A veces, el mundo puede ser visualizado como algo muy simple, en blanco y negro. Permítanme darles un ejemplo. Imaginen que los iraníes secuestran a un ciudadano estadounidense en un tercer país. (Si prefieren, pueden reemplazar a los iraníes por militantes de Al Qaeda o por norcoreanos o chinos.) Lo acusan de ser un terrorista. […]
A veces, el mundo puede ser visualizado como algo muy simple, en blanco y negro. Permítanme darles un ejemplo. Imaginen que los iraníes secuestran a un ciudadano estadounidense en un tercer país. (Si prefieren, pueden reemplazar a los iraníes por militantes de Al Qaeda o por norcoreanos o chinos.) Lo acusan de ser un terrorista. Lo encierran en una cárcel sin presentar cargos en su contra, sin juicio ni sentencia diciendo que creen que posee información crucial (quizás incluso del tipo «bomba de tiempo» -y los iraníes tienen alguna experiencia genuina con bombas de tiempo). En las semanas posteriores, lo torturan con el «submarino» (le sumergen la cabeza en el agua) una y otra vez. Lo desnudan, le colocan un collar y una correa de perro. Le ponen una capucha, le tiran perros encima. Le echan agua helada y lo dejan desnudo en las noches frías. Lo cuelgan por los brazos del techo en la postura «strappado». Estoy seguro de que no tengo que continuar con más detalles. ¿Hay alguna duda sobre lo que nosotros (o nuestros líderes) diríamos o pensaríamos de los responsables de esto?
Los llamaríamos bárbaros. Diríamos que han pasado los límites de la civilización. Torturadores. Monstruos. La personificación del Mal. Nadie en el gobierno de EE.UU., al leer el reporte de inteligencia de la CIA sobre el trato dispensado a ese estadounidense se preguntaría: «¿Esto es tortura?» Nadie en Washington tendría la urgencia de calificar como «técnicas perfeccionadas de interrogación» a lo que le hicieron al detenido. Si en una audiencia de confirmación en el Senado, le preguntaran a un candidato a director de la CIA si los actos de los iraníes fueron, de hecho, un método de «tortura», y este respondiera que no es un experto en el tema, ni un abogado ni un experto legal y por lo tanto no podría catalogarla como tal, no sería confirmado en el cargo. Y probablemente no tendría ningún cargo en Washington por el resto de su vida. Si le preguntaran si cree que los iraníes que cometieron esos actos y sus superiores que les dieron las órdenes deben ser enjuiciados en EE.UU. o en una Corte Internacional, el presidente jamás diría que en este momento es mejor «mirar hacia delante, no hacia atrás», ni tampoco el departamento de justicia les daría luz verde.
¿Entiendes lo que quiero decir? Cuando el mal es el mal, todo queda muy claro. Solo es cuando, como dice Nick Turse, autor del libro Kill Anything that Moves: The Real American War in Vietnam, los brutales actos en cuestión son cometidos por estadounidenses, siguiendo órdenes de sus superiores, que las cosas se vuelven complejas, con matices, abiertas a interpretaciones, comprensibles en términos humanos y explicables en el contexto de que existe una «bomba de tiempo» (aunque esta sea imaginaria).
Trata de mantener la calma -aunque empieces a sentir una opresión en el pecho y que el corazón te late alocadamente. Trata de no caer en pánico cuando sientas que el agua te entra por la nariz y la boca, mientras tratas de contraer la garganta y calmar la respiración y mantener algo de aire en los pulmones y luchar contra la creciente sensación de ahogo. Trata de no pensar en la muerte, porque no hay nada que puedas hacer, porque estás atado, porque alguien te echa agua en la cara y te ahoga lenta y deliberadamente. Estás en sus manos. Te sientes en agonía.
En resumen, eres la víctima de «tortura con agua». O del «submarino». O del «tratamiento de ahogo». O de la «asfixia húmeda». O de cualquier otro sobrenombre dado a esta forma de brutalidad que hoy se la llama con el eufemismo de «waterboarding» (sumergimiento en agua).
Esta práctica se volvió ampliamente conocida en EE.UU. tras saberse que la CIA la había estado usando contra presuntos terroristas después del 11 de septiembre. Recientemente, resurgió el debate con las representaciones cinematográficas de la técnica en el premiado film Zero Dark Thirty (La noche más oscura) y las menciones en las audiencias de confirmación en el Senado del nuevo director de la CIA John Brennan. La tortura con agua, sin embargo, tiene una historia sorprendentemente larga, que se remonta al siglo XIV. Ha sido usada de manera constante por las fuerzas armadas de EE.UU. desde principios del siglo XX, cuando fue empleada por contra los luchadores filipinos que luchaban por la independencia de su país. Los militares estadounidenses continuarían usando este método brutal en las décadas siguientes, y durante las guerras en Asia también habría víctimas.
