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«La vida es lucha», el libro de las huelguistas de las residencias de Bizkaia

Fuentes: La Izquierda Diario

«La vida es lucha, si no luchas no consigues nada», dice una joven trabajadora que ha estado más de un año de su vida en la huelga de residencias de personas ancianas de Bizkaia. Una reseña del libro que relata la larga huelga que ha puesto en el centro la respuesta de las mujeres a […]

«La vida es lucha, si no luchas no consigues nada», dice una joven trabajadora que ha estado más de un año de su vida en la huelga de residencias de personas ancianas de Bizkaia. Una reseña del libro que relata la larga huelga que ha puesto en el centro la respuesta de las mujeres a la precariedad y a la crisis de los cuidados.

Las trabajadoras de las residencias para personas mayores de Bizkaia están haciendo historia. Y como la historia tiene que quedar registrada con sus fuentes orales, escritas y fotográficas, se ha publicado este libro tan merecido para ellas, en euskera y en castellano con el título «No eran trabajadoras solo mujeres. Testimonios de las huelguistas de las residencias de Bizkaia» (Ed.Manu Roblez-Arangiz Institutua) escrito por Onintza Irureta Azkune con un prólogo de Irantzu Varela Urrestizala. También en catalán por la editorial Tigre de Paper, con el título «El verd és el nou lila», traducido por Oriol Valls.

Se trata de un libro que da cuenta de una de las huelgas más largas de la década en el País Vasco en el año 2016, -junto a la emblemática huelga de Panrico en Catalunya (2013-2014)-, con 378 días de jornadas en los que, asumiendo el riesgo de que el cansancio desgastara sus fuerzas, contrariamente las ha fortalecido dando a conocer en todo el Estado una realidad que no sólo ocurre en Bizkaia: la de los trabajos de cuidados, altamente feminizados, vergonzosamente pagados y precarizados y atravesados por casos de abuso y maltrato patronal. La realidad también de uno de los nichos más mercantilizados del capitalismo que son las residencias para personas mayores y dependientes, cada vez más privatizados y precarios en cuanto a la calidad del servicio.

Esta misma realidad está integrada en las reivindicaciones de las trabajadoras, en sus camisetas verdes, en sus batallas de género en la lucha de clases, de las mujeres, de las trabajadoras que se organizaron hartas de sus condiciones de trabajo y salarios bajos. Hartas de que los trabajos de cuidados altamente feminizados -perpetuados por la duradera e histórica división sexual del trabajo- se infravaloren para justificar la explotación y bajas condiciones laborales. Como explica la introducción del libro, «Nos hicieron saber que la suya no era una lucha exclusivamente laboral, sino que también era una lucha feminista. Denunciaron que estaba en juego la dignidad del trabajo de cuidados y que ellas estaban pagando las consecuencias de la apuesta privatizadora de las instituciones públicas», por lo que no dudaron en incomodar a la patronal pero también a la Diputación Foral de Bizkaia.

Antes de comenzar con los relatos vivos, el libro comienza dedicando ocho capítulos breves a los precedentes de una huelga «que no surge de la nada», sino que sienta sus bases en previas experiencias durante la década de los ochenta. En estos capítulos con títulos muy creativos y anécdotas ilustrativas, el libro se propone también explicar el rol del sindicato ELA -el de mayor representación sindical en el sector- en los procesos de huelgas y lucha sindical, dando a conocer importantes triunfos. Desde la pelea por un convenio propio para las residencias de Bizkaia que no se firmaría hasta el año 2003, cuando «trataban a las trabajadoras de una manera totalmente indigna, prácticamente como esclavas». Y cuando la mayoría de las trabajadoras eran mujeres y negociaban los hombres, ELA se propuso invertir esa pirámide patriarcal de representación sindical y darle peso a las mujeres en la delegación de las negociaciones. Se avanzó además en mayor coordinación entre los centros de Bizkaia.

Ese convenio se firmó tras la primera huelga que arrancó en la residencia de Kirikiño, votada en «Una asamblea de cinco minutos», tal como lo titula el capítulo en el que la narra, e implicó avances importantes en sus condiciones laborales. Era una época dura para realizar huelgas, las trabajadoras eran consideradas «criminales», eran insultadas y acusadas de abandonar a las personas ancianas, cuestión que las patronales instrumentalizaban. También fueron duramente criticadas por los familiares de los ancianos. Hasta que éstos se empezaron a organizar y a crear lazos con las trabajadoras, siendo conscientes de que la precariedad y sobre explotación hacia ellas repercutía en la atención a las personas ancianas. Un ejemplo de ello es que sólo contaban con ocho minutos para despertarlas, asearlas, vestirlas y levantarlas por la mañana.

Después de un relato breve e interesante a la vez sobre los precedentes de la huelga de 378 días, el libro nos ilustra con imágenes de periódicos, fotos y carteles que recorren los hitos más importantes en las luchas por los convenios. La última parte del libro está enfocada en las voces de ocho trabajadoras que nos relatan sus experiencias. Una mezcla de mujeres de diferentes edades, generaciones, muchas con experiencia sindical o en el movimiento feminista, otras no.

