Santiago Malave trabaja para las fuerzas de seguridad de Connecticut desde hace más de 40 años, pero dice que por ser puertorriqueño, no puede andar por su propia ciudad sin miedo al acoso policial. Si el objetivo de la Policía era arruinar a la comunidad hispana de East Haven, algunos reconocen a regañadientes que lo […]
Santiago Malave trabaja para las fuerzas de seguridad de Connecticut desde hace más de 40 años, pero dice que por ser puertorriqueño, no puede andar por su propia ciudad sin miedo al acoso policial. Si el objetivo de la Policía era arruinar a la comunidad hispana de East Haven, algunos reconocen a regañadientes que lo han logrado.
Las denuncias de acoso racial comenzaron hace unos dos años en este suburbio de 28.000 habitantes, donde los hispanos constituyen el siete por ciento de la población, pero sistemáticamente la jefatura de la policía y otras autoridades las rechazan o simplemente las ignoran. Pero los hechos denunciados por abogados de esa comunidad hablan por sí solos: golpizas a nueve inmigrantes, arrestos por venganza y amenazas a clientes de una tienda de un ecuatoriano, obligado a cerrar el negocio.
Todavía las víctimas permanecen aguardando por una investigación prometida por la oficina de derechos civiles del Departamento de Justicia, sobre la cual no se tiene noticias de que se haya dado un solo paso. Apenas se trata de la micro localización de un fenómeno xenofóbico que parece extenderse a lo largo y ancho de la Unión, bajo la inspiración de retrógadas corrientes que escalan círculos de poder.
Fuente: http://www.cubadebate.cu/coletilla/2010/12/27/las-mallas-del-acoso-racial/