Recomiendo:
0

Mientras saquean África, elogian su figura

Lágrimas de cocodrilo por Mandela

Fuentes: Rebelión

A Hanlie van Dyk, que me llevó en los años negros a Soweto Con lágrimas y pena, pero también con cánticos y bailes, el pueblo de Sudáfrica dice adiós a Nelson Mandela, héroe nacional y fundador del nuevo estado democrático. Los explotados del mundo en que vivimos sienten su muerte como una pérdida irreparable. Cayó […]

A Hanlie van Dyk,

que me llevó en los años negros

a Soweto

Con lágrimas y pena, pero también con cánticos y bailes, el pueblo de Sudáfrica dice adiós a Nelson Mandela, héroe nacional y fundador del nuevo estado democrático. Los explotados del mundo en que vivimos sienten su muerte como una pérdida irreparable. Cayó el régimen racista sudafricano, pero el racismo sigue vivo en otras latitudes: se levantan muros en territorio español, en Europa se cierran las fronteras a los africanos y se les condena a morir ahogados en el Mediterráneo; en Estados Unidos, además del racismo latente, se ha construido un muro en la frontera con México cuya extensión final alcanzará los 1.125 kilómetros y que desde 1994 ha causado ya más de 10.000 muertos sólo en la ruta alternativa del desierto de Arizona; en Palestina la población vive en la miseria, encerrada tras los muros erigidos por el estado de Israel de manera ilegal.

Más de cien jefes de estado y de gobierno han acudido a Johanesburgo para participar en la ceremonia fúnebre oficial. Antes del viaje y durante su estancia allí han abundado las declaraciones de conocidos dirigentes occidentales elogiando la figura de Mandela. Los mismos políticos que como Obama, Hollande, Sarkozy, Cameron y Blair han ordenado invadir y bombardear países africanos al tiempo que saquean sus recursos naturales (petróleo, gas, minerales, pesca, etc.) lloran ahora hipócritamente su muerte. Son lágrimas de cocodrilo.

Mandela, punta de lanza de una lucha colectiva

Como no se ha podido borrar el ejemplo de lucha por la igualdad protagonizado por Nelson Mandela, se intenta manipular su figura convirtiéndolo en héroe solitario, una especie de príncipe azul de los cuentos. Él con su inteligencia, tenacidad, valor y dignidad representa lo mejor de su pueblo. Pero con él estuvieron luchando y sufriendo penalidades cientos de miles de hombres, mujeres y niños de toda Sudáfrica, desde Ciudad del Cabo a Pretoria, desde Durban a Bloemfontein, desde Port Elisabeth a Soweto, desde Johanesburgo a Kimberley. Antes de él y más tarde con él lucharon codo con codo otros dirigentes del Congreso Nacional Africano (CNA) que merecen también un lugar de honor: John Dube, Josiah Gumede, Alfred Bilini Xuma, James Moroka, Albert Luthuli, Oliver Tambo y Walter Sisulu, entre otros. La resistencia fue especialmente intensa en los sindicatos obreros y entre las mujeres de los townships, es decir, los nucleos de población reservados a los negros desde finales del siglo XIX, verdaderos ghetos. Y en primera fila de estas luchas estuvieron siempre los comunistas sudafricanos, perseguidos con especial saña por la policía secreta. Pues el régimen del apartheid tenía a gala ser un baluarte del capitalismo mundial contra los comunistas. Como la Gran Bretaña de Churchill y los Estados Unidos de Eisenhower apoyaron la dictadura de Franco, del mismo modo los países occidentales con el Reino Unido a la cabeza sostuvieron hasta el final al régimen racista de Pretoria porque su anticomunismo les resultaba muy rentable en la estrategia de la Guerra Fría.