La tortura con agua en Vietnam
Durante más de una década, he investigado las atrocidades cometidas en la guerra de Vietnam. Durante ese tiempo, he conocido tanto a gente que aplicó la tortura con agua a sus víctimas como a personas que fueron atormentadas con ella. Los estadounidenses y sus aliados de Vietnam del Sur usaban la usaban con regularidad contra los combatientes prisioneros y contra los civiles detenidos para obtener información o simplemente como una forma de castigo. Aunque el uso se mantuvo secreto, una foto de esta forma de tortura apareció en la portada del Washington Post, el 21 de enero de 1968.
El acceso a documentos, que habían sido mantenidos secretos durante mucho tiempo, ayudó a llenar los huecos. «Mantuve al sospechoso en el suelo, le coloqué un trapo sobre la cara, y luego eché agua sobre el trapo, forzando el agua en su boca», explicó el sargento David Carmon en su testimonio ante investigadores por delitos cometidos por el ejército, en diciembre de 1970. Según la sinopsis de la investigación, el sargento admitió haber usado tanto tortura con electricidad como con agua al interrogar a detenidos, que murieron poco después. Según los resúmenes de los testimonios de testigos oculares entre los miembros de la unidad de Carmon, el prisionero identificado como Nguyen Cong fue «golpeado y pateado», perdió el conocimiento y sufrió convulsiones. Un doctor que examinó a Nguyen, sin embargo, declaró que el prisionero no presentaba ninguna anomalía. Carmon y otro miembro del equipo de inteligencia militar luego «golpearon a los vietnamitas y les echaron agua en la cara con un bidón de cinco galones de agua», según un resumen de su declaración. Un informe oficial de mayo de 1971 dice que Nguyen Cong se desmayó y «fue llevado hasta su jaula de reclusión, donde lo encontraron muerto más tarde».
Años después, Carmon me dijo por e-mail que el abuso de prisioneros en Vietnam era generalizado y estimulado por los superiores. «Nada estaba prohibido, nada estaba más allá de los límites fuera de herir gravemente a un prisionero».
Trascendió que las víctimas de tortura con agua no eran solo los vietnamitas prisioneros sino también miembros del personal militar estadounidense. Algunos documentos que hallé en el Archivo Nacional de EE.UU. ofrecen un vistazo a una historia aterradora que pocos estadounidenses conocen.
«A mí me hicieron «un trabajo con agua», le dijo un ex prisionero estadounidense a un investigador militar, según un informe del ejército de 1969. «Me esposaron y me llevaron a la ducha… Me sostuvieron la cabeza debajo del agua durante cerca de dos minutos y cuando jalé hacia atrás para respirar, me golpearon en el pecho y el estómago. Esto duró unos 10 minutos, durante los cuales me golpearon tirándome al suelo dos veces. Hasta que pararon cuando les rogué que lo hicieran.»
Otra víctima declaró que su compañero de celda había unido las colillas de los cigarrillos para armar uno completo. Cuando los guardias descubrieron el «contrabando» lo agarraron y lo empujaron hacia las duchas. «Tres de los guardias me sostenían mientras que el cuarto sostenía mi cabeza bajo el agua de la ducha», declaró. «Esto duró por un rato y yo pensaba que me iba a ahogar.» Después, hicieron lo mismo con su compañero de celda, quien, al regresar a la celda admitió que «había confesado» como resultado de la tortura.
Hubo otro detenido que declaró que los prisioneros esposados eran llevados a las duchas. «Los guardias sostenían la cabeza del prisionero hacia atrás y lo obligaban a tragar agua», explicó. «Esto obligaba a que el preso resista lo que les daba una excusa a los guardias para golpearlo.» También declaró que estos no eran hechos aislados. «He presenciado tratamientos como este aproximadamente nueve veces.»
«Cruel o inusual»
Esto no fue, de hecho, la primera vez que ciudadanos estadounidenses fueran objeto de tortura con agua en alguna guerra en Asia. En la II Guerra Mundial, militares japoneses usaron la tortura con agua contra presos de EE.UU. «Me sometieron a lo que ellos llamaban la ‘cura de agua'», declaró el teniente Chase Nielsen después de la guerra. Cuando le preguntaron sobre esa experiencia, respondió: «Sentía que me estaba ahogando, en el límite entre la vida y la muerte».
La misma tortura fue sufrida por los pilotos estadounidenses capturados durante la Guerra de Corea. Uno de ellos hizo la siguiente descripción: «Me doblaban la cabeza hacia atrás, me ponían una toalla en la cara y echaban agua sobre la toalla. No podía respirar… Cuando me desmayaba, me sacudían y comenzaban de nuevo».
