Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Vestidos de uniformes de campaña y portando rifles de asalto AK-47, miembros de la milicia Zentan rodearon el edificio en Trípoli y entraron sin encontrar resistencia. No estaban capturando el último bastión de Gadafi; tomaron como rehén al director ejecutivo de una compañía petrolera. Los milicianos exigían dinero por la protección de los campos petrolíferos del director ejecutivo durante la guerra civil libia.
El único problema era que la compañía ya había pagado 600.000 dólares por los mismos servicios y no estaba dispuesta a pagar de nuevo.
Un mes antes, otro grupo armado ocupó las oficinas de la misma compañía exigiendo dinero por la protección. Los empleados no sabían qué grupo realizó esa incursión.
«La policía es inútil», me dijo un empleado de mediano nivel de la compañía. «Hay una nueva mafia libia».
A unos 70 kilómetros de las oficinas de la compañía petrolera extranjera, la refinería Zawiya estaba produciendo gasolina y otros combustibles a un 102% de su capacidad. Gran parte de la infraestructura petrolífera del país permaneció intacta porque cada facción durante la guerra civil pensaba que terminaría por vencer. La producción total de petróleo llegó a 15 millones de barriles por día en mayo, cerca de los 1,77 millones bajo Gadafi. British Petroleum anunció que reanudará la exploración. Francia, Italia, España, Gran Bretaña y EE.UU. reciben su crudo, mientras prácticamente reina el caos en el resto del país.
El Consejo Nacional de Transición (CNT) respaldado por Occidente opera un gobierno débil e ineficaz. Unas sesenta milicias son los verdaderos centros del poder. Incapaz de eliminar las milicias, el consejo utiliza algunas como fuerzas auxiliares para utilizarlas en casos de emergencia. Otras se están registrando entre los diversos partidos políticos, una tendencia peligrosa.
A pesar de todo, el gobierno de Obama considera Libia como un gran éxito de su política de «intervención humanitaria». La OTAN derrocó a un dictador hostil a EE.UU., es el argumento, sin la muerte de un solo soldado estadounidense y con el coste para el Pentágono de solo 1.100 millones de dólares. (Los costes incurridos por la CIA, el Departamento de Estado, y otras agencias gubernamentales nunca han sido publicados.)
Pregunté a un portavoz del Departamento de Estado en Washington por las secuelas políticas de la invasión. Minimizó los problemas, afirmando que los colonos estadounidenses que expulsaron a los británicos también lucharon entre ellos después de la Guerra Revolucionaria.
«En 1787, hubo grandes conflictos entre los grupos que combatieron», me dijo.
Pero la situación en Libia es mucho más inestable. No creo que existan casos de revolucionarios estadounidenses descontentos que se hayan involucrado en batallas con cañones y mosquetes frente a las oficinas del gobierno de EE.UU. con George Washington atrapado en su interior. Es el equivalente de lo que pasó en mayo cuando una milicia utilizó cañones antiaéreos y granadas impulsadas por cohetes para librar una batalla de dos horas frente a la oficina del primer ministro en Trípoli.
Es verdad que cualquier gobierno posterior a Gadafi en Libia tendría que enfrentar serios problemas. El ex dictador había eliminado los partidos políticos, los sindicatos y los medios independientes. Los libios están construyendo las instituciones de la sociedad civil a partir de cero.
La intervención de la OTAN empeoró considerablemente las condiciones porque EE.UU. se alió con las milicias y los políticos con los que se podía contar para que aseguraran la dominación occidental, no con aquellos que estaban más determinados a construir instituciones democráticas.
Washington buscó aliados entre la dirigencia militar ex Gadafi y los nuevos dirigentes de las milicias. El gobierno de Obama apoyó primero al general Khalifa Haftar, de quien se dice que tuvo vínculos con la CIA mientras vivió en EE.UU. durante muchos años. Fue comandante en jefe del Ejército Nacional hasta que fue emboscado y herido por la milicia Zintan. Poco después fue degradado. EE.UU. también respalda a Osama Al-Juwali, actual ministro de defensa y ex líder de la milicia Zintan.
Los revolucionarios libios temen que personajes semejantes se conviertan en autócratas respaldados por EE.UU., similares a los que se impusieron en Afganistán.
«Algunos dirigentes aquí en Libia tratan de conseguir el apoyo occidental para convertirse en el próximo Hamid Karzai», dice Elhabib Alamin, famoso poeta y funcionario en el Ministerio de Cultura. «No queremos otro Iraq o Afganistán aquí en Libia. Esas guerras no condujeron a mejoras para la gente.»
EE.UU. y el Fondo Monetario Internacional también están imponiendo las mismas soluciones para el futuro económico de Libia, y presionan al consejo para que privatice compañías de propiedad estatal y elimine los subsidios estatales.
Bajo su tutelaje, por ejemplo, el Ministerio de Economía estudió cómo eliminar los subsidios alimentarios y otros servicios patrocinados por el Estado que protegen a los libios pobres contra el impacto de la inflación y el desempleo. El ministro de Economía, Ahmed Alkoshli, reconoció que no será fácil cumplir con los dictados occidentales. «Es muy difícil eliminar repentinamente los subsidios», me dijo. «La gente se quejará».
El FMI también enfrentará fuerte oposición del naciente movimiento sindical de Libia, que durante este año ha organizado docenas de huelgas. Trabajadores en Sirte Oil Company estuvieron en huelga en octubre pasado e impusieron la destitución del presidente de la compañía.
Mabrouk Othman, vicepresidente del sindicato Sirte, me dice que los trabajadores no aceptarán jamás la privatización de los campos petrolíferos y refinerías gubernamentales. Los beneficios del petróleo y del gas deben ayudar a pagar por la atención sanitaria, la educación, y otros servicios públicos, como lo hacen actualmente, dice, y agrega que la privatización de la industria petrolera es «una línea roja que no puede ser cruzada».
Se supone que las futuras políticas económicas de Libia serán decididas mediante elecciones libres a una asamblea nacional, que nombre un nuevo gobierno y supervise la redacción de una nueva constitución. Las elecciones tendrán lugar el 7 de julio.
Pero como muestra la experiencia en Afganistán e Iraq, una o dos elecciones no hacen una democracia. En un desarrollo particularmente peligroso, los partidos políticos se están aliando con las más poderosas milicias. El Partido Justicia y Desarrollo de la Hermandad Musulmana tiene una milicia. El líder yihadista Abd al-Hakim Belhadj fue candidato a la asamblea mientras mantenía su milicia en Trípoli.
Las alianzas de partidos y milicias se pueden convertir rápidamente en un sistema de señores de la guerra, en el cual políticos desvían ilegalmente fondos del gobierno para pagar por los salarios y armas de sus fuerzas aliadas. Libia parece destinada a un largo período de inestabilidad.
A pesar de esos problemas, Alamin sigue contento. «Soy optimista», dice. Solo porque EE.UU. tiene un plan para gobernar Libia no significa que vaya a ocurrir en realidad, afirma.
La revolución popular que derrocó a Gadafi no aceptará a otro hombre fuerte – por lo menos no sin un enfrentamiento.
© 2012 The Progressive
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Reese Erlich es un veterano corresponsal extranjero y autor del nuevo libro: Conversations with Terrorists: Middle East Leaders on Politics, Violence and Empire. Vea www.reeseerlich.com