Recientes acontecimientos parecen dar la razón a quienes sostienen que el poder hegemónico del imperio estadounidense empieza a mostrar claras señales de decadencia. El viaje de Bush a Europa y el mismo tono conciliador y grandilocuente de su discurso de posesión indicarían que Washington entiende la necesidad de retornar a un cierto multilateralismo, es decir, […]
Recientes acontecimientos parecen dar la razón a quienes sostienen que el poder hegemónico del imperio estadounidense empieza a mostrar claras señales de decadencia.
El viaje de Bush a Europa y el mismo tono conciliador y grandilocuente de su discurso de posesión indicarían que Washington entiende la necesidad de retornar a un cierto multilateralismo, es decir, reconocer el papel de las otras potencias menores y regresar al seno de la ONU y demás instancias internacionales. Una especie de acto de humildad ante la evidencia de la inutilidad de su anterior arrogancia con los aliados
Por supuesto, aún debe comprobarse hasta donde la atmósfera de reconciliación de Bush con los europeos logra traducirse en las ayudas urgentes que Estados Unidos requiere en sus aventuras bélicas y en general en la normalización efectiva de las relaciones. Las guerras de Afganistán (que está lejos de haber terminado) y de Irak ponen de manifiesto las debilidades estratégicas del imperio y las torpezas evidentes del Pentágono. Éstas últimas se pueden subsanar cambiando a los responsables (¿saldrá finalmente Rumsfeld?). Lo que no parece ya tan fácil es resolver la evidente limitación bélica de los Estados Unidos. A duras penas logran mantener la actividad militar en Irak y nada parece indicar que en el futuro las cosas mejoren. La situación de Afganistán es, en muchos aspectos y a pesar de las «elecciones», mucho peor que antes. ¿Podría Washington realmente lanzar una nueva ofensiva militar en alguna parte del planeta? De ser así, sería a todas luces un salto al vacío, una temeridad que solo vendría a poner de relieve una vez más sus debilidades estratégicas en el orden militar. En efecto, en las trampas de Afganistán y sobre todo de Irak el poderío militar estadounidense parece agotado y aquellas declaraciones de Rumsfeld afirmando que los Estados Unidos podían hacer dos o tres guerras al mismo tiempo no eran más que bravuconadas; tan irreales como los pronósticos alegres que hicieron sobre la posguerra en Irak.
Pero Europa poco puede o quiere hacer para sacar las castañas del fuego a los estadounidenses. Más probable es que la Unión Europea aproveche la coyuntura y consiga que Washington presione de verdad a Sharon. Si los israelíes perciben que los Estados Unidos están dispuestos a ciertas revisiones en su política de apoyo incondicional no podrán seguir manteniendo su conducta prepotente, jalonados por la derecha más cerril del fundamentalismo cristiano de Occidente. Tendrían que ceder pues ellos no son más que peones en el ajedrez mundial.
El levantamiento europeo del embargo de armas a China (probablemente en mayo de este año) responde a los intereses económicos y políticos de Europa que no puede permitirse el lujo de debilitar sus vínculos con el gigante asiático simplemente para satisfacer a su aliado. Sin duda, la expansión china afecta muy directamente a los intereses estadounidenses, pero si esos intereses no coinciden necesariamente con los de Europa todos los discursos acerca de la gran alianza entre los dos lados del Atlántico se convierten en papel mojado. Tampoco los estadounidenses actúan pensando en no afectar los intereses europeos.
Las amenazas abiertas y groseras de varios importantes parlamentarios estadounidenses contra Europa por este levantamiento del embargo de armas a China parecen más pataleos de impotencia que manifestaciones de poderío; tienen muy pocas posibilidades de convertirse en realidad.
Pero la administración Bush parece sin embargo prisionera de su propia dinámica imprudente y de su megalomanía. No de otra manera se puede entender la actitud de Washington frente a Irán, si bien la invasión que hace unas semanas parecía inminente se pospone, en palabras de Rice y Bush, «por ahora». Los más belicosos en el Pentágono parecen haber escogido entonces a Siria como la víctima más fácil. El oscuro asesinato del ex primer ministro libanés más parece obra de ciertos servicios secretos que una acción de Siria. Damasco es la capital menos interesada en el asunto, sobre todo cuando desde hace tiempo ha estado sometida a fuertes presiones de Occidente y a la amenaza abierta de Washington. En realidad, el magnicidio beneficia solo a quienes desean ampliar la guerra en al área. De momento Occidente acusa pero sin presentar pruebas convincentes que involucren a Siria. Pero eso ya no es tan importante; si es necesario, las pruebas se fabrican. Ya lo hizo Estados Unidos en el caso de Irak. Aún recordamos al sr. Powell mostrando pruebas falsas en la asamblea de la ONU, con videos fabricados a propósitos y frasquitos de perfume que hizo valer como terribles armas biológicas en poder de Sadam Hussein..
