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El conflicto tiene una base tribal, como ambas partes aceptan la "economía de mercado", gane quien gane, la otra parte perderá

Las bárbaras consecuencias del capitalismo en Kenia

Fuentes: El Militante

Lenin dijo en cierta ocasión que el capitalismo es horror sin fin. Kenia es la prueba más espantosa de esa afirmación. Es una nación de aproximadamente 36 millones de habitantes, situada en el ecuador en la costa oriental de África, con Sudán y Etiopía al norte, Uganda al oeste, Tanzania al sur y el Océano […]

Lenin dijo en cierta ocasión que el capitalismo es horror sin fin. Kenia es la prueba más espantosa de esa afirmación. Es una nación de aproximadamente 36 millones de habitantes, situada en el ecuador en la costa oriental de África, con Sudán y Etiopía al norte, Uganda al oeste, Tanzania al sur y el Océano Índico al este. Al noreste está Somalia. La capital, Nairobi, es una de las ciudades más grandes de África con una población de 3 millones de personas. La edad media de la población es sólo 18 años. Kenia está bendecido con un clima benigno y una tierra agrícola fértil, aunque el 70 por ciento del país es árido o semi-árido. La combinación del pintoresco paisaje y una fauna abundante hacen de Kenia uno de los principales destinos turísticos del continente. Kenia tiene una cultura muy vibrante que en no pequeña medida es consecuencia de su diversidad étnica.

La base de su economía es la agricultura y el turismo. Los principales cultivos son el té, el café, al anacardo, el maíz, el azúcar y el piretro. Por lo tanto, tiene todos los elementos para convertirse en una nación próspera y triunfante. Pero casi medio siglo después de la independencia del dominio británico sigue siendo un país pobre. La renta per cápita del país es de aproximadamente 300 dólares. Hasta hace poco Kenia era presentado como un ejemplo brillante del éxito de la economía de libre mercado. Era un país que había seguido al pie de la letra la política dictada por el Banco Mundial y el FMI. Se suponía que era un ejemplo radiante de democracia, un faro de esperanza para lo que es conocido por los europeos como «el continente oscuro».

Ahora todos estos sueños han quedado reducidos a cenizas. En las recientes semanas Kenia se ha hecho pedazos debido a una oleada de violencia étnica y tribal que se ha cobrado casi mil muertos. La causa inmediata de la violencia fue el amaño de las elecciones del 27 de diciembre, cuando el presidente actual Mwai Kibaki robó la victoria a la oposición con un flagrante fraude electoral. Inmediatamente después de las controvertidas elecciones, los seguidores de Raila Odinga, un miembro de la tribu Luo, que encabeza el opositor Movimiento Democrático Naranja, y salieron a las calles para protestar. Como Kabaki es kikuyu, como lo son la mayoría de sus partidarios, la lucha adquirió el carácter de conflicto étnico sangriento.

Desde entonces, al menos 1.000 personas han muerto y 200.000 han huido de sus casas debido a la extensión de la violencia. Cada día los medios de comunicación occidentales aparecen llenos con historias de nuevos horrores, sobre como los pobres africanos se matan entre sí con machetes, cachiporras y cuchillos. Saquean y queman casas, miles de personas se ven obligadas a huir a otras zonas. Docenas de miles de familias han tenido que abandonar sus hogares. Personas quemadas o asesinadas a machetazos. Mujeres violadas. La oficina de la ONU para la coordinación de los asuntos humanitarios en Ginebra dijo hoy que el mes pasado en un hospital de Nairobi se contabilizaron 167 violaciones de mujeres, la víctima más joven tenía un año de edad.

El asesinato, en incidentes separados, de dos parlamentarios Naranja, desencadenó una orgía de asesinatos en los suburbios de la capital y en otras zonas. Uno era Mugabe Were, un lunhya muy popular en Nairobi; el otro era David Kimutai Too, un kalenjin. En la capital provincial de Lous, Kisumu, más kikuyus fueron masacrados, algunos de ellos murieron con neumáticos ardiendo colocados a modo de «collares»» sobre sus cuellos a manos de jóvenes luo. En Edoret, donde fue disparado Too por un oficial de policía, cientos de jóvenes bloquearon las carreteras con neumáticos ardiendo y piedras, cantando: «Kibaki debe irse». En lo que quedaba de la pobre ciudad de Nwagocho y en los barrios de Baraka se podían ver columnas de humo saliendo de las cenizas. Allí la policía disparó y mató a cuatro personas e hirió a otras cinco el jueves por la tarde y el viernes por la noche. Estaban acusados de participar en el saqueo de propiedades e incendiar casas residenciales y edificios de oficinas.

