Treinta años después del genocidio, el papel de la mujer en el país africano ha cambiado por completo, debido al protagonismo que asumieron las ruandesas cuando muchos hombres murieron, fueron encarcelados o se exiliaron en 1994. Ahora pueden heredar tierras, estudiar y están presentes en los órganos de gobierno.
Betty Mutesi es directora regional de la organización International Alert y experta en justicia transicional y procesos de paz. En el 30 aniversario del genocidio de Ruanda, habla con elDiario.es desde este país, donde, además, es cónsul honoraria de España desde 2009. “Las mujeres han jugado un papel protagonista en la reconstrucción de la paz” en Ruanda, afirma la experta, tras el comienzo en abril de los tres meses de conmemoraciones para recordar el genocidio, en el que murieron entre 800.000 y un millón de personas, la mayoría de etnia tutsi. Gran parte de los fallecidos eran hombres, y otros muchos huyeron del país o entraron en las cárceles.
“La vida de la mujer en Ruanda ha cambiado para siempre”, desde que el conflicto las obligara a quedarse al frente del país. Asumieron labores que hasta ese momento les habían sido negadas: se hicieron cargo de los cultivos, empezaron a trabajar y se incorporaron a las escuelas. Décadas después, el resultado es que un 60% de los escaños del Parlamento ruandés están ocupados por mujeres, el porcentaje más alto del mundo. Las mujeres han llegado a ocupar carteras tan importantes como la de Recursos Minerales o Asuntos Exteriores, siempre bajo el control férreo del presidente Paul Kagame, que lleva en el poder desde 2003 y volverá a presentarse a las elecciones de julio.
La experta cree que se ha avanzado mucho en estas tres décadas, pero que aún queda mucho camino por recorrer para lograr una sociedad igualitaria y, especialmente, para cerrar las heridas del pasado. Una de las labores de la organización a la que pertenece es ofrecer terapia a víctimas del conflicto y sus hijos, que heredan los traumas del genocidio. Pero también trabajan con las familias de quienes perpetraron los asesinatos y que, tres décadas después, arrastran la culpa y la vergüenza.
Además, en los próximos cuatro años, se estima que 350.000 condenados por crímenes perpetrados durante el genocidio saldrán de las cárceles: “Es necesario tener un proceso de reintegración significativo en las familias”, apunta Mutesi.
¿Qué papel ha jugado la mujer ruandesa en el proceso de reconstrucción de la paz?
Las mujeres han jugado un papel protagonista en la reconstrucción de la paz. No solo en el Parlamento, donde son mayoría, sino dentro del Gobierno, asumiendo puestos de poder relevantes. Han liderado programas de reconciliación y reparación, tanto gubernamentales, como de otras organizaciones; y han participado en los gacaca [un sistema de Justicia tradicional al que se recurrió tras el genocidio].
Tras el genocidio miles y miles de hombres murieron, entraron en las cárceles o huyeron del país. Las mujeres se quedaron solas y tuvieron que trabajar en oficios que antes eran de hombres, entonces, el papel de la mujer no se ha limitado a la política y las nuevas leyes, sino que han contribuido a la economía de las familias. No fue su decisión, pero en un momento difícil demostraron que son capaces, que tienen fuerza y pueden ser líderes.
En el día a día, ¿cómo es el antes y el después de la vida de las mujeres en Ruanda?
Todavía hay prejuicios, claro, y muchas cosas en las que mejorar. Vivimos en una cultura patriarcal y va a llevar mucho tiempo cambiar la manera de pensar de los hombres y de la sociedad. Pero creo que la vida de la mujer en Ruanda ha cambiado para siempre. Ahora se reconoce su capacidad, se le permite trabajar, tiene voz y voto en su comunidad…. Ha cambiado la percepción que se tiene sobre qué es ser una chica y qué cosas puede o no hacer.