Si los iraníes logran fabricar su bomba atómica en estos meses ¿Cambiará el tono amenazante de Washington con Teherán por otro de llamamientos conciliadores como los que dirige a Pionjang, que ya tiene armas nucleares?. Sería una nueva confirmación de que el supuesto poderío inconmensurable e imbatible de Norteamérica es más bien un arma de propaganda que se corresponde poco con la realidad. El desarrollo de bombas atómicas de pequeña dimensión (en proceso de investigación y fabricación) respondería precisamente a la necesidad de compensar con estas armas la impotencia y vulnerabilidad real de un ejército disperso por todo el planeta, con dificultades de reclutamiento y que puede llegar a estrangular la misma economía con sus exigencias presupuestarias, al parecer sin límite. Basta recordar los presupuestado para la agresión a Irak y el gasto real efectuado.
Resulta cuando menos paradójico que los Estados Unidos acuse a Corea del Norte y a Irán ante la comunidad internacional por el real o supuesto desarrollo de armas atómicas cuando ellos mismos continúan siendo la única potencia que las ha empleado contra la población civil inocente, las almacena en cantidades suficientes para destruir toda huella de civilización sobre el planeta y continúa desarrollándolas en la actualidad. Ellos pueden hacerlo, los demás, no.
Pero en América Latina tampoco escampa. La prensa estadounidense ha abundado en estos días en críticas muy duras contra el sr. Roger Noriega, uno de los «arquitectos» de la política gringa en el área. Con la victoria de la izquierda en Uruguay, Washington pierde uno de sus más fieles aliados y se va quedando más solo que nunca en el área. Su proyecto de libre comercio (ALCA) ha tenido que contentarse con unos tratados bilaterales que encuentran cada día mayor oposición local. Además, se fortalece la competencia de MERCOSUR y son mejores las perspectivas de un bloque de integración regional en torno al eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires. El avance general de la izquierda, la irrupción de China en el continente en abierta competencia con los Estados Unidos y el fortalecimiento del proyecto revolucionario de Chávez muestran a las claras qué tanto control he perdido el imperio en lo que siempre consideró «su patio trasero». En este momento, la inmensa mayoría de los habitantes del subcontinente está regida por gobernantes que se distancian en mayor o menor medida de las directrices de Washington y buscan reafirmar su soberanía nacional en muchos campos. Hasta Rusia, la empobrecida Rusia entra a la competencia con los Estados Unidos en el área. Ante la negativa de Washington a vender a Venezuela repuestos para sus aviones y otros equipos bélicos (comprados en su día a los Estados Unidos), el presidente Chávez los adquiere en Rusia y Brasil ante el estupor, el enojo y la impotencia de Bush.
La misma conducta absurda frente a Cuba se agota. Ya son muchos los intereses afectados por tanto fundamentalismo anticomunista trasnochado que solo apoyan unas minorías mafiosas de exilados en Miami. Una reciente encuesta mostraba como sólo un escaso porcentaje de cubanos en el exilio estaría dispuesto a regresar a la Isla. Además, son ya mayoría los cubanos del exilio que no comparten ni el boqueo contra Cuba ni las recientes medidas de Bush que al final les afectan, a ellos y a sus familiares residentes en la Isla.
A Washington le quedan cada vez menos «amigos fieles» en América Latina. En México todo parece indicar que en las próximas elecciones ganará la izquierda. En Nicaragua, podría ocurrir lo mismo con el regreso al poder del Frente Sandinista (el mismo contra el que Washington organizó una guerra criminal e ilegal). En Centroamérica y el Caribe solo le queda a Bush el apoyo de pequeños países sin mayor peso específico y en Colombia la reelección del derechista Uribe Vélez ya no es tan segura. Además la guerra contra las FARC, apoyada masivamente por los Estados Unidos ha pasado de la euforia inicial al desconcierto ante el contraataque fulminante de la insurrección (¿Preocupa también a Washington que tiene destacados en Colombia más de mil militares y «asesores» participando directamente en los combates?. Tres de ellos ya son «prisioneros de guerra» de los insurgentes). Alejandro Toledo (Perú) y Lucio Gutiérrez (Ecuador), que a duras penas sobreviven a sus propias crisis tampoco parecen aliados muy sólidos de Washington y Bolivia es una bomba de tiempo que no augura nada bueno en el futuro inmediato a los intereses estadounidenses (el presidente Mesa acaba de renunciar).
En este contexto de incertidumbres no andan entonces nada descaminadas las voces amigas de Washington que proponen un cambio substancial de política exterior. El fundamentalismo de los duros del pentágono no puede haber arrojado peores resultados. Pero no parece fácil predecir el posible desenlace. No está claro aún cómo van a resolverse las contradicciones entre los fundamentalistas de mando dura y guerra preventiva y los pragmáticos que saben distinguir entre la realidad y los discursos ideológicos. Es pronto para saber si las frases melosas de Bush se traducen en nuevas políticas y en otra atmósfera en el mundo, o por el contrario su segunda administración será presa de la misma dinámica endemoniada de un imperialismo sin paliativos que caracterizó a la primera.