Como venganza por los ataques, en la ciudad occidental de Ainamoi, un oficial de la policía fue linchado por una muchedumbre de 3.000 personas armadas con arcos y flechas, lanzas, palos y machetes. Le acusaban de haber herido a un civil cuando la policía abrió fuego contra las protestas que estallaron al llegar las noticias de la muerte de Too. «El oficial de policía hirió a tres atacantes antes de que fuera dominado y linchado en el mismo sitio», estas son las palabras de un comandante de la policía, Peter Aliwa. Los funcionarios regionales dijeron que ocho personas habían sido asesinadas en la aldea de Ikonge, a 240 millas al oeste de la capital, Nairobi, en un ataque pare vengar el asesinato de Too. Unos 100 hombres cortaron a seis de las víctimas hasta morir. Los otros dos fueron asesinados con flechas envenenadas. Otras cuatro personas fueron asesinadas por la policía, la lista de horrores parece interminable.

Hipocresía de la «comunidad internacional»

La débil burguesía nacional keniana está alarmada ante estos acontecimientos. El periódico más grande del país, el Daily Nation , que apoyó a Kibaki durante la campaña electoral, ha perdido la paciencia con él. En una editorial decía que la «inercia e ineptitud» del gobierno dejó al «descubierto los instintos básicos y ha hecho retroceder al país a los tiempos pre-coloniales». La burguesía se retuerce las manos, pero ¿cuál es la solución? A esta pregunta el Daily Nation no tiene respuesta.

¿Qué pasa con la «comunidad internacional»? ¿Países democráticos agradables como Gran Bretaña y EEUU ayudarán? La respuesta de los gobiernos a esta terrible masacre ha sido el mutismo. ¿Dónde están los llamamientos a gritos por un cambio de régimen en Nairobi? ¿Dónde están las resoluciones del Consejo de Seguridad? ¿Dónde están los planes de intervención humanitaria? No hay nada. ¿Por qué? Quizá por que Kenia no tiene petróleo, o quizá porque Occidente ha estado apoyando al presidente keniano, Mwai Kibaki y su régimen, y por esa razón no ven la necesidad urgente de cambiar. Por cualquiera de las razones, los agradables, civilizados y cristianos líderes del mundo occidental no se han dado prisa por ayudar a evitar una catástrofe en las líneas de Ruanda.

Como siempre, la actitud de los imperialistas destila hipocresía, Gran Bretaña y EEUU han dado un apoyo militar considerable a Kenia y aún se lo dan. Kibaki en el pasado fue recibido calurosamente como un aliado en la «guerra contra el terrorismo» global. Dicen que la Unión Europea podría «intentar» que se impongan sanciones a Kenia, que castigaría a Kibaki y algunos de sus ministros y seguidores, mientras que, supuestamente, aliviarán a los kenianos más pobres de los efectos de las sanciones comerciales y de privación de las ayudas. Esto significaría prohibición de viajar para algunos individuos específicos y sus familias, y otras medidas similares. Pero este tipo de cosas ya se intentó en el caso de Zimbabwe, sin producir ningún resultado significativo. Será un pequeño inconveniente para Kibaki no poder viajar a Londres para comprar en Harrods, pero será poco más que un manotazo en la muñeca.

Han enviado al anterior secretario general de la ONU, Kofi Annan, para que actúe como mediador entre Kibaki y el líder de la oposición, Raila Odinga. Kofi Annan dice que los oponentes políticos habían aceptado un plan de cuatro puntos que podría poner fin a la violencia «dentro de siete o quince días». «El primero [punto] es emprender acción inmediata para detener la violencia», dijo a Reuters . Pero sólo son palabras y no hay ningún síntoma de que vaya a disminuir la violencia. Más bien lo contrario.

