La campaña presidencial en Estados Unidos ha puesto de manifiesto las profundas contradicciones de la sociedad en ese país y del Partido Republicano. Aunque parezca mentira, la derecha o los conservadores están más divididos que la izquierda, que los liberales. En realidad no se puede hablar de derecha o izquierda en Estados Unidos, pero hasta […]
La campaña presidencial en Estados Unidos ha puesto de manifiesto las profundas contradicciones de la sociedad en ese país y del Partido Republicano. Aunque parezca mentira, la derecha o los conservadores están más divididos que la izquierda, que los liberales.
En realidad no se puede hablar de derecha o izquierda en Estados Unidos, pero hasta eso se ha puesto en cuestión con la candidatura a las primarias demócratas de Bernie Sanders, quien postula un socialismo democrático, frente al continuismo o neoliberalismo de la propuesta de Hillary Clinton.
La pregunta que muchos se hacen es si Donald Trump está destruyendo al Partido Republicano o si simplemente lo está develando, tal cual es. En realidad están sucediendo las dos cosas. Los republicanos no saben qué hacer con un candidato a las primarias que tiene amplio respaldo interno, pero que ha demostrado públicamente que es racista y misógino por una parte, e imprudente y altanero por otra.
Para muchos Trump representa lo peor de la derecha estadunidense, pero que estaba escondida tras bambalinas. Representa a una generación de blancos que quiere volver al pasado, a los años 50, cuando dominaban demográfica, política, social y culturalmente en el país Make America Great Again.
Pero ese país ya no existe. Medio siglo después la sociedad americana tiene otro perfil y otra historia. La lucha por los derechos civiles en la década de 1960 fue una primera estocada a la cultura WASP ( White Anglo Saxon Protestan).
La segunda puñalada fue la elección de John Kennedy, católico de origen irlandés, quien no tenía dos de las cualidades fundamentales de la blanquitud: ser protestante y anglosajón. Hay que recordar que los irlandeses no eran considerados blancos en Estados Unidos y están enfrentados desde hace siglos con los anglos.
La tercera cuchillada fue la elección de Barack Obama. Un negro en todo el sentido de la palabra. Aunque tiene 50 por ciento de sangre blanca, eso no cuenta. Una gota de sangre negra: igual negro. La palabra mestizaje no existe en inglés. Es una idea, un concepto, una posibilidad imposible, impracticable, prohibida incluso en el lenguaje cotidiano.
Obama propiamente es un mulato, pero esa sutileza no se admite en Estados Unidos.
Pero la realidad es mucho más compleja, rica y generosa que la cerrazón ideológica. Hoy día los latinos representan 17.4 por ciento de la población de Estados Unidos; los negros, 13.2 por ciento, y los asiáticos, 5.4 por ciento, lo que significa que un tercio de la población total forma parte de las minorías. Para 2060 se estima que la población latina llegará a representar 28.6 por ciento.
Esa realidad es la que un sector de blancos conservadores del Partido Republicano quieren negar. Y Trump ha sido su paladín, la punta de lanza de una generación que se niega a morir, que se resiste a aceptar que Estados Unidos es una sociedad multicultural, que el mestizaje existe y se incrementa día a día.
Por añadidura, Trump se compró la pifia aquella de que Obama era musulmán y no desmintió, ni argumentó en contra, cuando le hicieron la pregunta. Por otra parte, cometió el dislate de afirmar que en Nueva Jersey, que tiene mucha población musulmana, se festejó la caída de las Torres Gemelas. Lo que era falso.
Se ha dicho y repetido que Trump tiene derecho a la libertad de expresión, pero a lo que no tiene derecho es a tergiversar o inventar los datos. Su idea primigenia de que México debía construir y pagar el muro fronterizo ciertamente es original, pero no ha dicho cómo le va a hacer para que eso suceda.
En el plano académico, ese papel lo representó Samuel Huntington, profesor de la Universidad de Harvard, cuando escribió el libro Who are we?, sobre la identidad americana y se olvidó de que existían los negros, simplemente no los ve, ni los considera parte de la sociedad, porque sólo piensa en la sociedad WASP. Pero los negros no son amenaza, ni lo han sido históricamente, la verdadera amenaza a la sociedad estadunidense la encuentra en los hispano-latinos.
Paradójicamente los tres candidatos republicanos que están en la punta representan racialmente a tres grupos diferentes. Trump, a los blancos (magnate inmobiliario, con 36 por ciento de preferencias); Ted Cruz, a los latinos (nacido en Canadá, hijo de cubano y americana, senador por Texas, con 16 por ciento), y Ben Carson, a los negros (neurocirujano sin experiencia política, con 14 por ciento). Sólo faltaría un candidato de origen asiático para tener el panorama completo.
Si bien Trump va a la punta con 20 puntos de diferencia con su más cercano competidor, su perfil es muy complicado y antagónico como para que sea candidato a la presidencia y hay mucha oposición a su candidatura entre los líderes del Partido Republicano, no entre el público en general. Tendrían entonces que elegir entre un negro y un latino, lo que también resulta prácticamente imposible, dado el poder que tienen en las primarias los blancos conservadores.
El Partido Republicano está entrampado. Su candidato blanco más experimentado, Jeb Bush, sólo tiene 3 por ciento de aceptación. Además acarrea varios problemas serios; el primero es que las masas ya están hartas de la familia Bush; el segundo es que está casado con una mexicana, lo que no gusta a los conservadores blancos; el tercero es que opina en favor de algún tipo de reforma migratoria, lo que resulta inadmisible; para finalizar, de ser un favorito pasó a los últimos lugares, su campaña se desinfló y ya no cuenta con fondos.
Para salir de la trampa se necesita un candidato presentable y competitivo. No hay nada a la vista.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2015/12/13/opinion/019a2pol