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Las mentiras sobre las responsabilidades de la Iglesia ruandesa en el genocidio para ocultar las de las grandes corporaciones

Fuentes: Rebelión

Posteriormente a la entrega a la editorial Milenio de mi libro «África, la madre ultrajada», casi en los mismos días en que éste salía a la venta, el diario Público, que había llevado a cabo una impresionante campaña contra nosotros, volvió una vez más a la carga el 23 de marzo del 2010: publicó un […]

Posteriormente a la entrega a la editorial Milenio de mi libro «África, la madre ultrajada», casi en los mismos días en que éste salía a la venta, el diario Público, que había llevado a cabo una impresionante campaña contra nosotros, volvió una vez más a la carga el 23 de marzo del 2010: publicó un artículo de la periodista Nicole Thibon, que llevaba por título «La Iglesia y el genocidio ruandés», artículo panfletario que sobrepasó todos los límites de la deontología periodística y de la decencia. Sin embargo es un artículo que lleva meses en las primeras posiciones en Google cuando se busca «genocidio ruandés», lo cual es un penoso test sobre la facilidad con que nuestra sociedad puede ser manipulada y sus emociones explotadas para bloquear cualquier capacidad de análisis. Está encabezado por una viñeta caricaturesca en la que aparece un monseñor con una espantosa calavera por rostro, con sus vestimentas llenas de sangre y con su mano derecha alzada para bendecir en medio de un cementerio lleno de cruces. Y comienza nada menos que de esta forma:

    […] según un informe de la ONU de noviembre de 2009, las milicias del Frente Democrático de Liberación de Ruanda (FDLR) «habrían recibido regularmente apoyo político, logístico y financiero de gente vinculada a las fundaciones católicas El Olivar e Inshuti» y fondos provenientes «directamente e indirectamente del Gobierno de las islas Baleares». Hoy dirige el país el presidente tutsi Paul Kagamé; pero las milicias hutus -acusadas de saqueos, asesinatos, violaciones y raptos de niños en el Kivu congolés- se empeñan en retomar el poder. Lo que realmente asombra es la implicación de sectores de la Iglesia católica en la política de ese país africano.

Evidentemente, semejante andanada por parte de un diario tan próximo al Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero no cayó nada bien entre sus compañeros del Gobierno socialista de Francesc Antich. Su preocupación por verse implicados en asuntos tan turbios fue evidente. Pero, seguramente, las aguas retornarán a su cauce, si no han retornado ya… son cosas que pasan entre compañeros. Lo que ya no es tan claro es que al Govern de las Illes Balears le queden arrestos para seguir apoyando, aunque sea en una pequeña medida, las tareas de nuestra fundación, promotora inicial y principal financiadora tanto de la querella que ha conducido a la orden de arresto de 40 máximos cargos del Frente Patriótico Ruandés/Ejército Patriótico Ruandés por parte del juez de la Audiencia Nacional Fernando Andreu Merelles como del Diálogo Intra Ruandés, que tanto enfurece también a esos criminales presididos por Paul Kagame. Así que tanto estos «negros furiosos», que tienen por padrinos a los más poderosos lobbies de nuestro mundo, como todos los «blancos mentirosos» (expresiones ambas de Pierre Pèan), que como Nicole Thibon trabajan para lavar la imagen de estos esbirros y ensuciar la de quienes les somos un obstáculo, estarán encantados si las acciones de nuestra fundación quedan cortadas de raíz. Este era su objetivo. Pero todos estos movimientos tras los decorados son sutilezas para aquellos a los que les va la carnaza y el anticlericalismo visceral.

A continuación Nicole Thibon se dedica a presentar una versión de la Iglesia ruandesa, no ya calumniosa y denigrante sino directamente criminal, ya que la criminaliza y la pone en la diana de un régimen, este sí, auténticamente criminal. Enunciaré sólo algunos elementos de su análisis:

