La «revolución» de los jazmines en Túnez y las manifestaciones que atraviesan las grandes capitales árabes muestran la aspiración democrática de una gran parte de la población a la democracia lo que va parejo con el rechazo a las democraduras que castigan la región. Estas democraduras manipuladas por élites depredadoras están agotadas, son cada vez […]
La «revolución» de los jazmines en Túnez y las manifestaciones que atraviesan las grandes capitales árabes muestran la aspiración democrática de una gran parte de la población a la democracia lo que va parejo con el rechazo a las democraduras que castigan la región. Estas democraduras manipuladas por élites depredadoras están agotadas, son cada vez menos capaces de dominar el corazón del sistema, es decir los órganos de represión. Se puede añadir a esta crisis el declive lento pero irresistible del dispositivo puesto en pie y orquestado por los Estados Unidos para echar el cerrojo al Magreb y el Medio Oriente desde hace decenios. En apariencia pues, tenemos la famosa convergencia que la fórmula de Lenín había captado: una revolución ocurre cuando los de abajo ya no quieren ya y cuando los de arriba ya no pueden…
La «transición»
Sin embargo, es importante mirar esta situación más de cerca. Al lado de un escenario de «revolución» improbable pero posible se plantea un escenario de «transición» que es evidentemente a lo que «los de arriba» se dedican. Mantener la democradura sin Ben Ali ni Hosni Mubarak es, en efecto, otro «posible». Para las élites locales y para el imperialismo estadounidense, dos lineas «rojas» no pueden ser sobrepasadas. La primera evidentemente es la referida a los asuntos geopolíticos fundamentales de la región. La alianza en el centro de la cual se sitúa el estado israelí y que reagrupa a los estados egipcio, saudita, jordano y tunecino no debe ser rota. Lo que quiere decir que hay que asegurarse de que la «transición» logre perpetuar el statu quo, es decir el cerco de los palestinos (aunque haya que cambiar la forma) y el aislamiento de Irán (secundariamente de Siria), de forma a permitir a los Estados Unidos proseguir (y esperan terminar) la «reingeniería» del Medio Oriente emprendida por Bush padre hace ya 20 años. La segunda línea roja es asegurar que la «integración» (leer la subordinación) del Medio Oriente al sistema occidental (Estados Unidos + Unión Europea) se perpetúe igualmente, y así evitar que concurrentes molestos, particularmente China y Rusia, no se beneficien de la desestabilización actual para hacerse más presentes (como ocurre en Africa y en América Latina en particular). Si estas dos «líneas rojas» son puestas a seguro, las élites occidentales no tendrán ninguna dificultad de evacuar a los asesinos que actúan a su cuenta actualmente.
El «candidato»
En Egipto, por ejemplo, esta «transición» podría hacerse con Mohamed El Baradei. Es un «personaje» que se dio a conocer porque presionó a Irán en tanto que director de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Como tal, se había indispuesto a ciertos sectores de los neoconservadores «puros y duros» en Washington (Bush y Cheney) y en Paris (Kouchner), pero había recibido el aval de numerosos componentes de esas élites que estimaban (y estiman aún) que es mejor aislar Irán progresivamente que desencadenar una guerra que se corre el riesgo de perder… A fin de cuentas, El Baradei y otros aspirantes a la «corona» en Egipto y en otras partes ni quieren ni pueden romper los lazos de hierro con los Estados Unidos y sus criados europeos. Es sin embargo un dilema, pues esta dependencia significa continuar la subordinación a Israel, lo que es una cuestión sensible en los países en cuestión.
El declive de la izquierda
Durante este tiempo, «los de abajo» no son solo víctimas ni espectadores. La calle es tomada al asalto y sectores radicalizados parecen determinados a continuar la batalla hasta el final. ¿Pero cuales son las herramientas de que disponen? Desde hace varios decenios, el movimiento de liberación antiimperialista y las organizaciones anticapitalistas han sido fuertemente reducidas en esta región del mundo. Cierto, la terrible represión ha tenido su impacto, pero ¿era el único factor? Es probable que la izquierda árabe, contrariamente a la izquierda latinoamericana en particular, se haya encontrado sin fuerzas ante la represión a causa de sus propias debilidades. Antes de la dislocación, que prosigue desde hace más de treinta años ahora, esta izquierda (aparte algunas excepciones) había optado por actuar de forma subordinada a los sectores populistas y nacionalistas. Ha estado asociada al declive de esos sectores. Ha sido gravemente afectada por la implosión de los regímenes (entre ellos el de Nasser) y movimientos (entre ellos el Fatah) a los que se había pegado. Hoy pues, no se puede verdaderamente hablar de un sector de izquierdas bien organizado aspirando a una posición hegemónica en esta región del mundo. Por supuesto, la historia no se detiene y por tanto aquí o allá se reaniman izquierdas, pero esto va a tomar tiempo.
«Clases medias» y «multitudes»
Como se sabe, las calles árabes ha sido hasta la fecha tomadas al asalto en las ciudades sobre todo con en primer plano ese sector indefinido y ambiguo de las clases medias. No se puede evidentemente poner en el mismo saco a los estudiantes sin empleo, las profesiones amenazadas, incluso segmentos de las élites comerciales e industriales. Por el contrario, no se puede subestimar la distancia entre esas capas muy encolerizadas y las «multitudes» proletarias y campesinas que componen la mayoría de la población no solo en el medio rural sino también en los barrios de chabolas.
