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La semana que provocó la caída de Ben Alí

Fuentes: Le Monde diplomatique

Traducido para Rebelión por Caty R.

Desde el 4 de enero de 2011, día de la muerte del joven Mohamed Bouazizi, que se suicidó prendiéndose fuego el 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bouzid, Le Monde diplomatique decidió enviar a un periodista a Túnez. Del jueves 6 de enero al jueves 13 de enero ha surcado el país, de la capital a Tozeur, de Metlaoui a Gafsa, de Sidi Bouzid a Sfax y después a Sousse. Su artículo aparecerá en nuestro dossier del número de febrero, dedicado a los resortes de la revolución tunecina y a la onda expansiva que ha causado en los países árabes. Mientras tanto, aquí va el relato día a día de una semana que ya forma parte de la historia moderna de Túnez.

I. Crecimiento de la ira social

Jueves, 6 de enero.

Túnez. El silencio de los medios de comunicación.

10:15 h., aeropuerto de Túnez-Cartago. Me registro como «turista» y me declaro «profesor». La policía de fronteras no pone ningún impedimento. Destino solicitado: «Tozeur, hotel Ksar El Jerid», en el centro de la gran ciudad turística situada a 600 kilómetros de la capital, en el sureste del país, muy cerca de la frontera argelina. La víspera, el miércoles 5 de enero, el cuerpo de Mohamed Bouazizi, el joven bachiller que se prendió fuego el 17 de diciembre de 2010, fue enterrado al norte de la ciudad de Sidi Bouzid, en el centro del país, a 250 kilómetros al sur de la capital, ante una multitud rebelde e indignada de seis mil personas.

Todos conocen ya su nombre y las circunstancias de su muerte. Abofeteado en público por un agente de policía que le confiscó su carrito de vendedor ambulante de frutas y verduras, Mohamed Bouazizi acudió al ayuntamiento para quejarse. Se negaron a recibirle. Nadie quiso escucharle. El joven se fue y después volvió ante el edificio, se roció con gasolina y se inmoló en la plaza pública. Le llevaron al hospital de Gafsa y después a Túnez. El 28 de diciembre de 2010, una foto de propaganda oficial que presentaba al presidente Bel Alí a la cabecera de su cama en el hospital empezó a circular por los periódicos e Internet. El presidente tomó por primera vez la palabra en la televisión hablando de «instrumentalización política» del suceso. El 4 de enero Bouazizi fallecía en el hospital como consecuencia de sus heridas.

Dos días después, el jueves 6 de febrero, ya nadie duda de que el acto desesperado de este joven de 26 años será el detonante de la mayor revuelta popular de la historia moderna de Túnez. De momento el centro de Túnez está calmado y sereno, la temperatura suave (20º) y los grupos de turistas aprovechan para disfrutar de un aperitivo de la primavera. Los autobuses de los tour-operadores se preparan para dirigirse a La Marsa, a Cartago, o para tomar la autovía que conduce a Hamammet, Sousse y Monastir, las grandes ciudades balnearios de la costa del Sahel.

Final de la mañana, un kiosco de prensa en la esquina de la larga y famosa avenida Bourguiba. Ninguno de los cinco títulos en lengua francesa –Le Temps, La Presse, Le Renouveau, Le Quotidien y Tunis l’Hebdo- habla de la historia de Mohamed Bouazizi ni de los primeros levantamientos que se multiplicaron entre el 19 y el 24 de diciembre en las ciudades vecinas de Sidi Bouzid. Las «primeras» de los cuatro periódicos, así como las de los periódicos en lengua árabe, están dedicadas invariablemente a las medidas de aplicación del programa de «desarrollo regional» decidido el 15 de diciembre por el presidente Ben Alí. 

 
Hamammet, Monastir, Sousse, Sfax: la autovía bordea el Mediterráneo a lo largo de casi 300 kilómetros en el este del país. Cuatro horas de coche durante las cuales ninguna emisora de radio habla en ningún momento del caso de Bouazizi. Música, deportes y asuntos de sociedad forman el programa de las quince emisoras que salpican las ondas. Silencio en los medios oficiales, por lo tanto. Y así será durante seis días, hasta el martes 12 de enero. Cerca de Sousse, una gasolinera. La cafetería está animada, llena de familias tunecinas y de turistas. Una joven pareja tunecina, de pie, toma bocadillos. Sólo con oír el nombre de «Sidi Bouzid», el marido hace una seña a su mujer de que es hora de salir… Nadie se atreve a hablar de los sucesos que sin embargo comenzaron en el país hace ya más de dos semanas.

Menzel Bouzaiene,

«En Argelia, por fin, los jóvenes se atreven a rebelarse»

Por la tarde. Un sol bajo dora los campos y las fachadas de las casas de la pequeña ciudad de Menzel Bouzaiene, a unos cien kilómetros al oeste de Sfax. Un ferrocarril de vía estrecha hace la ruta transversal que une Sfax con Gafsa, en el sur de Túnez, al norte de los lagos salados El Fedjej y El Jérid. Breve parada a la orilla de la carretera en el mesón de Mehdi, un tunecino de unos treinta años. No habla francés, pero domina el italiano. «Una estancia de dos años en Génova», explica, encantado de poder hablar esa lengua. No hay ningún cliente en su establecimiento. Es el primero que acepta, por fin, hablar del suicidio de Bouazizi.

Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.El punto de venta de gasolina vacío

«Usted está aquí, en la gobernación de Sidi Bouzid», me indica. «La ciudad de Sidi Bouzid está apenas a 40 kilómetros, al norte. Su gesto nos concierne a todos. Todavía hay mucha tensión allí. Las familias están encolerizadas. Han detenido a muchos jóvenes». Se aproxima y baja la voz haciéndose más preciso: «Desde el 19 de diciembre, las ciudades de la región han reaccionado, ha habido muchos arrestos. El 24 de diciembre, antes de la muerte de Mohamed, ya hubo, aquí mismo, enfrentamientos con la policía. Muchos jóvenes se reunieron cerca de la comisaría y la policía disparó munición real. ¡Dos muertos! Tengo una decena de amigos en prisión». Dos muertos el 24 de diciembre de 2010. Seguramente las primeras víctimas de una larga serie.

Detrás de Mehdi un cartel pegado en el muro es un retrato de Ben Alí con la bandera de Túnez. El hermano mayor de Mehdi entra de repente cargado con carne de cordero. Ambos se afanan preparando la barbacoa para la noche. «Es imposible ir a Sidi Bouzid», dice el recién llegado. «La policía acordonó la ciudad. Es peligroso ir allí. Pero se calmará. Sin embargo, ¿Ha visto? ¡Se caldea el ambiente en Argelia!». Mahdi toma el mando a distancia y conecta la televisión en la cadena Al-Yazira.

Imágenes de enfrentamientos, lanzamientos de piedras, violentas cargas policiales. En la pantalla ¡Argel parece Gaza! «Ahí, al menos, los jóvenes no tienen miedo de rebelarse por fin», dice amargamente el hermano de Mehdi. Dos hombres con abrigos de lana oscuros acaban de sentarse a una mesa fuera. Mehdi cambia rápidamente de canal. Ahora un cantante egipcio interpreta su balada amorosa. Mehdi ha tenido tiempo de hacerme una seña discreta. Dos policías vestidos de paisano…

Viernes, 7 de enero

Tozeur,

«Riesgo de sublevación en todos los barrios pobres»

El hotel está lleno de turistas italianos en vacaciones escolares. En la ciudad los numerosos puestos del bazar están abiertos hasta tarde. Es aquí, en Tozeur, donde nació en los años 90 la denominación de «gazelle» reservada a las jovencitas extranjeras que venían a disfrutar de las piscinas y de la proximidad del desierto. En la terraza del café Le National cinco hombres entre 40 y 60 años están sentados en torno a sus capuchinos, esos expresos cortados con leche. Animados, hablan en árabe de los disturbios. Cuando me acerco la desconfianza interrumpe su conversación.

Presentaciones. Les explico que soy «un profesor francés de vacaciones, sindicalista en Francia». La mayoría de ellos también son profesores y miembros de la rama «Profesores de Secundaria» de la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT). Rápidamente se sueltan las lenguas y se pronuncian los nombres de Mohamed Bouazizi y Sidi Bouzid. «Ayer los abogados hicieron una huelga general en Túnez y en otras ciudades», precisa uno de ellos, un profesor jubilado. Su vecino continúa: «Esta noche hubo enfrentamientos violentos en Thala y Saida, en el centro del país. Varios muertos…»

El más joven de mis interlocutores me propone entrevistarme con una figura local responsable de la UGTT. Telefonea con su móvil. Veinte minutos después me encuentro con Hamdi, delegado local y miembro del comité ejecutivo en el buró regional. De unos sesenta años, los cabellos tan blancos como su bigote, Hamdi me recibe en los locales del sindicato, a doscientos metros del edificio de la gobernación de Tozeur. En un francés perfecto me explica: «No hay ninguna ‘instrumentalización política’ como declaró el presidente el 28 de diciembre. Sidi Bouzid, Thala, Saida, es simplemente el hartazgo de los jóvenes frente al desempleo que gangrena este país».

Hamdi se ausenta diez minutos. Quiere mostrarme un documento sobre la región de Sidi Bouzid. En las paredes de su oficina presiden los retratos en blanco y negro de los dirigentes históricos de la UGTT desde su creación en 1947. A su regreso, el dirigente sindical me presenta un delgado informe realizado por el sindicato, redactado en árabe y titulado «Desarrollo económico en Sidi Bouzid: entre mito y realidad, agosto de 2010». Lo hojeamos juntos. Hamdi traduce. «Casi el 50% de desempleo entre los jóvenes licenciados en Sidi Bouzid», indica. «Y es lo mismo en todo el centro, el oeste y el sur del país. En realidad las únicas regiones que se salvan son las zonas turísticas: Tozeur y la costa del sahel (…) La tasa de escolarización hasta la selectividad es del ¡95%!, eso está bien, ¿pero dónde están las salidas?»

Dejando el documento, Hamdi fuma nerviosamente su cigarrillo. «Lo de los abogados está bien, pero no será suficiente. Lo mismo las manifestaciones de artistas y profesores que se han hecho hoy aquí y allá. Todas las escuelas deben reaccionar. En el sindicato llamamos a una gran huelga de profesores de primaria y secundaria el 26 y 27 de enero». Silencio. En varias ocasiones responde al teléfono. «¿El 26 y 27 de enero?, ¿dentro de tres semanas?». Mi pregunta le deja pensativo. Hamdi me indica: «Falta mucho, sí. No estoy seguro de que no sea demasiado tarde. Se lo he dicho a los dirigentes del sindicato, pero están muy vinculados al poder. Creo que de aquí a entonces puede ocurrir el levantamiento de todos los barrios pobres de las ciudades del centro y del sur».

