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Guerra civil en Sudán del Sur

La triste vida de los niños-soldados

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Riba García.

Mi Día del Veterano

Introducción de Tom Engelhardt

En los últimos años ha habido un acontecimiento tan increíble como silencioso. El poder militar de Estados Unidos se ha hecho presente en el continente africano en una forma importante; excepto Nick Turse (y Craig Withlock, del Washington Post), prácticamente nadie se ha dado cuenta de lo acontecido. En cierto sentido, esta es la historia con la que sueña un periodista. Algo importante está pasando delante de nuestros ojos, algo que con toda su complejidad podría cambiar nuestro mundo, y nadie le presta atención. Por supuesto, en Occidente, los acontecimientos africanos se han «visto» de esta manera durante siglos: han pasado desapercibidos casi por completo. Pensad en África como un continente invisible. No existe otro lugar en el mundo que haya estado tan poco presente en la conciencia de los estadounidenses, o incluso de los occidentales, hasta muy recientemente. Esto, por supuesto, está cambiando rápidamente en Europa como consecuencia de la oleada de desesperados emigrantes procedentes de una fragmentada África, que mueren en cantidades espeluznantes en su intento de cruzar el Mediterráneo en todo tipo de destartaladas embarcaciones.

En los últimos años, el continente africano ha sido una caldera a presión, un fenómeno al que el poder militar de Estados Unidos no ha hecho más que contribuir con su desestabilizante «guerra contra el terror» en sus acostumbradas y perturbadoras tácticas; Turse siempre ha estado «al pie del cañón». Tanto su reportaje para TomDispatch como su libro más reciente, Tomorrow’s Battlefield: U.S. Proxy Wars and Secret Ops in Africa han contribuido mucho para que se conozca lo que el Comando África de Estados Unidos ha estado haciendo en el continente. En la última nota para TomDispatch sobre un Sudan del Sur desgarrado por la guerra civil, Turse se centra por primera vez en el fenómeno de los niños-soldados y en la forma en que la administración Obama -que ha denunciado está práctica en países que no son sus aliados- mira ahora hacia otro lado mientras el poder militar sursudanés que esa administración ha ayudado a construir los utiliza. No es un relato muy agradable. Hoy, en la línea de la implicación estadounidense en la guerra civil de Sudán del Sur, Turse regresa con la más triste de todas las historias, la que cuentan los propios niños guerreros y sus preocupaciones, expresadas en las entrevistas que él hizo a los soldados más jóvenes de Sudan del Sur.

 

* * *

 

Los niños veteranos de Sudan del Sur quieren saber el porqué de la ayuda estadounidense

PIBOR, Sudán del Sur- «Nunca he sido soldado», le dije al desgarbado veterano de grandes ojos que estaba sentado frente a mí. «Cuéntame de tu vida militar. ¿Cómo es?». Él miró hacia arriba como si pudiera encontrar la respuesta en el brillante azul del cielo, sonrió avergonzado y después fijó su mirada en sus propios pies. Dejé que nos envolviera el silencio y esperé. Parecía estar en un apuro. Tal vez era por mi presencia.

Algunas veces las entrevistas pasan por esos momentos incómodos y callados. En esos años había hablado con centenares de veteranos. Por una u otra razón, muchos habían sido reacios a comentar sus experiencias militares. Eso es típico. Pero este no era un veterano típico, al menos para mí.

Osman tenía tres años de servicio militar, algunos de ellos en tiempo de guerra. Él había combatido y conocía la aburrida monotonía de la vida del soldado. Había dejado el ejército justo un mes antes de que yo lo conociera.

Osman tiene 15 años.

En todo el mundo hay jóvenes que se unen a alguna milicia por incontables razones: por una paga estable, por la necesidad de pertenecer a algo más grande que ellos mismos, para dar la talla, para escapar de su casa, porque ansían una estructura, o algo excitante, o una vida de aventura, porque no tienen una opción mejor, porque son forzados a hacerlo… Osman entró en una milicia llamada facción Cobra, me dijo, después de que unos soldados del Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA, por sus siglas en inglés) -las fuerzas armadas nacionales de Sudan del Sur- le dispararan a su padre y lo mataran. Aquella parecía ser la única opción para él. Le proporcionaba protección, cuidado y una casa.

