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Libia

Las dudas no son inevitables sino aconsejables

Fuentes: Rebelión

La gran mayoría de las decenas de artículos que he leído de «las izquierdas» (témino ambiguo, pero menos que el desgatado «la izquierda») coinciden en rechazar que la intervención extranjera (mediática, política, diplomática, económica y militar) en el conflicto bélico en Libia sea ni por cuestiones humanitarias y por la defensa de los DDHH. ¿Entonces […]

La gran mayoría de las decenas de artículos que he leído de «las izquierdas» (témino ambiguo, pero menos que el desgatado «la izquierda») coinciden en rechazar que la intervención extranjera (mediática, política, diplomática, económica y militar) en el conflicto bélico en Libia sea ni por cuestiones humanitarias y por la defensa de los DDHH.

¿Entonces por qué es? El surtido de respuestas es considerable. Y sobre la repuesta a esta pregunta muchos estructuran toda su argumentación para descibir la situación libia y sacar conclusiones

Muchas opiniones ponen delante de las motivaciones imperialistas las riquezas energéticas de Libia (a esas riquezas algunos añaden el enorme acuífero de agua dulce en su subsuelo), otros inciden más en el valor geoestratégico de Libia, sobre todo cara a frenar o contrarrestar la expansión inversora y comercial de China en África. En tal caso, al hablar de «imperialismo» se refieren casi exclusivamente al de EEUU e Israel, (algunos estiman que el Estado de Israel, más que el Lobbing judío, es el que dirige la política exterior de EEUU), ignorando o dejando en muy segundo plano los intereses de la UE y dentro de ésta las diferentes motivaciones entre diferentes socios europeos, así como el por qué del solícito e interesado apoyo logístico y económico de muchos países de la Liga Árabe.

Entre los que se inclinan por la digamos «motivación geoestratégica» están los que ven en la intervención imperialista un intento de «robarle» el protagonismo a los insurgentes, desplazarlos para tutelarlos y mangonearlos. Otros argumentan que si no hay intervención extranjera el triunfo de Gadafi sería irremediable, lo cual supondría acobardar a los revolucionarios árabes y envalentonar a las monarquías y dictaduras árabes frente a las exigencias políticas y sociales de sus pueblos. Otros que ven a los insurgentes dirigidos por unos elementos de los que hay que desconfiar por tener intereses ajenos a los del pueblo libio, consideran que el triunfo de los rebeldes sin intervención de tropas de tierra extranjeras, sería (independientemente del tinte político del gobierno que implantaran) un ejemplo que estímularía el levantamiento de los pueblos árabes al comprobar que es posible derribar gobiernos y regímenes dictatoriales.

Sean unos u otros los punto de vista sobre las motivaciones, hay un aspecto que indistintamente se entremezcla y que está siendo muy debatido, es el del protagonismo o no de las potencias extranjeras en el desencadenamiento de la ya innegable Guerra Civil en Libia. A ese debatido protagonismo se le suele denominar con el término «conspiración», concepto que permite añadir además la posible presencia de otros actores «secundarios» tales como fundamentalistas islámicos, monárquicos, antiguas organizaciones opositoras a Gadafi, funcionarios arrivistas del Régimen, líderes de las tribus resentidas, y todos ellos ayudados o guiados por los servicios secretos de Francia, R.U. y otros países y, por supuesto, los de la CIA y del Mossad.

Conforme pasa el tiempo, van apareciendo más y más datos, unos más creíbles otros menos, de manera que a estas alturas no ver que ha habido labor subversiva en Libia previa al 17 de febrero es estar ciego o pésimamente informado. Diseccionar la índole, composición, naturaleza, envergadura, etc. de esa o esas labores conspirativas es prácticamente imposible. Como casi siempre lo han sido las conspiraciones. Pero más en este caso donde parece darse una confluencia de conspiraciones. Unas han ido por delante y otras se han sumado al carro. Incluso he podido leer a varios articulistas que no niegan la existencia de la conspiración o conspiraciones pero argumentar sin embargo que éstas no fueron las desencadenantes de las manifestaciones sino que las aprovecharon, y apoyándose en la represión ejercida sobre los manifestantes, radicalizaron sus métodos de protesta, armándolos y pasando a tomar la iniciativa asaltando comisarías, cuarteles, con o sin complicidad desde dentro, hasta hacerse con ciudades.

Otros, incluyen a los «blogueros» como parte de la «conspiración» basándose en que algunos de los más activos habían realizado su actividad mientras residían en el Reino Unido y Suiza.

Investigar sobre los antecedentes de los acontecimientos políticos es importante para intentar comprenderlos, pero no siempre esa investigación nos va a dar la total y absoluta comprensión de los mismos. En cualquier caso es conveniente no caer en simplificaciones como las que desgraciadamente se han estado dando a la hora de analizar los actuales acontecimiento de Libia, tales como «los enemigos de mi enemigo son mis amigos» o en sus variante «los amigos de mi enemigo son también mis enemigos», e incluso, la de que «el enemigo de mi enemigo no tiene por qué ser mi amigo». En estos esquemáticos planteamientos subyace una negativa «moralina política» que enturbia aún más si cabe esta compleja realidad, generando entre «las izquierdas» gran cantidad de puntos de vistas contrapuestos dentro de las propias organizaciones y corrientes y entre intelectuales ideológicamente afines.

Debemos realizar un gran esfuerzo para no caer en fáciles descalificaciones.

Una de las más recurrentes es la de considerar «gadafista» a los que opinan que ha habido «conspiraciones», o a los que ven turbios intereses en los núcleos dirigentes de los rebeldes, o a los que apoyaron la propuesta de los países del ALBA para buscar una salida pacífica, o a los que sacan a relucir datos, tan ciertos como desconcertantes, como fueron los intentos (sinceros o no, no viene al caso) de Gadafi en 2009 de nacionalizar las empresas extranjeras operando en los campos petrolíferos libios, así como de depurar el gobierno y la administración de los elementos corruptos y de hacer llegar directamente al pueblo los beneficios obtenidos por el petróleo.

Igualmente nefasto es tildar de proimperialistas a los que apoyan incondicionalmente a los rebeldes, porque ven en ellos a una importante parte del pueblo libio, sobre todo jóvenes, que sinceramente quieren la unidad e independencia de su país, que están hartos de Gadafi y desean más libertad, justicia y democracia. A éstos que piensan que en ningún caso se debe abandonar a los que así luchan contra Gadafi, y que llegan incluso a apoyar la intervención de la OTAN y ven conveniente que ésta arme e instruya a los rebeldes, ni siquiera a éstos se les debe etiquetar de proimperialistas.

En muchas opiniones contrapuestas hay aspectos comunes y aspectos que de romperse las barreras del sectarismo serían aceptables por ambos lados, porque dada la complejidad de la situación, la desinformación y sobre todo la manipulación mediática, las dudas no sólo son inevitables sino aconsejables. Evitemos las aseveraciones tajantes, lapidarias y excluyentes.

Creo que en política cuando se tienen dudas siempre es preferible equivocarse por la izquierda y con dudas sobre un conflicto armado lo mejor es «equivocarse» parando el combate.

De «equivocarse» es preferible hacerlo llamando al alto el fuego por ambas partes y al cese inmediato de la intervenció militar extranjera, que «equivocarse» apoyando a un bando o a otro.

Como dudo y desconfío de las bondades y maldades de ambos frentes apelo al diálogo, a la negociación aunque de antemano no tengamos ninguna certitud de que se vayan a poner de acuerdo. Desgraciadamente para liarse a tiros siempre hay tiempo, pero para salvar vidas no.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.