  • Presenta a una Iglesia enfrentada desde el inicio con los tutsis y cómplice de los hutus. Pero en realidad, todos los prelados anteriores al suizo André Perraudin, que tomó posesión de su cargo en 1954 como sucesor de Léon Classe, habían buscado, lejos del estilo de Jesús de Nazaret, la complicidad con la élite tutsi y la conversión de la realeza, a fin de que el pueblo la siguiese en el rito del bautismo. En 1907, por ejemplo, el tío real Kabare, que era el que verdaderamente ostentaba el poder, animó a los jóvenes tutsis a entrar en el catecumenado y en las escuelas. La respuesta fue masiva, de modo que se convirtieron en los catecúmenos y alumnos más numerosos y con más celo. Fue sólo cuando la Iglesia empezó a tomar posiciones mucho más evangélicas cuando se fue convirtiendo en el gran enemigo de las élites tutsis: «¿Como imaginarse que, cuando hay una lucha por el poder, con recurso al instrumento étnico, el clero no sea una baza importante? ¿Es un azar si los tutsis constituyen el 67 por ciento del clero católico y el 90 por ciento de los Hermanos Josefinos, la congregación masculina más importante del país? […] El asesinato [llevado a cabo por el FPR] de los [tres] obispos católicos en Kabgayi marca el inicio de un intenso esfuerzo por denigrar a la Iglesia. Este ejercicio se inscribe en una revisión de la historia de Ruanda, cuyo objetivo es decir que el genocidio tutsi fue preparado durante decenas de años, y que la Iglesia católica, presentada como instrumento de la colonización belga, ha contribuido a su preparación. Así pues, esta Iglesia paga, no su apoyo sin reservas a la élite tutsi durante la administración colonial belga, sino el viraje que dio, a finales de los años 50, hacia un compromiso social en favor de los ruandeses pobres, hutus y tutsis, oprimidos por la monarquía feudal. Fue en esa época cuando comenzó a tener en cuenta las exigencias del Evangelio en el terreno de la justicia social. Adoptó, además, un enfoque social que le daba la fuerza para señalar a la injusticia por su nombre.»1 Se equivocan quienes pretendan interpretar este viraje de la Iglesia ruandesa sólo o principalmente en clave de intereses locales espurios: se trató de un movimiento realmente renovador de la Iglesia universal. Recuérdese que eran los años del entrañable papa Juan XXIII (1958-163) y del retorno a las fuentes evangélicas promovido por el Concilio Vaticano II. A esto se sumó la circunstancia de que la Iglesia de Ruanda tuviese la fortuna de que un Vicario apostólico en esa línea renovadora, André Perraudin, tomase posesión de su cargo.
  • Aunque reconoce que «no se puede acusar a la Iglesia de haber creado las categorías o ‘razas’ hutu y tutsi» [¡sólo faltaba que la Iglesia fuese la responsable de una realidad étnica anterior en muchos siglos a su llegada al país!], sin embargo se atreve a afirmar que «ha contribuido a arraigar y justificar la división de dos grupos que jamás se habían enfrentado a lo largo de siglos sino en trifulcas de intereses entre agricultores tutsis y pastores hutus». Es increíble el atrevimiento que supone el negar la historia secular de Ruanda, una historia bien documentada y llena de conquistas, enfrentamientos, matanzas y opresión entre las etnias e incluso entre los diferentes clanes tutsis entre si.