Sábado, 8 de enero

Tozeur

La información en tiempo real en France24 y Al-Yazira

Debo inspirar confianza. Ando solo desde hace dos días, tengo que encontrar un guía y traductor. Nacido en Kairouan, Wael, de 45 años, es perfectamente francófono. Lo encontré en un café en Tozeur mientras él miraba Al-Yazira, aceptó hacerme de traductor quedándose conmigo durante varios días. Sabe que nuestro recorrido pasará por ciudades conflictivas, pero acepta el riesgo. Desde hace más de quince años, este albañil de profesión completa sus ingresos como conductor de 4×4 por los circuitos turísticos en la región de Tozeur. «Curro al día, de vez en cuando, sobre todo en verano, generalmente en misiones que van desde las cinco de la mañana hasta la media noche, me pagan 20 dinares tunecinos diarios [10 euros, ndlr] y sin saber nunca de antemano si me van a necesitar», precisa. Casado desde hace dos años, sin hijos, Wael mantiene con su salario a su mujer (sin trabajo), a sus dos hermanos menores (en el paro) y a su madre de 72 años, viuda desde hace diez.

Cuando llega por la mañana temprano Wael me cuenta que durante una buena parte de la noche ha seguido la actualidad en árabe en Al-Yazira y France24, las dos cadenas en lengua árabe más vistas en Túnez. «Hablan de las tensiones que hay desde el 19 de diciembre», me dice, «pero sus reportajes y debates ahora son muy elevados. Me enteré de que se ha censurado el periódico francés Le Monde en el país y de que a su periodista no le dan permiso para venir a Túnez. Han tenido lugar violentos enfrentamientos esta noche en Kasserine. Hablan de cinco muertos, entre ellos dos jóvenes». Después, tomando el volante, Wael intenta precisar: «Hay que tener cuidado. Podemos pasar a Redeyef, pero sobre todo no subir hacia Kasserine y Thala: la represión se ha vuelto muy severa allí. Iremos por Gafsa. Es más seguro».

Redeyef,

«¡Nunca pronuncies en público el nombre de Ben Alí!»

Redeyef, 11 h. La ciudad minera del gran yacimiento de fosfato gestionado por la Compañía General del Fosfato (CGP), en el corazón de la gran gobernación de Gafsa, vive horas aparentemente tranquilas. Un tren en miniatura, locomotora y vagones de transporte del mineral, preside como una escultura en medio de la encrucijada, cerca del bazar. «Aquí todo el mundo, o casi, trabaja en la mina o en las empresas de subcontratación», me informa Wael. En 2008, la gran huelga del «pueblo de las minas» de Redeyef (ver «Révolte du ‘peuple des mines’«, de Karine Gantin y Omeyya Seddik, Le Monde diplomatique, julio de 2008) dio a conocer la ciudad (40.000 habitantes) mucho más allá de las fronteras tunecinas.

Un pequeño restaurante de barbacoa cerca del centro de la ciudad. La sala está vacía. Encima de la caja, el eterno retrato del arrogante Ben Alí con traje oscuro, el cabello teñido y a su lado una enorme bandera de Túnez. Dos hombres vienen a almorzar. Se instalan a nuestro lado. Wael me hace una señal de que podemos hablar: el código se estableció hace una hora, en el coche.

Nuestro primer vecino, Meher, de unos cincuenta años, trabaja en una empresa de logística subcontratista de la CGP; el segundo, Ala, próximo a la jubilación, en la mina desde hace treinta años. Discusión sobre el desempleo y los salarios. «Ya en 2008 la huelga empezó aquí con la cuestión del reclutamiento de los jóvenes para la mina», precisa Ala. «Los sueldos de la CGP son bastante buenos», continúa Meher, «pero el número de personas que viven de ella crece sin cesar».

Progresivamente, la conversación deriva hacia la situación del país. Sidi Bouzid, Kasserine, Thala: ¿Quiénes son los agitadores? «Los jóvenes que se buscan la vida, sencillamente», lanza Meher. «Las ciudades más pobres del país, aquéllas a las que el régimen tiene abandonadas desde hace veinte años», añade Ala. En el calor de las opiniones cada vez más libres, señalo con el dedo el retrato del presidente de Túnez diciendo: «¡Ben Alí no estará muy contento!»

Silencio súbito, pesado. Ala y Meher no han terminado su comida, pero se levantan, recogen sus cosas y abandonan el restaurante sin una palabra. «No es necesario hablar así», se altera también Wael, mi traductor. «Puedes hablar de cuestiones sociales, suavemente, pero no pronuncies nunca en público el nombre de Ben Alí, ¡Nunca más!

Metlaoui

«La inmolación se ha convertido en el símbolo de nuestra revolución»

15 h. Llegamos a Metlaoui (50.000 habitantes) después de pasar la otra ciudad minera, Moulares. La carretera está bordeada de inmensas estructuras aéreas cerradas, destinadas al trasporte del fosfato. Un autobús nos cierra la carretera. La parada se prolonga. Sube un guirigay. La gente empieza a aglomerarse. A cien metros de nuestro coche una decena de jóvenes acaba de salir a la calle llevando una camilla metálica sobre la que yace el cuerpo de un hombre cubierto con una tela roja y blanca. «Es el joven que se inmoló hace dos días», me avisa Wael. «Van a enterrarlo». Silenciosa, la manifestación todavía no reúne más que a una veintena de jóvenes. Primeras fotos.

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Funeral de Mosbah Al Jawhari, que se inmoló el 6 de enero

Volvemos al coche y rodeamos por las callejuelas, lejos del zoco adonde se dirige el cortejo. Dejo a Wael con el coche al sur de la ciudad para subir hacia el centro a través del zoco. Por todas partes los comerciantes colocan deprisa sus puestos. Muchos se extienden hacia los barrios del sur. Remontando el denso flujo de hombre, mujeres y niños mezclados, un grupo se dirige hacia la gran arteria del centro de la ciudad. La calle se vació. A la izquierda, la cabecera de un cortejo avanza. Ahora son entre cuatrocientas y quinientas personas, sobre todo jóvenes.

