¿Quién hubiera dicho que la Túnez iba a ser la vanguardia de los cambios que han empezado a trastocar los fundamentos de los sistemas políticos autocráticos dominantes en el mundo arabo-musulmán? ¿Quién preveía que la inmolación del joven Mohamed Buazizi en Sidi Bouzid iba a ser la chispa del gran estallido que unas semanas después […]
¿Quién hubiera dicho que la Túnez iba a ser la vanguardia de los cambios que han empezado a trastocar los fundamentos de los sistemas políticos autocráticos dominantes en el mundo arabo-musulmán? ¿Quién preveía que la inmolación del joven Mohamed Buazizi en Sidi Bouzid iba a ser la chispa del gran estallido que unas semanas después iba a provocar la caída del régimen tunecino? Desde la caída de Ben Ali el 14 de enero los acontecimientos se han sucedido a ritmo vertiginoso: un mes después cayó el régimen de Mubarak. Es probable que el próximo sea Gadafi dispuesto a morir como «mártir» para defender su dictadura.
Muchos factores económicos, sociales, demográficos, sociológicos y políticos han contribuido a la gestación de este amplio movimiento político y social que logró destronar al régimen de Ben Alí. Por lo tanto cabe reflexionar a posteriori sobre los factores económicos y políticos que explican esta primera revolución inesperada en el mundo árabe, además de analizar los primeros pasos de la transición hacia un sistema democrático.
Lo que empezó en Túnez como unas protestas sociales con demandas económicas específicas terminó fusionándose en un amplio movimiento reivindicando un cambio de régimen. Es la primera especificidad que cabe resaltar: la articulación de las demandas sociales y su traducción en una reivindicación política clara y movilizadora.
Aunque en 2008 se sucedieron las huelgas y las protestas en la cuenca minera de Gafsa, no desembocaron sin embargo en un movimiento similar. ¿Cuáles son los factores que han cambiado en los dos años transcurridos y que explican la transformación de una revuelta social en un movimiento que reivindica un cambio político?
En primer lugar nos fijaremos en el régimen, identificando las señales de debilidad que ya venían anunciándose. El régimen tunecino, uno de los más cerrados y represivo de la zona, gozó de la benevolencia de la comunidad internacional, que dio prioridad en su agenda a la estabilidad política (sobre todo tras los años convulsos de su vecina Argelia). Una posición reforzada, aún más, en el contexto de la «guerra global contra el terror» lanzada por la anterior administración estadounidense. Gracias a su política represiva y al apoyo externo recibido, el régimen de Ben Ali, en el poder desde 1987, asentó su control político y económico sobre el país.
A nivel político, el régimen tunecino estableció un régimen policial que se vio fortalecido en los últimos años y que trataba de ahogar cualquier tipo de crítica a su gestión de los asuntos públicos. Contó para ello no sólo con el control prácticamente total de los medios de comunicación del país o con la represión contra periodistas o defensores de derechos humanos, sino también, en el ámbito legislativo, con una serie de normas como el proyecto de ley actualmente en discusión que pretende estigmatizar cualquier contacto de las asociaciones tunecinas con organizaciones y partidos extranjeros, penalizando incluso cualquier crítica contra el estatuto avanzado que Túnez está negociando con la Unión Europea.
Este intento de controlar cualquier espacio de libertad ha ido acompañado por la monopolización del control político y por la voluntad de garantizar la perpetuación del régimen asegurando la sucesión dentro del clan familiar.
Deterioro social y «hogra»
Ben Ali fue reelegido en 2009 con el 89,62 por ciento de los votos tras forzar una reforma constitucional que eliminó la limitación para acceder a un tercer mandato. Ha gestionado el país en clave patrimonialista, reprimiendo sistemáticamente cualquier forma de oposición a su gobierno, al tiempo que apostaba por el logro de un cierto nivel de desarrollo económico, con intención de «comprar la paz social» de los poco más de diez millones de tunecinos.
El deterioro de las condiciones económicas, el incremento del paro y la reducción drástica del poder adquisitivo (provocada por un incremento de los precios de productos de primera necesidad) han cambiado drásticamente este panorama de forzada estabilidad. Los datos hablan por sí mismos: entre 2008 y 2010 cerca de 75.000 estudiantes diplomados de la enseñanza superior se insertan cada año en el mercado laboral; sólo eran mil en los años 80. [1] La tasa de desempleo de la juventud en edades comprendidas entre los 15 y 29 años alcanzó en 2008 el 31,2 por ciento.
El generalizado malestar de la población, la brutal corrupción del régimen, la violación sistemática de los derechos humanos y la falta de libertades han terminado por desembocar en una movilización popular que ha saltado a las calles de diferentes localidades del país.
El deterioro de las condiciones económicas y sociales ha ido acompañado por un enriquecimiento ostentoso de una nueva clase económica, que aprovechó la apertura iniciada a partir de los años 80. Ello acentuó las desigualdades e injusticias en la sociedad tunecina e intensificó el sentimiento de «hogra», término que desde los años 80 viene a designar el profundo desprecio del pueblo árabe por estos regímenes corruptos.