En febrero pasado, Osman fue liberado de su servicio militar y no estaba solo. En los últimos meses, más de 1.700 menores han sido desmovilizados por la facción Cobra. Pero ellos son la excepción en Sudán del Sur. Hoy día, hay unos 13.000 niños sirviendo en el SPLA o en el Ejército Popular de Liberación de la Oposición Sudanesa, una fuerza rebelde en guerra contra el gobierno, y en otras milicias y grupos armados enfrentados por el poder en ese país devastado por la guerra civil.

A pesar de que en Estados Unidos existe una ley que prohíbe el reclutamiento militar de menores, este país mira hacia otro lado mientras esto sucede y proporciona asistencia al SPLA aunque utilice niños-soldados. Año tras año, el presidente Obama decreta exenciones para esquivar el cumplimiento de la ley de prevención del empleo de niños-soldados de 2008, con la que el Congreso prohibió a Estados Unidos proporcionar ayuda militar a gobiernos que integran a niños en sus unidades militares. Esta es apenas una faceta de una política de apoyo que empezó en los ochenta del siglo pasado, que con el apoyo de la «comadrona» EEUU -como dijo el por entonces presidente de la Comisión de relaciones Exteriores del Senado, John Kerry-, vio nacer Sudan del Sur.

«Durante casi una década de un trabajo que condujo a la declaración de independencia de 2011, la causa de la nación y sus ciudadanos fue una muy querida y cercana al corazón de dos sucesivas administraciones estadounidenses y algunos de sus pensadores y políticos más avezados y eficaces», escribió el años pasado Patricia Taft, asociada principal de la Fundación por la Paz (FFP, por sus siglas en inglés) en un análisis de Sudan del Sur. «Con el objetivo de asegurar que esta constructora de naciones ‘gane’, tanto la administración de Goerge W. Bush como la de Barack Obama volcaron toneladas y toneladas de ayuda en Sudan del Sur, en todas las formas imaginables. Desde ayuda militar hasta alimentaria o la provisión de experticia tecnológica; Estados Unidos ha sido el mayor aliado y respaldo, asistiendo ardientemente en el parto de un país por todos los medios necesarios.»

En la cuestión de los niños-soldados, las exenciones fueron vistas como una necesidad para ayudar a construir una «fuerza armada confiable y profesional», según palabras de Andy Burnett, de la Oficina del Enviado Especial a Sudan y Sudan del Sur, es decir, una fuerza armada ética y moderna que en última instancia evitaría reclutar a niños. El SPLA se fracturó en diciembre de 2013 y muy pronto se vio implicado en masivas atrocidades y un cada vez mayor reclutamiento de niños-soldados. Desde entonces, la guerra convulsiona el país y es particularmente ruinosa para la juventud de Sudan del Sur. Según el Fondo de Naciones Unidas para la Niñez (UNICEF, por sus siglas en inglés), aproximadamente 600.000 niños sufren de dificultades psicológicas, 400.000 se han visto obligados a abandonar la escuela, 235.000 están en grave riesgo de desnutrición aguda y más de 700 han sido asesinados durante un año y medio de guerra civil.

Comandante Cobra

Me encontré con Osman y una docena de ex niños-soldados en un pueblo aislado a unos 270 kilómetros de la capital de Sudan del Sur, Juba. La temperatura parecía más alta en Pibor, el aire más seco y lleno de polvo. Acababas el día agotado y marchito. El sol te obliga a entrecerrar los ojos todo el tiempo y el viento sopla caliente; como salido de un horno encendido.

En Pibor, el suelo está reseco y resquebrajado. El grisáceo paisaje lunar está roto en miles de trozos formando una telaraña de grietas, fisuras y hendiduras especialmente aptas para romperte las rodillas y hacer caer la silla cuando te sientas en ella. Además, las moscas. Nubes de moscas por todas partes. Yo ya había convivido con moscas, moscas a las que no consigues apartar de tu comida, tantas que dejas de dar manotazos y pides una tregua; tantas que al fin acuerdas compartir plato y tenedor con ellas, compartiendo tanto que ellas pueden convertirse en parte de lo que comes si no se vuelan lo suficientemente rápido. Pero las moscas de Pibor son otra cuestión: son implacables, enloquecedoras, despiadadas; aterrizan sin cesar en tus manos y brazos y mejillas y nariz sudados, en la carne de cabra faenada cerca o en tu botella de agua. Matas una y llegan otras cuatro para sustituirla… Hasta más o menos las 7.30 de la tarde cuando, como por arte de magia, sencillamente desaparecen.