Diplomáticos, empresarios y líderes eclesiásticos esperan fervientemente que las negociaciones de Annan tengan éxito. Saben que Kibaki es culpable de amañar las elecciones presidenciales, han aceptado no presionar para que se impongan sanciones inmediatas y así dar más tiempo a Annan. Pero el tiempo no está de su lado. Kibaki está prolongando las conversaciones con la esperanza de fortalecer su posición sin hacer ninguna concesión sobre las elecciones o sobre nada más. Y a los seguidores de la oposición se les pide que repriman su furia y rebajen sus reivindicaciones. Eso es todo lo que han ofrecido Kofi Annan y las «Naciones Unidas»: ¡pedir calma! ¡Evitar la violencia! Pero la violencia aumenta y amenaza con arrollar a la sociedad.

En vista de la manifiesta impotencia de Kofi Annan, el actual secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, voló desde la cumbre de la Unión Africana en Etiopía a Nairobi para darle su apoyo. Las conversaciones se reanudaron, Ban pidió a ambas partes que «miraran más allá del interés individual. Que mirarán más allá de su partido… Ahora el futuro está ante vosotros». Pero son palabras vacías que no han tenido ningún efecto. El abismo que separaba a los partidos antagónicos antes de las elecciones se ha convertido en un abismo insalvable. Este conflicto no se puede resolver en términos puramente parlamentarios. En un discurso ante la cumbre de la Unión Africana en Addis Abeba, Kibaki dio la bienvenida a los esfuerzos mediadores internacionales pero sugirió que la oposición debería llevar sus quejas a los tribunales . Dijo lo siguiente: «La judicatura en Kenia tiene años de arbitraje en disputas electorales y la actual no es una excepción».

Estas palabras demuestran el cinismo descarado de Kibaki. Todo el mundo sabe que los tribunales están llenos de aliados de Kibaki. En cualquier caso, los procedimientos se mueven con lentitud y podrían tardar meses o años en llegar a una conclusión. Es un intento transparente de tácticas dilatorias. El recuento de los votos no resolvería nada porque la mayoría de los kenianos no tienen confianza en la comisión electoral. Los Naranja están exigiendo nuevas elecciones, que sería la opción más democrática. Pero incluso si se celebraran elecciones (Kibaki se ha negado), ¿quién las convocaría? No es probable que Kibaki y sus seguidores se sentaran junto a Odinga en un gobierno interino mientras continúa la carnicería.

Crímenes del imperialismo

Para muchas personas en Europa toda esta situación parece inexplicable. Algunos seguramente se encogen de hombros y hacen referencias vagas al tribalismo, que es un término que no entienden. Otros ven en esto una confirmación de que los africanos son personas «primitivas» con instintos «salvajes», frente a los civilizados europeos. Sin embargo nada puede estar más alejado de la realidad. Siempre han existido diferentes tribus en Kenia, como en cualquier otro país africano. En el pasado ha habido guerras entre tribus por el ganado, la tierra o los recursos naturales como lagos y ríos. Pero esos conflictos tribales eran un juego de niños comparados con las guerras sangrientas que los «civilizados» europeos han llevado a cabo durante siglos y que han costado millones de muertos. Y el daño provocado por estas primeras guerras inter-tribales, palidece en comparación con la llegada de los extranjeros, que comenzó a mediados del siglo XV. El tipo de conflictos genocidas globales que hemos visto en lugares como Ruanda eran desconocidos en África antes de la llegada del hombre blanco. Sólo podrían ser el producto de nuestro propio mundo civilizado e ilustrado.

La subyugación colonial de Kenia llegó acompañada por la misma violencia que en otros países africanos. Los colonialistas deliberadamente concedieron ciertos privilegios a algunas tribus en detrimento de otras. Los gobernantes europeos cristianos dividieron toda África, alentando e intensificando las divisiones tribales. Los británicos eran especialmente habilidosos en esta tarea. En Kenia introdujeron un rígido sistema de clasificación de los «nativos» según sus orígenes tribales o reales imaginarios. Incluso inventaron tribus inexistentes con este propósito, como los kalenjins, cuya existencia como tribu separada se remonta a los años cuarenta del siglo XX. Fueron por tanto los británicos los que plantaron las semillas de la lucha inter-tribal. Dejaron tras de sí la misma herencia venenosa que sembraron primero en Irlanda, palestina, Chipre y el subcontinente indio.

