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El periodista Joaquín Estefanía presenta el libro Revoluciones en la librería Ramón Llull de Valencia

«Las huelgas y ocupaciones en mayo del 68 inquietaron mucho a De Gaulle y la patronal»

Fuentes: Rebelión

Muchas crónicas y artículos sobre la efeméride -50 años de Mayo del 68- recuerdan el artículo del periodista Pierre Viensson-Ponté en Le Monde, titulado «Francia se aburre…». En otros casos, el redactor prefiere comenzar con una sencilla reivindicación de los estudiantes de París Nanterre: la libertad sexual. Es decir, la posibilidad de que los jóvenes […]

Muchas crónicas y artículos sobre la efeméride -50 años de Mayo del 68- recuerdan el artículo del periodista Pierre Viensson-Ponté en Le Monde, titulado «Francia se aburre…». En otros casos, el redactor prefiere comenzar con una sencilla reivindicación de los estudiantes de París Nanterre: la libertad sexual. Es decir, la posibilidad de que los jóvenes pudieran transitar, sin barreras de género, por las habitaciones de las residencias universitarias. En el prólogo del libro «Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018)» (Galaxia Gutenberg), el periodista Joaquín Estefanía señala la preocupación que generó el movimiento en la Francia conservadora. Así, el filósofo y sociólogo liberal Raymond Aron «es sincero cuando reconoce el punto al que se llegó cuando, durante los días 29 y 30 de mayo de 1968, temió que la rebelión se convirtiera en revolución», recuerda Estefanía, también autor de «Abuelo, ¿cómo habéis consentido esto?» (2017) y «Estos años bárbaros» (2015).  

El autor de «Revoluciones» ha presentado el ensayo en la librería Ramón Llull de Valencia. Ha sido director entre 1988 y 1993 de El País, periódico en el que actualmente publica una columna semanal. En aquellos años el diario del grupo Prisa contaba con los periodistas Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Haro Tecglen en sus páginas. ¿Tendrían cabida hoy en el rotativo estas opiniones? «Yo creo que sí, pero ahora tendrían que compartir ese espacio con mucha otra gente que no estaba entonces», responde Estefanía. También acepta que se le etiquete como «keynesiano». De acuerdo con la evolución de las cosas, ¿es suficiente esta filiación económica para que a alguien se le tache de «radical»? «Sí, completamente», admite, «porque en los últimos 40 años hemos visto tal repliegue hacia las zonas conservadoras -en Economía, Filosofía, Sociología y Ciencias Políticas- que ha hecho que ideas que formaban parte del sistema hoy parezcan ‘extrasistémicas'»; actualmente estamos viviendo una oleada no conservadora, sino reaccionaria, en la que reivindicamos la igualdad de oportunidades, los derechos civiles y la libertad de expresión», remata. 

-En un discurso de abril de 2007 Nicolás Sarkozy afirmó: «Mayo del 68 nos había impuesto el relativismo intelectual y moral; los herederos del 68 nos habían impuesto la idea de que todo vale, de que no hay ninguna diferencia entre el bien y el mal». Desde la perspectiva contraria, el poeta y cineasta Pier Paolo Pasolini publicó en 1968 un poema en el que decía a los estudiantes: «Tienen caras de hijos de papá; buena raza no miente». ¿Hay un interés en interpretar, hoy, mayo del 68 como un movimiento de jóvenes pequeño-burgueses, que sólo aspiraban a mejorar su posición socio-económica en el sistema?

No sé si hay intereses, pero es lo que está sucediendo. Precisamente mi libro trataba de evitar la banalización y domesticación de un movimiento que fue mucho más que unos estudiantes burgueses manifestándose en la calle. Fue la mayor huelga general de la historia de Francia, y posiblemente también de Europa. ¿Se trata con ello de sugerir que las movilizaciones no sirven para nada? Creo que lo que se hace es más bien es una interpretación histórica, equivocada, de lo que ocurrió.

-Sin embargo, Daniel Cohn-Bendit pasó de ser Dany «Le Rouge» en las barricadas del Barrio Latino de París a ocupar un escaño como eurodiputado verde; y del socialismo libertario en mayo del 68 a apoyar la candidatura de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales de 2017. Otro destacado activista -en el maoísmo- en 1968, el fallecido filósofo André Glucksmann, respaldó años después la primera guerra de Irak y a Sarkozy en las elecciones de 2007.

Sí, y además otros también se adhirieron a Bush y Trump. Creo que una de las razones es que, unos años después, se produjo el estallido de la URSS y el descubrimiento -de manera completa- de lo que había sucedido al otro lado del «telón de acero». Esto hizo que muchos cambiaran radicalmente de bando. También tiene que ver con la idea de escupir sobre el 68 y así «matar al padre». Se trata de escupir sobre algo que ellos habían hecho, y cuyo resultado no fue el que esperaban. Además de los «nuevos filósofos» franceses (Bernard-Henri Lévy justificó en 2011 los bombardeos de la OTAN en Libia. Nota del entrevistador), los principales ideólogos del «nuevo conservadurismo» en Estados Unidos son extrotskistas. Por ejemplo el escritor y publicista Irving Kristol, que dedica un capítulo de sus memorias a explicar por qué militó en el trotskismo.

