Desde la noche de los tiempos, todos los déspotas y mandones que en el mundo han sido han jurado con bellísimas palabras que estaban «liberando al mundo» e incluso, en el colmo del narcisismo, que estaban «sacrificando su bienestar personal en aras de su pueblo». Han sido -y son- unos indiscutibles picos de oro, pero […]
Desde la noche de los tiempos, todos los déspotas y mandones que en el mundo han sido han jurado con bellísimas palabras que estaban «liberando al mundo» e incluso, en el colmo del narcisismo, que estaban «sacrificando su bienestar personal en aras de su pueblo». Han sido -y son- unos indiscutibles picos de oro, pero díganme de uno solo que haya confesado estar en el trono para saciar su ansia de poder y retiro la mitad del panfleto subsiguiente. Díganme de uno solo que haya confesado los crímenes y las traiciones que ha cometido para sentarse en el trono y retiro la otra mitad.
El caso del actual Presidente de los EEUU no es excepción. Lo que sí parece excepcional es el grado y la amplitud que ha alcanzado la creencia en sus palabras. Que una parte considerable del mundo confíe en el portavoz del Imperio es muy preocupante pero que, casi un año después de su entronización, sigan desconociendo que sus palabras no están respaldadas por ningún hecho humanitario ya es digno de estudio. Otrosí, que millones de personas razonables no comprueben que la política de Obama es simple continuación de la de Bush -¿podría ser de otro modo?- y, más aún, que no quieran ver las gruesas tropelías que Obama ha perpetrado en pocos meses, entra directamente en el terreno de la psicopatología de las masas. -una disciplina muy socorrida cuando se discursea sobre el nazismo-.
Charlatanes y «creadores de opinión» repiten y repiten que, desde la Ilustración, el mundo actual está dominado por un escepticismo plurisecular, que no hay fé en la vida eterna ni en la sempiterna, que el materialismo nos invade, que no sólo hay que ver para creer sino que, además, hay que tocar para ver y así sucesivamente. Sin embargo, el caso de la palabrería de Obama demuestra lo contrario: que el mundo se ha vuelto tan creyente como para creer en las palabras y, para mayor escarnio, ¡en las palabras del tirano! La verborrea obamanesca nos señala que triunfan el nominalismo -una manía con tufo oscurantista- y el ilusionismo o versión popular del idealismo -la necia subyugación por lo incognoscible-. En definitiva, los hechos han muerto: la publicidad les ha herido y Obama los ha rematado.
«Una cosa es predicar y otra dar trigo». Obama predica sin descanso pero no ha dado un solo grano de trigo ni lo dará jamás. Al revés, lo que regala y regalará a manos llenas es dinero para sus Padrinos y bombas para los que no comulgan con sus ruedas de molino. Esto, que debería ser obvio, todavía no lo es. Por ello, y aunque a nadie le guste escribir sobre obviedades, esta vez parece que no he encontrado mejor remedio que el de redactar un memorial de agravios. Así pues, conste en acta que me veo obligado a esta ingrata tarea. Eso sí, procurando que los siguientes fárragos no resulten demasiado ingratos.
1. Construcción del charlatán
Como ocurre con todas las identidades, en buena medida las imágenes de los líderes se construyen enfrentándolas a las de otros líderes. De cara al consumo internacional, la imagen de Obama se construyó por oposición a la de su antecesor: Bush era provinciano, grosero, rústico, belicoso y analfabeto luego Obama tenía que ser cosmopolita, amable, urbanita, pacífico y culto.
Todas estas contraposiciones son absolutamente falsas. Bush es el tercer vástago de una dinastía criminal pero cultivada. Su abuelo, el senador Prescott Bush, estudió en la afamada Yale University -donde, por cierto, para ganar una apuesta robó la calavera del apache Gerónimo 1– y su padre y su nieto, Bush III, también. Los Bush provienen del cogollo aristocrático de la Costa Este aunque hagan negocios (también) en Texas. La rusticidad de esta dinastía es, por tanto, pura invención de sus asesores de imagen. En cuanto a la grosería, belicosidad y cultura de unos y otros, van implícitas en la imagen comprenhensiva de lo pueblerino y de su antónimo.
Y otra peculiaridad de la que se hablará en el futuro: a Bush se le suponía omnipotente o, al menos, autónomo en sus decisiones. Por el contrario, con igual arbitrariedad, a Obama se le suponen limitaciones en su poder. Evidentemente, con ello se busca dar la imagen de un Presidente-buena-persona rodeado de pérfidos cortesanos y zancadilleado por una malévola oposición. Una vez más, nos caen encima los pedruscos de la intimidad en el hogar, de la soledad del mandatario y de las componendas en aras de un fin superior. Harto estoy de que -¡todavía!- se recurra a la excusa «Él es bueno pero no se puede enterar de todo; los malos son los que le rodean». Pensaba el-abajo-firmante que, después de haberse usado incluso con el general Franco -cuya malignidad personal es axiomática y paradigmática-, la maldita frase estaba ya agotada pero me equivocaba: la política ad hominem nunca muere.
Contra el vicio de la modernidad, está la virtud de recordar: ¿qué hizo Obama antes de ser Presidente? Cuando todavía era simple senador, votó siempre a la derecha; por ejemplo, votó a favor de la propuesta Kennedy-McCain (¿matrimonio contra natura?), que exigía la construcción de un muro con México y la deportación inmediata de cinco millones de latinos -propuesta finalmente rechazada pese al apoyo de Hilaria R. de Clinton-. Además, nunca se enfrentó a la invasión de Irak y, una vez ésta consumada, menos se opuso al subsiguiente genocidio sino que pasteleó de boquilla proponiendo «otra clase de invasión»… a la vez que concedía más dineros para el Pentágono. Planteó una retirada «gradual», cierto, pero eso era exactamente lo mismo que proponían Bush & Co. Por otra parte, amenazó a Egipto por -según él- permitir el contrabando de armas a Gaza y, detalle definitivo, nada más ser elegido candidato, su primera comparecencia fue ante la AIPAC (American Israel Public Affairs Committee), el cónclave sionista por excelencia, provocando así que, literalmente al día siguiente, Israel declarara que era «inevitable» un ataque nuclear a Irán.
