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Las mantas de la paciencia infinita

Fuentes: eldiario.es

Se acerca el invierno. Hace tiempo que la primavera y el otoño sólo existen en los poemas románticos y en el Corte Inglés. Pronto empezarán los anuncios que hablarán de lo imprescindible que es instalar en las viviendas los aparatos de climatización, las estufas, los calefactores para que el cuarto de baño se caliente en […]

Se acerca el invierno. Hace tiempo que la primavera y el otoño sólo existen en los poemas románticos y en el Corte Inglés. Pronto empezarán los anuncios que hablarán de lo imprescindible que es instalar en las viviendas los aparatos de climatización, las estufas, los calefactores para que el cuarto de baño se caliente en diez minutos, mientras te tomas el primer café de la mañana. ¡Cierre su casa al frío del invierno! Eso dirán los anuncios. A estas horas los dueños de las compañías eléctricas lo que se están calentando son las manos, frotándolas con entusiasmo porque saben que el frío del invierno es para ellos un negocio redondo. Sobre todo, cuando ese negocio es de los que no están sujetos a control alguno. Se sientan unos tipos alrededor de una larga y lujosa mesa de caoba reluciente, se repantigan en los sillones con sus panchorras de millonarios, se miran aguantándose la risa y finalmente estallan a coro en una carcajada ruidosa, estratosférica.

De qué se ríen esos tipos. Qué les hace tanta gracia. El invierno es lo que les hace tanta gracia. El frío del invierno. Cómo ese frío lo van a convertir ellos en millones de euros, en muchísimos millones de euros. Son los tipos de las «eléctricas», que es como se llaman coloquialmente esas empresas que deciden sin que nadie les tosa a qué precio hemos de pagar la electricidad en nuestras casas. ¡Y qué casualidad: cuando se acerca el invierno se dispara el precio de esa electricidad! No tienen ningún problema para hacerlo, para disparar esos precios sin control de ninguna clase, aunque haya un organismo -o varios- que se encargan -o habrían de encargarse- de ponerles freno a sus aumentos caprichosos. Ningún problema tienen para esos aumentos. Ninguno. La sangre que bombea su corazón tiene el color del dinero, el sabor del dinero, el tacto aterciopelado del dinero, el sello inmisericorde y metálico el dinero.

Les importa un pito cómo son los inviernos de muchísima gente que no puede pagar la electricidad en sus casas. Se ríen de esos inviernos. De la gente que los sufre. Ellos tienen los riñones bien abrigados. Por eso se ríen. Porque saben que nadie los va a incordiar. Porque saben que pueden más que los gobiernos. Porque saben que los gobiernos no gobiernan, sino que gobiernan quienes no se presentan a las elecciones. O sea: ellos, gobiernan ellos, los de las «eléctricas», los que se sientan a una larga y brillante mesa de caoba para despatarrarse de la risa cuando piensan en los inviernos crudos de la pobreza energética, en el rostro helado y doméstico del abandono, en esa mierda pinchada en el palo de la desigualdad que es la vida de mucha gente en este país, un país que puede presumir sin ningún pudor de ser el más socialmente desigual de toda Europa.

En un par de meses empezarán a dar la matraca con la Constitución. La Carta Magna de los derechos fundamentales celebra sus cuarenta años de vida. De qué derechos habla. De ninguno. Los más elementales no se cumplen, es como si no existieran. Los que hablan del derecho a vivir dignamente. Los que aseguran que ninguna persona puede morirse de frío porque no tiene una casa o que si tiene una casa no puede encender la estufa eléctrica porque no puede pagar el recibo de la luz. Tanta Constitución y tanta gaita, para qué. Para tener que soportar la mentira de que todos somos iguales. Para que se pitorreen los de las compañías eléctricas cuando ven en la televisión familias enteras enrolladas en las mantas a cuadros de la precariedad y la pobreza absolutas.

Dice el dicho que la paciencia tiene un límite. Pero en este mundo adormecido creo que la paciencia es desgraciadamente ilimitada. En fin…

Artículo publicado originalmente en eldiario.es