El Valle del Rift, que se ha convertido en el centro de la mayor parte de la violencia étnica, en los tiempos coloniales era conocido como las Montañas Blancas. Originalmente estaba habitado por hordas de ganado masai, pero los británicos, que querían estas tierras para sí mismos, les expulsaron. Las semillas de la lucha por la independencia comenzaron desde el mismo instante en que las comunidades tuvieron que abandonar por la fuerza las tierras productivas. La resistencia organizada comenzó después de la Primera Guerra Mundial, e inicialmente se centró en cuestiones como el acceso a la educación para los africanos, los derechos de propiedad de la tierra y los impuestos. La lucha se intensificó después de la Segunda Guerra Mundial, cuando los africanos negros regresaron del frente con destreza militar, lanzaron una prolongada y sangrienta guerra de guerrillas por la independencia.

El pueblo keniano sufrió muchas muertes, muchos luchadores por la libertad fueron encarcelados y enviados a campos de concentración. Pero al final ganaron. Kenia ganó la independencia el 12 de diciembre de 1963. Fue una gran victoria para la población. Pero los líderes de clase media de la lucha por la independencia continuaron con el sistema opresor y explotador de los británicos. Independiente de nombre, la burguesía nacional mantuvo una actitud servil hacia Gran Bretaña. En realidad, más de cuarenta años después de la independencia, Kenia depende hoy más del imperialismo que antes.

¿Cuál es el problema? El problema es el siguiente: que la población de Kenia luchó una guerra heroica de liberación nacional contra el imperialismo británico. Los británicos tuvieron que irse. Pero, en realidad, sólo fue media victoria. La parte del león del botín fue a parar a la nueva clase media, los negros que aspiraban a los niveles de vida europeos y que en secreto admiraban a los viejos amos coloniales, que querían ser como ellos. El primer presidente fue Jomo Kenyatta, el legendario líder de la lucha de liberación. Gobernó Kenia desde la independencia hasta su muerte en 1978. Como Julius Nyerere y otros líderes africanos, al principio, hablaba de socialismo, prometió liberar al país de la maldición de la enfermedad, la ignorancia y la pobreza. En realidad, era el programa de la revolución democrático burguesa. Pero en las condiciones modernas es imposible que un país subdesarrollado como Kenia resuelva los problemas de la revolución democrático burguesa sobre la base del capitalismo.

La bancarrota de la burguesía nacional

La burguesía nacional es demasiado débil, demasiado dependiente del imperialismo para hacer frente a los problemas más apremiantes de las masas. La nueva elite negra fue a elitistas escuelas privadas británicas donde aprendió a hablar y pensar como los bwanas blancos de los tiempos coloniales. Se convirtieron en accionistas de las empresas británicas y norteamericanas que se instalaron en Kenia y establecieron un nuevo tipo de dependencia colonial. Para el trabajador y campesino keniano pobre no cambió nada. Hicieron todo en la lucha pero sólo consiguieron cambiar a un amo por otro. La nueva burguesía negra era tan rapaz como los británicos, pero aún más corrupta, ineficaz y podrida. En realidad, sólo eran los agentes locales de los imperialistas británicos y estadounidenses.

Después de la independencia, los distintos grupos de la clase dominante comenzaron a luchar por el poder y la influencia. En esta lucha de poder se basaron en lealtades tribales. Preservaron intacto el viejo sistema británico de divide y vencerás. Kenyatta, que era un kikuyu, entró en conflicto con Odinga Odinga (el padre del actual líder de la oposición), que se basó en los luos. Para reforzar su posición, Kenyatta distribuyó grandes zonas de tierra fértil en las antiguas Montañas Blancas entre sus seguidores kikuyu. Otras tribus como los luo y los kalenjin quedaron excluidos. A pesar de esto, las diferentes tribus vivían juntas en paz y a menudo se casaban entre sí. Existía un sentimiento de identidad nacional keniana, pero en los últimos años lo que ha predominado es el sentimiento de que los frutos del crecimiento económico de Kenia no se han compartido de la misma forma. Este sentimiento poco a poco se ha convertido en resentimiento contra la tribu dominante kikuyu que detenta el poder.

Las constantes luchas por el poder entre los partidos de la oposición y el gobernante llevaron a una concentración de poder dentro de la presidencia. Kenia se ha convertido de facto en un partido de estado (KANU) con un líder bonapartista (Kenyatta). Todo el poder recaía sobre la presidencia. La independencia de la judicatura es una farsa. Los oponentes eran encarcelados sin juicio y las verdaderas amenazas eran «eliminadas». El amiguismo y la corrupción florecieron. Pero durante la Guerra Fría entre Rusia y EEUU, Kenia era el preferido de occidente. En un momento en que los estadounidenses temían que África terminara en el campo soviético, Kenyatta era visto como un baluarte contra el «comunismo». Recibía fondos mientras el «Occidente democrático cerraba los ojos ante los excesos del gobierno, la falta de democracia y la rampante corrupción».