Aun con semejantes antecedentes, la construcción del charlatán es más fácil cuando procede de alguna suerte de minoría puesto que, en caso de ser pillado en flagrante delito, el criminal siempre se puede amparar en la (supuestamente) tortuosa psicología del oprimido -ah!, los traumas de la niñez-. Pero este enésimo atavismo de lo personal se enfrenta a la evidencia lógica e histórica de que los individuos que surgen de las minorías pueden ser tan despóticos como los que brotan de las mayorías. De hecho, llegan a incluir en el catálogo de sus desvaríos el maltrato a sus (ex) compañeros -bien sabemos que Aníbal enfrentaba en la batalla a hermanos contra hermanos-.
El caso más evidente es el de las mujeres. Pondré algún ejemplo fruto de mi experiencia directa: cuando en París aparecieron las primeras seudopolicías municipales, las betteraves (= remolachas, por el color de su uniforme) resultaron mucho más intratables que los flics. Cuando empezó a haberlas en España, se repitió el fenómeno. Ello sin olvidar a las inevitables Isabel la Católica, la condesa Báthory o Golda Meir, una falange de víboras culminada en la actualidad por la segundona de Obama, por otro nombre Hilaria R. de Clinton quien, en el plus ultra del militarismo (ex) masculino, se ha mostrado lista para aniquilar (annihilate) Irán. Pues bien, los creadores de la imagen obamaniana se han esmerado en aprovechar el ‘enfoque de género’ y, en consecuencia, han subrayado que Michelle «ganaba más que Obama» al mismo tiempo que vestían a su mujer de manera que abultaran sus caderas; todo ello con el propósito de que Obama apareciera como un muchacho aniñado -es decir, no peligroso-, casi como un andrógino quién sabe si dominado por una matrona tan corpulenta que hiciera pensar en la Madre Tierra -Mother Earth o Pachamama-. Hasta aquí de cara a no perder el voto femenino pero, obviamente, a medida que avance su presidencia, mutará a ‘Hombre Duro’.
2. De puertas afuera o Divide et impera
En el plano internacional y dentro de la estrategia del policía malo (Bush) y el policía bueno (Obama), este último no ha escatimado sonrisas y bellas palabras… aunque no tan bellas como para pedir perdón por los desmanes cometidos por su antecesor ni, menos aún, por los suyos. Por lo pronto, en lo que respecta a Iberoamérica, es evidente que los desmanes obamanianos no desmerecen de los bushianos. A cambio de huecas palabras y de no firmar nada comprometedor -i.e., democrático-, a Obama le faltó tiempo para dar el golpe de estado en Honduras. Por si esta iniquidad no fuera suficiente y visto su éxito, ahora está preparando un golpe similar en Nicaragua -no olvidemos que Robert Gates, del que hablaremos más adelante, fue partidario de que los EEUU invadieran militarmente la Nicaragua del primer sandinismo- y en Paraguay, país donde también el Congreso encuentra demasiado progresista al Presidente y donde, no lo olvidemos, los EEUU tienen extra-legalmente la base de Mariscal Estigarribia con una de las pistas de aterrizaje más largas del mundo.
En lo que atañe al golpe de estado en Honduras, debo reconocer que el equipo obamaniano ha perfeccionado el esquema del golpe que le sirvió de antecedente -obviamente, el modelo haitiano, inspirado a su vez por el golpe pseudoelectoral de 1980 contra el presidente jamaicano Michael Manley-. En Haití 1991, los gringos se regodearon obligando a exiliarse en los USA al presidente que ellos mismos acababan de derrocar. Fue añadir el agravio a la injuria pero, dejando aparte el beneficio marginal de pavonearse con la demostración de virtuosismo golpista, el país estaba ya tan despojado que poco más podían saquear. Para mayor prepotencia, tres años después y tras la comedia de rigor -sanciones de la OEA y de la ONU incluidas-, el ejército gringo invade Haití transportando en sus bombarderos al ex presidente Aristide, ahora zombificado en seudo-presidente.
En Honduras y de la mano del cabildero Lanny Davis, Obama ha repetido el modelo haitiano pero mejorándolo en el sentido de convertir el golpe en la primera operación de esa nueva empresa de servicios golpistas en que ha convertido a los EEUU. Me explico: hasta ahora, los EEUU gastaban de su bolsillo en los golpes de estado para después rentabilizar su inversión con los regímenes dictatoriales impuestos. Eso terminó. ‘La crisis de la economía mundial’ -un remoquete ubicuo y sempiterno-, sugiere que es más rentable sacar a Bolsa el poderío militar. Ahora, la corporación «Derrocamientos USA, Inc.» ofrece en el mercado mundial su acreditada experiencia golpista. Su eslogan: «Usted que puede, ¡páguese su golpe de estado!». Su estrategia operacional, muy sencilla: los PR o relaciones públicas de la empresa -los políticos- se encargan de marear la perdiz para que el golpe dure meses y meses, no para que la opinión pública se acostumbre sino justo el tiempo que haga falta para que todos los gringos implicados -gobierneros, congresistas, lobbyistas, milicos- reciban las coimas de los golpistas -en este caso, hondureños-. Ventajas de la división de poderes -militar, mediático, político- pero, sobre todo, ventajas de la marca de fábrica de Obama: la ambigüedad.