A Osman, un muchacho de la zona, no parecían molestarle las moscas ni el calor. Quizás es por esto que para él esta vida es mejor que la que vivió cuando llevaba su fusil de asalto y era escolta de un oficial de alta graduación, un trabajo típico para un niño-soldado de la facción Cobra, que es una milicia rebelde que hasta el año pasado estaba en guerra contra el gobierno. Korok, un muchacho de 16 años y rasgos aniñados originario de Pibor, me dijo que él había hecho lo mismo durante sus dos años de servicio. «Me dieron un arma», dice mientras sus grandes y vivaces ojos recorren rápidamente los alrededores. «Yo seguía a los grandes hombres allá donde iban.»

Después de que su padre fuera tiroteado y su madre muriera de malaria, Korok se quedó solo. Su hermano estaba lejos sirviendo en el SPLA cuando unos soldados de esa misma fuerza irrumpieron en la zona de Pibor para castigar a la población local -hombres, mujeres y niños de la tribu murle- por el alzamiento de un nativo del lugar, el rebelde de siempre David Yau Yau.

Yau Yau, que había sido estudiante de teología, trabajó alguna vez en la secretaría del condado de Pibor de la Comisión de Ayuda y Rehabilitación de Sudan del Sur, una agencia federal dedicada a la reintegración y reasentamiento de refugiados y personas desplazadas dentro del país. Sin embargo, en los últimos cinco años se había alzado varias veces contra el gobierno. Joven advenedizo de la minoría murle, Yau Yau se había opuesto a los ancianos tribales y, en abril de 2010, presentado como candidato independiente para el Parlamento. Después de perder en forma aplastante, Yau Yau tomó otro camino hacia el poder, esta vez mediante un levantamiento armado junto con 200 combatientes a sus órdenes. Justo un año más tarde, después de algunas escaramuzas con las fuerzas del gobierno y actos de bandidaje, Yau Yau aceptó una oferta de amnistía; según algunas informaciones, ahora sería un general del SPLA.

En marzo de 2012, el SPLA lanzó una «campaña de desarme» en la zona habitada por los murles alrededor de Pibor, una campaña marcada por atrocidades, entre ellas violaciones y ataques. Yau Yau volvió muy pronto a rebelarse; atrajo a jóvenes como Korok y Osman a su ejército del Movimiento Democrático de Sudan del Sur, también conocido como el SSDM/A-Cobra. En agosto de 2012, con miles de adherentes a su causa equipados con armamento más pesado, Yau Yau lanzó su primer ataque de importancia, una emboscada que mató a más de 100 soldados del SPLA, según Small Arms Survey, un grupo de investigación independiente con sede en Ginebra. Los combates entre la facción Cobra y el SPLA se hicieron más intensos según avanzaba 2013; el sufrimiento de los civiles en los alrededores de Pibor no se ha detenido.

Documentos del tribunal militar del SPLA obtenidos por TomDispatch dan testimonio de la violencia reinante en la zona. El 31 de julio de 2013, por ejemplo, el sargento Ngor Mayik Magol y el soldado Bona Atem Akot tirotearon y mataron a dos mujeres murles e hirieron a un niño en el condado de Pibor (juzgados y declarados culpables, fueron condenados a pagar una «compensación de sangre» consistente en 45 vacas por cada mujer, a pasar cinco años en prisión y a pagar una multa de 2.000 libras sudanesas cada uno). De hecho, según Human Rights Watch, entre diciembre de 2012 y julio de 2013, 74 civiles murles -entre ellos 17 mujeres y niños- fueron asesinados.

En mayo de 2014, varios meses después de que empezara una auténtica guerra civil con unas fuerzas rebeldes al mando del ex vicepresidente Riek Machar, el presidente de Sudán del Sur Salva Kiit y Yau Yau llegaron a un pacto de paz. Más tarde, el antiguo jefe rebelde solicitó la desmovilización de los niños que servían en su fuerzas.

