En la década de 1990 el nombre de Hosni Mubarak sólo podía pronunciarse entre susurros. Se evitaba hablar de política o gastar bromas de ese tenor en las llamadas telefónicas. Este año, millones de egipcios lucharon durante dieciocho días contra su anciano dictador, haciendo frente a los contingentes de policía que les lanzaban gases lacrimógenos, […]
En la década de 1990 el nombre de Hosni Mubarak sólo podía pronunciarse entre susurros. Se evitaba hablar de política o gastar bromas de ese tenor en las llamadas telefónicas. Este año, millones de egipcios lucharon durante dieciocho días contra su anciano dictador, haciendo frente a los contingentes de policía que les lanzaban gases lacrimógenos, balas de goma y fuego real. El pueblo de Egipto ha perdido el miedo, pero eso no fue algo que sucediera de la noche a la mañana. En lugar de surgir súbitamente de la nada el 25 de enero de 2011, la revolución egipcia es resultado de un proceso que llevaba gestándose a lo largo de la década anterior, una reacción en cadena a las protestas del otoño de 2000 en solidaridad con la Intifada palestina.
El gobierno con puño de hierro de Mubarak y el inicio de la guerra sucia entre el régimen y los militantes islamistas en la década de 1990 supuso la muerte de la disidencia en las calles. Se prohibieron reuniones públicas y protestas callejeras, reprimidas por la fuerza si llegaban a producirse. Se utilizaba fuego real contra los huelguistas y los sindicatos quedaron bajo control del gobierno.
Sólo después de que se desencadenara la Intifada palestina de septiembre de 2000 se echaron como protesta a las calles decenas de miles de egipcios, probablemente por vez primera desde 1977. Aunque esas manifestaciones se producían en solidaridad con los palestinos, pronto alcanzaron una dimensión contraria al régimen y apareció la policía para sofocar esas pacíficas protestas. Sin embargo, el presidente siguió siendo tema tabú y rara vez pude oír lemas contrarios a Mubarak.
Recuerdo la primera vez que oí a quienes protestaban masivamente gritar contra el presidente en abril de 2002, durante los disturbios propalestinos en los alrededores de la Universidad del Cairo. En liza con las tristemente célebres fuerzas centrales de seguridad, los manifestantes coreaban en árabe:»Hosni Mubarak, lo mismo que [Ariel] Sharon.»
La ira explotaría a una escala aún mayor con el estallido de la guerra de Irak en marzo de 2003. Más de 30.000 egipcios se enfrentaron a la policía en el centro del Cairo, ocupando la Plaza Tahrir durante un breve espacio de tiempo mientras quemaban vallas con la efigie de Mubarak.
Las escenas retransmitidas por Al Yasira y otras redes por satélite de la revuelta palestina o la invasión de Irak dirigida por los Estados Unidos estimularon a los activistas a demoler el muro del temor piedra a piedra. Fue en 2004 cuando quienes hacían campaña en favor de Palestina y en contra de la guerra lanzaron el movimiento de Kefaya, que se enfrentó al presidente y su familia.
Aunque no consiguió arrastrar a una masa de seguidores entre la clase trabajadora y los pobres de las ciudades, el uso por parte de Kefaya de los medios de comunicación tanto sociales como convencionales contribuyó a desplazar la cultura política del país. Millones de egipcios pudieron contemplar desde sus hogares cómo los audaces activistas jóvenes se burlaban del presidente en el centro del Cairo, alzando pancartas con lemas inimaginables una década antes.