  • El más importante historiador ruandés, el tutsi Alexis Kagamé, magnífico conocedor de las intimidades de la corte real tutsi por formar parte de ella, autor también de numerosos estudios etnográficos y lingüísticos, es presentado por Nicole Thibon casi como un extremista y racista activista hutu.
  • Convierte a los descendientes de esa aristocracia real tutsi, que jamás aceptaron la pérdida de sus escandalosos privilegios, en comunistas que representan al sufrido pueblo ruandés frente a colonizadores y misioneros.
  • Retoma las falacias del desprestigiado Pierre Galand, que muchos años atrás convirtió la compra de machetes para el campesinado hutu en una especie de gran negocio armamentístico en vista a la preparación del genocidio. Tanto Pirre Galand como Nicole Thibon se «olvidan» de aclarar que dicha compra fue habitual durante décadas en Ruanda, dado que el machete era una herramienta agrícola fundamental en ese país. Asocian así para siempre en el subconsciente del lector los términos hutu y machete al de genocidio. Habría además que preguntarles porqué se olvidan de referirse al kalashnikov del Ejército Patriótico Ruandés, que ha ocasionado un número incomparablemente mayor de víctimas tanto en Ruanda como el Congo. Seguramente es para ellos un poco arriesgado el relacionar explícitamente los términos kalashnikov y liberación, vale más dejar esa asociación en la penumbra de lo subliminal.
  • Aprovechándose de la ignorancia de nuestro mundo sobre todos estos episodios, se atreve a afirmar que «El sermón sobre la Caridad de 1957 de monseñor Perraudin y su carta pastoral racista de cuaresma del 11 de febrero indujeron directamente la ‘matanza de Todos los Santos’ de 1959, durante la cual paisanos armados de machetes quemaron las haciendas de los tutsis, dejando decenas de miles de muertos y no menos refugiados». La frase más «racista» del célebre sermón, la frase más «incendiaria» que por fin, tras siglos de exclusión e injusticia, un alto representante de la Iglesia, un hombre bueno herido por el sufrimiento de los pobres, se atrevió a proferir frente a estas poderosas y criminales élites es ésta: «Esta ley [la ley divina de la justicia y de la caridad social] pide que las instituciones de un país sean de tal modo que garanticen realmente a todos sus habitantes y a todos los grupos sociales legítimos, los mismos derechos fundamentales y las mismas posibilidades de ascenso humano y de participación en los asuntos públicos. Instituciones que consagrarían un régimen de privilegios, de favoritismo, de proteccionismo, sea para individuos, sea para grupos sociales, no serían conformes con la moral cristiana.»2
  • Respecto a los miembros del clero ruandés que enumera y acusa sin ningún reparo de genocidas, baste referirse al más conocido de todos ellos: el obispo Agustín Misago. La falsedad de las acusaciones contra él quedó tan en evidencia que los magistrados del tribunal de Kigali no tuvieron más remedio que absolverlo de todas ellas en junio de 2000. Diez años después, en su artículo de marzo de 2010, Nicole Thibon ha tenido la desvergüenza de escribir lo siguiente: «fue arrestado en 1999 por su participación en el genocidio». Así, sin más. De modo semejante, El País, tras llevar a cabo contra él un verdadero linchamiento moral, no emitió la menor nota sobre su absolución.

