La revolución sudanesa ha logrado importantes victorias. Pero aún debe luchar para que el poder pase del control de las fuerzas militares al de las fuerzas populares. El 17 de agosto se firmó un acuerdo constitucional entre el movimiento popular sudanés y las fuerzas armadas. El artículo que sigue fue publicado inicialmente el 30 de […]
La revolución sudanesa ha logrado importantes victorias. Pero aún debe luchar para que el poder pase del control de las fuerzas militares al de las fuerzas populares. El 17 de agosto se firmó un acuerdo constitucional entre el movimiento popular sudanés y las fuerzas armadas. El artículo que sigue fue publicado inicialmente el 30 de julio en el diario árabe Al-Qods al-Arabi y fue reproducido en la web del Partido Comunista sudanés.
En ese momento, tras la primera fase marcada por la caída de Omar al-Bachir el 11 de abril y la segunda por la retirada del CMD el 5 de julio, la revolución sudanesa entró en una tercera fase. El FDFC, y en particular su principal componente, la Asociación de Profesionales sudaneses-SPA), son conscientes de que cada nueva fase es más complicada y peligrosa que la precedente y siguen impulsando la movilización masiva, reforzándola de cara a futuras confrontaciones.
Las victorias obtenidas hasta el presente son parciales: fundamentalmente, se trata de un acuerdo entre el viejo régimen representado por el CMD y la revolución impulsada por las FDFC.
El compromiso que inaugura la tercera fase está recogido en el acuerdo político firmado por ambas fuerzas el 17 de julio. Este compromiso refleja la dualidad del poder en esta fase transitoria entre, de una parte, una dirección militar que trata de preservar el control de los ministerios de Defensa e Interior (es decir, las fuerzas armadas y de seguridad), como lo hizo el Consejo Supremo de las fuerzas armadas en Egipto tras haberse desembarazado del presidente Hosni Moubarak el 11 de febrero de 2011; y, de otra parte, una dirección revolucionaria que moviliza las masas para hacer frente a los militares y tratar de dirigir el movimiento de masas en una guerra de posiciones que le permita controlar el país de forma progresiva.
El objetivo de las FDFC es de alinear a la mayoría de las fuerzas armadas a favor de los objetivos civiles y pacíficos del movimiento, con el fin de aislar a su ala más reaccionaria. El principal representante de la misma es el comandante de las Fuerzas paramilitares de apoyo rápido (FSR) Muhammad Hamdan Dagalo (conocido como Hamedti), apoyado por el eje reaccionario regional constituido por el reino saudí, los Emiratos árabes unidos y el régimen egipcio de Abdel Fattah al-Sissi.
Es en este contexto en el que el Partido Comunista sudanés lidera las filas de los críticos con el acuerdo del 17 de julio y las concesiones del FDFC, comprometiéndose a continuar la lucha hasta la plena consecución de los objetivos de la revolución recogidos en la Declaración para la libertad y el cambio adoptada el 1 de enero pasado. Se equivocan quienes consideran que esta posición divide y debilita al movimiento.
Otras fuerzas clave del movimiento, en particular en el seno de la Asociación de profesionales sudaneses, comparten el sentimiento de los comunistas frente a las condiciones que quieren imponer los militares como precio a pagar para compartir el poder. Que una parte del movimiento no vinculada al acuerdo continúe ejerciendo presión revolucionaria a fin de alimentar la radicalización del proceso actual y de contrapesar la presión reaccionaria ejercida por las fuerzas integristas islámicas (presión que el CMD invoca de forma permanente para consolidar su posición), va en interés de la revolución sudanesa.
La próxima etapa de la fase actual consiste en adoptar el Documento constitucional de transición [firmado en Jartum el 17 de agosto], que combina principios muy progresistas -más avanzados que los inscritos en las constituciones de todos los Estados árabes, incuso en la nueva Constitución tunecina- con la formalización del equilibrio actual de las fuerzas y la dualidad del poder, legislando la participación de la jefatura militar en el ejercicio del poder político de una peor manera que en la actual constitución de Egipto.
Sin embargo, con todos sus defectos, este compromiso está siempre bajo la amenaza del mando militar que por todos los medios intenta esquivar las exigencias del movimiento y pervertirlas en la práctica, como recientemente lo hizo con la pretendida investigación sobre la masacre perpetuada por las FSR. Por otra parte, el ala más reaccionaria de las fuerzas armadas continúa tratando de revertir el compromiso y forzar la situación hacia un golpe de Estado militar, como lo ilustra el asesinato de manifestantes a El-Obeid [ciudad en el centro de Sudán, en Kordofán del norte] el 29 de julio.
«El poder nace del fusil» reza una de las citas más conocidas del líder de la revolución china Mao Zedong. Esta expresión proviene de una experiencia revolucionaria que triunfó por las fuerza de las armas gracias a una guerra popular prolongada. Pero también expresa una verdad fundamental: el poder político nunca es total si no se tiene el control de ejército. En efecto, el mayor desafío de la Revolución sudanesa consiste en hacerse con el control de las fuerzas armadas, orientando hacia ese objetivo la fuerza del movimiento popular no armado.
Si la revolución consigue entrar de forma pacífica en una cuarta fase con una dualidad de poder encarnada en las instituciones gubernamentales en las que predomine el movimiento popular, la capacidad de la dirección revolucionaria para satisfacer la aspiración de las masas a la paz y sus reivindicaciones sociales y económicas será crucial para permitirle tomar el control de las fuerzas armadas y democratizarlas. Sin eso, la Revolución sudanesa se hundirá en el fango a medio camino y, por tanto, podrá terminar cavando su propia tumba como ya ocurrió en la historia de Sudán y en la historia de los movimientos populares de todo el mundo.
* Gilbert Achcar, es profesor en SOAS, universidad de Londres. Artículo publicado en Jacobin el 18/08/2019 traducido al francés por A l´encontre.