El liderazgo de las mujeres tras el genocidio ha provocado un cambio de mentalidad en las familias. Las mujeres poco a poco han ganado influencia y ahora poseen sus propias tierras, las trabajan y no dependen de sus maridos. Se ha normalizado que la mujer trabaje, que vaya a la universidad o que sea ministra. Ahora somos importantes en todos los ámbitos de la vida.
No fue su decisión, pero en un momento difícil demostraron que son capaces, que tienen fuerza y pueden ser líderes
¿Ese empoderamiento habría sido posible sin un marco legal que fijara cuotas para las mujeres en las instituciones?
Ruanda no es un país aislado del mundo y la globalización, los movimientos feministas han impulsado mejoras. Las mujeres se han visto influenciadas por ellos. Pero todo ello ha ido acompañado de leyes y normas en favor de la igualdad. La Constitución, por ejemplo, fija un 30% mínimo de representación femenina en el Parlamento, aunque se rebasa ese porcentaje desde hace años. El hecho de que hayan podido entrar en la política ha significado impulsar leyes sobre los problemas que las afectan.
Se estima que unas 250.000 mujeres sufrieron violencia sexual durante el genocidio. Además, según el Observatorio de la Violencia, los sexuales son los delitos que más han quedado impunes. ¿Todavía cuesta hablar de ello?
Es muy difícil para las víctimas hablar de algo así, han sufrido mucho. Muchísimas mujeres fueron brutalmente violadas en 1994 y dieron a luz a niños que no saben quiénes son sus padres. Un estudio reciente cifra en un 69% los niños que nacieron bajo estas circunstancias tras el genocidio. Ellas tienen secuelas psicológicas que sus hijos han heredado, junto al rechazo, el estigma en las comunidades, y otras muchas cosas.
Estas mujeres han sido rechazadas en sus pueblos y, a veces, en sus propias familias. Los niños también han podido sufrir el rechazo de sus madres y vecinos por cómo fueron concebidos, pero se está trabajando en ello desde hace años con espacios para hablar abiertamente del pasado. Hemos trabajado con algunas de estas familias y los resultados han sido buenos.
En varias ocasiones, ha dicho que todavía hay que luchar contra el silencio. ¿Es un silencio dentro de las casas, entre vecinos, es miedo a ser juzgados?
El silencio está muy presente y son muchas las razones que hay detrás. Lo primero es entender que este silencio tiene efectos negativos en la vida de las personas. Hay una necesidad de generar confianza, incluso en las escuelas, donde se explica lo que pasó, pero puede ser difícil hacer preguntas… Hay un cierto miedo, que puede venir del tipo de gobernanza.
En las comunidades también sucede y nos dificulta el desarrollo de los programas de reconciliación que llevamos a cabo en diferentes asociaciones. Al principio cuesta que la gente se abra porque hacerlo es revivir el trauma. El pasado afecta al presente, hay familias que perdieron a muchos de sus miembros y otras donde pesa una gran culpa por los asesinatos que cometieron sus familiares.
Una gran parte de la población de Ruanda no ha vivido el genocidio, pero lo tienen muy presente. Usted habla de trauma transgeneracional, ¿a qué se refiere?
Después de un suceso como el genocidio de Ruanda, el dolor se transmite de padres a hijos, incluso a nietos. Según el Barómetro de Reconciliación de Ruanda de 2020, las heridas emocionales no cicatrizadas son de un 27% de la población. Conviene recordar cómo fue el genocidio, un genocidio que dejó casi un millón de muertos en muy pocos días, que se produjo entre vecinos y dejó un enorme shock psicológico. Este es el origen de lo que llamamos trauma transgeneracional.
Sabemos por otros estudios que un 20% de la población aproximadamente dice sufrir algún problema de salud mental, entre ellos, hijos de padres que fueron víctimas o perpetradores del genocidio. Los jóvenes, que son el 70% del país, conocen el genocidio por lo que les han contado en casa o en las escuelas. Sus familiares les han contado la agonía que sufrieron o, en el caso contrario, que no recibieron un trato justo en el sistema judicial. Toda esa información sesgada ha afectado realmente a la población joven. Por eso ellos tienen que ser el foco de las políticas de paz, porque son el futuro.
