A Fatoumata Kampo la guerra se le llevó tres hijos. Ni les dispararon ni les cayó una bomba encima, no, se ahogaron en el río. Tenían entre ocho y doce años. Fatoumata, Ousmane y Khadiya, se llamaban. Cuando empezaron a caer proyectiles sobre konna desde todos lados y el ruido de las explosiones no dejaba […]
A Fatoumata Kampo la guerra se le llevó tres hijos. Ni les dispararon ni les cayó una bomba encima, no, se ahogaron en el río. Tenían entre ocho y doce años. Fatoumata, Ousmane y Khadiya, se llamaban.
Cuando empezaron a caer proyectiles sobre konna desde todos lados y el ruido de las explosiones no dejaba ni pensar, cogió a sus cinco hijos y se subió a una pequeña piragua para cruzar al otro lado, para ponerse a salvo. Pero eran demasiados y la pinaza volcó. Fatoumata logró salvar al bebé que llevaba consigo. Los otros tres no sabían nadar y murieron en medio de aquel revuelo gigante de brazos y piernas que se agitaban por mantenerse a flote.
Konna es uno de esos pueblos de Malí donde la mayor parte de las casas están hechas de barro. En una de ellas, cerca de una mezquita y una pequeña escuela de bancos de madera, hay un cadáver calcinado. Allí yace, con las sandalias al lado como si se las hubiera quitado de manera meticulosa y las hubiera dejado listas para salir corriendo. Según cuentan, se trata de un yihadista, uno de esos «barbudos» que hace dos semanas entró en el pueblo y que resultó herido en la batalla. Buscando refugio, llegó hasta allí y allí murió de sus heridas. Días después, cuando ya empezaba a aparecer la gusanera, un vecino decidió pegarle fuego.
Este es hoy el paisaje de Konna. Tumbas anónimas a las afueras, fosas comunes donde fueron enterrados, a toda prisa, decenas de soldados, casas quemadas, asaeteadas por los disparos, la prefectura en ruinas y donde antes estaban las usinas del puerto fluvial ahora solo queda un enorme cráter causado por el impacto de una bomba. Y unos cuantos 4×4 dotados de metralletas calcinados en los badenes. Este es el pueblo donde los yihadistas que controlan el norte sufrieron su primera derrota, el lugar donde fueron frenados en seco, el estreno en esta guerra de la Aviación francesa.
La vida empieza a coger su rumbo de nuevo. En el mercado, donde vuelve a circular la mercancía, el veterinario Ibrahima Ba recuerda cómo empezó todo el jueves 10 de enero. «Llegaron gritando Alá es grande en sus pick ups y le dijeron a la población que se quedara tranquila, que todo el mundo permaneciera en casa, que no tenían nada que temer. Algunos eran malienses, pero muchos no, sólo hablaban árabe». El maestro Yaya Traoré asegura que los soldados intentaron hacerle frente, pero pronto se dieron cuenta de su inferioridad. «Muchos se quitaron el uniforme y se refugiaron entre la población, yo mismo tuve a dos acogidos en mi casa», explica.
Al día siguiente por la mañana, el viernes 11, empezaron los bombardeos de los helicópteros franceses. Los «barbudos» habían ocupado la Prefectura y algunas construcciones del pequeño puerto fluvial, que hoy están destruidas. «Fue terrible, todo muy violento, pero acabó pronto. Murieron decenas de soldados y de yihadistas, pero en menos de 24 horas se consiguió expulsarlos», asegura Traoré. Los soldados malienses y las fuerzas especiales francesas acabaron «el trabajo» sobre el terreno.
Quince días después y pese a la «limpieza» a la que han sometido al pueblo, los rastros de la batalla siguen estando ahí, en las calles y en el corazón de Konna.
Fuente: http://www.guinguinbali.com/index.php?lang=es&mod=news&task=view_news&cat=3&id=3400