En enero, la facción Cobra empezó a liberar a jóvenes de entre nueve y 17 años, algunos de los cuales habían estado combatiendo durante cuatro años. En la primera ceremonia de desmovilización, supervisada por la comisión nacional de desarme y desmovilización de Sudan del Sur con el apoyo de UNICEF, 280 adolescentes entregaron sus armas y uniformes. Desde entonces, cerca de 1.500 más han sido liberados. «Estos niños han sido forzados a hacer y ver cosas que ningún niño debería haber vivido nunca», dijo el representante de UNICEF en Sudan del Sur, Jonathan Veitch. «La liberación de cientos de niños requiere una respuesta multitudinaria para proporcionar el apoyo y la protección debidos que estos niños necesitan para reconstruir su vida.»

Zuagin me dice que tiene 15 años, pero parece dos años más joven. Sus piernas parecen estar perdidas dentro de sus pantalones y su camisa es demasiado grande. Nacido en el cercano pueblo de Gumuruk, ha servido alrededor de dos años antes de ser desmovilizado en febrero. Al igual que otros de su edad, ahora pasa los días en el centro provisional de cuidados (ICC, por sus siglas en inglés) de Pibor, un conjunto de edificaciones dominado por una iglesia de adobe con una rudimentaria imagen de Cristo pintada en su exterior.

«UNICEF construye y administra los centros con nuestros asociados; durante cierto tiempo proporcionan cuidados y techo a los niños liberados mientras buscamos a su familia», me cuenta Claire McKeever, de UNICEF. «También hemos entrenado a equipos locales de trabajadores sociales, cocineros y cuidadores que trabajan en los centros. Los niños tienen comida, techo y algunas cosas como mosquiteros, esteras, jabones, ayuda psicológica y actividades recreativas. Es un programa que se prolongará durante dos años en Pibor, pero esperamos que cuando los últimos niños hayan regresado a su casa, estos complejos puedan convertirse en centros juveniles.»

Los niños-veteranos de los ICC son como los niños de cualquier otro sitio. Algunos son curiosos pero temerosos, otros cautelosos e inseguros; unos pocos entre los más mayores actúan como si fueran más fuertes y más tranquilos de lo que en realidad son. Están en algún lado de esa tan sutil línea divisoria de la adolescencia; algunos con los rasgos suaves y redondeados de los más pequeños, otros empezando a tener los rasgos más marcados de un adulto joven; algunos con voz fina y falsetes, otros con su voz de barítono. Sin embargo, hay algo en común entre ellos: son delgados y están enfundados en sus camisas abotonadas o en sus camisetas de fútbol. Muy pocos entre ellos llevan una camiseta con un nombre estampado: «Obama». Muchos tienen energía que quemar y un ansia de algo más. Algunos de ellos parecen disfrutar atormentando a uno de sus cuidadores, un hombre que lleva en su mano una vara larga y fina para mantener a raya a los jóvenes; los amenaza con ella, aunque con pocas posibilidades de darles a estos ágiles veteranos. Estos, a su vez, se burlan de él y le roban la vara si la deja un segundo en algún sitio. El cuidador me dice que le agradan estos chicos, que son unos buenos muchachos. También me pregunta si acaso puedo ayudarle a conseguir otro tipo de trabajo para él; cualquier cosa, lo que sea.

Zuagin era otro guardaespaldas de la facción Cobra que pasaba su tiempo de servicio en la protección de un hombre más mayor de alto rango. «Él me trataba bien; me respetaba», dice, aunque asegura que la vida que lleva ahora es mucho mejor que en los tiempos con la milicia. Tiene grandes planes para el futuro. «Quiero ir a la escuela», me cuenta. «Quiero ser médico. Nosotros necesitamos un sistema de salud. Cuando sea médico podré ayudar a la comunidad».

Zuagin ya ha pensado en una solución para el derramamiento de sangre de Sudan del Sur y la aparentemente interminable guerra civil que lo provoca. «Lo que necesitamos para parar la violencia es el desarme, deben recogerse todas las armas. Después de eso, todos los jóvenes deberían ir a la escuela.» Yo escucho y le muestro mi acuerdo, mientras pienso en la campaña de desarme que condujo directamente a la violencia aquí en Pibor, la violencia que se cobró la vida del padre de Osman, la violencia que forzó a tantos de los colegas de Zuagin a coger las armas de la facción Cobra y convertirse en niños-soldados. Decidí no hablar sobre eso.