Después de la muerte de Kenyatta en 1978, Daniel Arap Moi, su vicepresidente, tomó el poder. Pero la inestabilidad subyacente quedó al descubierto con un infructuoso golpe de estado por parte de la fuerza aérea en 1982. Moi rápidamente consolidó su poder dentro de la presidencia, como había hecho Kenyatta. Y Occidente de nuevo cerraba los ojos. Bajo el régimen de Moi, la corrupción, que siempre existió, se desarrolló en algo parecido a un arte. El saqueo de las arcas del Estado era la regla, los que se beneficiaron de la privatización fueron los que se esperaban, aquellos que contribuyeron a los fondos del partido KANU. Los oponentes políticos eran encarcelados sin juicio, torturados y eliminados. De nuevo Occidente no dijo nada.

El dominio de un solo partido silenció eficazmente a aquellos que no estaban de acuerdo con el gobierno. Por ejemplo, el comité disciplinario del partido reprendió a un ministro del gabinete porque «no aplaudió lo suficientemente entusiasta» después de un discurso presidencial en un acto público. Pero a finales de los años noventa, la reivindicación de elecciones libres con más de un partido se volvió en algo irresistible. Tal era el descontento que las detenciones sin juicio, las palizas y las torturas no pudieron detener el movimiento por la democracia. El régimen tuvo que aceptar las primeras elecciones multipartidistas en 1992. Sin embargo, la oposición estaba fragmentada en líneas tribales, y en las elecciones de 1992 y 1997, el KANU regresó al poder para continuar con su saqueo.

En 2002 la oposición se unió detrás un único candidato e infligió una severa derrota al KANU. Con la Alianza Nacional de la Coalición del Arcoiris la oposición consiguió una victoria arrolladora en diciembre de 2002. Para muchos parecía el final de casi cuarenta años de gobierno ininterrumpidos de gobierno del KANU. El nuevo presidente, Mwai Kibaki, declaró tolerancia cero a la corrupción y prometió elaborar una nueva constitución en cien días. Inició una purga de la judicatura y prometió eliminar la corrupción. Pero no se había secado la tinta del papel cuando se conocieron los detalles de acuerdos corruptos multimillonarios. Como en el pasado, los funcionarios veteranos del gobierno estaban implicados en la masiva corrupción.

¿Otro Ruanda?

La oposición insiste en que Kibaki robó las elecciones de diciembre y es un presidente ilegal. Obviamente tienen razón. Pero al desatar una oleada de violencia dirigida contra los kikuyus, los dirigentes de la oposición han jugado un papel letal. Es posible que las revueltas y los pogromos fueran espontáneos, una expresión de la furia contenida de jóvenes desempleados que lleva mucho tiempo hirviendo a fuego lento. Pero los líderes no los han detenido y hay mucha violencia que ahora la está alimentando para sus propios objetivos, como hace el gobierno. En Eldoret, al oeste de Kenia, bandas de la tribu luo quemaron a más de 30 personas que se cobijaban en una iglesia. Este tipo de acciones dan excusas a los extremistas kikuyus para organizar ataques de venganza contra los luos en otras zonas.

El argumento de Kibaki de que el país debería volver a la normalidad es algo absurdo. El antiguo equilibrio inestable se ha destruido y no se puede recomponer. La realidad es que ni Kibaki ni Odinga pueden resolver los problemas de la sociedad keniana. Este es un conflicto entre dos políticos burgueses, luchando para obtener un pedazo del pastel estatal para sí mismos sus familias y seguidores. Pero como el conflicto tiene una base tribal, como ambas partes aceptan la «economía de mercado», gane quien gane, la otra parte perderá. Es una receta acabada para la lucha tribal, las masacres, el caos y el genocidio.

