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¿Una ideología defectuosa?

La tesis del choque de civilizaciones

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

«Nos odian porque no saben por qué nos odian».

Bill Maher

Instantánea, instintiva e implacablemente, el establishment de EE.UU. ha enmarcado los ataques del 11 de septiembre de 2001 en el lenguaje del choque de civilizaciones. Los terroristas islámicos atacaron a EE.UU. porque odian nuestros más preciados valores, nuestras libertades, nuestro modo de vida, nuestra civilización.

El presidente Bush no perdió tiempo al definir el lenguaje de este discurso en su primera alocución el 11 de septiembre de 2001. «Hoy», inició su arenga, «nuestros conciudadanos, nuestro modo de vida, nuestra mismísima libertad fueron atacados en una serie de actos terroristas deliberados y letales». Su tesis fue machacada de nuevo: «EE.UU. fue elegido para ser atacado porque somos el modelo más luminoso de libertad y oportunidad en el mundo».

El 20 de septiembre de 2001, el presidente volvió al tema en su discurso ante una sesión conjunta del Congreso. Por cierto, fue el eje de su discurso. «Los estadounidenses preguntan», nos dijo, «¿quién atacó a nuestro país?» Su respuesta: los atacantes son «una colección de organizaciones terroristas ligeramente asociadas conocida como al-Qaeda. Su objetivo es «rehacer el mundo e imponer sus creencias radicales a la gente por todas partes».

Los estadounidenses también preguntan, nos informa el presidente: «¿por qué nos odian?» Su respuesta es clara: «Nos odian porque ven aquí, en esta cámara, a un gobierno democráticamente elegido. Sus líderes se nombran a sí mismos. Odian nuestras libertades, nuestra libertad de religión, nuestra libertad de expresión, nuestra libertad de votar y de reunirnos y de estar en desacuerdo los unos con los otros». Ya no quedó en claro si «ellos» se refiere a al-Qaeda, a los árabes o a todos los musulmanes.

Un mes después de los ataques del 11 de septiembre, el presidente Bush hizo una conexión más explícita: «¿Cómo respondo», pregunta, «cuando veo que en algunos países islámicos existe un odio vitriólico contra EE.UU.?» Desde luego, el presidente se «sorprende de que haya un semejante malentendido sobre lo que es nuestro país, que conduce a esa gente a odiarnos. Soy como la mayoría de los estadounidenses, simplemente no lo puedo creer porque sé lo buenos que somos».

Ésta es entonces la ideología del establishment de EE.UU. cuando libra su «guerra contra el terror». Los musulmanes atacaron a EE.UU. porque odian lo que somos. Quieren destruirnos porque odian nuestra libertad, nuestras oportunidades, nuestras instituciones democráticas, nuestro modo de vida, nuestro patrimonio judeo-cristiano. Es un odio que es civilizacional. Está arraigado en la cultura iliberal, intolerante, misógina, anti-modernista y anti-científica de los musulmanes y su religión. Esta tesis es hilada mil veces por día por los políticos, la prensa y los expertos de EE.UU.

Esta ideología del choque de las civilizaciones actúa en diversos estratos. Primero, trata de explicar a los estadounidenses y al resto del mundo por qué Estados Unidos y el resto del mundo deben hacer esta guerra contra el terror. Segundo, la tesis del choque, defendida desde hace tiempo por los ideólogos sionistas dentro y fuera de Israel, es un instrumento para americanizar la guerra que Israel realiza contra los palestinos y los árabes. Tercero, la guerra contra el terror es en sí una cobertura que Estados Unidos utiliza para establecer un control más recio sobre el mundo.