Por los delitos cometidos contra los prisioneros, incluyendo la tortura con agua, algunos oficiales japoneses fueron condenados y sentenciados a cumplir largas condenas, mientras que otros les aplicaron la pena de muerte.
La respuesta legal a los torturadores estadounidenses en Vietnam fue muy diferente. Mientras que investigaban los alegatos contra el sargento Carmon, por ejemplo, los agentes del ejército descubrieron que en la unidad del sargento existía un patrón de conducta «cruel y de maltrato» contra los prisioneros en el periodo de marzo de 1968 a octubre de 1969. Según un informe oficial, los agentes determinaron que la evidencia respaldaba cargos formales contra 22 interrogadores, muchos de ellos implicados en el uso de tortura con agua, tortura con electricidad, golpes y otras formas de maltrato. Pero no les presentaron cargos, ni les hicieron corte marcial ni les dieron ningún castigo ni a Carmon ni a nadie, según los registros.
Hubo una impunidad similar hacia los estadounidenses que torturaron a sus conciudadanos en Vietnam -usando una de las formas más extrañas de tortura con agua. Aunque un informe de 1969 del Inspector General del Ejército se refiere a «alegatos de brutalidad y maltrato», haciendo notar que «el tratamiento con agua fue aplicado como una forma de castigo y constituye un maltrato de prisioneros», no fue enjuiciado ninguno de los miembros de las fuerzas armadas, ni mucho menos sentenciado a un larga condena ni ejecutado por sus crímenes. De hecho, los implicados -guardias militares del centro de detención informalmente conocido como la cárcel de Long Binh- se libraron, aparentemente, de cualquier castigo.
Este récord de impunidad ha continuado hasta años recientes. Mientras que la CIA reconoció el uso del submarino después del 11 de septiembre y el presidente Obama declaró que esta práctica es un método de tortura, su gobierno declaró que nadie será enjuiciado por usar ni este ni ninguna otra forma de «técnica perfeccionada de interrogación». Como le señaló un vocero de la CIA al medioProPublica el año pasado, el Departamento de Justicia «declinó presentar cargos en todos los casos», después de revisar el tratamiento que la Agencia le había dado a más de 100 detenidos.
El informe de 1969 del Inspector General reporta de manera inequívoca la definición del «tratamiento con agua» impuesto por militares estadounidenses contra prisioneros de ese mismo país como «cruel e inusual». Sin embargo, los abogados del gobierno de Bush en la era posterior al 11 de septiembre, trataron de redefinir la asfixia con agua de prisioneros indefensos como algo que no llega a ser tortura, regresando básicamente a los estándares éticos de la Inquisición española.
Al menos el informe de 1969 sostenía que la tortura con agua «fue ejecutada sin autorización» contra aquellos prisioneros estadounidenses. La situación actual es radicalmente diferente. En años recientes, los que determinaron y aprobaron técnicas de tortura no fueron meros brutos de bajo nivel jerárquico y sus superiores inmediatos, sino funcionarios de alto rango de la Casa Blanca, como la Consejera de Seguridad Nacional Condoleeza Rice y el vicepresidente Dick Cheney. Por el libro de memorias del propio George W. Bush sabemos que este presidente dio una orden entusiasta («Damm right!») autorizando el uso de la tortura con agua, de la misma manera que el presidente Obama se ha asegurado de que ninguna persona del gobierno involucrada en autorizar o facilitar la tortura tenga que rendir cuentas de sus actos.
En 1901, un oficial estadounidense fue sentenciado a 10 años de trabajo forzado por torturar con agua a un prisionero filipino. Hacia fines de la década de 1940, esta práctica de varios siglos era tan repudiada que a aquellos hallados culpables de usarla les daban una larga condena o, incluso, la pena de muerte. Hacia fines de la década de 1960, todavía era percibida como un castigo cruel e inusual, incluso cuando los torturadores estadounidenses de vietnamitas y de presos estadounidenses no fueron sometidos a juicio. En el siglo XXI, cuando la tortura con agua pasó de las duchas de las prisiones del sudeste asiático a la Casa Blanca, se transformó en una «técnica perfeccionada de interrogación». Hoy, el funcionario elegido por el presidente para dirigir la CIA, se niega a rotular al submarino como «tortura».
¿Qué dice sobre una sociedad cuando los códigos morales y éticos del tratamiento de presos va en retroceso? ¿Qué se supone que debemos pensar de los líderes que autorizan, promueven o protegen prácticas brutales y de los ciudadanos que los respaldan y permiten que esto suceda? ¿Qué significa cuando la tortura que, por definición, es cruel, se vuelve usual