Como las elecciones en Estados Unidos eran entre dos candidatos peores (S. Zizek dixit), ya desde hace tiempo las seguía con un solo ojo; el día de las elecciones incluso aquel ojo abierto lo tenía medio cerrado. Como en la tarde-noche los medios -que antes (des)informaban que la campaña de Trump ya hizo agua- aseguraban […]
Como las elecciones en Estados Unidos eran entre dos candidatos peores (S. Zizek dixit), ya desde hace tiempo las seguía con un solo ojo; el día de las elecciones incluso aquel ojo abierto lo tenía medio cerrado.
Como en la tarde-noche los medios -que antes (des)informaban que la campaña de Trump ya hizo agua- aseguraban que Hillary ganaba por un margen seguro y que la civilización occidental ha sido salvada, cerré ambos ojos y me fui a dormir temprano.
Antes de acostarme -aún con un par de paralelas de la campaña que me hacían ruido en la cabeza- anoté por allí: Ganó Clinton. Nada de Hitler. Nada de campos; cuando me desperté en la mañana con el presidente-electo Trump encima y la civilización occidental otra vez en peligro, borré lo anterior y anoté Ganó Trump. Nada de Hitler. Nada de campos.
Eran meses en que venía un nuevo Hitler con su dictadura; eran meses en que -dado su (real y espantoso) lenguaje de odio, sobre todo contra mexicanos y musulmanes- regresaban los campos de exterminio (incluso que con él México se convertiría en una versión recargada de Dachau, Treblinka y Auschwitz a la vez [¡sic!]).
Para hacerla corta: lejos de advertirnos de lo que venía mirando la historia, estas paralelas estaban pensadas para promover a la candidata del bien y distraer la atención de sus fallas (una estrategia centrista que falló). Para Dylan Riley -gran conocedor de fascismos europeos-, incluso hablar de fascismo de Trump era históricamente injustificado, políticamente desastroso y producto del «histerismo de la narrativa del ‘mal menor'» (goo.gl/tlu22M).
Si bien igual sería útil reservar el neofascismo para hablar de él y de lo que representa su llegada al poder, tacharlo de Hitler, como reiteradamente hacían H. Clinton y otros, era sólo cosa de campaña. La última prueba: al perder los demócratas, inmediatamente llamaron a la unidad nacional en torno a Trump, a darle chance de dirigir la nación, y aseguraron que sus mentes están abiertas a trabajar con él (¡sic!)
¿Alguien se imagina a socialdemócratas y comunistas en Alemania en 1933 -más allá de sus otros errores de cálculo- diciendo que hay que darle chance a Herr Hitler y que, como todos somos alemanes, estamos dispuestos a trabajar con él? No. Llamaron a resistirlo y combatirlo -¡lo mismo que hay que hacer con Trump!- y acabaron en el exilio, muertos o en campos de concentración.
Trump, por más que tenga tintes autoritarios y piel delgada, no construirá campos para sus oponentes, que fue como empezó todo (N. Wachsmann, KL: a history of the nazi concentration camps, 2016, pp. 865); no es que el campo estuviera muerto como tal o como paradigma político (Agamben), sólo que todo opera ya bajo otras modalidades.
Además: para que en México haya Dachau, Treblinka y Auschwitz, Estados Unidos tendría que anexarlo -colonialismo como uno de los catalizadores del exterminio nazi-, opción descartada en el siglo XIX por motivos raciales (John C. Calhoun).
Lo que antes se hacía mediante los campos -exprimir la fuerza de trabajo-, exterminando las élites y esclavizando a los demás, ahora se hace mediante el mercado y las serviles élites neoliberales locales; si antes el método para explotar y exterminar -las dos iban de la mano- era concentrar, hoy lo es apartar (o campo, o muro; no los dos). Hitler y campos de exterminio no es lo que viene. Entonces, ¿qué? Lo mismo que hay, sólo que más intenso.
Stathis Kouvelakis, analizando el auge de extrema derecha, sobre todo en Francia, subraya que con el Frente Nacional en el poder -aliado de Trump, hoy feliz por su victoria- no vendría un modelo nazi, ni «fascismo ‘clásico'», sino continuidad y radicalización de las formas de gobierno y mecanismos de control ya existentes (goo.gl/fqB1Ya).
En este sentido, con Trump habrá (entre otros):
• más deportaciones (al menos 3 millones, continuando el legado de Obama, quien deportó -hasta ahora- una cantidad récord de 2.8 millones de indocumentados, goo.gl/wDHs3x). • Más muro (que ya existe en la tercera parte de la frontera). • Más drones, asesinatos selectivos, vigilancia y abusos vía el enorme aparato de seguridad existente (goo.gl/pGbnAi). • Más represión a disidencias y libertades por vía legal (igual que con Obama). • Y -a pesar de tonos proteccionistas- más neoliberalismo reaganita con retórica nacionalista (goo.gl/7TKLgY).
Y si cumple su promesa de prohibir la entrada de musulmanes al país o agudiza la campaña contra ellos (sean terroristas, refugiados e incluso ciudadanos estadunidenses), será mediante el uso y ampliación de métodos ya existentes (rendición extraordinaria, tortura y Guantánamo -el gulag para los musulmanes que Obama nunca cerró- y su red de campos de tránsito [ black sites]).
Dicho todo esto, hay una oscura coincidencia que por más que uno le dé la vuelta no deja de ser sólo eso: una coincidencia. En la brutal jerga de los campos de concentración (Lagerszpracha), construida a base de referencias arbitrarias -muselmann/muzułman [una forma de decir musulmán] se refería, por ejemplo, a un cautivo en estado de agotamiento que sólo esperaba su muerte-, una de las extensiones de Auschwitz-Birkenau se llamaba Mexiko.
Construida en 1944 para los grandes transportes de las judías húngaras, destacaba por sus pésimas condiciones, peores que en otras secciones: las cautivas hacinadas en barracas a medio acabar dormían en la tierra, sin agua corriente ni sanitarios, con apenas un poco de comida; muchas, en vez de abrigos, llevaban mantas en los hombros (que parecían sarapes).
Algunas de las «condenadas a ‘Mexiko'» -sinónimo de sufrimiento y mala suerte, en contraste con Kanada [un lugar idílico de enormes riquezas], otra sección del campo donde se sorteaban bienes de los gaseados y donde el trabajo era ligero y para los privilegiados- fueron transferidas, pero la mayoría morían antes o esperaban sólo su turno a la exterminación (Wachsmann, p. 461).
Alguien con el mapa en la mano -he aquí la semejanza- podrá insistir en que esta historia legitima las paralelas en cuestión y sirve tal cual para ilustrar la suerte de México bajo Trump (sobre todo si éste revisa o sale del TLCAN): abandono, empobrecimiento, exterminio. Vale. Solo que… ¿en que difiere esto -sustancialmente- de lo que ya hay ahora (bajo el TLCAN)?
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/11/18/opinion/022a2pol