Ningún eslogan, ninguna pancarta. Algunos gritos de mujeres de vez en cuando, esporádicos. Los rostros están tensos, serios. Ahora distingo perfectamente el cuerpo del difunto. Mi vecino se inclina hacia mí: «Es la tercera persona que se inmola. Hubo otro en Sidi Bouzid hoy mismo, un padre de familia de 50 años. La inmolación se ha convertido en el símbolo de la revolución». Más fotos. Una, dos tres… Justo antes de que una mano firme me agarre por la espalda. «Dame tu cámara», me lanza nerviosamente un joven de unos treinta años vestido de cuero negro. Me niego. Exijo que me enseñe su placa de policía. Rápidamente se unen cuatro hombres más que intentan impedirme que guarde la cámara en mi bolso. Fracasan.

Hacen varias llamadas por los móviles. El cortejo pasa ante nosotros. Se dirige al cementerio. «Va a venir un oficial de policía, síganos», ordena el policía vestido de civil. Un poco más allá el grupo me obliga a entrar en una tienda de fotografía. «Deja tu cámara, necesitamos las fotos. En Túnez no tienes derecho a fotografiar los edificios oficiales». Exijo que me dejen esperar al oficial con su placa. Con la mano en el bolso tuve tiempo, andando, de sacar discretamente la tarjeta de memoria y la escondí en un calcetín al atarme los cordones de los zapatos.

Llega el oficial, presenta su credencial y entrega mi cámara al gerente de la tienda -vacía. «¿Dónde está la tarjeta?», me increpa con rabia el oficial. «Olvidé ponerla esta mañana». La respuesta le pone nervioso. Duda, hace varias llamadas de teléfono. Nadie se atreve a registrarme. Terminan por dejarme marchar, con mi cámara, después de exigirme el pasaporte y apuntar mi identidad.

Wael me sigue esperando al sur del zoco. Enfilamos hacia Gafsa. En el coche se muestra serio. «Es muy arriesgado, abandono», me suelta. Por primera vez le veo asustado, como si estuviera evaluando lo que está ocurriendo en su país. Nos ponemos de acuerdo en que cuando lleguemos a Gafsa tomará un autobús para volver a su casa.

II. La indignación ante la represión policial

Domingo, 9 de enero

Gafsa

«¡La UGTT tiene que dar consignas!»

8 de la mañana ante la sede de la unión regional de la UGTT. Desde que he salido del hotel todo el tiempo me sigue un joven en moto, con casco y un pañuelo negro sobre el rostro. No me perderá de vista hasta que salga hacia Sidi Bouzid. Con una aglomeración de 150.000 habitantes, Gafsa es una de las mayores ciudades del país. Una quincena de personas discute en el pequeño patio del edificio sindical. El caso del inmolado de Metloui y el del segundo en Sidi Bouzid se han confirmado.

«Sobre todo en los barrios de Kasserine es donde está hora el jaleo», dice un delegado local de la UGTT. «Incluso han enviado al ejército. Es la primera vez desde el 17 de diciembre». A su lado, una mujer toma la palabra. De unos treinta años, es militante del Partido Democrático Progresista (PDP), una formación opositora legalizada desde 1988 pero que boicoteó las últimas elecciones y no tiene representantes en la Cámara de los Diputados. «¡Estoy harta de que la UGTT no se mueva! Es una traición. Los tunecinos lo recordarán», dice con virulencia.

La discusión se anima. «La dirección nacional de la UGTT está corrompida desde hace años», replica Skader, de 26 años, otro militantes del PDP. Tenemos que desbordarles localmente y obligarles a organizar reuniones y a convocar la huelga general». Hasta ahora la dirección nacional del sindicato no ha tomado ninguna posición oficial sobre los sucesos de Túnez. Aquí, en Gafsa, el escenario de un «desbordamiento» por la base es casi imposible, ya que el líder regional del sindicato ha demostrado una lealtad total al poder central. «Si conseguimos movilizar a los mineros, toda la cuenca puede bascular y hacer que caiga Ben Alí», asegura Skader.

En este círculo de militantes asociativos, políticos y sindicales, el tono se ha vuelto claramente político. La revolución social está a punto de convertirse en una protesta política contra el régimen. «Detrás de la cuestión del desempleo debe destacar la denuncia de un régimen liberticida que funciona como una mafia desde hace veinte años», afirma Skader.

Sidi Bouzid

«¡Mohamed no ha muerto en vano!»

Salgo de Gafsa parándome varias veces para pedir la dirección de Sfax. El joven que me seguía seguramente me ha oído. Después, aprovechando una larga avenida sin tráfico, acelero dejándole lejos detrás de mí. En la primera rotonda me desvío hacia Kairouan, en dirección a Sidi Bouzid.

Mediodía. La pequeña ciudad de Bir El Hfey (15.000 habitantes), a 60 kilómetros al norte de Gafsa, está en plena actividad comercial. Rica en frutas y verduras, famosa por su carne de cordero, esta comunidad situada en el corazón de la gobernación de Sidi Bouzid disfruta de tierras fértiles regadas por el río El Chaca, uno de los más grandes del país. «Puede pasar a Sidi Bouzid», me asegura un mesonero. «La policía está por todas partes, pero ahora la ciudad está en calma».

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Veinticinco kilómetros más al nordeste aparece la señal «Sidi Bouzid» a lo largo de una carretera bordeada de casas bajas sin ático, la mayoría inacabadas. Una comunidad en obras marcada por el desempleo y la represión policial, incluso antes de los enfrentamientos de diciembre de 2010. Cerca de la gran mezquita, dos decenas de policías con cascos y armados, miembros de las Brigadas de Intervención de la Gendarmería (BIG) y de las Brigadas de Orden Público (BOP) están apostadas cerca de la comisaría.