También Osman tiene pensada su sencilla solución: pleno empleo. «Para tener paz deberían dar un trabajo a todo el mundo», dice con voz suave y áspera. «Si dan un trabajo a todo el mundo, todos estarán ocupados y no habrá tiempo para pelear.»

Como el resto de los muchachos, Peter parece más joven que los años que dice tener: 16 años. Y, como muchos de ellos, fue maltratado por el SPLA; esto le llevó -hace dos años- a abandonar su casa y unirse a la facción Cobra. «Le pegaban a la gente. Incluso me robaron la ropa», me dice mientras estamos sentados bajo la escasa sombra de un árbol cerca de la iglesia del complejo ICC. La vida en la milicia era dura: cocina, tareas domésticas, servicio de guardaespaldas, combate. El joven de brillantes ojos dice que ahora tiene tiempo libre y que su vida ha mejorado mucho. También él piensa en ir a la escuela, pero no tiene las 20 libras sursudanesas necesarias para matricularse. La misma historia que cuenta Osman, que desea ir a la escuela pero no tiene el dinero que hace falta.

«Conseguir que todos los niños de Pibor vuelvan a la escuela es prioritario; después de muchos años de falta de recursos, los servicios se está restableciendo poco a poco», me dice McKeever, de UNICEF, en un correo electrónico. «Hoy en día hay casi 3.000 menores matriculados en Pibor [y en los cercanos] Gumuruk y Lekuangule; uno de cada tres de los niños desmovilizados nativos de Pibor están en programas de aprendizaje intensivo.»

¿Día del Veterano?

El ICC es una instalación que según los estándares occidentales podría considerase espartana; las comodidades de las que disponen los niños son pocas, pero los veteranos de la facción Cobra lo tienen bastante mejor que muchos de sus pares, que se encuentran hambrientos, desnutridos, desplazados, sin hogar ni esperanza alguna. «La vida es muy buena aquí», me dice Osman; la libertad de ir y venir donde le plazca y de vestir de paisano domina su pensamiento. Además, estoy comiendo gratis», añade. Cuando le pregunto si alguna vez quisiera volver a ser soldado, me lanza una mirada indignada, pero inmediatamente sonríe y lanza una carcajada. «No, eso no me gusta nada; lo peor de todo era combatir.»

Zujian, que habla un poco de inglés, está de acuerdo. Con una voz de niño que aún debe cambiar, jura que la vida que lleva ahora es mucho mejor que la que llevaba cuando portaba un arma y que para él la vida de soldado acabó para siempre. Todos los muchachos con quienes hablo me dicen los mismo, a pesar de que no está garantizado que algunos de ellos acaben regresando a la vida militar en los próximos años. Sin embargo, todos ellos quieren algo mejor. Todos están buscando la forma de abandonar esa vida.

Peter me pide sin rodeos que coja a un par de chicos y me los lleve a Estados Unidos de modo que puedan contar su historia personalmente. Insinúa con fuerza que a él le gustaría ser uno de ellos. Mientras tanto, dice, «rezará por la paz». Korok también está rezando: por la paz y por un liderazgo mejor para su país. «¿Hay alguna posibilidad», pregunta, «de que el pueblo de Estados Unidos construya escuelas de modo que los niños puedan ir a clase en lugar de convertirse en soldados?»