Lo cierto es que una campaña tan sistemática e intensa contra una fundación no confesional como la nuestra, que siempre se ha movido en el ámbito interreligioso del Movimiento de la No-violencia, asociándola a la Iglesia católica a fin de «matar dos pájaros de un tiro» y llegando a tal nivel de calumnia y difamación, sobre todo contra ella, deja bien en evidencia muchas de las claves de esta historia. Baste citar sólo algunas a título de ejemplo:

  • Los grandes intereses que están en juego, capaces de promover y llevar a cabo unas campañas de intoxicación tan poderosas que incluso se sirven de la ONU, campañas en las que episodios como éste del artículo de Nicole Thibon no son nunca hechos casuales y aislados. El expolio del riquísimo Congo es desde hace al menos dos décadas un objetivo prioritario para los más poderosos lobbies de nuestro mundo. Y en ese expolio Paul Kagame es hoy por hoy el hombre «providencial».
  • Lo mucho que está molestando nuestra lucha no violenta a favor de la verdad, la justicia y la reconciliación, a los criminales que están tras estos acontecimientos.
  • El importante rol que en este momento está jugando, sobre todo en el Congo, una Iglesia que se resiste a plegarse a estos grandes intereses, que sigue siendo una de las pocas voces incómodas que aún se elevan frente a ellos y que, por eso mismo, está sufriendo una verdadera persecución desde el asesinato de monseñor Christophe Munzihirwa en octubre de 1996 hasta el día de hoy.
  • El penoso papel en este conflicto de una supuesta izquierda internacional demasiado cercana a organizaciones como la Comisión Trilateral, creada por David Rockefeller y el ideólogo Zbigniew Brzezinski. Comisión que ha conseguido copar desde hace dos décadas casi todos los cargos internacionales de decisión en este conflicto. Recordemos que, según las declaraciones de Zbigniew Brzezinski, su creación tenía por objetivo «el establecimiento de un sistema internacional que no pueda verse afectado por los chantajes del Tercer Mundo». Más tarde, durante la cumbre de Kyoto de 1975, manifestaría que «el eje esencial de los conflictos ya no se sitúa entre el mundo occidental y el mundo comunista, sino entre los países desarrollados y los que aún no lo están». «Curiosamente», nos encontramos con el hecho de que Miguel Barroso, estrechamente vinculado al diario Público desde su misma creación, es el esposo de la ministra de Defensa Carmen Chacón, quien a su vez es actualmente uno de los escasos miembros españoles de la Comisión Trilateral. También «casualmente», Juan Luis Cebrián, junto a algunos otras personalidades públicas estrechamente relacionadas con el diario El País (el otro gran diario que llevó a cabo esa campaña contra nosotros y que ha mantenido desde el inicio una turbia posición sobre este conflicto), es uno de los escasos españoles que son asiduos asistentes a las reuniones del Club Bilderberg, club que está en el origen de la Comisión Trilateral. Pero los amantes del bipartidismo y de todo tipo de dualismos maniqueos, aquellos a quienes les encantan los rígidos clichés de siembre (izquierdas/derechas, clericalismo/anticlericalismo, etc.), no deben sentirse demasiado cómodos con este tipo de análisis. A otros les deben parecer especulaciones sobre fantasiosas conspiraciones… Parece que la memoria es corta, parece que algunos se han olvidado ya de las campañas parecidas llevadas a cabo por estos mismos poderos lobbies anglófonos para neutralizar en América Latina a una Iglesia liberadora, comprometida con la verdad y la justicia. Es bien conocida la estrategia que desarrollaron y siguen desarrollando allí, consistente en introducir sectas espiritualistas complacientes con el poder que se desentiendan de todo análisis sociopolítico y toda lucha por la justicia social. Amén de introducir también, si puede, esta misma línea en la Iglesia católica. Es la misma estrategia que llevan a cabo en Ruanda y el Congo: «Actualmente el poder ruandés sigue considerando a la Iglesia católica como su enemigo estructural. A causa de su papel socio-económico que siempre ha jugado en Ruanda, esta Iglesia continúa figurando a la cabeza de las instituciones que hay que ‘tutsizar’ por todos los medios, para facilitar la gestión política del país. Cuando tres obispos católicos fueron asesinados por un escuadrón del FPR, se trataba precisamente de preparar el terreno para los cambios estructurales en la composición étnica de la jerarquía de la Iglesia. […] En las relaciones actuales con el Estado, la situación de las Iglesias protestantes no es menos preocupante. Están siendo recuperadas y utilizadas como contrapeso de la Iglesia católica. El caso típico es el de la Iglesia Episcopal que está asociándose estrechamente con el poder tras el reemplazo de varios hutus por tutsis bajo la presión del Estado.»3 Los misioneros y la mayoría del clero nativo de esos países africanos están en este momento tan volcados a tareas tan urgentes a favor de sus pueblos que no tienen tiempo para defenderse de calumnias en los foros mediáticos. Por eso es que artículos como el de Nicole Thibon (si es que merecen este nombre) permanecen meses y meses sin respuesta.

Sin embargo, últimamente se puede apreciar en Público un notable cambio de tono, cambio que quienes hemos sufrido la etapa anterior agradecemos sobremanera. Caben varias posibilidades en la explicación de dicho giro. La digna decisión del presidente José Luís Rodríguez Zapatero de no recibir recientemente a Paul Kagame (dada la fuerte campaña que llevamos a cabo centenares de ONG, plataformas y coordinadoras de ONG junto a los familiares de las víctimas españolas de Paul Kagame y un grupo de diputados, senadores y ayuntamientos), podría quizá haber obligado a este diario a dejar en evidencia a este criminal, a fin de justificar la decisión de nuestro presidente. O quizá sea que los profesionales honestos que hay en él hayan abierto los ojos frente a tanta farsa, como muchos otros los abrimos antes: el coronel Luc Marchal, máximo responsable de los cascos azules en Kigali durante el genocidio; el periodista Helmut Strizek; el historiador Bernard Lugan; la fiscal del Tribunal Penal Internacional, Carla del Ponte… O quizá la explicación esté en un conjunto mucho más complejo de causas, muchas de las cuales se nos escapan. En todo caso… bienvenido sea tal cambio.

Juan Carrero Saralegi es presidente de Fundació S´Olivar

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.