Claro está que, en este caso, influye que en el golpe estuvo implicado directamente el narcotráfico, única gran transnacional que no funciona con crédito sino con efectivo. Ello significa apenas un detalle técnico: que algunas transferencias de la oligarquía hondureña a los ejecutivos de Derrocamientos USA han de efectuarse en la oscuridad. En esta tesitura y al revés de lo que dicta el saber convencional, los narcos se sienten paradójicamente incómodos puesto que saben de sobra que la única transparencia posible en el mercado es el uso sistémico de efectivo y lo demás son politiquerías disfrazadas de «ingeniería financiera». Sin embargo, ellos, los únicos que optan por la inmediatez en el mercado se ven obligados a la clandestinidad y, por ende, a la lentitud. Comprueban así que se ralentizan sus operaciones por culpa de los malos hábitos adquiridos por un capitalismo vergonzante y arcaizante que reniega de la diafanidad modernista. Desde luego, es para estar molestos.
En cuanto al resto de Iberoamérica, Obama el Corderito, célebre por su elasticidad corporal, en efecto ha sido muy ágil… a la hora de sentar los cimientos para futuras invasiones. Son testigos de su diligente belicismo las siete nuevas bases en Colombia y las dos en Panamá que ha añadido a las ¡más de ochocientas! (>800) que tiene regadas por el planeta -por cierto, ¿ha hablado de cerrar alguna?-. Y luego algunos cretinos creerán que quienes nos vigilan son los marcianos.
En el resto del mundo, más de lo mismo: la retirada de las jaurías genocidas de Irak sigue el calendario marcado por Bush -es decir, ad calendas graecas- mientras que Afganistán continúa siendo el desaguadero del ventajismo gringo pues, al igual que sus predecesores, Obama también piensa que, siendo un país mísero y suficientemente destrozado, le será fácil obtener una «victoria» por la que pasar a la Historia -y, de paso, engrosar su cuenta corriente-.
Pero los genocidios de irakíes y afganos distraen la atención de otros genocidios. Por ejemplo, en Pakistán, el rabioso islamófobo Obama ha desencadenado en los Waziristán y, sobre todo, en el Valle de Swat una tormenta de bombardeos por drones (aviones sin tripulación) que, hasta la fecha, ha forzado la huida de dos millones de refugiados –deportados sería más exacto-. Para que ahora me hablen del semiolvidado Darfur.
Y otro ejemplo: es obvio que Obama está detrás de la invasión de algunos territorios indígenas de Yemen perpetrada por la monarquía saudita y actualmente en curso. Esta guerra es un buen ejemplo de las diferencias entre las políticas bushiana y obamaniana. Veamos: la Arabia llamada «saudita» comenzó en 2003 la construcción de un muro en la frontera entre ambos países so pretexto de controlar la emigración, el contrabando de kat -una droga maravillosa- y, huelga añadirlo, «el terrorismo». Por su parte, Bush se limitó a cobrar las consabidas comisiones hasta que, en 2008 y tras muchos altibajos, el muro fue definitivamente detenido por las protestas yemeníes. Ni corto ni perezoso, Obama ha desdeñado las comisiones civiles a favor de las siempre más jugosas comisiones militares. En consecuencia, Arabia ha pasado a bombardear con fósforo blanco eso que suelen llamar «las bases de los guerrilleros»; es decir, las aldeas de hawzíes y/o pueblos tribales zaidi-huthi de esa frontera, quienes, como todos los indígenas del mundo, sólo aspiran a ser neutrales manteniéndose lejos de wahabitas y de al-qaedianos… y del gobierno yemení, sinuoso cómplice de la matanza.
¿A santo de qué viene ese abuso de fuerza? A fantasías geoestratégicas. Dejando aparte la consabida acusación contra Irán -los iraníes deben contarse por cientos de millones y ser todos millonarios cuando pueden estar detrás de tantísimas revueltas-, en el fondo, los beduinos son sólo un pretexto táctico dentro de un designio más amplio: dominar todo el Cuerno de África. Y aquí es donde entra Somalia como pieza clave de ese plan.
Algunos se preguntarán, ¿por qué los EEUU no están interviniendo más rotundamente en la crisis de los piratas somalíes? Los más zotes responderán: «porque están escarmentados desde que, en 1993, les derribaron en Mogadiscio el archifamoso helicóptero Black Hawk». Sin comentarios. O, mejor, uno solo: en aquél confuso día de octubre, los gringos consumaron su regla de oro -«cien muertos suyos por cada uno de los nuestros»- así que los únicos escarmentados fueron los habitantes de Mogadiscio y, en especial, las dos mil familias enlutadas que pagaron por los 18 muertos gringos. No, evidentemente es muy otra la razón de la aparente inacción gringa. Simplemente, están esperando que la Unión Europea les haga el primer trabajo sucio y fracase -cuanto más estrepitosamente mejor-, para intervenir ellos con su AFRICOM, el cuerpo de ejército creado por Bush y reforzado por Obama el Africano, demostrando así que siguen siendo el mejor gendarme mundial.
En otras palabras, la invasión del Yemen indígena y la definitiva destrucción de lo poco que queda de Somalia son los primeros pasos para justificar el AFRICOM. Ahora bien, ¿contra quién todo un Cuerpo de Ejército? ¿contra los africanos? ¿no será matar mosquitos a cañonazos? Pues claro que lo es pero no olvidemos que a los gringos les encanta aplastar países minúsculos -léase, Grenada-. Aun así, el AFRICOM aspira a mucho más: nada menos que a expulsar de África a la Unión Europea y, ¡tachán tachán!, a China.