Separado, el barrio popular de Ennour Gharbi es un auténtico suburbio. Fachadas deterioradas, basura en las calles, niños que corren entre bolsas de plástico. Es el barrio donde vivía Mohamed Bouazizi. Sus tres hermanas, su madre, su tío y dos de sus tres hermanos viven en una modesta casa. Tras discretas negociaciones aquí y allá, sin dejar de vigilar los rostros que podrían corresponder a policías de civil, Zied, un muchacho de 25 años, decide ayudarme. Haciendo largos desvíos por el barrio, me lleva hasta la casa.

Es una sola pieza con cojines en el suelo. Leila, la mayor de las hermanas de Mohamed me agarra por la manga «Mohamed no ha muerto en vano», me dice con los ojos húmedos. Mire lo que está pasando en el país. ¡Es inaudito!». Durante tres cuartos de hora las hermanas y la madre de Mohamed me cuentan su historia, la historia de todos ellos. Después con el tío, instalado aquí desde la muerte del padre de familia, hace quince años, vamos en coche hasta la tumba del difunto, situada a 20 kilómetros al norte de Sidi Bouzid.

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La familia de Mohamed Bouazizi en su casa

Samia, de 15 años, Basma, de 19, Leila, de 24 y Manoubia, su madre, de 55, se colocan ante un ordenador prestado por un vecino. En la pantalla, la foto de Mohamed en una boda, en Facebook.

Bir El Hfey

«¡Está en nuestra casa, hará lo que le digamos!»

17 h., regreso a Gafsa por Bir El Hfey. La lección de Métlaoui todavía está grabada en mi cabeza. La tarjeta de mi cámara fotográfica ya está a salvo. A la salida de Bir El Hfey dos coches me cierran el paso. Bajan ocho hombres. «Su cámara, por favor» Exijo que me enseñen sus placas de policías. El jefe del grupo, un hombre de unos sesenta años, toma su móvil y discute largamente en árabe. Permanecemos en la orilla de la carretera una media hora.

«Síganos al puesto», dice de repente el que parece el jefe. Sube en mi coche y me ordena que aparque justo delante de la comisaría de la ciudad, a la orilla de la carretera. Una decena de policías vestidos de civil nos esperan, apostados delante del edificio. «Aquí tiene a la policía. La cámara, por favor». Todavía exijo una orden oficial para entregar mi cámara. Los policías de civil no me dejan entrar en la comisaría. Nuevos telefonazos. El jefe ha tomado mi pasaporte y espera noticias. Una orden seguramente. Forzosamente ya habrán establecido la relación con Metlaoui.

Todavía una hora delante del puesto. Espera interminable. Hacia las 18:30 h., cuando ya hace un rato que cayó la noche sobre Bir El Hfey, cuatro de mis guardias de paisano se arrojan súbitamente sobre mí e intentan arrancarme a la fuerza mi cámara guardada en mi bolso. Aferro mi chaqueta con la mano derecha para proteger mi material: «¿Qué hacen?, ¡He pedido una orden formal de un oficial de policía!»

Clavándome el codo derecho, esta vez el jefe del grupo ladra: «Está en nuestra casa, hará lo que le digamos». Me defiendo diez minutos hasta que uno de los hombres saca una porra de madera y me asesta un violento golpe en la mano derecha. Debido al dolor suelto la tela de mi bolso y los hombres huyen con mi cámara. La tarjeta sigue en el cuello de mi chaqueta. Por teléfono, el consulado de Francia me aconseja que me ponga a salvo. Me lanzo hacia mi coche y salgo disparado en dirección a Gafsa.

En mi retrovisor cuatro faros no tardan en rasgar la noche. Están como a un kilómetro detrás de mí. Con mi pequeño Chevrolet alquilado en el aeropuerto de Túnez, no tengo elección: 180 kilómetros por hora por esa carretera desierta, en plena noche, con una sola mano válida para sujetar el volante. Con el miedo en el cuerpo. Con la certeza de que van a cazarme aquí, en pleno desierto, solo. Y podrían hacer lo que quisieran… Treinta minutos que duran una eternidad. Media hora de angustia esperando las primeras luces de Gafsa. Por fin: demasiados testigos. Sus faros desaparecen detrás de mí. Dirección, el hospital de Gafsa.

Lunes, 10 de enero.

Gafsa

«Los francotiradores disparan a los jóvenes líderes a la cabeza»

Noche en Gafsa, bajo la protección de unos sindicalistas de la UGTT que me recogieron del hospital la noche anterior. Nueve de la mañana, ante la sede del sindicato. El joven en moto vuelve al servicio. Esta vez los sucesos de Túnez se discuten por todas partes. En los cafés, en Al-Yazira y France 24, hasta delante de las escuelas donde profesores y alumnos se reúnen regularmente. Pero, como de costumbre, nada en la prensa ni en las radios oficiales. Tras la agresión de Bir El Hfey, Karim, de unos sesenta años, miembro de Amnistía Internacional y simpatizante del movimiento de oposición legal Ettajdid («Por la renovación»), representado por dos diputados en la Cámara, se ofrece a acompañarme hasta Túnez.

«El presidente hablará por la televisión al mediodía, por segunda vez desde diciembre de 2010», me indica (la primera intervención de Ben Alí tuvo lugar el 28 de diciembre). Las autoridades declaran catorce muertos desde el 17 de diciembre. Pero las asociaciones humanitarias y los partidos de la oposición hablan de más de treinta. La víspera hubo enfrentamientos en la comunidad de Regeb, cerca de Sidi Bouzid: dos muertos y decenas de heridos. Y como siempre detenciones masivas.