Las «clases medias» desde la puesta en marcha del proyecto que domina aún hoy han sido fragmentadas y en una amplia medida cooptadas. De forma insuficiente, los regímenes han «protegido» a esas clases medias en detrimento de los «pobres» que han sido precipitados a la pobreza más abyecta. Una parte importante de las clases medias ha sido absorbida por la privatización del sector público, particularmente a través de las «ONGs» que han sido mandatadas por el estado para evitar la dislocación total de la sociedad. Una parte sustancial de los cuadros y gentes formadas de esas clases medias, particularmente en el mundo universitario, sencillamente se ha exiliado. Además, esas clases medias han integrado un discurso liberal en boga en los países occidentales sobre el «estado de derecho», la «sociedad civil», la «integración económica». A menudo bajo la influencia de los thik-tank del social-liberalismo europeo (Friedrich Ebert Stichtung) o de las agencias norteamericanas liberales (Ford Foundation), estos intelectuales antiguamente de izquierdas han capitulado y abandonado el papel (importante) que jugaban en la antigua generación de los movimientos populares.
Así pues, hoy su protesta contra los Ben Ali y los Mubarak es ambigua y percibida como tal por las multitudes. ¿Quiere la clase media proteger sus privilegios «en el interior» del sistema actual? ¿O quiere, al contrario, pensar en cambios más en profundidad? La cuestión permanece abierta.
Las masas Mientras tanto, las masas proletarias y campesinas comienzan a hacer sentir su peso. Hay que decirlo, ¡se ha olvidado!, que son ellas las que han resistido a las democraduras estos últimos años. Los mineros de Gafsa son los que han hecho tambalearse a Ben Ali. Los huelguistas de Helwan y de Al-Makallah ha luchado contra el régimen asesino de Mubarak, sin prácticamente ningún apoyo de las clases medias urbanas. Este corte es a la vez sociológico e ideológico, pues frente al declive profundo y prolongado de la izquierda, son los grupos que se reclaman del islam político los que tomaron el relevo. Han hecho su «trabajo», han organizado pobres y puesto en pie infraestructuras sociales. Han hecho de las mezquitas lugares de organización de la rebelión. Y al mismo tiempo, teniendo en cuenta sus límites, han sido incapaces de poner en pie un proceso revolucionario. En definitiva, los islamistas no tienen proyecto de transformación, a parte de la idea absurda de volver a la edad de oro de la Umma. Salvo Hezbolá en el Líbano, ninguno de estos movimientos ha articulado una posición coherente frente a los estragos sociales del neoliberalismo. La mentalidad de pequeños comerciantes (shopkeepers) que sigue siendo la de sus jefes les impide, no solo pensar la transformación, sino también, más inmediatamente, organizar a las masas en una fuerza organizada, a riesgo de mandar esta voluntad de emancipación a los meandros y los callejones sin salida de la Jihad antiamericana. Más aún, los islamistas están atrapados en sus visiones reaccionarias y superadas sobre las mujeres y preconizan un «modelo cultural» que excluye, discrimina y asfixia, de ahí el rechazo de esos «modelos» por una gran parte de la población, incluso en la «multitud». Dicho de otra forma, no parece que los movimientos islamistas, que tienen un ascendiente innegable en el seno de las capas populares, tengan la capacidad de hacer converger las luchas en un proyecto antihegemónico.
Terreno ambiguo
Tenemos pues una situación en la que se enmarañan numerosas contradicciones complejas, lo que debería evitar ver las cosas con gafas rosas. La «revolución» no es para mañana en el mundo árabe lo que no minimiza de forma alguna la importancia de los movimientos en curso.
Pero, hasta que emerja un proyecto postcapitalista y antiimperialista consecuente, la situación corre el riesgo de evolucionar más hacia una transición que hacia una revolución. Pero este escenario de transición no es un camino derecho tampoco. Las élites depredadoras saben defenderse. Incluso si pueden librarse de los Ben Ali y los Mubarak, van a defenderse con uñas y dientes para perpetuar el statu quo, «cambiar todo guardando lo esencial», se dice en las capitales árabes, pero también en Washington, Londres, París. Las élites liberales tendrán mucho que hacer para expulsar a esos depredadores, tanto más cuanto que las potencias imperialistas desconfían, incluso cuando estas nuevas élites dicen no querer franquear las «líneas rojas». Del lado de las multitudes, sigue habiendo muchas incógnitas. Hay con toda evidencia fenómenos de autoorganización que superan los marcos estructurados actuales, y que están alimentados por redes de información transfronterizas. Un Foro social árabe está en gestación e incluso si sigue en la sombra, hay todo u proceso que germina. Movimientos de izquierda que por otra parte, tomando nota de los cambios en curso en América Latina, se dicen que hay que cambiar de dirección y lanzarse a la organización de las masas en lugar de perder el tiempo disertando sobre la «democracia» liberal. Como decía Groucho Marx, se puede prever todo salvo el futuro…
Pierre Beaudet es profesor de antropología y sociología en la Universidad de Québec
Fuente: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/index.php?x=3555
Traducción: Alberto Nadal para VIENTO SUR