-«Estos revolucionarios deben ser enérgicamente desenmascarados porque, objetivamente, sirven a los intereses de los grandes monopolios capitalistas y el poder gaullista». Son palabras de Georges Marchais, secretario general del Partido Comunista Francés (PCF) entre 1970 y 1994 publicadas el tres de mayo de 1968 en el periódico L’Humanité. ¿Hubo recelos de la clase obrera y los partidos comunistas hacia el movimiento estudiantil?

Los hubo, y muchos. El movimiento surge en la Universidad de Nanterre, en la periferia parisina. La universidad era muy elitista, cuando empezaron a acceder numerosos hijos de obreros y jóvenes que provenían del mundo rural. Se encontraron entonces con una universidad muy autoritaria y de élite. Durante mucho tiempo ése fue el movimiento de mayo del 68. Pero los estudiantes se dieron cuenta de que no podían seguir adelante si no era con la ayuda de los sindicatos, el partido comunista y la clase obrera. Hay montones de documentación en la que se demuestra que tanto los sindicatos como el partido comunista eran recelosos, y se referían a los estudiantes en términos de «izquierdismo, enfermedad infantil del leninismo».

-¿Fue siempre así?

Pasó en una primera fase, pero en una segunda etapa la clase obrera se sumó al movimiento y colaboraron en los días álgidos. Entonces el general De Gaulle se dio cuenta de la posibilidad de que ocurriera algo serio… Y empezó a negociar con los sindicatos -CGT y CFDT- y el PCF, en lo que después fueron los Acuerdos de Grenelle, que constituyeron una especie de mitología de los pactos sociales. De manera que De Gaulle ofreció -y los sindicatos aceptaron- un incremento en el salario mínimo del 35%, un aumento medio de los salarios del 12%, la jornada laboral de 40 horas y el reconocimiento de las secciones sindicales en las empresas. Fueron unas concesiones muy importantes, que los obreros aceptaron inmediatamente. Dejaron, por tanto, de ocupar las fábricas y volvieron a trabajar. Se quedaron los estudiantes solos de nuevo en las calles, llegaron las vacaciones de verano y todo aquello se disolvió.

-¿Es razonable, a tu juicio, la crítica planteada por sectores anarquistas sobre la desactivación -por parte de los partidos comunistas- del mayo del 68?

Primero, nos referimos a los anarquismos y lo libertario en un sentido no partidista. Es verdad que los PC desempeñaron un papel muy retardatario. La prueba la tienes en que la mayoría de los líderes eran marxistas, pero heterodoxos. Eran trotskistas, maoístas, espartaquistas, guevaristas y abominaban del comunismo soviético, mientras que los partidos comunistas daban cuenta directamente a la Unión Soviética. Se da, así pues, una contradicción muy fuerte.

-En Francia se sumaron a una jornada de huelga cerca de siete millones de trabajadores, se ocuparon fábricas (por ejemplo, Renault) y, «además de los bastiones tradicionales del movimiento obrero -la metalurgia, el automóvil y la siderurgia, donde se concentraban los obreros masculinos, frecuentemente cualificados y franceses, las instalaciones textiles, las fábricas de montaje y los talleres diversos fueron también paralizados y ocupados por jóvenes, mujeres e inmigrantes», explica el profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Bourgogne, Xavier Vigna, en un artículo publicado en «A l’Encontre. La Brèche». De Gaulle se entrevistó en Baden-Baden (Alemania) con el general Massu, jefe de las tropas francesas en Alemania. ¿Había fuerza suficiente en la calle para poner en jaque al sistema?

No se trataba sólo de las huelgas. A éstas se añadían los estudiantes y una manifestación de centenares de miles de personas, que constituyó una demostración impresionante de fuerza sindical y estudiantil. A esta manifestación siguió otra, casi tan importante como la anterior, convocada por De Gaulle y en la que participó en primera línea el ministro de Cultura, André Malraux. En aquel momento la huelga general y la ocupación de fábricas inquietaron mucho al presidente de Gaulle, al entonces primer ministro, Georges Pompidou, y también a la patronal. ¿Grupos de choque fascistas? Había un grupo de extrema derecha, «Occidente», que se enfrentó en un primer momento a los estudiantes, aunque era muy minoritario. Después ya no tuvo tanta importancia.

-«Hemos pasado de ni una sola mujer en mayo del 68 al #MeToo» (campaña que denuncia agresiones y abusos sexuales contra las mujeres), afirmaste en la presentación del libro en Madrid. ¿Por qué quedaron postergadas las mujeres en un movimiento que defendía la revolución de la vida cotidiana y la construcción de un mundo nuevo?

Las mujeres no eran protagonistas en mayo del 68, pero sí estaban presentes. Es más, aparecen en algunas de las imágenes «clásicas», como la de la joven rubia a hombros de un amigo y con una bandera del Frente Nacional de Liberación de Vietnam en la manifestación del 13 de mayo. Fue portada en las revistas Time y Life. En ninguno de los movimientos y partidos que hicieron de vanguardia organizada había mujeres en primera línea, tampoco eran protagonistas en la universidad y en las asambleas tomaban mucho menos la palabra.