En lo que se refiere a los foros internacionales, la política de Obama es igualmente siniestra. Pongamos tres ejemplos. Primero: en la Conferencia sobre el Racismo (ONU, Ginebra, abril 09), los delegados de Obama consiguieron que el texto a debatir no sólo descartara mencionar el genocidio palestino -continuando así la más rutinaria e indecente de sus políticas- sino que, además, se negaron a considerar siquiera las compensaciones a los esclavos, un tema en el que, aparentemente, Obama debería tener el mayor interés. Por si ello fuera poco, al final, EEUU no sólo boicoteó la Conferencia -ya lo había hecho en su predecesora, Durban 2001- sino que logró que la boicotearan países hasta entonces habían apoyado alguna clase de (tibia) condenación del racismo -en concreto, Alemania, Australia, Holanda, Italia, Nueva Zelanda y Polonia-.
Segundo: la Convención de Ottawa, en vigor desde 1999, prohíbe las minas antipersonales. Además, 158 países han ratificado un Tratado internacional en el mismo sentido. Pues bien, Obama ha proclamado recientemente que no lo firmará porque «bla bla bla y fu fu fú». Ello puede dar lugar a un curioso encontronazo, verbi gratia, puesto que la Campaña Internacional contra esa clase de minas obtuvo el Nobel de la Paz en 1997, si Obama se tropieza en Oslo con aquellos sus representantes cuando próximamente le honren con el mismo galardón, ¿será capaz de mirarles a la cara? Mi opinión es que ¡seguro que sí! 2
Tercer ejemplo: en las reuniones previas a la macro-reunión sobre Cambio climático que próximamente se celebrará en Copenhague, Obama se ha mostrado aún más desvergonzado que Bush. Sin ir más lejos, en la última Convención Marco (Bangkok, sep-oct 2009), Obama el Verde (Militar) se negó de plano a reducir sus emisiones contaminantes a la vez que propuso la creación de un grupo de trabajo para abordar «elementos comunes de mitigación para todos los países». En otras palabras, quiso crear la enésima comisión pero, sobre todo, pretendió inicuamente trasladar a los países subdesarrollados su responsabilidad como país más infeccioso del mundo. Con ello no hacía sino preconizar la vieja máxima de «socializar las pérdidas y privatizar las ganancias» además de mostrarse como un neoliberal puro y duro, de esos que sostienen que todos los países son iguales, siniestro disparate que, en Bangkok, equivalía a presumir que todos los países contaminan por igual. Lo malo fue que, a imitación de lo sucedido en la conferencia contra el Racismo antes mencionada, Obama consiguió que le secundaran en su infamia países hasta entonces más o menos concienciados -entre ellos, siete países latinoamericanos-. De Bangkok a Beijing no hay más que un paso y es el que, recientemente, ha dado Obama aliándose con China para dar una bofetada al resto de ese mundo que todavía creía en la posibilidad de retrasar la catástrofe climática. Pero, eso sí, cuando llegue la hora de la foto, nos saldrá con alguna propuesta cuya letra gorda sea tan deliciosa como infumable la letra fina. Por mi parte, puede ahorrárselas porque ya la conozco: los USA serán el primer país en echar la culpa de la suciedad del planeta a los Otros y el último en adoptar medidas reales contra ese modismo denominado «cambio climático»3 . Así lo exigen su consustancial xenofobia y su acrisolada inercia belicista.
3. De puertas adentro o Lasciate ogni speranza, voi che’ intrate
Dejamos el horizonte internacional para observar la política interna seguida por Obama. En este campo, es obvio que a la imagen centrista del nuevo Presidente le viene de maravilla la oposición doméstica. Sirve de poco subrayar que esa oposición ha existido desde siempre, tanto la de extrema derecha como la de izquierda -que nunca es extrema puesto que nunca llega a los extremos habituales en la violencia estatal-. Con Obama, los manipuladores de la desinformación ponen el acento en la violencia de extrema derecha pretendiendo así que no existe oposición de izquierda pero esta clase de propaganda es meramente coyuntural por lo que puede variar a lo largo de su mandato. Mientras llega o no llega ese cambio, se hiperboliza el incremento nacional en la adquisición de armas y en la formación de células fascistas con lo cual se refuerza la imagen del Presidente buenazo acosado por los ultras. Pero terroristas de Estado Mayor como Karl Rove no nacieron ayer… ni mañana les temblará el pulso cuando se vean obligados a ejecutar a terroristas de infantería como McVeigh, el del atentado de Oklahoma 1995 (168 muertos, 680 heridos y daños por valor de 652 millones de US$)
Sin embargo, con su terquedad consustancial, los hechos demuestran que Obama ha elegido desde su entronización rodearse de lo peor de cada casa y que, además, lo ha hecho en la cúspide de su popularidad por lo que hemos de suponerle completa autonomía en aquellas sus primeras decisiones. La más escandalosa fue mantener como ministro de «Defensa» al republicano Robert Gates, el mismo espía (agente de la CIA desde 1965 y director de la misma en 1991-1993) que tuvo Bush en el mismo cargo. Algunos quieren dulcificar este nombramiento entendiéndolo como una traición menor a la que Bush le obligó y, efectivamente, así fue y lo prueba que la noticia la adelantó Rupert Murdoch en plena campaña electoral (Times de Londres, 26.VI.2008) pero servidor descarta esta interpretación torticera porque Gates es presidente de la National Eagle Scout Association y un scout es un alma límpida que jamás traiciona.
Teniendo en cuenta que, como corresponde a un país belicista e imperialista, Gates ocupa el puesto más importante del gobierno USA, el resto de los nombramientos es de menor cuantía pero, aun así, señalaremos que nombró como Jefe de Gabinete (Chief of Staff), nada menos que a Rahm (Rahmbo) Emanuel, un sujeto con doble nacionalidad gringo-israelí, hijo de un sionista terrorista del Irgun, y de quien no se sabe con certeza si pertenece al Mossad o sólo tiene el grado de capitán del ejército israelí. En otras palabras: los espías sionistas no tienen ninguna necesidad de pinchar el teléfono del Presidente porque quien le filtra las conversaciones es uno de los suyos. Ni siquiera Bush hijo llegó a tal dependencia del sionismo.