En el pequeño patio del sindicato continúan las discusiones entre los militantes. Ahora hay unos cien, revolucionados por las noticias de la noche. «Circulan las fotos y los vídeos por Facebook», me explica Skader, el militante del PDP con el que me encontré la víspera. «Apostados en los tejados de los edificios, los francotiradores disparan a la cabeza a los jóvenes líderes de los motines». Como un reguero de pólvora, esta noticia da la vuelta a Túnez transmitida por Facebook, los teléfonos móviles y miles de mensajes electrónicos.

Meknassy

«¡Ya nadie cree las promesas del presidente!»

16 h. A medio camino entre Gafsa y Sfax me detengo con Karim en la pequeña ciudad de Meknassy. La radio acaba de anunciar la retransmisión del discurso de Ben Alí. Desde el 6 de enero es la primera vez que oigo hablar de los sucesos en las emisoras oficiales. Nos instalamos en un café ante la pantalla de la televisión. A nuestro alrededor unas veinte personas, jóvenes y mayores, miran la televisión. Los rostros están tensos. Un pesado silencio se cierne sobre la ciudad.

El rostro del presidente está serio, el tono seguro, las declaraciones en árabe académico. «Actos de terrorismo», «elementos extranjeros», las primeras palabras de Ben Alí hacen reaccionar a los asistentes. Hay dos policías de civil en la sala. Nadie se contiene, se pone atención, escuchamos de nuevo a Ben Alí. Después el presidente promete la creación de «300.000 empleos en dos años», «reuniones de concertación» con todas las autoridades locales, una «comisión de investigación»… La intervención ha durado menos de diez minutos. «Vámonos», me dice enseguida Karim. Los policías de paisano acaban de empezar a efectuar arrestos en el café.

En el coche Karim interpreta la intervención presidencial. «Ha aflojado un poco, pero ya nadie en Túnez cree en las promesas del presidente. El empleo, la concertación: es lo mismo que dice desde hace veinte años y nunca ha dispuesto los medios para hacerlo. Desde esta tarde, y mañana, seguro que continuarán las manifestaciones».

Sousse

«Es vergonzoso permitir que se masacre a los jóvenes pobres»

20 h., estamos en un restaurante de Sousse, una de las grandes ciudades turísticas del Sahel tunecino (650.000 habitantes). Karim habla con sus amigos por teléfono. «Ahora es en Gafsa», me anuncia. «En los barrios populares de El Ksar. Dos muertos, los bancos saqueados, detenciones». El mismo escenario se reproduce y se extiende. «En Kairouan también, y lo mismo en Gabes y Douz», continúa Karim. Las ciudades han llegado hasta aquí conteniendo la cólera social.

Nesrine, la hija de un amigo de Karim y una amiga suya, Nadia, se unen a nosotros. Ambas tienen 24 años y han venido de Gafsa para seguir sus estudios superiores en Soussa. Arregladas, vestidas al estilo occidental, ambas estudiantes -una de medicina y la otra de informática- tienen conciencia de formar parte de la clase media que se desarrolló en el país desde 1990. «Creo que Ben Alí está mal aconsejado», comienza Nesrine. «Es un buen presidente, pero se ha dejado influenciar por su segunda esposa, Leila. Son ella y el clan de los Trabelsi quienes dirigen y saquean las riquezas del país».

A su lado, Nadia es más discreta. Escucha a su amiga. Opina de vez en cuando. Pero con respecto a los francotiradores y la represión de los jóvenes desde hace tres semanas es intransigente: «El paro afecta sobre todo a los barrios populares», dice con la voz firme. «Aquí, en Sousse, la gente tiene trabajo. Pero si la policía continúa utilizando a esos francotiradores y mata sistemáticamente a los jóvenes, nosotros también nos moveremos. ¡Estamos en una democracia o qué! Es vergonzoso consentir que masacren todos los días a los jóvenes que se buscan la vida ante nuestros ojos».

III. El movimiento político

Martes, 11 de enero.

Túnez

«¡Esta vez se moverá Túnez!»

La capital. 11 h., de la mañana. Aparte de algunas manifestaciones de abogados, profesores e intelectuales, Túnez permanece en calma desde el comienzo de los acontecimientos. Karim me propone ir a los locales del movimiento Ettjdid, en pleno centro de la ciudad. La víspera por la noche, temiendo que el movimiento se extienda a las escuelas y universidades, el gobierno anunció el cierre total de todos los centros escolares del país.

Durante la jornada varios periodistas franceses y españoles se presentan en los locales. Especialmente la corresponsal de RFI en Marruecos, llegada esa misma mañana y autorizada oficialmente para trabajar en Túnez como «periodista». Me entero de que la víspera el corresponsal de Figaro estaba en Túnez. La situación se afloja. Finalmente el régimen ha comprendido que ha perdido la batalla de la comunicación. Cierto, los sitios donde se comparten los vídeos, YouTube y Dailymotion, siguen censurados, como la mayoría de los sitios que consulto («Error 404»), pero visiblemente Ben Alí ha decidido soltar un poco de lastre ante las informaciones que, de todas formas, pasan por Internet desde hace quince días.

Esta vez los periodistas oficiales hablan en primera plana del discurso que dio el presidente el día anterior. Artículos muy formales, pomposos, sin comentarios. La palabra para los funcionarios del régimen. Lo mismo en algunas emisoras de radio. Sin embargo, no impedirán que «eso mueva a la UGTT», me anuncia Salmi, un ejecutivo del movimiento Ettjdid. La dirección nacional se ha posicionado por primera vez declarando «legítimo» el movimiento de los jóvenes. Y ha condenado la represión policial. Varios militantes y personalidades de la oposición pasan por las oficinas de Ettjdid. Un corresponsal español incluso tiene ahí su domicilio desde hace una semana.