Derrocar a los clanes de la vieja gerontocracia
Esta rabia contenida no ha desembocado sin embargo en una explosión de violencia. Los ciudadanos tunecinos y egipcios han dado una buena lección de civismo y de responsabilidad; han mostrado una imagen bien diferente a los clichés más expandidos en Occidente, que suele aferrarse a la imagen de los rezos colectivos en la calle y la violencia de grupos religiosos radicales y fanáticos.
Esta muestra de responsabilidad y tenacidad ponen en evidencia, por un lado, que la juventud, cuyo peso ha sido muy relevante en ambos casos, tiene una conciencia política mucho más extendida de lo que cabía suponer; y, por otro lado, que ha perdido el miedo a la autoridad.
Las estructuras tradicionales partidistas o asociativas que componen la sociedad civil de estos países han tenido muchas dificultades en implicar y movilizar a la juventud. Esta brecha generacional ha contribuido a la invisibilidad a los jóvenes en el ámbito político. Son los jóvenes en ambos casos los que han liderado el cambio y lo han hecho sin los referentes ideológicos de las generaciones anteriores: ni los islamistas ni los partidos de izquierda. En ese movimiento de protesta, con particular protagonismo de la juventud tunecina, han tenido un papel singular las nuevas tecnologías de la comunicación (Facebook y Twitter, principalmente). Son los jóvenes los que se han visto particularmente afectados por el deterioro de la situación económica, hasta el punto de que la tasa de paro estimada para este colectivo se eleva al 30 por ciento.
En segundo lugar, este movimiento ha logrado aunar los descontentos de las diferentes capas sociales: la ola de protesta partió de las regiones económicamente deprimidas y marginadas del centro del país para ampliarse luego y llegar a la capital. Las revueltas se extendieron también a otras categorías sociales: clases medias, profesores, abogados, comerciantes… Las demandas sociales y económicas logran trascender los intereses particulares y convergen todas en el mismo punto: el objetivo claro y preciso derrocar a la vieja gerontocracia y a sus clanes, que pretendían perpetuarse en el poder.
Regímenes feroces y corruptos
Frente a la determinación de esta sublevación joven, políticamente madura, no violenta y determinada, la dictadura de Ben Ali, «coloso con pies de barro», ha mostrado ser mucho más frágil de lo que se pensaba. No se trataba de regímenes fuertes sino «feroces» [2], que han basado su perpetuación en el poder en un aparato policial desproporcionado (se estimaba por ejemplo que en Túnez había un policía por cuatro habitantes) destinado a ahogar cualquier forma de oposición y en unas redes clientelistas para garantizar la lealtad de algunos sectores de la sociedad.
Alentada también por un contexto político internacional que privilegió la «lucha global contra el terrorismo» y premió a los regímenes árabes dispuestos a colaborar en este ámbito, la deriva autoritaria y represiva de los regímenes tunecino llegó en los últimos años a extremos grotescos: cámaras legislativas monolíticas; cierre de los espacios de oposición; persecución de los militantes de partidos opositores y defensores de derechos humanos.
La depredación sistemática de los clanes próximos al poder y su ostentoso enriquecimiento, frente a los niveles de pobreza endémicos de estas sociedades, ha ido acabando con los últimos resquicios de legitimidad de unos gobiernos corruptos.
El papel del ejército ha sido un elemento clave en la medida en que facilitó el cambio político. A diferencias de países como Argelia o Egipto, el ejército tunecino no ha desempeñado un papel determinante en la vida política. Compuesto de 35.000 hombres, se desvinculó rápidamente de la lógica represiva del régimen.
Retos e incertidumbres
Con la huida de Ben Ali la revolución tunecina cumplía con su primer cometido, pero es largo todavía el camino hacia la democracia y la transición se enfrenta a numerosos retos. De hecho, una nueva oleada de protesta acabó con el gobierno de transición de Mohamed Ghanuchi a finales de febrero.
El modelo de transición escogido en un principio, basado en cierto compromiso con elementos del antiguo régimen con el fin de restablecer el orden ha fracasado. No contaba tampoco con la unanimidad en el seno del movimiento de la oposición, que permanece muy dividido respecto a los pasos a seguir en este complejo proceso de transición democrática. Algunos, como los partidarios de Moncef Marzouki, exiliado durante muchos años, el Partido de los Obreros Comunistas Tunecinos (POCT) o los líderes del movimiento de «diplomados parados», quieren erradicar cualquier resquicio del régimen anterior y sentar las bases de un verdadero proceso de democratización no controlado por elementos del régimen anterior.
Muchas incertidumbres pesan sobre el proceso de transición tunecino. La Unión Europea debería actuar con celeridad para prestar todo su apoyo y acompañamiento económico para ayudar al gobierno de transición; y el ejecutivo que salga de las urnas en julio habrá de responder a las expectativas políticas pero también económicas y sociales del pueblo tunecino.
Laurence Thieux es investigadora del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). Notas
[1] Citado en Olivier Piot: » De l’indignation à la révolution», Le Monde Diplomatique, febrero 2011.
[2] Ver Nazih Ayubi, La hipertrofia del Estado árabe, (Ediciones Bellaterra, 1998) cuyo argumento principal que a pesar de que la mayor parte de los Estados árabes son Estados «duros» e incluso «feroces» muy pocos son realmente fuertes.