Traducido por Caty R.
Kenia y Chad son dos países que acaban de certificar ante los ojos del mundo que la democracia en África tiene problemas para establecerse con normalidad. Una vez más se pone a prueba a la Unión Africana, sobre todo ahora que acaba de nombrar a un nuevo presidente en la persona del gabonés Jean Ping, el 1 de febrero de 2008. Pero, ¿por qué la Unión Africana, que pretende ser más combativa que su predecesora, la Organización para la Unidad Africana, tampoco consigue solucionar los problemas que ésta última no pudo regular?
Con la vuelta del multipartidismo sobre un fondo de democracia impuesta tras la caída del muro de Berlín, el continente entró en el ciclo infernal de las guerras interétnicas. Ruanda se hizo «famosa» por su genocidio, Congo Brazzaville tuvo sus guerras de los años 90 antes de conocer la paz. La República Democrática del Congo no consigue instaurar el orden en una parte del país a pesar de las elecciones que se suceden. Y pese a las numerosas reuniones de jefes de Estado promovidas por la Unión africana, nacida de las cenizas de la Organización de la Unidad Africana, el continente no deja de sorprendernos con el comportamiento retrógrado de algunos de sus dirigentes.
La tragedia de Kenia y el embrollo de Chad: una vergüenza para la Unión Africana
Han sido necesarias muchas muertes y daños materiales durante varias semanas para que se haya llegado a una solución política en Kenia; una solución impuesta por el exterior, como si los africanos fuesen incapaces de detener a tiempo la violencia cuando los conflictos interétnicos comienzan «a reclamar sangre». Y todo ante la impotencia de la Unión africana, a pesar de las irregularidades manifiestas en la lucha electoral que enfrentó a Mwai Kibaki con su adversario, Raila Odinga. Afortunadamente, las fuerzas del orden de Kenya se mostraron «republicanas». Hace algunos años, la hipótesis de que el ejército hubiese arrebatado el poder para restaurar el orden en el país al borde del caos no se habría podido descartar.
Actualmente, la Unión Africana ha incluido claramente que el «respeto» de los ejércitos del continente frente a la política civil se ha convertido en una realidad precisa. Y, sobre todo, que ahora la alternancia está vinculada a las urnas. La Unión Africana se declara formalmente categórica para no aceptar en su organización a cualquier Estado modificado a partir de una toma del poder por las armas. Pero, ¿por qué esta exigencia no incluye a los Estados cuyos dirigentes no respetan la limitación del número de mandatos impuesta por su Constitución? ¿Por qué esos dirigentes no quieren dejar «democráticamente» el poder que pretenden haber conquistado normalmente por medio de las urnas?
¿Por qué olvidaron de repente que «Vox populi, vox Dei«? Se debería imponer una revolución cultural en el continente para cambiar las mentalidades, porque es necesario pasar la página del analfabetismo político que caracteriza a dicha clase política, que todavía permanece efectivamente enganchada a los impulsos monárquicos heredados del final de las monarquías que había en el continente cuando fueron combatidas por las potencias coloniales. Hace falta una revolución cultural para contrarrestar el «lavado de cerebro» sufrido por el continente durante numerosos decenios y cuyas secuelas todavía son «visibles» en las sociedades africanas.
La Unión Africana tras las huellas de la Unidad Africana
Desde su nacimiento hasta su muerte, la Unidad Africana brilló por su incompetencia, a pesar de que en un momento determinado fue calificada como sindicato de jefes de Estado. La Unidad Africana conoció el África de los golpes de Estado, varios de los cuales fueron sangrientos e incluso se llevaron la vida de algunos jefes de Estado. Afirmábamos hace algunos años que «con los golpes de Estado militares, se ha puesto en práctica una nueva manera de apropiarse del poder: el asesinato de los jefes de Estado».
Inaugurado tristemente por los togoleses con la muerte de su primer presidente y seguida después por la del presidente Diori Hamani en 1974, el fenómeno se extiende como una mancha de aceite a la mayoría de los países al sur del Sahara. Algunos ejemplos: el 13 de abril de 1975 asesinaron al presidente Garta Tombalbaye, con toda su familia, en su palacio; el 18 de marzo de 1977, el congoleño Marien Ngouabi fue asesinado «con las armas en la mano» en pleno día en su Estado Mayor cuando, paradójicamente, el ejército estaba acuartelado; el capitán Thomas Sankara de Burkina Faso murió a manos de sus compañeros; algún tiempo más tarde, Níger repetía con la muerte trágica del presidente Mainassara (1).
Hay que recordar que en los años siguientes a las independencias, ya apareció la Francáfrica, iniciada por el general de Gaulle, que prefería tener «títeres» a la cabeza de cada nuevo país independiente para controlarlos mejor por medio del respeto al pacto colonial que favorecía el saqueo de las materias primas. Para De Gaulle, era necesario mantener a esos «padres de la independencia» en el poder, gracias a los acuerdos militares entre Francia y esos nuevos países, cuando estos últimos eran amenazados por la cólera de los pueblos oprimidos que se daban cuenta del nacimiento de una «burguesía compradora» en su país. Y comenzaba una especie de lucha de clases que impulsaba a los militares a ponerse al lado de los explotados. Desgraciadamente, por falta de educación política, lo hicieron peor que sus predecesores.