Por si ello fuera poco, es evidente que David Axelrod -hijo de una periodista judía izquierdista pero él degenerado en sionista-, pese a ser consejero aúlico de la Casa Blanca, sigue siendo en la sombra el dueño real de varias empresas de propaganda. Este profesional de la tergiversación podrá o no ser el «poder detrás del trono» de un Estado farandulero pero, desde luego, es quien puso a Obama en el trono gracias a que fue el jefe de sus campañas de imagen y -pequeño detalle- de recaudación de fondos.
Con semejante banda terrorista incrustada en el cogollo del Poder no puede sorprendernos que Obama haya prolongado la política de Bush (también) en proteger y ser protegido por la más descarada, ventajista e impune estafa que ha visto la contemporaneidad. Me refiero a eso que los Axelrod & Co. han llamado «la crisis de la economía mundial» pero que, simplemente, es un colosal atentado terrorista. Es público y notorio que la banda de Bush la organizó pero, cuando los obamitas llegaron al poder, todavía estaba en discusión quiénes iban a ser los seleccionados para ganar. Ahora ya lo sabemos: los gángsteres de Goldman Sachs y, a cierta distancia, los de JP Morgan Chase 4.
Para comprobarlo, no hace falta tener acceso a ninguna información privilegiada, basta con leer algunos titulares de la gran prensa: para condonar el gran golpe del terrorismo capitalista y haciendo cortesías con sombrero ajeno, Obama ha comprometido trece (13) billones de US$ (repito, billones, el 90% del PIB de su país) de los cuales ha desembolsado más de cuatro -físicamente y, sobra decirlo, a fondo perdido-. Por ello, el déficit llegará al 13% en este año 2009 en los EEUU, ya de por sí y por enorme diferencia el país más endeudado del mundo o, dicho de otra forma, el país que más estafa al resto de los países. Pese a estas evidencias, los Axelrod de turno siguen empeñados en hablar de «estímulo fiscal» en lugar de ‘evasión legalizada de impuestos’ y en «compra de activos tóxicos» en lugar de ‘corrupción política gravemente atentatoria contra la transparencia del mercado’. En resumen, lo que tantas veces se ha dicho: saqueo de las arcas públicas y del pequeño ahorro privado en beneficio de ¿quiénes?
Pues en beneficio de cuatro plutócratas entre los que destaca la funesta parejita ya citada. Más cuentas de la vieja: JP Morgan Chase ganó 3.500 millones de US$ en los nueve primeros meses de este año del 2009 -un 580% más que en todo el año anterior- y eso que es la banca segundona. En cuanto a Goldman Sachs, la gran ganadora (por otro nombre «el kraken vampiro»), en el mismo lapso, aparentemente sólo ganó 3.000 millones de US$ -cuatro veces más que en 2008- pero en realidad saqueó más que su comadre porque dispuso 11.000 millones adicionales como incentivo para sus jefazos. Dicho en buen castellano: por mediación de Bush, el Estado «compró» provisionalmente acciones suyas por valor de 10.000 millones pero dizque las recuperó con Obama cuando, en realidad, lo que hizo en junio 09 fue repartírselos entre sus capos. Dicho en caribeño: se compró y se dio el vuelto.
¿Es necesario añadir que ambas bancas son de origen judío y, en la actualidad, sionistas a ultranza?
Aunque sólo son la punta del iceberg, he puesto dos ejemplos de la banca de inversión porque son los más escandalosos en términos de la actuación obamanesca. Para no ahondar en la herida, no he querido ni mencionar la oposición de Obama a que se discuta -repito, simplemente se discuta- una tasa sobre las transacciones financiera. Pero mi longanimidad tiene un límite: la salud pública -que, dicho sea de paso, es también uno de los puntos fuertes de esa demencia inducida en la que se ha convertido la obamanía-.
Abordaremos el tema en cuantas menos palabras, mejor. A cambio del descomunal atraco antes aludido, a Obama se le llena la boca con su plan de extensión de la ‘sanidad pública’. Pues bien, volvamos a la aritmética de las cuatro reglas: actualmente, ese sistema consume cada año 2,4 billones de US$ (16% del PIB) Pese a gasto tan colosal, la sanidad pública gringa es la más costosa y una de las peores del mundo desarrollado (según la OMS, ocupa el lugar nº 37) Para remediar esta catástrofe, Obama ha pedido un (1) billón de US$ a gastar en los próximos 10 años. Resultado: sólo quiere aumentar el presupuesto sanitario anual en 10.000 millones de US$, un 4,16 % del gasto corriente. ¿Y tanta bulla para un incremento tan miserable? ¿Un 4% de más o de menos cambiaría radicalmente cualquier sanidad pública? Y no estamos contabilizando los regalos que Obama ha hecho a las empresas anti-abortivas a cambio de que se opongan con la boca chiquita a su famosa reforma. Y tampoco estamos hablando de las empresas de seguros médicos generales, esas que, en previsión de hipotéticos descensos en sus dividendos, ya han aumentado en más del 50% las cuotas exigidas a sus abonados a la vez que han reducido sus servicios en parecida magnitud. Pues igual son las demás conquistas sociales de los obamitas. Lo dicho, «peer en botija pa’ que retumbe».
Las comparaciones son odiosas y, por ende, las comparaciones entre granujas son doblemente odiosas. Pero, a grandes males grandes remedios, así que prosigamos: en 1965, el Presidente Johnson se vio obligado a permitir el voto de los negros y promulgó una histórica Civil Rights Act. ¿Cuántas leyes, decretos o misérrimos reglamentos sobre los derechos de otras minorías ha promulgado Obama o insinuado que promulgará? Cero bajo cero. Otrosí, Johnson fundó los dos programas de salud pública hasta ahora vigentes, el Medicare para los viejos e inválidos y el Medicaid para los pobres. ¿Pretende Obama superarlos con creces? Zero below zero. Ni siquiera proyecta comenzar un programa futuro de salud pública verdaderamente universal sino, todo lo más, botoxmizar las arrugas de los frutos johnsonianos.
