado por sus propios compañeros de alto mando.

Incluso cuando la fascinación mundial por la lucha argelina alcanzó su punto culminante, las tensiones aumentaban dentro de la secreta dirección del FLN. Los comandantes de la sección rural, acampados en las profundidades de la sangre, estaban resentidos por las grandes pérdidas que soportaban mientras la campaña diplomática la llevaban a cabo sus camaradas más lujosamente acomodados. Cuando Francia fortificó las fronteras de Marruecos y Túnez, y comenzó a acorralar a la población rural en campos de reasentamiento, la capacidad de los ejércitos en el campo para acceder a refuerzos y reabastecimiento se redujo drásticamente. Sin embargo, incluso cuando los franceses comenzaron a obtener ventajas militares de estas tácticas, su violencia indiscriminada, incluido el bombardeo de pueblos tunecinos al otro lado de la frontera, avivó una nueva indignación en el escenario mundial.

Los métodos terroristas empleados por el FLN recibieron a cambio una justificación teórica en los escritos de Frantz Fanon. Fanon era un médico psiquiatra de la Martinica francesa que, mientras trabajaba en Argelia, se había unido a las filas de las fuerzas de liberación. Fanon enmarcó elocuentemente al imperialismo en términos de racismo absoluto, describió la deshumanización del pueblo conquistado y abogó firmemente por la violencia revolucionaria como forma de redención masiva. Los puntos de vista de Fanon se cruzaron con las corrientes socialistas y nacionalistas predominantes del movimiento de liberación para ayudar a definir el campo ideológico de todo el proyecto del Tercer Mundo.

Revolucionarios de todo el continente africano, incluido Nelson Mandela, recibieron entrenamiento militar y político en los campamentos del FLN en Marruecos, Túnez y Mali. Antes incluso de haber liberado su propia patria, los argelinos ya se habían colocado en el centro de la política panafricana y global del Tercer Mundo.

Tabula Rasa

En Francia la opinión pública estaba cansada de la guerra. Al francés medio, que atravesaba una era de dramático progreso económico interno, le interesaba cada vez menos el engrandecimiento colonial de la clase dominante. Los incondicionales pied noirs (el nombre con el que a menudo se hacía referencia a los colonos) se habían convertido en una fuerza embarazosa y desestabilizadora en la política interna e incluso intentaron un golpe de Estado contra el presidente Charles de Gaulle, que fue elegido con un mandato democrático para poner fin a la guerra.

En 1962, a pesar de la abrumadora superioridad militar en el interior del Sahara, la posición francesa se derrumbó. Los franceses se vieron atrapados entre el implacable asalto diplomático del FLN, que había logrado crear continuos disturbios urbanos tanto en Argelia como en Francia, y un ejército argelino bien equipado bajo el mando del despiadado coronel Houari Boumédiène, reunido detrás de las vallas fronterizas.

Recién liberado de una prisión francesa, Ahmed Ben Bella llegó rápidamente a ser un líder nacional popular y enérgico apoyado por Boumédiène y el estamento militar. La guerra había arrasado el antiguo Estado colonial francés junto con el estilo de vida tradicional argelino, por lo que Ben Bella y el FLN se pusieron a trabajar para traducir su revolución en un nuevo Estado nacional.

Foto: Ahmed Ben Bella, primer presidente de Argelia

Ben Bella encajaba perfectamente en el molde de un hombre de Estado revolucionario del Tercer Mundo. Personalmente carismático e ideológicamente ágil, Ben Bella comprometió a Argelia con la revolución social en casa y con una política activista en el extranjero. Cuando los pied noirs salieron del país en masa, sus vastas propiedades agrícolas, fábricas y negocios fueron ocupadas por la población árabe. Al reconocer que el control de los trabajadores se estaba estableciendo de facto en gran parte de los sectores agrícolas e industriales, Ben Bella mantuvo al FLN en la cresta de la ola revolucionaria al reconocer y respaldar formalmente estas adquisiciones populares.

La rápida transición a una economía totalmente socializada deleitó a los soviéticos, que veían a Argelia seguir los pasos de Cuba en un camino de desarrollo que pasaba por alto el capitalismo. También causó un gran entusiasmo entre la izquierda intelectual en general, que vio el reconocimiento y el fomento del control popular de la industria por parte de Ben Bella como una realización de las aspiraciones más democráticas del socialismo.

Argel también se estaba convirtiendo rápidamente en un próspero centro diplomático para todas las corrientes revolucionarias del resto del mundo. Las estrechas relaciones que el FLN había fomentado con otros movimientos de liberación durante sus años de lucha se formalizaron con grupos como el Viet Cong, el Congreso Nacional Africano e incluso los Panteras Negras abriendo oficinas y embajadas. Los argelinos no ocultaron nada sobre la ayuda a las fuerzas subversivas en África y facilitaron todo tipo de intercambios, desde ideas hasta armamento. Argel en la década de 1960 era un lugar donde los nacionalistas árabes, las guerrillas angoleñas, los trotskistas franceses y los diplomáticos yugoslavos paseaban por las calles, se codeaban en los cafés y realizaban asignaciones encubiertas en los bares de los hoteles.