Los africanos, después del rayo de esperanza aportado por la caída del muro de Berlín con el resultado de la vuelta del multipartidismo, enseguida cayeron en el desencanto. De la monarquía dictatorial se pasó rápidamente a la democracia dictatorial, en la que los dirigentes se servían de las luchas interétnicas sobre un fondo de elecciones fraudulentas para mantenerse en el poder. Los recientes sucesos de Kenia y Chad acaban de demostrar la fragilidad de la democracia africana, ya que dicha democracia, desgraciadamente, se basa en el tribalismo y en el egoísmo de ciertos dirigentes. Y ante esta nueva situación, la Unión Africana demuestra su impotencia para actuar pese a los fraudes descarados y a la falta de respeto por parte de los poderes existentes de los principios elementales de la democracia pluralista. La alternancia en el poder como se encuentra en las grandes democracias como Estados Unidos y Europa, se convierte en una quimera para los africanos.
Francia, dirigiéndose en particular a sus ex colonias, empezó bien con el discurso de La Baule, pero rápidamente se dejó atrapar otra vez por las realidades de la Francáfrica. Tras la etapa del multipartidismo, elemento esencial de la democracia que da al pueblo la posibilidad de elegir a sus dirigentes, ahora es necesario imponer al continente la obligación de la alternancia a la cabeza de los Estados, como se observa en las democracias tradicionales, en las que el presidente no puede perpetuarse en el poder. La historia política contemporánea nos demuestra que siempre hay alternancia en los países auténticamente democráticos, aunque el presidente fuera excepcional en el ejercicio de sus funciones. Los africanos evitarían los conflictos políticos con confrontaciones interétnicas si sus dirigentes pudieran imitar a las viejas democracias en lo que se refiere a la alternancia en el poder. La mayoría de los jefes de Estado, a excepción de algunos sabios de África como Mathieu Kérékou de Benín, Abdou Diouf de Senegal y Alpha Oumar Konaré de Malí, no quieren hacer un servicio a sus pueblos dejando el poder con dignidad. Varios decenios en el poder y el jefe del Estado acaba por transformar la república en monarquía. Y eso va contra el continente, que entró en la era del multipartidismo sobre un fondo de elecciones libres y transparentes y de constituciones en las que se señalan las limitaciones de los mandatos presidenciales.
Luchar contra los golpes de Estado constitucionales que han sustituido a los golpes de Estado militares
Al celebrar el final de los partidos únicos, los pueblos africanos creyeron encontrar sus esperanzas y su bienestar en la democracia pluralista donde el poder y la oposición debían vigilarse mutuamente para la buena gobernanza de la política y la economía de los países. Los pueblos africanos no vivirían en esta pobreza que salta a la vista si las riquezas que abundan en el continente fueran bien administradas por sus dirigentes. ¿Cómo se puede comprender que países del norte que no tienen petróleo no padecen nunca la escasez de este líquido que, paradójicamente, falta en algunos momentos en países productores como Nigeria o el Congo? La Unión africana debería interrogarse sobre esta situación dado que existen las competencias, tanto en el ámbito continental como en la diáspora, para proponer soluciones. La Unión Africana debe escribir otra página de la historia del continente más humana y más democrática que la que heredamos de la Unidad Africana, que estaba influenciada por los «padres de las independencias» de la vieja escuela.
Con las competencias en el continente y en la diáspora, el desarrollo de África debería basarse, en parte, en la buena voluntad de la nueva clase política (2). Ésta empieza a dar señales al poner en entredicho algunos fallos aceptados e incluso apreciados por la vieja clase. Se empieza a vislumbrar un cuestionamiento real de la política de la Francáfrica y sus corolarios como la moneda, el Franco CFA (que curiosamente depende del euro a través de la Banca francesa), y algunas manifestaciones «imperialistas» de la Francofonía.
Lo sorprendente es que generalmente se presenta a los países africanos como Estados pobres en todos los ámbitos. Países donde los ciudadanos, en general, vivirían con menos de un dólar diario y en los que el «modo de vida» se define desde las oficinas climatizadas de los países desarrollados. ¿Por qué la Unión africana no llega a reflexionar sobre esta paradoja cuando en nuestros países, a pesar de que son ricos en petróleo, bauxita, diamantes, uranio, madera, agua y sol, nuestras poblaciones están estancadas en una pobreza vergonzosa?
La Unión Africana ha pedido a los militares que dejen de utilizar las armas para acaparar el poder a pesar de las faltas políticas explícitas de las clases dirigentes. Ahora la alternancia política es sinónima de batalla en las urnas. Bien. Pero ahora es necesario que la UA se imponga en el terreno de la limitación de los mandatos presidenciales, paso obligado para conducir a los africanos a la alternancia en el poder reclamada por los pueblos. La historia política de los países del Tercer Mundo nos ha revelado que el presidente de la república que se perpetúa en el poder a menudo se convierte en un monarca embriagado de poder. Por eso es necesario recordar que «los presidentes vitalicios sólo conducen a la mediocridad» (3).
