Pareciera que la fortuna cerrara sus puertas a África. Más sabemos perfectamente que no es cuestión de providencias sino de mezquindades humanas. El otrora mal llamado continente negro, no por el color de una parte de sus habitantes sino por su equiparación por el blanco a las «fuerzas de las tinieblas», se ha vestido […]
Pareciera que la fortuna cerrara sus puertas a África. Más sabemos perfectamente que no es cuestión de providencias sino de mezquindades humanas.
El otrora mal llamado continente negro, no por el color de una parte de sus habitantes sino por su equiparación por el blanco a las «fuerzas de las tinieblas», se ha vestido de nuevo de dolor. Sus heridas esclavas no han cerrado aún. Muchas en carne viva permanecen, supurando sus ruinas por las llagas que los «civilizados» sajaron con saña a fuerza de grilletes y látigo.
Siguen bombardeando Libia contra toda lógica y humanidad. Destruyen hospitales y escuelas; casas de gente común y comercios. Su argumento, que tras fachadas de pacientes y equipo, de maestros, alumnos y cuadernos se esconden comandos de control y armas. Que bajo cuadros de familia y muebles de cocina; latas de conserva, leche y verduras, centros de exterminio y ataque.
El cinismo no podría ser mayor. Han perdido toda cordura y ahora no les queda más que arremeter descaradamente lo que antes, tras el eufemismo de la defensa de la libertad y la democracia, arrasaban. Hoy no les importa exponer su real ambición. La democracia patrañas; su libertad, la de ir y venir acumulando y asesinando impunemente.
Apañan grupúsculos de mercenarios imberbes que por su aventurerismo no saben manejar las armas que les han colocado. Fantoches y payasos que desmantelan la mentira por la cual dijeron, en sufrimiento continuo, atacaban a la rebelde Libia.
Pero más al sur-oriente, donde las nubes de arena y polvo cubren las caravanas viajeras y de bandoleros, el hambre ataca con más efectividad a los herederos de aquellos que una vez fueron desgajados de su tierra. Aquellos que hoy sufren las consecuencias del trato que una vez les dieron los abuelos de aquellos que hoy hacen llover bombas sobre la indómita del Mediterráneo.
Así, miles y miles cruzan fronteras ficticias huyendo de la penuria de la tierra. Esa que se arruga bajo el beso del sol, cuyo ósculo marchita todo lo viviente y acuoso.
La ayuda no llega y la poca que llega es a cuentagotas. Somalia es a África lo que Haití es a América. No perdonan que los esclavos se hayan revelado y conquistado el derecho a vivir. Su castigo, arrastre y desolación.
Bloqueados por todas partes les ven languidecer mientras en los lujosos podios de los organismos internacionales hablan de cómo ayudan a sus «hermanos» negros. De cómo el papeleo para que salgan los aviones se ha apresurado y hoy solo falta el sello real de la oficina real que autoriza el vuelo real que llevará la ayuda real. Empero, a esa hora, otros niños somalíes han muerto de desnutrición, otros esperan a la muerte que es lo único que pueden hacer y ésta, cual ángel letal, pasea plena por los campos de refugiados y los senderos polvorientos de esa gran nación, otrora parte de glorioso imperio.
Pero así es el capital; no da para más. Ha dejado de alentar falsas expectativas y quitándose la careta humana ha mostrado los dientes sanguinolentos.
Arrebata vidas en la misma Europa donde sus hijos eran considerados humanos, no digamos donde viven razas míseras como negros e indios… Si arranca lo conseguido a fuerza de sangre y dolor a los considerados iguales como no lo hará a los que considera inferiores.
Y, tras las sonrisas de los bien equipados y bien vestidos representantes de los donantes que acicalan la melena para la lente del Times, el Post, NatGeo, The Guardian, el Washington o la CNN se advierte los argumentos de Smuts o Grant: «El negro es un niño, y con los niños no se puede hacer nada sin autoridad»… «El africano es un tipo humano con algunas características maravillosas. En buena medida ha seguido siendo un tipo infantil, con una psicología y un aspecto infantiles. Un ser humano tipo infantil no puede ser una mala persona porque ¿no nos mostramos dispuestos en los asuntos espirituales a ser como niños? Tal vez como resultado directo de este temperamento el africano es el único ser humano feliz con el que me he topado» [1]. O, en el peor de los casos: «La indolencia y pereza del negro lo inhabilitaban históricamente para cualquier desarrollo civilizatorio. Siempre que la iniciativa para imitar a la raza dominante desaparece, el negro, o lo que para esta cuestión es lo mismo, el indio, revierten rápidamente a su grado ancestral de cultura. En otras palabras, es el individuo y no la raza la que es afectada por la religión, la educación y el ejemplo. Los negros han demostrado a través del tiempo que son una especie estacionaria, y que no poseen desde dentro la potencialidad de progreso o iniciativa. El progreso derivado de un impulso propio no debe ser confundido con la mímica o con el progreso impuesto desde afuera por la presión social, o por el látigo de los esclavistas» [2].
He aquí pues dos escenarios en el mismo continente donde se ponen de manifiesto dos formas de actuar de los «civilizados». En el primero, bombardeando a quienes dicen defender. En el segundo, con respingos humanistas, la ayuda vital alimenticia que necesitan miles de desvalidos hambrientos del cuerno de África llega en tortugas cargas a pesar de la urgencia que requiere la operación dentro de lo que figura la corrupta burocracia de las Naciones Unidas al igual que como se comportó en Haití. Eso sin contar la carga racista de quienes en los más encumbrados tronos aún piensan que «solo son negros los que mueren».
Libia y Somalia, hijas de un mismo continente repudiadas por los rubios señores que manejan los hilos de la vida y la muerte. Manos que guían las cuadrigas de la guerra y el hambre bajo cuyas ruedas vaporosas son aplastados miles de cuerpos lacerados y famélicos. A su lado Anders Breivik es una blanca paloma.
[1] El boer Jan Smuts, gran amigo de Gandhi, en una conferencia en Oxford en 1929. Tomado de MAMDANI, Mahmood: Ciudadano y súbdito, África contemporánea y el legado del colonialismo tardío. Siglo XXI, México, 1998. Citado por Luis César Bou en África y la Historia.
[2] GRANT, Madison: The Passing of the Great Race. Scribner’s Sons, Nueva York, 1916. Citado por Luis César Bou en África y la Historia.
– Carlos Maldonado es Economista y Profesor en Historia por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Colectivo «La Gotera»
Fuente original: http://alainet.org/active/48324