Fin del juego

El 19 de junio de 1965 la población libre de Argelia se despertó con la visión de los tanques en las calles. Durante las últimas semanas la ciudad se había estado preparando para albergar una conferencia de jefes de Estado afroasiáticos del más alto perfil. Anunciada como Bandung 2, la cumbre marcaría el tono para la próxima fase de la revolución mundial en el Sur Global. A solo unos días del evento, incluso cuando estaban llegando los dignatarios extranjeros, Boumédiène atacó a su antiguo aliado Ben Bella.

La reacción de la población fue débil. El golpe llegó como un hecho consumado, con Ben Bella secuestrado de su humilde residencia en la ciudad cuando dormía. La presencia militar fue muy visible en las calles y disuadió cualquier intento de protesta espontánea.

Pero ¿qué había pasado exactamente? A pesar de la exuberancia de la revolución argelina, como en el caso de todas las revoluciones, bajo de la superficie yacía un hervidero de contradicciones. Las ambiciones de Ben Bella de fomentar un verdadero control popular de la industria se habían tambaleado frente a las demandas de la modernización impulsadas por el Estado. Los campesinos, que apenas habían comenzado a ejercer una autonomía genuina, se vieron empujados por la demanda de implementar una rápida mecanización de la producción y arrastrados a producir grandes cantidades de excedentes para reinvertir en el desarrollo industrial, particularmente en el sector del petróleo y el gas.

Además, elementos conservadores de la sociedad argelina, incluso dentro de la propia coalición del FLN veían cada vez con más hostilidad el cosmopolitismo del gobierno de Ben Bella. Aunque este abrazó un tipo de nacionalismo revolucionario que pretendía armonizar la identidad árabe con el socialismo, estaba bastante claro que el modernismo del régimen consideraba al islamismo una fuerza reaccionaria que debía ser reprimida. Se calificaba a los extranjeros que afluían al país, ya fueran compañeros de viaje ideológicos, periodistas o representantes de gobiernos fraternos, de forma despectiva como “pied rouges”, primero a puerta cerrada pero luego más abiertamente en las secciones conservadoras de la prensa. Y lo que es más significativo, el nacionalismo estaba adquiriendo un carácter cada vez más xenófobo dentro de las filas del ejército.

La programada cumbre afroasiática llevó estas tensiones subyacentes a un clímax dentro del sistema de poder argelino. Desde el punto de vista de Ben Bella la conferencia solidificaría su posición como líder internacional y le permitiría imprimir su autoridad tanto sobre la revolución argelina como sobre sus oponentes dentro de ella. Para Boumédiène, el segundo al mando de facto de Argelia, suponía el último momento en que se podía desafiar a Ben Bella antes de que adquiriera un estatus de divinidad similar a Castro.

El mismo año que Ben Bella fue derrocado Kwame Nkrumah fue destituido de su cargo en Ghana y varios golpes de Estado también derribaron gobiernos en Nigeria, Congo y varias otras naciones africanas. Poco después Nasser fue humillado en la desastrosa guerra de 1967 contra Israel, que anunció el fin de la era más idealista y pluralista del Tercer Mundo.

Aunque muchas personas en el Tercer Mundo temían que el golpe militar de Boumédiène representara un giro dramático hacia la contrarrevolución y el alineamiento occidental, no ocurrió. La socialización de la economía continuó, pero el énfasis se desplazó hacia la planificación central al estilo soviético, orientada al desarrollo de las enormes reservas de hidrocarburos del país. En el ámbito internacional Argelia siguió comprometida con el No Alineamiento y defendió enérgicamente ante las Naciones Unidas una reconfiguración económica mundial a favor del mundo en desarrollo. Sin embargo, incluso este internacionalismo adquirió formas cada vez más estatistas, que culminaron con la participación de Argelia en la formación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP). El cártel de la OPEP logró paralizar la economía global mediante la manipulación de los precios del petróleo crudo, lo que desencadenó sin querer la expansión del neoliberalismo en el repentinamente desindustrializado Occidente, pero que se extendió rápidamente al Tercer Mundo y al bloque comunista.

La revolución argelina fue absolutamente clave en el panorama político de mediados del siglo XX, en el que tuvieron lugar la dinámica de la descolonización y la Guerra Fría. Geográficamente en la encrucijada de Europa, África y Medio Oriente, y resistiendo políticamente entre los sistemas mundiales comunista y capitalista, el estatus internacional de Argelia superó con creces lo que cualquiera esperaba de un país devastado por la guerra con una población tan pequeña y empobrecida.

Aunque en las últimas décadas Argelia se ha desvanecido del centro de atención mundial, sigue siendo uno de los Estados más modernos del mundo árabe, tanto en términos de infraestructura como de cultura. La lucha de Argelia ha sido larga y lúgubre, pero no por ello menos heroica.

Robert Maisey es un activista laborista y delegado sindical del sindicato de trabajadores ferroviarios (RMT). Entre tren y tren lee sobre el breve siglo XX en la Universidad de Birkbeck.

Fuente: https://www.jacobinmag.com/2021/04/algerian-revolution-france-colonialism

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