-El 30 de mayo De Gaulle disuelve la Asamblea Nacional y convoca elecciones legislativas, celebradas un mes después. El gaullismo obtiene -junto a sus aliados- el 46,3% de los votos en la segunda vuelta. Pese al apoyo y refuerzo del liderazgo, sufre una derrota en el referéndum de abril de 1969 -sobre el Proyecto de Regionalización y la reforma senatorial- y decide abandonar la presidencia. ¿Cómo se explican estos vaivenes políticos?

Éste es un gran debate, pero que no sólo ocurre en esa coyuntura histórica. Si uno se fija en el 15-M y el movimiento de los «indignados» de 2011, poco después el PP gana las elecciones municipales y autonómicas. Actualmente vivimos en España un tiempo de manifestaciones de todo tipo de colectivos, mientras las encuestas señalan sin excepción que si se celebraran elecciones, las ganaría el bloque de la derecha. Probablemente esto tenga relación con el principio de acción-reacción que pretendo demostrar en el libro. A cada acción como la de mayo del 68, el establishment se reorganiza para no perder posiciones.

-¿Por ejemplo?

Esto ha sucedido en el último medio siglo. Una década después del 68 tiene lugar la «revolución conservadora» de Reagan y Thatcher, con dos objetivos: limitar en gran medida el Estado del Bienestar y acabar con los valores que impregnaron el «sesentayochismo». Por otro lado, al movimiento antiglobalización de finales del siglo XX y las manifestaciones en Seattle (1999) que lograron que la OMC cediera en sus posiciones, siguió la llegada George Bush a la presidencia (2001) y los neoconservadores; es también lo que ha ocurrido con el movimiento de los «indignados», que se corresponde con la victoria de Trump y la extensión de los populismos de extrema derecha.

-¿Cuál es el punto de conexión entre las barricadas parisinas, el movimiento por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos, la «Primavera de Praga» y la matanza de estudiantes el dos de octubre de 1968 en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco (México)?

Son movimientos globales, que en París sitúan en el centro la reforma educativa; en Praga el «socialismo de rostro humano», para modificar desde dentro los aspectos más totalitarios y burocráticos del socialismo real y avanzar hacia otra cosa; y en México, la lucha de los estudiantes por las libertades. A pesar de estas diferencias, tienen en común el antiautoritarismo; además empiezan a hablar de «desigualdad», cuando hasta ese momento -desde el final de la Segunda Guerra Mundial- era mucho más común referirse a la pobreza. Y asimismo destacan la idea de los «poderes fácticos», el principal de ellos el económico.

-Con el 50 aniversario de las revueltas estudiantiles, florecen los libros que explican y hacen balance del proceso («1968. El nacimiento de un mundo nuevo», de Ramón González Férriz; «Fronteras de papel. El mayo francés en la España del 68», de Patricia Badenes; o «Hué 1968», de Mark Bowden, entre otros). ¿Qué aspecto queda por abordar?

Creo que en la mayor parte de los libros que se están publicando -muchos de ellos interesantes y muy buenos- no se habla de la conexión que se da entre el 68, el movimiento antiglobalización y los «indignados»; a los tres les unen puntos como el antiautoritarismo y la lucha contra la desigualdad.

-Por último, el politólogo Jaime Pastor destacó en la revista Viento Sur que el 31 de octubre de 1968 tuvo lugar una Asamblea en la Facultad de Derecho de Madrid para protestar por la prohibición de un homenaje al poeta León Felipe; se produjo un asalto al decanato y quemó el retrato de Franco; tres años antes, la dictadura separó de las cátedras universitarias a los profesores García Calvo, López Aranguren y Tierno Galván. ¿Qué eco tuvo en el estado español el mayo francés?

España estaba entonces en un momento «pre-68», porque las vanguardias obreras y estudiantiles trabajaban sobre todo por dos objetivos ya conseguidos en otros países: las libertades y el Estado del Bienestar, además de formar parte de Europa. Hubo huelgas y movilizaciones obreras significativas como las de Standard y Pegaso en Madrid o SEAT en Barcelona. Los estudiantes no pudieron organizar grandes manifestaciones, pero en la época realizaban encierros y los «saltos», que consistían en paralizar la circulación en una calle importante y lanzar panfletos hasta que llegaba la policía; en marzo de 1966 el encierro en el convento barcelonés de los Capuchinos (la «Capuchinada») llevó a la constitución del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona (SDEUB), con mucho eco en la prensa internacional. Uno de los acontecimientos centrales fue el recital de Raimon el 18 de mayo de 1968 en la Facultad de Económicas de Madrid. Por otra parte, el dos de agosto ETA comete el primer atentado mortal, contra el jefe de la Brigada Político-Social de San Sebastián, Melitón Manzanas; entonces ETA se presentaba como una formación «tercermundista» y «antiimperialista».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.