Esta ideología es problemática. Primero, por lo endeble. Utiliza un mejunje estúpido para desviar la culpa por los ataques del 11 de septiembre de la política de EE.UU. en Medio Oriente: nuestro cobarde consentimiento ante la agresión israelí, nuestro apoyo vital a regímenes corruptos y dictatoriales en Medio Oriente, y la guerra y las mortíferas sanciones contra Irak desde 1990. Es endeble porque contradice nuestro entendimiento de la naturaleza humana. Como señala Charles Reese: «Es absurdo suponer que un ser humano que está sentado se levante repentinamente y diga: «Saben, odio la libertad, creo que me voy a hacer volar». [1] A pesar del incesante lavado de cerebro, la mayoría de los estadounidenses son capaces de comprenderlo.

La ideología falla por cuatro razones más, por lo menos. Si es su odio contra las libertades lo que motivó a los musulmanes a atacar a EE.UU., ¿por qué esperaron unos 200 años para comenzar sus ataques contra EE.UU. si comenzamos la cuenta con el atentado a los marines de EE.UU. en Beirut? La tesis del choque provoca otra pregunta: ¿por qué sólo EE.UU.? Por cierto, las libertades no son exclusivamente estadounidenses. Los árabes podrían haber encontrado varios objetivos más fáciles y más cercanos a sus bases de operaciones, en Europa. Tercero, si el mundo islámico odiaba tanto las libertades, ¿por qué jóvenes de todos los rincones del mundo islámico se dirigieron a Afganistán para combatir a los totalitarios soviéticos? Cuarto, si los atacantes odian tanto la libertad, ¿por qué no pueden convivir con sus propios regímenes antidemocráticos, en Arabia Saudí, Siria, Egipto, Argelia y Jordania?

La tesis del choque fracasa estruendosamente en otra prueba crucial. ¿Dejarán de lado los islamistas que atacaron Estados Unidos, y que preparan más atentados, su campaña terrorista si Estados Unidos se convierte en un estado fascista, o tratemos de imaginarlo, si las elites estadounidenses se convierten al Islam pero continúan sus actuales políticas hacia el mundo islámico? Uno podría formular una pregunta similar a los sionistas que acusan a los palestinos de antisemitismo. ¿Sería de alguna manera diferente el curso de la resistencia palestina si reemplazáramos a los colonos judíos por colonos alemanes, colonos chinos o incluso colonos paquistaníes? La resistencia islamista no proviene de diferencias de raza o religión que dividen a los musulmanes de los estadounidenses o de los judíos. Es una respuesta a la violencia de EE.UU. e Israel, sistemática y prolongada, que trata de dividir, socavar, control y humillar a las sociedades islámicas.

A pesar de su intensa propaganda, el establishment de EE.UU. no ha logrado engañar a la mayoría de los estadounidenses con la tesis del Choque. En un sondeo de CBS/NYT

hecho en septiembre de 2002, un 21 por ciento de los estadounidenses pone «bastante culpa» a «las políticas de EE.UU. en Medio Oriente a través de los años», mientras otro 54 por ciento pone «alguna culpa» a esas políticas. Según un sondeo de Pew Research Center en agosto de 2002, un 53 por ciento de los estadounidenses dijo que los ataques del 11 de septiembre ocurrieron «sobre todo debido» a las «creencias políticas» de los terroristas; sólo un 25 por ciento consideró que los terroristas fueron motivados por «creencias religiosas». [2] Finalmente, un sondeo de Los Angeles Times en septiembre de 2002 muestra que un 58 por ciento de los estadounidenses piensa que los ataques fueron «un resultado directo de la política de Estados Unidos en Medio Oriente». [3]

La tesis del Choque y la guerra asociada contra el terrorismo obtienen poca credibilidad fuera de Estados Unidos. Esto fue demostrado primero por las masivas protestas en todo el mundo contra la invasión planificada por EE.UU. contra Irak. Fuera de Estados Unidos e Israel, la abrumadora mayoría de la opinión mundial consideró que esa guerra es ilegal e inmoral. Ahora, más de un año después de una ocupación fracasada de Irak; después de la revelación de las torturas sistemáticas cometidas por estadounidenses en Irak, Afganistán y Guantánamo; después de la erosión de las libertades dentro de Estados Unidos; después del establecimiento de un Gulag estadounidense cuya extensión geográfica excede todo lo establecido por la Unión Soviética, el prestigio de EE.UU. ha caído a su punto histórico más bajo. En un sondeo realizado por la Unión Europea en octubre de 2003, un 53 por ciento de los ciudadanos de la UE colocó a Estados Unidos como la segunda amenaza por su importancia para la paz mundial. Su principal aliado, Israel, ganó el primer premio. [4]