Frente a la barbarie del apartheid, una democracia basada en el pluralismo

El año 1990 visité Sudáfrica. Mandela y cientos de activistas del CNA seguían en la cárcel y todavía estaban en pie las viejas leyes racistas que marginaban de la vida político-social a los negros y los segregaban no sólo en las escuelas y hospitales sino hasta en el escaso transporte público existente y en el acceso a jardines y playas. (Años atrás, hasta se prohibia a los africanos la entrada a las bibliotecas). Los activistas que colaboraban con el CNA, muchos de ellos de origen europeo, corrían grave riesgo, pues la policía solía atentar criminalmente contra ellos mediante el envío de cartas-bomba. Deseoso de conocer de cerca Soweto, ya entonces un mito en la lucha antiapartheid, le pedí con cierto temor a mi amiga Hanlie, de origen holandés, que me llevara a este township de varios millones de habitantes. La entrada era única, a través de una estrecha carretera controlada en su comienzo por una imponente comisaría de policía, blindada y con abundante personal fuertemente armado. En nuestro recorrido en coche pude ver el infame urbanismo del gheto: extensos barracones color cemento, hileras de modestas casas de ladrillo con cubiertas de uralita y chabolas. Ni un árbol, ni un centro social, ni un parque, ni un jardín en la vuelta que dimos al heroico barrio. Sólo alguna pequeña iglesia rompía la imagen de soledad y pobreza. Un sentimiento de desolación me embargaba el ánimo. Unicamente podía comparar esta siniestra estampa con las imágenes que recordaba de los campos de concentración nazis.

Contra la barbarie del racismo blanco, fue creciendo desde principios del siglo XX una ola de protestas pacíficas que no surtían otro efecto que el aumento de la represión. La prohibición del CNA con la posterior detención y condena de sus líderes, así como las matanzas de manifestantes pacíficos en Sharperville y otras ciudades, llevaron a la creación del Umkhonto we Sizwe (La lanza de la nación), ala militar del CNA dirigida por Nelson Mandela. En la lucha armada tan desigual entre un potente ejército moderno y una guerrilla débil fue decisiva la ayuda de Cuba. La derrota del ejército sudafricano en Angola a finales de 1987, su retirada de Namibia y el repliegue a sus fronteras donde el rechazo al apartheid era ya un fenómeno de masas, fue el principio del fin del poder blanco en África austral. El propio Mandela, ya liberado, en su primer viaje al extranjero eligió Cuba como destino y allí subrayó la importancia histórica de aquella victoria: «¡La aplastante derrota del ejército racista en Cuito Cuanavale [Angola] constituyó una victoria para toda África! (…) ¡Sin la derrota infligida en Cuito Cuanavale nuestras organizaciones no hubieran sido legalizadas! ¡La derrota del ejército racista en Cuito Cuanavale hizo posible que hoy yo pueda estar aquí con ustedes!¡Cuito Cuanavale marca un hito en la historia de la lucha por la liberación del África austral!»i.

Se comprende ahora por qué, con buen criterio, el gobierno de la República de Sudáfrica eligió como uno de los selectos oradores del funeral de estado a Raúl Castro, presidente de Cuba, mientras relegaba al silencio a todos los jefes de estado europeos.

Recordemos para siempre la lucha de Nelson Mandela por la democracia y la igualdad, por la dignidad del pueblo africano pisoteado durante siglos. Ese es su mejor legado. No olvidemos tampoco su eterna sonrisa, su coraje y paciencia aun en los peores momentos. Vista así su larga vida, podemos calificarla de feliz siguiendo al viejo Aristóteles:»Pues la felicidad requiere una virtud perfecta y una vida entera» (Ética nicomáquea, I,9). Se comprende bien que el pueblo sudafricano cante y baile en su honor como la más apropiada despedida a su mejor hijo.

Frente a la barbarie de los afrikaners que en su delirio llegaron a afirmar «Nosotros los Afrikaners no somos una obra humana, sino creación de Dios. Es en nosotros en quienes millones de semi-bárbaros negros buscan dirección, justicia y el camino cristiano de la vida» ii , se alza hoy la nueva Sudáfrica, fundada por Mandela, unida en la pluralidad de sus razas, lenguas y religiones, pacífica dentro y fuera de sus fronteras, democrática en la participación de todos sus ciudadanos en la dirección de la vida pública.

Notas:

i http://www.juventudrebelde.cu/internacionales/2010-07-17/discurso-de-nelson-mandela-el-26-de-julio-de-1991/

ii We Afrikaners are not the work of man, but a creation of God. It is to us that millions of semi-barbarous blacks look for guidance, justice and the Christian way of life, en Nelson Mandela and the rise of ANC, edición de Jurgen Schadeberg, Johannesburg, Jonathan Ball and Ad. Donker Publishers, 1990, p. 33.  

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.