Cierto que ambos Presidentes demostraron su valor derramando con formidable generosidad la sangre ajena -uno en Vietnam y el otro en medio mundo- e incluso una pizca de la compatriota aunque con menor empeño. Pero, en materia de conquistas sociales internas, Obama no le llega a Johnson ni a la suela del zapato. O, como dice D. Lindorff, he doesn’t hold a candle to him.
Como tampoco le llega a Gerald Ford, Carter y Reagan pues estos tres Presidentes suscribieron órdenes ejecutivas prohibiendo que «ningún funcionario del gobierno de los EEUU participe o conspire para participar en asesinatos políticos» -una orden que Carter amplió a toda clase de asesinatos-. Cierto que Clinton se inventó una triquiñuela para soslayar esa orden y también es cierto que Bush hijo llegó aun más lejos autorizando públicamente a la CIA para que persiguiera a Al Qaeda «en todo el planeta, utilizando acciones clandestinas letales y manteniendo oculto el papel de los EEUU» (17.IX.2001) pero es no menos cierto que Obama el Traslúcido continúa la política bushiana e incluso la ha incrementado, como bien saben desde Pakistán hasta las cárceles secretas de la isla de Diego Garcia.
3.1. Los negros
El vaso medio lleno y medio vacío: desde el punto de vista popular, Obama es negro 100% pero algunos preferimos respetar los hechos físicos y considerarle como dicta la biología más elemental: como mulato o, como dicen sus compatriotas con notorio tufo veterinario, como «media casta» o «media leche». No es el momento de medir el poder contaminante de la melanina -tremendo ha de ser cuando unas pocas gotas consiguen ennegrecer a cualquier caucásico- pero sí de apuntar algunos detalles sobre la opinión que Obama tiene de sus parientes de raza. Comencemos desde atrás.
Durante la campaña electoral, se dijo con demasiada amnesia que Obama era el primer negro en aspirar a la Presidencia de los EEUU. Falso: en el remoto año de 1972, Shirley Chisholm (1924-2005), una congresista negra, participó en las primarias presidenciales del partido demócrata. Premonitoriamente, uno de sus lemas de campaña fue «Ni dominados ni comprados». A la vista de su desempeño en el Poder, ¿podrían suscribirlo los obamanitas? Desde luego que no porque Obama el Cibernético es uno de los muchos jactanciosos que se oponen a que el siglo XXI siga encaminándose políticamente hacia el 1968.
Después de ganar las elecciones, era de suponer que los negros de USA obtendrían con Obama algo más que neologismos políticamente correctos -léase, el insípido apelativo de afroamericanos-. Sin embargo, Erick Holder es el único negro que ha sido nombrado por Obama para un cargo valioso. ¿Quién es el flamante ministro de Justicia o Attorney General? Pues el descendiente de barbadianos que medió para que el Presidente Clinton indultara al prófugo Marc Rich, empresario intrigante como pocos, aunque -cal y arena- es cierto que también consiguió una reducción en la pena impuesta a 16 miembros del Ejército Popular Boricua. Lo más desagradable vino cuando dejó el gobierno: como abogado Holder, representó a la transnacional farmacéutica Merck y, peor aún, a Chiquita Brands. Desde su generosamente remunerada posición, defendió a Chiquita cuando se descubrió que esta heredera de la infame United Fruit continuaba con las marramucias de su progenitora, por ejemplo, financiando a los paramilitares colombianos para que arrasaran la comarca de Urabá. Toda una lección de repudio a sus ancestros dictada precisamente por un nieto de esos obreros esclavizados por las bananeras que fueron hasta hace minutos los negros de Barbados.
Item más, a Obama le sobran casos y ocasiones para paliar la deuda histórica que los EEUU tienen con los negros pero, por ejemplo, ¿acaso ha indultado a uno solo de los Panteras Negras que llevan 40 años inicuamente encarcelados? O, una medida menos comprometida, ¿ha ordenado crear una comisión de investigación sobre los cincuenta asesinatos de sus líderes y militantes?; para ponérselo fácil, digamos que le bastaría completar la que estudió el perpetrado en 1971 en la prisión de San Quintín contra George Jackson.
Pero si, pese a su ostentosa inocuidad las comisiones de investigación le dan miedo, tenemos para Obama el Justiciero dos opciones a cual más simple: a) ordenar de una puta vez la liberación de Veronza Bowers Jr., el antiguo Pantera Negra al que, una vez cumplidos en 2004 los 31 años de condena que le impusieron ilegalmente, sigue preso y, peor aún, en el colmo de la barbarie periódicamente le anuncian que «mañana sales» y ese mañana nunca llega. b) el caso que le regalaría un pellizco de credibilidad mundial: indultar al más conocido de los negros condenados a muerte, Mumia Abu-Jamal. Como sabe medio mundo y debería saberlo el otro medio, Mumia es inocente pero lleva casi veintiocho (28) años luchando contra el asesinato legal al que le condenaron en un juicio tan sinvergüenza que hubiera sido anulado incluso en pleno franquismo. ¿Qué podemos esperar de un país donde el Congreso ha pedido perdón por la esclavitud 143 años después de haber sido abolida? ¿Qué podemos esperar de una Justicia donde el tribunal de apelaciones de Pennsylvania reconoce (27.III.2008) que no fue legal el juicio contra el preso político Mumia pero, aún así, exige su ejecución? ¿Qué podemos esperar de un Presidente dizque negro que permite y favorece estas canalladas?