«Sudan del Sur necesita desarrollo. Necesita hospitales, no la lucha», me dice Zujian con una sonrisa reflexiva. Lleva toda la razón, pero yo me pregunto si hay alguna posibilidad de que eso se concrete. Las recientes ofensivas militares están destruyendo todo, matando e hiriendo a civiles y prácticamente nadie se hace responsable de lo que acontece. El gobierno obtiene más del 90 por ciento de sus ingresos no de los ciudadanos a quienes debe proporcionar servicios y transparencia sino de empresas petroleras extranjeras. Ahora también está en deuda con el Banco Nacional de Qatar, entidad con la cual Sudan del Sur se ha hipotecado. Sus militares están implicados en enormes atrocidades, como también lo han hecho las fuerzas rebeldes que se les oponen. Ambas fuerzas continúan utilizando a niños-soldados. El país está en lo más alto de la lista de las 178 naciones más frágiles del mundo elaborada por la Fundación por la Paz, y ocupa un puesto excepcionalmente alto en términos de pobreza y corrupción, pero entre los más bajos si se trata de la educación, la infraestructura, la libertad de prensa y los derechos humanos. Sudan del Sur es uno de los peores lugares del mundo para quienes son madres o niños. Su economía está desquiciada; se espera que cerca de cinco millones de personas se enfrenten con una grave escasez alimentaria en los próximos meses. Dado el hecho de que en buena parte de los últimos 60 años la parte sureña de Sudan ha estado involucrado en guerras, una serie de conflictos que han arruinado el país, acabado con la vida de millones de seres humanos, amargado a otros tantos y avivado los fuegos de la venganza, el futuro parece sombrío.

Al final de nuestra entrevista, Zujian me miró fijamente, luego entrecerró los ojos como si buscara algo y comenzó a entrevistarme a mí. Quiere saber qué persigo yo; por qué he viajado tanto hasta llegar al ICC para hablar con el y los demás muchachos.

Yo trato de explicarle que mi país ha ayudado al reclutamiento de niños-soldados en el suyo, a pesar de que la comunidad internacional condena esa práctica y del hecho de que nuestras leyes la prohíben, lo mismo que las leyes de Sudan del Sur. Le digo que la gente de Estados Unidos conoce poco y nada del flagelo de los niños-soldados en el mundo. Es importante, agrego, que esta gente se entere de lo que a los niños les gustaría decirles sobre la cuestión.

He venido aquí, le explico, a escuchar su historia y haré todo lo que pueda para contarla a mis conciudadanos. Puedo sentir la decepción de Zujian. Como muchos de los niños, él esperaba mucho más de mí, quizás incluso cierto tipo de ayuda tangible. Su expresión es escéptica y se queda en silencio hasta que llegamos al borde de la incomodidad. Entonces, súbitamente, dibuja una amplia sonrisa y con toda elegancia me saca del atolladero.

Claramente, la ayuda y las acciones de construcción de naciones que Estados Unidos realiza en Sudan del Sur han producido cualquier cosa menos los efectos deseados tanto por Washington como por Sudan del Sur. No es menos claro que la jugarreta del presidente Obama de mirar hacia otro lado cuando se trataba de niños-soldados facilitaría que a la larga se produjera el colapso de su utilización en 2013 con devastadores resultados. A pesar de esto, Zujian no se queja de Estados Unidos o de sus ciudadanos. De algún modo, pese a todas sus decepciones, incluyendo mi participación en la cuestión, él continúa teniendo fe.

«Estoy contento de haber hablado contigo», dice con un movimiento de cabeza, sin parar de sonreír, mientras estamos sentados al sol en este reseco atardecer de una estación incierta, literalmente en una tierra de nadie situada en algún lugar entre la guerra y la paz, entre la juventud y la adultez. «Si el pueblo estadounidense lee esto sobre nosotros, tal vez resulte algo bueno.»

 

Nota: A pedido de UNICEF, los nombres de los niños-soldados han sido cambiados para proteger su identidad. 

Nick Turse es editor ejecutivo de TomDispatch.com e integrante del Nation Institute. En 2014, ganó los premios Izzy y el American Book por su libro Kill Anything That Moves. Ha informado regularmente desde Oriente Medio, el sureste de Asia y África; sus notas han sido publicadas por New York Times, Los Angeles Times, Nation y TomDispatch. Acaba de publicarse su último libro, Tomorrow’s Battlefield: U.S. Proxy Wars and Secret Ops in Africa. La cobertura de esta nota ha sido posible gracias a la generosidad de la Fundación Lannan.

 

Nota relacionada: «La historia no contada de las exportaciones militares israelíes a Sudan del Sur», en Rebelión, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=199750

 

Fuente: http://www.tomdispatch.com/post/176006/tomgram%3A_nick_turse%2C_my_very_own_veteran%27s_day/#more