Si nos apartamos un momento del cierre del gobierno – que representa un ataque en contra de los millones de empleados federales y de las personas que necesitan de los servicios del gobierno nacional en estos momentos – y de la amenaza por parte de los republicanos, exagerada y en gran parte poco creíble, de […]
Si nos apartamos un momento del cierre del gobierno – que representa un ataque en contra de los millones de empleados federales y de las personas que necesitan de los servicios del gobierno nacional en estos momentos – y de la amenaza por parte de los republicanos, exagerada y en gran parte poco creíble, de desencadenar un impago de la deuda pública nacional, existen sucesos políticos recientes de mayor importancia que prevalecerán después de que este teatro político haya llegado a su fin.
El mes pasado, el presidente Obama sufrió dos derrotas en materias de importancia nacional e internacional, por la oposición y resistencia desde las bases de su propio partido. La primera fue en relación a sus planes de bombardear a Siria; la segunda fue su intento de nombrar a Larry Summers como presidente de la Reserva Federal.
El bloqueo del bombardeo contra Siria representó una victoria histórica con profundas repercusiones y quizás haya sido la primera vez en los últimos 50 años en que el pueblo estadounidense fuera capaz de prevenir una anunciada intervención militar al presionar al Congreso. Aunque algunos políticos y medios de comunicación intentaron afirmar que las amenazas militares de Obama conllevaron a que se diera el acuerdo sobre Siria para la destrucción de sus armas químicas, es más probable que exactamente lo contrario haya sucedido. Obama no tenía amenaza militar alguna cuando entró en las negociaciones con Siria – claramente no tenía los votos en el Congreso para aprobar tal amenaza. Y fue así como se decidió por la diplomacia, la cual es para Washington, con demasiada frecuencia, un recurso de última instancia. El movimiento anti guerra y el pueblo estadounidense también pueden reclamar el mérito por los acercamientos recientes y de vital importancia con Irán: a pesar de las continuas amenazas ilegales de Obama de que «todas las opciones siguen estando sobre la mesa», la opción militar acarrea un mayor riesgo político en casa a medida que el público se vuelve cada vez más consciente de que nuestras guerras e intervenciones militares tienen poco o nada que ver con la llamada «seguridad nacional».
La derrota en el nombramiento de Summers también no tiene precedentes, en el sentido de que la selección hecha por un presidente fue rechazada por oposición populista. Summers tuvo un papel importante en la desregulación y los fracasos regulatorios que contribuyeron a la Gran Recesión, a la crisis financiera asiática (y el consiguiente déficit comercial de EE.UU.) y a varios abusos de un sector financiero estadounidense excesivo y corrupto.
Ha tomado unos cuantos años, pero esto representa la reafirmación de la base de los votantes que llevaron a Obama al poder. Cuando Obama nombró su primer gabinete, casi se podía escuchar el quejido colectivo de la desilusión por parte de los millones que conformaban el movimiento de masas que lo eligió. Eran Goldman-Sachs (Tim Geithner) en el Tesoro, la permanencia en su cargo del secretario de Defensa de Bush y Hilary Clinton como secretaria de Estado. El cambio parecía haber desaparecido casi por completo y la esperanza no se quedaba muy atrás.
Irónicamente, los republicanos del Tea Party, que al presente mantienen como rehén al gobierno, desean deshacerse del programa Obamacare, la reforma verdaderamente importante con la que el presidente sí cumplió – aún cuando fuera mucho más limitada de lo que sus partidarios exigían con justa razón. La desesperación de los republicanos tiene algo de lógica; la mayoría de estadounidenses aún no aprecia las mejoras que se han logrado en los seguros de salud, pero sí lo hará cuando la ley sea implementada. Los republicanos están luchando una batalla perdida y es casi seguro que el cierre del gobierno incremente sus pérdidas.
Pero de cara al futuro, la contribución de mayor importancia del Tea Party se dará en relación a temas en torno a los cuales la mayoría de estadounidenses está en contra de una élite corrupta que domina ambos partidos: el Estado de vigilancia nacional y su prima, la interminable guerra. Y es allí, al igual que lo sucedido con la oposición en el Congreso al bombardeo contra Siria, donde ese movimiento tiene una contribución positiva para realizar la transición lejos de un régimen, engañoso, violento y cada vez más represivo a nivel nacional, de la llamada «guerra contra el terror».
Fue la terca defensa de la guerra en Irak por parte de Hillary Clinton la que le costó su derrota frente a Obama en 2008, y la oposición anti guerra también jugó un papel decisivo en la toma del Congreso por los demócratas en 2006. La organización de ocho millones de miembros, Moveon.org, fue un importante contribuyente de base a estos dos cambios; sus miembros votaron tres contra uno a favor de oponerse activamente a que el presidente Obama se fuera a la guerra con Siria, y así lo hicieron. Los miembros – junto con organizaciones menos conocidas pero también influyentes del movimiento anti guerra – han modificado la ecuación política para cualquier presidente estadounidense que contemple una guerra.
Mi propia opinión es que los años 2006 y 2008 marcaron el fin de casi cuatro décadas de un giro a la derecha en Estados Unidos. Éste incluye al gobierno de Clinton, el cual abandonó sus promesas de campaña y en su lugar, trajo el TLCAN (NAFTA), la «reforma de la asistencia social» y la OMC. Las contrarreformas de Clinton fueron enmascaradas por la expansión económica de mayor duración en la historia de EE.UU., gracias a la burbuja en el mercado de valores y al cambio de política de Alan Greenspan, los cuales permitieron que el crecimiento continuara más allá de 1996. Pero Clinton hizo lo mismo que lo que un gobierno republicano hubiera podido hacer para que continuara una redistribución récord de la riqueza y el ingreso hacia los niveles más altos y que ha convertido a Estados Unidos en una sociedad muchísimo más injusta.
De cierta manera, la elección de Obama en 2008 fue similar a la elección de gobiernos izquierdistas que ha arrasado a lo largo de toda Latinoamérica, y especialmente en Sudamérica, durante los últimos 15 años. Esas elecciones fueron impulsadas primordialmente por el fracaso de las políticas económicas neoliberales (conservadoras). En Latinoamérica, el fracaso se manifestó como un colapso del crecimiento económico sin precedentes durante más de 20 años; en Estados Unidos, sí hubo crecimiento, pero las ganancias fueron percibidas en su mayoría por los hogares más ricos, y culminó en el desastre de la Gran Recesión. Pero en ambas partes del hemisferio occidental, los votantes rechazaron estos fracasos económicos neoliberales a largo plazo y desearon algo diferente.
Mientas que los votantes latinoamericanos obtuvieron muchas de las promesas por las que votaron, incluyendo una política exterior mucho mejor, nosotros en Estados Unidos hemos tenido menos éxito. Pero esto está empezando a cambiar. El movimiento Occupy Wall Street tuvo el éxito que ningún experto o político ha tenido anteriormente, en colocar el tema de la desigualdad en los medios y la agenda política; y el éxito de Bill De Blasio en la carrera electoral por la alcaldía de Nueva York es otro indicador de que será un tema electoral serio en los años por venir. Es posible que las derrotas de Obama el mes pasado se conviertan en una parte más importante de los futuros cambios políticos en este país que su probable victoria sobre los republicanos en el enfrentamiento actual.
(Artículo publicado en Últimas Noticias)
Mark Weisbrot es codirector del Center for Economic and Policy Research, en Washington, D.C. También es presidente de la organización de política exterior, Just Foreign Policy.