Las organizaciones estamos dirigiéndonos cada vez más a ellos. Creo que en un momento dado no se les prestó la atención necesaria, pero que esto ha cambiado realmente y se les está tratando de brindar apoyo psicosocial a nivel comunitario. Esto, a la vez, hace que aumente la conciencia en los pueblos para acudir a estas terapias. Este verano, en el que se van a seguir celebrando actos de memoria por los treinta años del genocidio, vamos a crear espacios enfocándonos en el ámbito familiar, especialmente en el caso de las familias con perpetradores en las cárceles, donde el sentimiento de culpa se hereda.
El pasado afecta al presente, hay familias que perdieron a muchos de sus miembros y otras donde pesa una gran culpa por los asesinatos que cometieron sus familiares
En los próximos años saldrán de prisión las personas con penas más altas por genocidio. ¿Está la sociedad ruandesa preparada para este momento?
Los perpetradores con sentencias más altas, entre veinte y treinta años, están saliendo de la cárcel. Lo van a hacer en los próximos tres, cuatro años. Para ello es necesario tener un proceso de reintegración significativo en la sociedad, pero también en las familias.
Va a ser un reto, pero se está abordando desde muchos ámbitos y entidades para evitar que haya efectos negativos. Son alrededor de 35.000 personas, que se van a tener que integrar tras haber sido acusados de los crímenes más graves. No creo que ninguna sociedad esté preparada para algo así, pero se está haciendo un esfuerzo y hay un interés generalizado de que salga bien.
¿Sigue latente el miedo a que se reactive el odio entre etnias?
Ese miedo siempre está presente. Aún hay un 8% de continuidad de una ideología del genocidio y de una política divisiva, pero, según datos gubernamentales, la situación de reconciliación en Ruanda pasó del 82,3% en 2010 al 94,7 en 2020.
Hay desafíos, evidentemente, como abordar el legado social, psicológico y económico, no sólo del genocidio contra los tutsis, sino de décadas de estereotipos étnicos, discriminación, violencia e impunidad, liderados por los gobiernos precedentes al genocidio. Ya no somos de una etnia u otra, somos ruandeses, y se ha impulsado mucho este mensaje, pero, como decía, hay que abordar las heridas que no han cicatrizado en supervivientes y en los perpetradores y sus familias.
Aún hay un 8% de continuidad de una ideología del genocidio y de una política divisiva
Después de treinta años, ¿qué hemos aprendido todos del genocidio de Ruanda?
¿Hemos aprendido algo? Es difícil decirlo porque años después sigue muriendo mucha gente en el mundo, en África y otros lugares. Se viven situaciones parecidas en otros países en estos momentos, pero la esperanza está en que todavía hay personas que trabajan por la paz y siempre las habrá, con mejores herramientas que entonces.
Con vistas al futuro, ¿cuáles son los retos para mantener una paz duradera y cerrar las heridas del genocidio?
Son muchos los retos, empezando por los niveles de pobreza, desigualdad y desempleo. Más de un 20% de los jóvenes de la región no tienen trabajo, en una región donde proliferan los grupos armados. Otro de los retos es precisamente este, las crisis actuales en República Democrática del Congo y en Burundi, nuestros países vecinos, que impactan en nuestra estabilidad, y hay mucha negatividad sobre lo qué está pasando ahí.
Por último, creo que hace falta mejorar en gobernanza. La gobernanza y el tipo de democracia actual obstaculiza los espacios abiertos de diálogo y libertad para abordar los traumas de forma constructiva, sin miedo a la censura. La existencia de elementos de buen gobierno está relacionada con el trabajo que aún queda pendiente con los grupos más afectados por el genocidio, y el riesgo a que continúe el trauma transgeneracional.