Traducido para Rebelión por O. Grajales
La forma de tratar el cuerpo de Muamar Gadafi revela la tragedia vivida por el pueblo libio. El despojarle de la ropa ha sido objeto de un doble trato de excepción, de una doble violación del orden simbólico en el cual se integra esta sociedad. En lugar de, como propugna el rito musulmán, de inhumarse el mismo día, su cadáver, con el fin de ser entregado respecto a sus visitantes, fue expuesto durante cuatro días en una cámara frigorífica.
Esta exhibición se acompaña de un entierro en un lugar secreto, a pesar de la petición a la ONU de recuperación del cuerpo por parte de su esposa.
Esta doble decisión del nuevo poder libio inscribe a la población en una situación ya conocida en la tragedia griega. Prohibiendo a la familia inhumar el cuerpo, el nuevo poder político sustituye al orden simbólico. Suprimiendo toda articulación entre la » ley de los hombres » y la » ley de los dioses «, el CNT las fusiona y se concede el monopolio de lo sagrado. Así, se pone por encima de la política.
La decisión por parte del CNT de negarle a la familia el funeral y exhibir el cadáver tiene por objeto borrar el significante del cuerpo, para quedarse solamente con la imagen de la muerte. Se trata de un pulso, de que la conminación de disfrutar la imagen de la muerte de Gadafi no encuentre límites. La exposición del cuerpo no es más que un elemento fetiche. Lo esencial se encuentra en las imágenes del linchamiento de Gadafi. Grabadas por GSM, dan vueltas y vueltas ocupando el espacio mediático. Intrusivas, aparecen en tiempo real en nuestro día a día. Nos enganchan. Nos dicen mucho, no sobre el conflicto en sí mismo, sino sobre el estado de nuestra sociedad y sobre el futuro programado de Libia : una guerra permanente. Esas imágenes tienen función de sacrificio, de chivo expiatorio. Nos introducen en la violencia mimética, es decir en una pulsión constante, en la repetición de la muerte del mal personificado. Se produce así un paso atrás en la historia de la Humanidad, llevándonos a un estadio donde el sacrificio humano tenía un lugar central. Aquí la exigencia del disfrute suplanta a la política ; la pulsión reemplaza a la razón. El ejemplo más significativo lo encontramos en la entrevista a Hillary Clinton, quien acoge dichas imágenes como un regalo. Risueña, exalta todo su poder y comparte su júbilo tras el linchamiento : » ¡Vinimos, vimos y él (Gadafi) está muerto ! » declaró por micrófono a la cadena de televisión CBS.
La violencia infligida al Jefe de Estado libio es, al mismo tiempo para los demás gobernantes occidentales, un momento propicio para expresar su satisfacción y alegrarse del éxito de su iniciativa. » No vamos a derramar más lágrimas por Gadafi «, declaró Alain Juppé. Los medios confirman que » los dictadores acaban siempre así «. El linchamiento se convierte en la prueba misma de que el mártir era un dictador. La violencia de la muerte, perpretrada por los » liberadores » no muestra que se trata de una venganza. Demuestra asimismo que los autores también son las víctimas.
Las posiciones de nuestros dirigentes políticos, tras la difusión de estas imágenes, nos confirman que la eliminación de Gadafi es el objetivo de esta guerra y no la protección de la población. La violencia de este último consistiría principalmente en el hecho de que no haya abandonado el poder mientras que era inconcevible que se quedara. Su imagen encarnaba la tiranía, ya que no encontró el amor de los dirigentes occidentales para con la población libia- » Él (Gadafi) se comportó de manera muy agresiva. Recibió buenas condiciones para entregarse y las rechazó «, añadió Juppé.
Una identidad producida entre las masacres atribuidas al coronel y su cuerpo ensangrentado. Las marcas sobre el cuerpo aún vivo, después el despojarlo de la ropa, no representarían la violencia de los » liberadores «, sino que sería el resultado de la sangre derramada de Gadafi.
Las imágenes del sacrificio permiten a nuestros gobernantes exhibir un poder sin límte. El ministro francés de Defensa, Gérad Longuet, reveló que la aviación francesa bajo petición del estado mayor de la OTAN, lo había » detenido «, es decir, había bombardeado el convoy que huía a bordo del cual se encontraba Gadafi. Con esto reivindica un acto de violación de la resolución del Consejo de seguridad de la ONU. Esta vez, Alain Juppé reconoció también que el objetivo de la invasión era poner al CNT en el poder : » la operación debe acabarse hoy puesto que el objetivo, que era el nuestro, es decir acompañar a las fuerzas del CNT en la liberación de su territorio, ya se ha conseguido. »
El asesinato de Gadafi, este acto de » venganza de las víctimas «, tiene como consecuencia que ya no será juzgado. Este asesinato topa con los intereses de las firmas petroleras y de los gobiernos occidentales. Sus estrechas relaciones con el régimen del coronel no serán expuestas en las plazas públicas. La sustitución de las imágenes del linchamiento en la organización de un juicio ante la Corte Penal Internacional tiene como consecuencia, especialmente, que en lugar de haber sido detenida con la palabra, la violencia no se ha terminado. Libia, como Irak o Afganistán se encontrará en un estado de guerra sin fin. En cuanto a nuestros regímenes políticos, están hundidos en un estado de excepción permanente. Esto acompaña la emergencia de un poder absoluto, cuyo acto político está más allá de todo orden de derecho,
Una intervención militar comprometida en nombre del amor de los gobernantes occidentales hacia las poblaciones víctimas de un » tirano » magnificado por la exhibición del sacrificio de este último, revela una regresión de nuestras sociedades hacia la barbarie.
Los trabajos etnológicos, así como el psicoanálisis, nos han mostrado que el sacrificio humano elabora un retorno a una estructura materna. El amor y el sacrificio son los atributos de una organización social que no distingue ya de órdenes políticos ni simbólicos. Estos son los paradigmas de una sociedad matriarcal que lleva a cabo el fantasma primordial de unificación con la madre, de ahí la fusión del individuo con el poder.
Jean-Claude Paye es sociólogo y autor de «L’emprise de l’image : De Guantanamo à Tarnac«, Yves Michel, octubre 2011.