3.2. Los indios
Hora es de llegar al tema que desencadenó esta diatriba: el ultraje que Obama ha propinado a los indígenas, la minoría de los USA más obvia y escandalosamente maltratada -lo de amargarles a los obamitas el Nobel y la foto de Copenhague, vino después-. El teatro de la crueldad comenzó mal desde la elección del día en el que se anunció la comedia. En tan señalado día como ¡el 12 de octubre, hay que ser sádico!, Obama anunció que recibiría a «sus indios» y, en efecto, el 5 de noviembre, los recibió en la Casa Blanca. Hasta aquí, salvo la malhadada elección del Columbus Day, nada que no hayan hecho mecánicamente sus predecesores.
Igual de rutinaria fue la obamanesca proclamación de ese mismo mes de noviembre 09 como Native American Heritage Month (NAHM, mes del patrimonio indígena). Huelga añadir que los Axelrod & Co., lo anunciaron a bombo y platillo sin preocuparse de que, Internet mediante, buena parte del mundo puede descubrir en dos clics que el NAHM ya fue propuesto en 1915 -en su versión abreviada como Día del Indio-. Luego transcurrieron décadas en las que fluctuaron las fechas elegidas hasta que, en 1990, el Presidente Bush padre formalizó noviembre como el NAHM. Por lo tanto, menos fanfarrias: Obama lo único que ha hecho ha sido seguir ex officio una formalidad asentada desde hace 20 años.
Prosigamos. Por puro protocolo, parecía obvio que Obama recibiría a sus invitados correspondiendo con un magno regalo a los presentes que ellos le hicieran. No menos obvio resultaba que, acorde con las facultades presidenciales, ese último regalo sólo podía ser el que los indígenas del mundo llevan esperando desde hace treinta y dos (32) años: el indulto de Leonard Peltier. Este indígena Lakota -antes, «sioux»-, cumple dos cadenas perpetuas a las que fue condenado en un proceso todavía, si cabe, más inicuo que el de Mumia. Es prolijo pero necesario añadir que, en prisión, ha sido torturado sistemáticamente y que, cumplidos los 64 años, sufre graves problemas de salud. Item más, pese a ser uno de los presos políticos más conocidos mundialmente, sigue padeciendo todo tipo de escarnios -físicos incluidos- y sigue viendo cómo se le niega una medida tan frecuente como es la libertad condicional. Para mayor ignominia de Obama, la última vez que se le denegó esa merced fue en el pasado mes de agosto lo cual lleva aparejado que la próxima audiencia -si llega- será en 2024, cuando Peltier tenga 79 años.
Pues bien, no contento con la gruesa grosería cometida contra sus invitados ‘pieles rojas’, Obama decidió añadir el agravio a la injuria sustituyendo el único regalo posible por un beeeellííísimo discurso tras el cual firmó ante los indígenas una executive order o memorando «estableciendo una consulta y colaboración regular y significativa entre sus naciones y el gobierno federal» (establishing regular and meaningful consultation and collaboration between your nations and the federal government) Traducción resumida: un brindis al sol.
Les ahorro la perorata que tuvieron que soportar los invitados antes de recibir tan magro presente pero sí les señalo que, en la mejor tradición gringa, Obama no escatimó chascarrillos ni, ¡faltaría más!, perdió la ocasión de pavonearse por haber sido nombrado ‘hijo adoptivo’ por un matrimonio de indígenas Crow -es notorio que los pueblos originarios tienen ahora más hijos adoptivos que propios-. Lo que no dijo es por qué tardó tanto en visitar a los indígenas y menos aún explicó por qué se había demorado diez meses en recibirlos si lo consideraba un evento tan absolutamente «unique and historic».
Yendo al grano: como su mismo nombre indica, el susodicho memorando tiene un rango legal parecido al del presidente de una comunidad de vecinos. Para mayor abundamiento, ni siquiera es de redacción original sino que se limita a recordar lo que el presidente Clinton determinó hace nueve años y que, en teoría, sigue en vigor desde entonces -la orden ejecutiva nº 13.175 de fecha 9.XI.2000-. En su discurso, Obama aseguró que, en un plazo de 90 días, todas las agencias federales deberán presentar planes para implementar esa vieja orden y ésta fue la única sustancia de su homilía. Si, como admitió en la misma ocasión, esas agencias han ignorado la orden clintoniana, ¿qué castigos las esperan y, más pragmáticamente, qué nuevas leyes las obligarán en lo sucesivo?: Obama no sabe ni contesta.
Pero todo eso son florituras. El meollo de la cuestión está en determinar hasta qué punto la orden clintoniana-obamaniana obliga a que los pueblos indígenas sean consultados en todo «desarrollo de las políticas regulatorias que tengan implicaciones tribales» (Sec. 5, #a.) Lo que opinen los indígenas se define como «insumo oportuno y significativo firmado por funcionarios tribales» (meaningful and timely input by tribal officials, ibid) Muy bonito pero, en la misma sección, los dos párrafos más sustanciosos comienzan con una lúgubre advertencia: todo se hará «en la medida en que sea posible y permitido por la Ley» (to the extent practicable and permitted by law) Los indígenas llevan siglos sabiendo lo que realmente encarna eso de posible/practicable pero, ¿qué decir de esa alusión a la Ley? Porque, convengamos en que ésta addenda no es una más de las docenas de coletillas retóricas que trufan cualquier texto jurisprudencial sino que, por tratarse de indígenas, significa dos cosas: a) que la Orden Ejecutiva no tiene verdadera categoría legal a causa de lo cual, b) en la práctica, cualquier ley de cualquier estado o incluso municipio prevalecerá sobre los derechos indígenas. Nada nuevo bajo ese sol al que tanto se brinda.