El miedo se extiende como una epidemia incontrolable. El miedo genera más violencia y la nueva escalada de violencia engendra aún más miedo, creando una espiral incontrolable de violencia. Kenia vive en medio del rumor. Algunos dicen que hay desacuerdos furiosos dentro del círculo de Kibaki. Otros dicen que fue envenenado por imponer el estado de excepción. Entre los kikuyus, hablan temerosos de las milicia luo leales a Odinga entrenadas en el sur de Sudán. Todo esto produce una mayor escalada de violencia desde machetes a ametralladoras, palos, navajas y flechas envenenadas. Pero si estalla una guerra civil abierta, las atrocidades de hoy parecerán una fiesta. Estos acontecimientos, suficientemente horribles, no han alcanzado todavía el nivel de las matanzas que vimos en Ruanda en 1994. Pero la perspectiva está ahí.

No es imposible que Kenia pueda fracturarse en líneas étnicas. Ya la violencia ha provocado la huida de varios cientos de miles de kenianos que pertenecían a minoría étnicas en sus distintos lugares de residencia. Los luos han tenido que huir de la Provincia Central y los kikuyus del oeste. Si las cosas llegan hasta su extremo, el gobierno dominado por los kikuyus de Kibaki mantendría el control del centro del país, la zona más rica, hasta Nakuru, al noroeste de Nairobi, mientras que la oposición Naranja de Odinga controlaría el oeste y la mayor parte del norte. Pero todavía quedaría el problema del Valle del Rift. La mayoría de los kalenkin que viven aquí son hostiles al dominio político kikuyu. Esto fácilmente podría llevar a una guerra civil sangrienta, acompañada por nuevos horrores.

Hasta hace poco, esto habría parecido una perspectiva increíble para la mayoría de los kenianos. La velocidad con la que se ha desintegrado toda la estructura social y política de lo que parecía uno de los países más estables de África, demuestra la fragilidad subyacente de la democracia burguesa en todas partes. El capitalismo no ha conseguido resolver los problemas del pueblo de Kenia, como ha fracasado a escala mundial en dar a la mayoría de la población la vida que quiere. Lenin dijo que la cuestión nacional es, en última instancia, una cuestión de pan. El problema central era, y aún es, económico: el crecimiento económico de Kenia no ha mantenido el crecimiento rápido de la población, que es uno de los más rápidos de África. El resultado fue una escasez crónica de empleos, sobre todo entre los jóvenes. La escasez de buena tierra agrícola y el desempleo rural han tenido un efecto serio.

Incapaces de vivir de la tierra, muchos jóvenes parados emigraron a las ciudades donde se refugiaron en los suburbios de Nairobi y otros centros urbanos. Si la economía hubiera podido suministrar empleo y vivienda a todos, el antagonismo, la sospecha, los recelos entre personas de diferentes comunidades perderían su razón de existir. Eso es tan aplicable a Kenia como a cualquier otro país del mundo. De esta manera, se creó una mezcla volátil y explosiva que ahora ha explotado rasgando la estructura de la sociedad. Si existiera un partido revolucionario, podría dar una explosión organizada y consciente del descontento de las masas. Pero en ausencia de una alternativa revolucionaria, otras fuerzas pueden salir a la superficie, las fuerzas oscuras del tribalismo que hunde sus raíces en un pasado lejano y que no se ha superado.

El tipo de atrocidades que se han cometido son obra de elementos criminales y desclasados, incitados por promotores profesionales de pogromos de un lado y otro. La mayoría de los kenianos están espantados de lo que está ocurriendo en su país. Pero se sienten inútiles frente a una marea de locura colectiva. La única fuerza en la sociedad que sería capaz de detener la violencia es la clase obrera organizada. Si los sindicatos fueran dignos de ese nombre, defenderían una alternativa de clase frente a la locura tribal. Organizarían milicias obreras armadas, vinculadas a los sindicatos, para patrullar los distritos obreros y mantener el orden, desarmar y castigar a los perpetradores de los pogromos.

La naturaleza aborrece el vacío. En una situación donde un gran número de jóvenes están tomando las calles, o la clase obrera da al movimiento una expresión organizada y objetivos claros, o inevitablemente caerán bajo la influencia de los incitadores de los pogromos tribales. Desgraciadamente, la Organización Central de Sindicatos (COTU), la principal federación sindical en Kenia, ha adoptado una posición de abstención en esta crisis, dice que el problema fue instigado políticamente y que se debería «resolver políticamente». Los dirigentes de la COTU piden a Kibaki que solucione la crisis mediante la negociación. Es una traición y un abandono total del deber.