La historia de los últimos años nos deparó golpes de Estado constitucionales, como en Chad y Togo. El presidente Idriss Déby Itno pisoteó la limitación de los mandatos impuesta por la Constitución de su país para presentarse a nuevas elecciones. En Togo se liquidó la Constitución por los militares fieles al difunto Eyadema, que había transformado la república en una monarquía, y la intervención del ejército permitió al joven Faure Gnassingbé sustituir regiamente a su padre sin «permiso» del pueblo.
¿Por qué la Unión africana no expresa en voz alta lo que piensan en silencio las poblaciones africanas? ¿Cómo puede no tener en cuenta las inquietudes que expresan las democracias tradicionales con respecto al modelo, totalmente aleatorio, de interpretación de nuestras constituciones? Quizá la situación de Camerún, donde la Constitución está en vías de modificarse para permitir que el presidente Paul Biya impida la alternancia, debería hacer reflexionar a la Unión Africana. A este respecto Estados Unidos, a través de Janet Elisabeth Garvey, ha puesto en guardia a las autoridades camerunesas: «la posición de Estados Unidos está clara. Habitualmente condenamos la modificación de la limitación del número de mandatos presidenciales en otros países (…); cualquier maniobra destinada a modificar la Constitución (…) podría percibirse como destinada a servir los intereses de un individuo o un grupo» (4). ¿Cómo entender que el viejo zimbabuense Robert Mugabe, con 83 años a cuestas, todavía aspire a un sexto mandato en 2008? ¿Cómo se puede tomar en serio a la Unión Africana cuando no puede actuar contra el atropello a las constituciones, fuente de conflictos políticos en el continente? La UA no debería seguir los pasos de la OUA, que fue incapaz de condenar los golpes de Estado militares que ensangrentaron los largos años de su existencia.
Para concluir
Kenia y Chad acaban de recordarnos que la democracia todavía es débil y aleatoria en el continente. La Unión Africana de Alpha Oumar Konaré peleó, mal que bien, para intentar que los jefes de Estado africanos tomasen conciencia de la capital importancia de una buena gobernanza. Actualmente vuelve el optimismo cuando observamos que el nuevo presidente de la Unión africana elegido el 1 de febrero de 2008 en Addis Abeba, el gabonés Jean Ping, ya ha tendido la mano a las competencias de la diáspora, como nos ha hecho saber Jean Paul Tedga, cuando afirma que el líder actual de la Unión Africana «pidió el apoyo total de la diáspora, a quien la UA considera, con razón, ‘la sexta región’ africana» (5). Y esas competencias de la diáspora deberían pedirle que reflexione sobre los verdaderos objetivos de la nueva Francáfrica de Sarkozy y sobre la limitación de los mandatos, punto esencial de nuestras constituciones. Limitación de los mandatos que debería abrir el camino a la alternancia política en el continente. Limitación de los mandatos que debe impregnar a toda la clase política africana y que permitiría a los competidores de las mayorías en el poder, es decir, a los opositores, presentarse a las elecciones presidenciales para dar otro aire a la política africana caracterizada por la monotonía y la desfachatez del poderío de los presidentes «inamovibles» que pretenden morir aferrados al poder, como ocurre con los reyes desde la noche de los tiempos.
Notas
(1) Noël Kodia, «La démocratie, un luxe pour les Africains ?», Développement et Coopération (D+C), n° 6 de noviembre-diciembre 2002, Frankfurt.
(2) L’Union africaine freine-t-elle l’unité des Africains ? , Volúmenes 1 y 2, Obra colectiva bajo la dirección de Yves Ekoué Amaïzo, Ed. Menaibuc, París, 2005.
(3) Observación de un auditor durante la emisión «Una semana en África», 15 de marzo de 2008, Radio France Internationale
(4) linternationalmagazine.com, 7 de febrero de 2008.
(5) Jean Paul Tedga, «Union africaine: Jean Ping demande le soutien de la diaspora», en Afrique Education, n° del 1 al 15 de marzo, París 2008.
Original en francés: http://www.unmondelibre.org
Noel Kodia, congoleño, es doctor en Literatura Francesa por la Universidad de París IV-Sorbona y profesor de Literatura Francesa y Congoleña en la Escuela Superior de Brazzaville. También es escritor y crítico literario. Ha publicado numerosos artículos, la novela Les enfants de la guerre, Editions Menaibuc, 2005 y el ensayo Mer et écriture chez Tati Loutard: de la poésie à la prose, Editions Connaissances et Savoirs, 2006. Además trabaja en un Diccionario de la Literatura Congoleña que incluirá la novela, el cuento y una selección de obras desde 1954 a 2005.
Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y la fuente.