Además de reflejar las vergonzosas condiciones laborales de las trabajadoras, saca a la luz lo duro y difícil que es su trabajo: «Nosotras somos sus manos, sus piernas, les hacemos todo, y también los escuchamos», explican dos de las más jóvenes voces del libro, las de Lara y Verónica. Por eso su lucha se resume en: «Un descanso digno para las gerocultoras, una vida digna para los residentes». Otra crítica importante que se relata en los testimonios de las trabajadoras, es el rol del poder político y sus representantes como el diputado general de Bizkaia o la diputada de Bienestar Social, que se desligaban de su responsabilidad y mandaban a las trabajadoras a negociar con la patronal, cuando los centros son públicos.

Los ataques de la patronal, la implementación de las Reformas Laborales, las luchas por mejoras en los convenios, entre otras cuestiones, han mantenido durante años a las trabajadoras de las residencias de Bizkaia organizadas y luchando. Hasta la prolongada huelga del año 2016 de 378 jornadas. «Tú has hecho oposiciones, ¿o qué? ¿Te piensas que estás en el sistema público? ¡Ni en vuestros mejores sueños! ¿Pero vosotras quién os habéis creídos que sois?». Así respondía la patronal cuando las trabajadoras, en su lucha por el quinto convenio, reclamaban salario mínimo de 1.200 euros, sueldo íntegro durante las bajas, incremento del plus de los domingos.

Reclamaban un salario que les permitiera ser económicamente independientes y dejar de ser las que llevan el supuesto ‘salario complementario de sus maridos’ de 600 euros que cobraban cuando no tenían convenio, tal como muchas veces les decían sus jefes entre gritos y maltratos. El significado es profundo, como explica el libro, «Nos encontramos ante un sector feminizado, ligado al trabajo de cuidados llevado a cabo por mujeres, considerado como una especie de prolongación del trabajo que las mujeres siempre han realizado en sus hogares».

Los testimonios de las mujeres demuestran con rigurosidad el propósito del libro: dar cuenta de la relación entre una lucha laboral y la «conciencia feminista», siendo un colectivo de 4.500 mujeres de un sector de 5.000 trabajadoras y trabajadores. Desde el comienzo de la crisis, la extensión de múltiples luchas de la clase trabajadora con las mujeres al frente, han dotado al movimiento feminista de reivindicaciones sociales, políticas y laborales, de combatividad y de reinvindicaciones más integrales como: contra la explotación, la precariedad o el maltrato patronal, insultos machistas, el acoso patronal y el abuso sexual en los centros de trabajo. El 8 de marzo todos estos agravios contra las mujeres se transformaron en pancartas de reivindicaciones que antes no tenían viabilidad en el movimiento feminista de las décadas del noventa.

No obstante, aún para sectores del feminismo institucionalizado, esta realidad ha tardado tiempo en ser reconocida. Y así se desliza la crítica en los relatos de las mujeres, de que el movimiento feminista llegó tarde a apoyarlas y, en especial, el feminismo institucional como el Instituto vasco de la mujer, Emakunde, que, como relata Kontxi, «tampoco se puso en contacto con nosotras, fuimos nosotras las que tuvimos que llamar a su puerta». Si las trabajadoras muestran un feminismo contrapuesto al feminismo liberal como el de Ana Botín, también han cuestionado al feminismo institucionalizado, muchas veces alejado de la realidad de la mayoría de las mujeres, las trabajadoras, las migrantes y racializadas y jóvenes precarias.

En un reciente libro de la que soy coautora, «Patriarcado y Capitalismo. Feminismo, clase y diversidad» [1] , explicamos cómo, en la actualidad, ya no se puede ocultar la importancia de las tareas de cuidados y su traslación- prolongación de las tareas del hogar al trabajo asalariado, muy precario y cruzado por todo tipo de brechas. Como tampoco se puede seguir ocultando que, dentro de la clase trabajadora asalariada, el 48% somos mujeres y que, como relatan las trabajadoras de las residencias, ya no ocupamos un rol subsidiario en el mercado laboral. El sistema capitalista patriarcal oculta las tareas de cuidados y domésticas ubicándolas en una esfera exclusivamente privada. Y divide el trabajo asalariado del no asalariado, como si las tareas de reproducción del capital (trabajo no remunerado) fueran parte de un sistema aislado.

Las huelgas de las trabajadoras de las residencias de más de 378 días han sido el antecedente de las dos huelgas generales feministas el 8M. Las huelgas generales que han parado los centros de trabajo junto al conjunto de la clase trabajadora por las reivindicaciones más sentidas de las mujeres, ayudaron a superar esa falsa división entre el trabajo doméstico, las tareas de cuidados tan invisibilizadas por las patronales y las burocracias sindicales, y el trabajo asalariado cada vez más femenino y diverso, contra la violencia machista y los feminicidios.

Una generación de trabajadoras han decidido dejar de llorar a la «jaula donde se echa la ropa sucia» y muchas de ellas han transformado su vida. Como relata Marisol, «Me he convertido en una persona sin miedo, que está orgullosa de lo que ha hecho y que si hubiera otra huelga la volvería a hacer». Y, ¡cuidado!, el 2020 promete más huelgas por la mejora del próximo convenio. Tal vez este libro tendrá un segundo y así lo deja caer en el último capítulo a modo de conclusión, «Vidas que se transforman».

Cynthia Luz Burgueño, coautora del libro Patriarcado y Capitalismo. Feminismo, clase y diversidad.