Las revueltas sin precedentes que protagonizan los pueblos del Magreb y el medio oriente están provocando la crisis y caída de regimenes agentes del imperialismo y del sionismo en toda la región. La solidaridad con la lucha de los oprimidos y explotados es un deber ético y revolucionario, y un aliento a las luchas en […]
Las revueltas sin precedentes que protagonizan los pueblos del Magreb y el medio oriente están provocando la crisis y caída de regimenes agentes del imperialismo y del sionismo en toda la región. La solidaridad con la lucha de los oprimidos y explotados es un deber ético y revolucionario, y un aliento a las luchas en contra del dominio del capital en todo el mundo. Estos levantamientos, verdaderos movimientos de liberación, profundizan la crisis de la hegemonía estadounidense y abren una nueva fase en el sistema global al romper el status quo regional.
La derrota que le inflingió el pueblo egipcio a Mubarak, como antes fue la caída de Ben Alí en Túnez, ha alentado y radicalizado las movilizaciones en toda la región. Algunos regimenes – Bahrein, Yemen – están acorralados, mientras otros -Argelia, Marruecos, Jordania- retroceden haciendo concesiones antes inimaginables. Los cimbronazos del estallido llegan también a Arabia Saudita, Palestina, Irán e Irak. Una búsqueda común de libertad contra regímenes despóticos, sostenidos por aparatos de terrorismo de Estado y por el imperialismo, enfrenta a los fieles garantes de las inversiones extrajeras y de las recetas neoliberales con las movilizaciones y rebeliones que conjugan reclamos sociales, políticos y de autodeterminación.
Hoy el epicentro del despertar de los pueblos árabes se encuentra en las tierras libias. El levantamiento popular iniciado el 14 de Febrero continúa creciendo; ya ha liberado vastas regiones del país y se acerca a la capital. Este levantamiento no está enfrentando a un líder revolucionario sino a un régimen despótico que tiene estrechos intereses comunes con Estados Unidos y Europa. En 2008, la ex secretaria de Estado Condoleeza Rice lo dejó muy claro: «Libia y Estados Unidos comparten intereses permanentes: la cooperación en la lucha contra el terrorismo, el comercio, la proliferación nuclear, África, los derechos humanos y la democracia». Entre otros esfuerzos que realizó Khadafy para normalizar sus relaciones internacionales, se cuentan haberle dado al Reino Unido los nombres de todos los republicanos irlandeses que se habían entrenado en Libia, o entregarle a su siniestro vecino Ben Alí los opositores refugiados en Libia. También es cómplice de la política migratoria de la UE, particularmente la italiana, convirtiéndose en un celoso guardián de campos de concentración donde interna a miles de africanos que intentan llegar a Europa. Así, las potencias occidentales olvidaron rápidamente sus diferencias de otros tiempos con Khadafy, como lo prueban los aviones y las bombas que se lanzan contra las manifestaciones y barrios populares, compradas a Gran Bretaña, Francia y España. No tienen fundamentos las posiciones de quienes, al contrario del propio Khadafy, que busca la complicidad de las potencias occidentales denunciando que Al Qaeda está detrás del levantamiento, reclaman que éste en realidad no es más un complot orquestado por el imperialismo que busca apropiarse del petróleo libio, sacándose de encima a un líder revolucionario y tercermundista.
Lo cierto es que el pueblo libio ha pedido el miedo, se levanta valientemente y ha dicho ¡basta ya!, como dijo una mujer ante unos de los pocos reporteros internacionales que pudieron entrar: «Queremos que se vaya, no podemos aguantar más. Han sido 41 años de represión, no tenemos nada. Todo el dinero, todas las tierras, todos los edificios, todo es suyo. Queremos que nuestro país nos pertenezca». Nos ponemos decididamente y sin vacilaciones del lado de esta mujer y de todos los libios que están luchando.
La respuesta criminal del clan de Khadafy alcanza dimensiones genocidas, al recurrir a mercenarios extranjeros, a la «persecución casa por casa» y al bombardeo de las concentraciones, que ha provocado rupturas en el ejército y al interior del gobierno.
Y recién entonces, cuando las cifras de muertos por la represión se cuentan por cientos o tal vez por miles, se despierta la mal actuada indignación de los organismos internacionales y los gobiernos que antes eran socios del régimen, los mismos que se mantuvieron en silencio mientras Israel hacia lo mismo contra el pueblo palestino en Gaza. El imperialismo tiene intereses que defender ante la segura derrota de su socio y aunque se encuentre en difíciles condiciones de actuar no podemos descartar que suceda. Ante esta posibilidad asumimos las palabras de los mismos libios que han advertido en un reciente comunicado: «¡No a la intervención militar extranjera! Cualquier intervención militar extranjera bajo cualquier concepto será considerada ocupación. Aunque sean Cascos Azules (ONU), serán tratados igual que los cascos amarillos (mercenarios) y se luchará contra ellos».
El triunfo del pueblo libio será un eslabón más que se rompe en la cadena de opresión y saqueo, impulsará con nuevas fuerzas los levantamientos populares en curso y arrinconará al Estado de Israel, derribando los equilibrios impuestos. América Latina puede hoy sentir que la lucha contra el neoliberalismo ya no la libra sola, que los procesos que abrió tienen una hermandad de intereses con los de los pueblos árabes, que la solidaridad que se exprese con los levantamientos en curso pueden alentar a recorrer un camino de revolución social.
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