Históricamente, los sindicatos kenianos han estado dominados por el KANU y han mantenido estrechos vínculos con el gobierno. A pesar de esto, ha habido luchas importantes por los salarios y los empleos, como en 2003, cuando los trabajadores kenianos protagonizaron una oleada de huelgas por todo el país. Este hecho demuestra el potencial revolucionario de la clase obrera, que es socavado por la política de colaboración de clases de la dirección. La clase obrera debe adoptar un papel activo, totalmente independiente de cualquier partido o dirigente burgués. Debe luchar para situarse a la cabeza de la nación y dirigir la lucha por un cambio fundamental de la sociedad, que es lo que más desea y necesita la mayoría arrolladora de los kenianos.

Lo que hace falta es un verdadero partido obrero, que supere todas las divisiones étnicas y tribales, que organice la lucha contra los empresarios y el corrupto gobierno de Kibaki. Este partido lucharía por reivindicaciones democráticas, comenzando con la exigencia de nuevas elecciones para echar del poder a Kibaki y su corrupta camarilla. Pero las elecciones por sí mismas no resuelven nada. La democracia es una frase vacía a menos que implique una genuina transferencia de poder al pueblo, a la mayoría de la sociedad, que son los trabajadores y los campesinos.

La burguesía ha tenido décadas para demostrar que era capaz de hacer algo por la población de Kenia. ¡Ahora se ve donde ha terminado! El modelo capitalista de África en cuestión de días ha quedado reducido a la quema de aldeas y a montones de cadáveres. Pero una tragedia incluso aún mayor pende sobre la cabeza de millones de hombres, mujeres y niños inocentes. Los cínicos y los escépticos dirán que la idea del socialismo y la unidad de los trabajadores son imposibles. ¡No! Lo que es imposible es que los hombres y las mujeres continúen viviendo en esta sociedad capitalista corrupta y decadente, una sociedad que destruye todo lo que es humano y decente, que reduce a las personas al nivel de los animales. Si tratas a las personas como animales, se comportarán como tal.

Algunos dirán que proponemos una utopía. Pero lo que proponemos es una sociedad basada en la solidaridad humana y no en la codicia del beneficio. Esa codicia del beneficio es, en última instancia, responsable de la miseria de millones de personas en África y en todo el mundo. Es la avaricia rapaz de los terratenientes, banqueros y capitalistas, tanto de los ricachos de Londres y Nueva York, como sus chicos locales tipo Kibaki, que han saqueado África todo su tesoro y reducido a la población a la esclavitud. Eso, dicen los críticos del marxismo, es «práctico», pero no es lo que defendemos.

Hemos tenido suficiente de vuestras políticas «prácticas», hemos visto con mucha frecuencia adonde llevan. Lo que vemos en Kenia es la barbarie, pero la barbarie es el resultado del fracaso del capitalismo, el fracaso de dar empleo a millones de jóvenes parados, condenados a pudrirse en las chabolas de Nairobi, el fracaso de alimentar y vestir a la población, proporcionar viviendas decentes, escuelas y hospitales, en una palabra, el fracaso a la hora de darles las condiciones más básicas de la existencia civilizada. ¡Niegan a las personas una vida civilizada y después se quejan de la barbarie! Pero el capitalismo, en última instancia, significa barbarie y lo que hoy vemos en las calles de Nairobi se puede repetir incluso en las naciones más civilizadas del planeta si sigue existiendo este sistema degenerado. La elección es socialismo o barbarie, no sólo en Kenia, sino en todo el mundo.

¿La humanidad está condenada inevitablemente al descenso a la barbarie? ¡Por supuesto que no! Hay una fuerza que puede impedir esta situación. Esa fuerza es la clase obrera internacional, una clase que es capaz de traspasar todas las viejas barreras de raza, color, nacionalidad y religión. Carlos Marx decía: «los trabajadores no tienen patria». La clase obrera sólo puede sobrevivir desarrollando la unidad de clase, superando todas las distinciones de color, raza, tribu y credo. No somos kikuyo ni luo, católicos ni protestantes, ni blancos ni negros, somos hermanos y hermanas luchando por la misma causa. Somos soldados de la revolución socialista mundial. Ese es el único mensaje de esperanza a los trabajadores y campesinos de Kenia y de todo el continente africano.