Hacia las 17 h. Nadhir, de 24 años, un joven estudiante de la Unión General de los Estudiantes de Túnez (UGET), el gran sindicato estudiantil fundado en 1953 y prohibido desde hace muchos años, se subleva contra el cierre de las universidades. «Tenían miedo de que nos uniéramos al movimiento», precisa. «Y es cierto que sin los locales de las escuelas y universidades es difícil reunir a los estudiantes y celebrar las asambleas». Pero Nadhir no pierde la esperanza: «Los barrios populares de Túnez [ciudades dormitorios de casi 500.000 personas] no están cerrados. Tengo la información. Esta vez se va a mover Túnez». La misma noche, bajo presión, los dirigentes de la UGTT anuncian que autorizan a algunas dirigencias regionales, entre ellas la de Sfax, a organizar localmente la «huelga general» desde el miércoles 12 de enero. El viernes 14 de enero será el turno de la capital.

Miércoles 12 de enero.

Sfax,

«El sábado estaremos todos en Túnez»

Rumbo a Sfax, 11 h. Yasmina, de 27 años, llegó temprano a la ciudad costera y turística de Sousse. Dos horas de coche por la autovía para llegar a Sfax, la gran ciudad portuaria del sur (con Gabès), situada a 300 kilómetros al sur de la capital. Con casi 500.000 habitantes es la segunda ciudad de Túnez y su puerto más grande después de Bizerte. «Ya es hora de que el sindicato desbloquee por fin la situación y entre en acción», indica Yasmina.

Alrededor de ella, en una placita del centro de la ciudad, lejos de los muelles, se han reunido cientos de jóvenes, profesores y trabajadores. Circulan los periódicos. Todos dan las noticias. «Hay que ir a Túnez esta noche», dice un manifestante. «Sí, incluso han desplegado al ejército en la capital», añade enseguida su vecino. «¡Lo nunca visto desde el golpe de Estado de Ben Alí en 1987!». Por todas partes se bajan las correderas de los comercios, se cierran los cafés, se clausuran los kioscos. «Es un éxito, casi el 90% de los habitantes de Sfax han respondido a nuestra llamada», se felicita Mohamed, de unos cincuenta años, militante de la UGTT local de los ferroviarios.

La situación económica y social en Sfax, sin embargo, es muy diferente de la de las ciudades del centro y el oeste del país. Aquí no hay enormes barrios populares estragados por la miseria y el desempleo. Ciudad próspera y puerto floreciente, desde hace casi dos siglos Sfax es una ciudad comercial dinámica gracias a los olivares, el ferrocarril y el transporte marítimo del fosfato. «Es una ciudad de burgueses y clase media», explica Mohamed. «Pero la gente está harta. La violencia del régimen contra los jóvenes de Kasserine o Sidi Bouzid han acabado por sacarlos de quicio también a ellos».

De repente, cerca del sindicalista dos jóvenes estudiantes se alarman «¡Están disparando en el barrio sur!», dice uno de ellos. Los teléfonos móviles funcionan a pleno rendimiento. «¡En Douz dos muertos!». Tensa, Yasmina escucha. Toma también su móvil. Todos escuchan. Todos se preocupan: «Hacen otras cosas en vez de escucharnos», dice Yasmina colgando. «Era una amiga en otro barrio de Sfax. Confirma que acaban de matar a un joven».

Yasmina forma parte de esa clase media que hasta ahora se ha beneficiado de la buena salud económica del país. «Es la primera vez que me manifiesto», me confía. «Aquí, el régimen va muy lejos. No son sólo los jóvenes desempleados quienes se van a mover, sino todos los tunecinos los que saldrán a la calle. El viernes todos estarán en la capital».

Regreso a la capital. Este mediodía Ben Alí anunció la destitución del ministro del Interior, Rafik Belhaj Kacem. Es la segunda remodelación desde diciembre. Otras seguirán. Según las autoridades, el número oficial de muertos llega a veintiuno en todo el país. Pero la sede de la Federación Internacional de los Derechos Humanos (FIDH) en Túnez habla «de al menos treinta y cinco muertos y miles de heridos y detenidos». Se ha decretado el toque de queda en Túnez y su periferia.

Jueves, 13 de enero.

Túnez

«Ningún tunecino podrá perdonar a Ben Alí»

Muy pronto por la mañana. Después de una primera noche de toque de queda, los vehículos del ejército continúan recorriendo los grandes ejes de la capital tunecina. Delante del ministerio del Interior, una treintena de policías uniformados montan guardia en la avenida Bourguiba. Las terrazas de los cafés empiezan a llenarse «¡Qué caos!» Al volante de su taxi, Mourad, de 48 años, despotrica en un mal francés. En el primer semáforo se inclina y saca de debajo de su asiento un trozo de madera del tamaño de un bate de béisbol «¡Mire con lo que hay que trabajar ahora!» dice harto. ¿Miedo de los motines? ¿De los jóvenes encolerizados? «No, ¡de eso nada! Es para los policías, ellos son los matones en Túnez».

Nacido en Kairouan, en el centro del país, este hijo de comerciante no estudió. Después de probar suerte en hoteles y comercios del Sahel (la costa tunecina), vino a Túnez en 1992 gracias a su padre y sus hermanos que le ayudaron a comprar su licencia de taxi. Y después «treinta años de endeudamiento», explica. «De todas formas, todo el mundo está muy endeudado en este país» En la radio, un periodista recuerda los principales sucesos de la víspera: «Dimisión del ministro del Interior», «apertura de una comisión de investigación sobre la corrupción», «huelga general en Sfax, numerosos heridos y dos muertos», «cinco muertos en Douz». Mourad escucha con atención.