En diciembre de 2006, los trabajadores del mayor centro textil de Oriente Medio, situado en la ciudad de Mahalla, en el delta del Nilo, se declararon en huelga. Esta acción se produjo tras dos décadas de tregua en la lucha sindical a causa de la represión y de un agresivo programa neoliberal que contaba con las bendiciones del FMI y el Banco Mundial. Después de su victoria, que recibió amplia cobertura por parte de los medios, el sector textil se vio inundado por una oleada de huelgas en la que los trabajadores de otras fábricas exigieron lo mismo que habían logrado los de Mahalla. La militancia sindical pronto se extendió a otros sectores de la economía. Las imágenes de las huelgas, retransmitidas por medios tanto sociales como convencionales, vinieron a significar que millones de trabajadores pudieran vencer gradualmente sus temores y organizar protestas inspiradas por las noticias de victorias huelguísticas de otros sectores. En mi condición de periodista que cubrió la oleada de huelgas de 2007, oí con frecuencia afirmar a los huelguistas: «Nos animamos a movilizarnos al enterarnos de lo ocurrido en Mahalla.»
Aunque hubo quien despreció la ola de huelgas, creyéndola únicamente económica, ésta era en esencia política. En abril de 2008, tuvo lugar una minirevuelta en la ciudad de Mahalla ocasionada por el precio del pan. Las fuerzas de seguridad aplastaron el levantamiento en un par de días, dejando al menos tres muertos y cientos de detenidos y torturados. Las escenas de lo que lo llegó a conocerse como «Intifada de Mahalla» pueden haber constituido un ensayo general de lo que ha pasado en 2011, con los manifestantes tirando abajo carteles de Mubarak, enfrentándose a las fuerzas de policía y desafiando los símbolos del odiado Partido Nacional Democrático. Poco después se produjo una revuelta similar en la ciudad de El-Borollos, al norte del delta del Nilo.
Aunque dichos levantamientos fueran sofocados, el país siguió siendo testigo prácticamente casi a diario de huelgas y sentadas de los trabajadores, así como de manifestaciones más reducidas de activistas en el centro del Cairo y en provincias. Los trabajadores que se manifestaron en la primavera e invierno de 2010 ocuparon la zona que rodea el Parlamento, en lo que los columnistas locales describieron como «el Hyde Park del Cairo».
Esas luchas políticas y económicas del día a día contra el Estado significaron una rápida corrosión de la legitimidad del régimen de Mubarak, suponiendo que alguna vez existiera ésta.
Para octubre de 2010 ya se respiraba decididamente algo en el ambiente. Se hizo normal toparse con huelgas aquí o allá de camino al trabajo. Los funcionarios que volvían a casa se cruzaban con activistas que llevaban a cabo pequeñas protestas en el centro del Cairo. Miraban y, muy ocasionalmente, reaccionaban. Pero eran testigos de un despliegue visual de disidencia cotidiana.
Y entonces atravesó Túnez su propia revuelta, derribó a un tirano, y lo que es más importante, la revolución se televisó a la vista de millones de espectadores de Egipto y otros lugares, de nuevo en buena medida a través de Al Yasira. No fue más que uno de los numerosos catalizadores: los diarios incidentes de brutalidad policial proporcionaron muchos más.
El levantamiento que se inició el 25 de enero de 2011 fue el resultado de un largo proceso en el que el muro del temor se derrumbó trozo a trozo. La clave de todo ello consistió en que las acciones sobre el terreno se transmitieron visualmente a la mayor audiencia posible. Nada contribuye tanto a la erosión del propio miedo como saber que hay más gente en otros lugares que comparte el mismo deseo de liberación y ha empezado ya a actuar.
Nota: [1] Kefaya y el-Hamla el-Sha3biya organizaron su primera manifestación cairota contra Mubarak frente al Tribunal Supremo el 12 de diciembre de 2004.
Hossam el-Hamalawy , activo periodista independiente egipcio radicado en El Cairo, cuenta con página en la Red: www.arabawy.org . Una selección de sus espléndidas fotos en blanco y negro tomadas durante la revuelta puede verse en http://www.guardian.co.uk/commentisfree/gallery/2011/feb/11/egypt-protest#/?picture=371625685&index=0
Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4022
http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2011/mar/02/egypt-revolution-mubarak-wall-of-fear