El espectro de la ´guerra sin fin´ y ´global’ de EE.UU. contra el terrorismo se enfrentará pronto a otra prueba. Mientras Estados Unidos y sus aliados neocoloniales han encarcelado a miles en Gulags repartidos por todo el mundo sin acusación y sin recursos legales la ‘guerra contra el terrorismo’ ha producido muy pocas condenas por crímenes terroristas contra Estados Unidos. Si al-Qaeda es por cierto un adversario formidable, con alcance global, y con células durmientes en el propio Estados Unidos, entrenadas en la fabricación y uso de ADM, el que no hayan lanzado ni siquiera una sola operación contra Estados Unidos desde el 11 de septiembre de 2001, posa un problema para la credibilidad de la ‘guerra contra el terrorismo’.

Es facilísimo, por cierto, para Estados Unidos pretender que resulta del éxito de sus actividades. ‘Miren lo bien que hemos actuado contra ese formidable adversario. Nuestra inteligencia fracasó terriblemente antes del 11-S, pero hemos solucionado todos los problemas’. Alternativamente, pueden argumentar que combaten a esos terroristas en Bagdad y en Nayaf en lugar de Boston y Nueva York. Pero esa retórica se va a gastar con el tiempo.

Si en realidad al-Qaeda no lanza otro ataque contra los intereses estadounidenses, en suelo de EE.UU. o en otro sitio, los estadounidenses también comenzarán a preguntar: ¿Reaccionó de forma exagerada EE.UU.? Peor todavía, podrían preguntar si esa guerra fue un engaño, una cobertura para restringir las libertades, para lanzar guerras preventivas, para repletar los bolsillos de los ejecutivos de las corporaciones con decenas de miles de millones robados a los contribuyentes estadounidenses. ¿Han muerto en vano tantos estadounidenses en una guerra engañosa? ¿Han muerto estadounidenses para que Israel logre su objetivo estratégico de balcanizar, pulverizar a los principales estados árabes? Una vez que los estadounidenses comiencen a hacer estas preguntas, las consecuencias serán impredecibles para Israel y para el ejercicio del poder de EE.UU. en el mundo.

Es poco probable, sin embargo, que el eje EE.UU.-Israel permita que alguna vez tenga lugar ese tipo de cuestionamiento. Los estrategas en Washington y en Tel Aviv saben perfectamente cómo opera la tercera ley de acción-reacción de Newton en el campo de la historia. Si la ‘guerra contra el terrorismo’ es un engaño puede, una vez que las guerras preventivas se amplíen a Irán, Siria y Pakistán, llevar a crear las causas que la hagan aparecer más verosímil, incluso más convincente. Las grandes potencias nunca han carecido de la capacidad o de la voluntad para producir las guerras que las elites piensan que las beneficiarán. Si la gente no respalda sus guerras o, en nuestro caso, comienza a echar marcha atrás después de haberse alineado – no hay problema. Las grandes democracias saben cómo fabricar el consenso. En las actuales circunstancias, cuando la historia parece estar colgando de un hilo, el truco parece más fácil que nunca.

Que nadie subestime el poder de los países grandes y somos sin duda el país más grande que el mundo haya visto en su historia cuando se trata de convertir guerras engañosas en reales. Aunque sea falsa, la tesis del choque puede llegar a acarrear su propio cumplimiento.

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M. Shahid Alam es profesor de economía en Northeastern University, y autor de «Is There An Islamic Problem» [a ser publicado] Su correo es: [email protected].

Su sitio en la red es: http://msalam.net.

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http://www.counterpunch.org/alam08262004.html