«No dicen nada de los nuevos enfrentamientos de esta noche en Ettadhamen. Yo vivo allí, sé de qué hablo». Ettadhamen, una de las ciudades dormitorios de Túnez. Un barrio popular inflado por oleadas sucesivas del éxodo rural que empuja hacia la capital a miles de tunecinos desde hace decenios. Con las ciudades vecinas, casi 450.000 habitantes abandonados de los planes oficiales de la economía tunecina. «Esta noche nos han vuelto a despertar los disparos de la policía. Esta mañana he visto más autobuses y coches convertidos en chatarra. ¡Y nada en los periódicos!»

De repente Mourad decide hacer un recorrido para mostrarme su ciudad. El tráfico todavía no satura la capital. Es muy pronto. En una media hora llegamos a las calles de Ettadhamen que Mourad quiere mostrarme «Mire ahí», me dice señalando la carcasa calcinada de un autobús. Alrededor, las fachadas de las casas y comercios todavía ennegrecidas por los enfrentamientos de la noche. «Es la segunda noche de motines aquí. La próxima arderán todas las ciudades», comenta Mourad. Alrededor del taxi pasan jóvenes corriendo. A cien metros la policía ha levantado una barrera. «Es mejor que nos vayamos».

Media vuelta hacia el centro de la ciudad. Silencioso, el conductor vigila la carretera. Apaga nerviosamente la radio y despotrica contra un hombre que pasa justo delante de su vehículo. Después retoma el hilo de sus pensamientos. «Mañana es la huelga general en Túnez. Todo el mundo estará en la calle. En todo caso yo estaré. Y no conozco a nadie que no piense estar». ¿Será el fin del régimen de Ben Alí? Mourad no lo duda ni un segundo «Se acabó», dice sombrío. «Esta vez es el fin. Debió hacer las cosas antes. Ya es muy tarde. No podemos permitir que el clan de los Trabelsi [la familia de la segunda esposa del presidente Ben Alí, ndlr] siga saqueando el país como lo está haciendo. Bancos, hoteles, empresas de telecomunicaciones, agencias de automóviles… Se han apoderado de todo. Ya es muy tarde. Ningún tunecino le perdonará».

Túnez capital

Los francotiradores de Túnez-Cartago

Desde hace varios días los medios de comunicación e Internet hablan de que se han visto francotiradores en Thala, Kasserine y Douz. Las imágenes circulan por Facebook borrosas, imprecisas. Apostados en las terrazas de los edificios, esos tiradores serían los causantes de numerosas muertes entre los jóvenes manifestantes. La noticia ha contribuido ampliamente a la rebelión de los tunecinos frente a la represión policial que azota al país desde hace varios años.

¿Rumores? 9:40 h., jueves 13 de enero, delante de la entrada del aeropuerto de Túnez-Cartago. Después del toque de queda, los taxis depositan aquí a las olas de turistas y hombres de negocios que quieren abandonar el país. Tres 4×4 de color gris metalizado, con los cristales tintados, acaban de llegar a la puerta principal. Bruscamente, a la carrera, unos diez militares en uniformes de camuflaje y con chalecos fluorescentes salen del aeropuerto. Equipados con largos maletines negros y pequeñas maletas grises, suben a los 4×4 que parten en tromba. Cronometrada, la escena duró menos de un minuto.

Dentro, las caras ansiosas de los viajeros se vuelven a las pantallas de avisos. El vuelo de Air France de las 9 h. se ha anulado, los de Tunis Air están en dudas. En el bar de la planta de llegadas Pierre H. espera a los «colegas» que deben venir a buscarle. Este ex oficial francés, de unos sesenta años, prefiere no revelar su actividad profesional. Pero se fijó en el grupo de militares que acaba de ver atravesar el vestíbulo del aeropuerto.

«Seguramente sudafricanos, dice sin dudarlo. Esos maletines los conozco bien. Fusiles para francotiradores. Las pequeñas maletas grises son para las municiones» ¿Por qué de Sudáfrica? «¿Ha visto sus cabezas? Todos blancos. Son mercenarios entrenados allí. Su tarifa es de 1.000 a 1.500 dólares diarios».

La misma noche, de regreso en París, me entero de que el presidente Ben Alí se ha dirigido por tercera vez a los tunecinos. Esta vez con la cara demacrada, el presidente anuncia la liberación de las personas detenidas durante los enfrentamientos con la policía y el final de la censura informativa. No tiene nada que hacer. El recuento de la FIDH ha llegado ahora a los sesenta y seis muertos. Ya no hay vuelta atrás. A pesar del nuevo toque de queda, las revueltas continúan en Túnez y en el resto del país. Veinticuatro horas después, tras un último discurso, en dialecto árabe esta vez, durante el cual aseguró que no se presentará en 2014, Ben Alí huye de Túnez…

Karim me dejó el jueves 13 de enero antes de mi salida hacia el aeropuerto. Quiero darle las gracias calurosamente por los riesgos que asumió al acompañarme. Padre de familia, encarcelado en dos ocasiones por la policía de Ben Alí, nadie mejor que él sabe de lo que es capaz la policía tunecina. Desde el 14 de enero me envía información todos los días.

Sin su ayuda, y sin la de Wael antes, nunca habría podido permanecer en Túnez hasta el 13 de enero y recabar todos estos testimonios. También tengo que dar las gracias a todas las tunecinas y tunecinos que accedieron a hablar conmigo durante mi estancia.

Fuente: http://blog.mondediplo.net/2011-01-19-La-semaine-qui-a-fait-tomber-Ben-Ali