Resumiendo: Obama presenta como innovaciones progresistas lo que no pasan de ser obligadas rutinas burocráticas. Pero, olvidando sus descubrimientos de la pólvora y sus saludos a la bandera, ¿qué más ha hecho a favor de los indígenas? La respuesta es muy simple: nada. Una sola prueba: la recepción en la Casa Blanca se expidió a las 564 federally recognized tribes. Ahora bien, es sabido que en los EEUU hay docenas de otros pueblos indígenas que pelean por su reconocimiento federal. Por lo tanto, otro de los regalos que el principesco anfitrión podía haber ofrecido el 5 de noviembre a sus 564 invitados -en realidad asistieron algo más de 400-, hubiera sido el reconocimiento de algún otro pueblo. Sin embargo, nueve días antes de tan magno evento, el gobierno de Obama denegó la petición en ese sentido de la Little Shell Tribe of Chippewa Indians of Montana. No es la primera vez que sólo encuentro un adjetivo apropiado para la política de Obama el Indio Adoptivo -«sádica»- y tampoco será la última.
4. Un final nada happy
Dejamos para mejor ocasión la política obamanesca contra otras minorías aunque no sin mencionar por lo cercano que, en efecto, puso a una hispanic en el Supremo… pero la medida tampoco fue tan revolucionaria desde el momento en que ya había otros hispanos importantes. Por ejemplo, algunos fueron o son alcaldes y gobernadores -sin ir más lejos, Bill Richardson, quien llegó a ser pre candidato presidencial por los demócratas-.
Por lo demás, está muy feo lo que hace Obama con las palabras. Las prostituye y no las paga -por eso hay que agradecerle que use pocas-. Trabaja para que los mortales aborrezcamos del diálogo restringiéndolo a media docena de vocablos. Quiere que la sombra de la sospecha acabe con la charla. Persigue que la cultura oral sea sustituida, a fuerza de abusos y desengaños, por la cultura escrita pero a condición de que ésta sea mediatizada por alguna herramienta más o menos tecnológica-icónica y/o por la Escritura Oficial -léase, La Ley-. Desde luego, es un estadista y, si me perdonan dos contradicciones, es incluso un estadista revolucionario porque pretende que el Estado sea visto como un ágrafo hablador.
Me encantan los charlatanes a condición de que no destrocen ningún idioma; Obama me divertiría como cualquier otro palabrero si no fuera por las patadas que propina al sentido común. En especial, no soporto su constante recurso a oximorones como «jefatura inteligente» (smart leadership) o «poder blando» (soft power) Por fortuna, muchos le hacemos oídos sordos porque nos han enseñado que el Estado no habla nunca, sólo escribe. Por ello, cuando Obama pendulea leyendo en sus dos pantallitas y simulando así que discursea, es inevitable que me contagie de su empoderada sintaxis y, buscando refugio en el clásico, le responda:
«Anda, Président, que mal andes; por el Alá que crióme, que, si no dejas Pakistán, así te matas como estas ahí gringo de mierda… ¿Yo no caballero? Juro a Mahomético tan mientes como cristiano. Si bomba arrojas y dólar sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Etiópico por tierra, destroyer por mar, traidor por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa» (apud Quijote I, 8)
Nadie y menos que nadie los europeos -que, a fin de cuentas, sólo podremos sobrevivir si nos libramos de la invasión gringa-, tenemos la obligación de creer en las palabras del Emperador antes que en sus hechos. En esto debemos seguir el ejemplo de los norteamericanos de pro, esos héroes que sobreviven en las tripas del Ogro. Sobre todo gracias a sus impagables informaciones sabemos que, para mayor escarnio, resulta que no todas las palabras de Obama son simplemente hipócritas cual sermón del Papa: también abundan sus declaraciones obscenas. Por ello, me irrita que ningún gran medio recoja las ostentaciones de insensibilidad en las que Obama el Piadoso se regodea continuamente. No está de más recordar que todas las medidas analizadas en las líneas precedentes, desde la aniquilación de Afganistán hasta la ratificación de R. Gates, fueron acompañadas de exabruptos. Un último ejemplo: durante su reciente visita a Japón, los medios han destacado la reverencia que representó ante el emperador nipón. Como estaba planeado ¿por Axelrod?, este gesto, ridículo hasta la obscenidad, desvió la atención pública hacia lo espectacular olvidando así los negocios reales y oscureciendo, de paso, una anécdota no tan anecdótica: al ser preguntado por la suerte que les espera a los acusados de planear los atentados del 11-S -como dice en Casablanca el policía francés, «detengan a los sospechosos habituales»-, Obama respondió enérgicamente que «todos estaremos felices cuando se les aplique la pena de muerte». ¿Qué necesidad había de prejuzgar con tanta saña el veredicto del tribunal? Sólo un sádico es capaz de saltarse la ley con tal de exhibir su crueldad.
Por todo lo cual, es evidente que Obama goza de una discriminación positiva. Nadie quiere recordar que, en 2008, Bush declaró enfáticamente que, además de Dios, Gandhi y Martin Luther King eran quienes le inspiraban en su quehacer. Obama todavía no ha dicho que tenga línea directa con el Altísimo pero todo se andará -y no quiero dar ideas-. En tal caso, ¿qué harán los Axelrod & Co.? Sin duda interpretarlo para el consumo europeo en clave retórica universal y no en clave religiosa que sería lo más plausible dada la libertad que los jefazos protestantes conceden a sus feligreses para interpretar la Biblia. En fin, a Bush se le mira con lupa y a Obama con telescopio cuando, a la postre, uno es padre corporativo del otro. No solamente no es justo sino que también es del género idiota.
Finalmente, si no fuera deplorable sería cómico que los institucionalistas -o sea, esos que dicen tener sentido del Estado- hayan sido los primeros a los que Obama ha convertido en personalistas acérrimos. Ahora bien, si ya es un disparate hacer historia ad hominem, mayor aún lo es hacer política ad hominem olvidando que un jefe no es un individuo sino un equipo -por no decir en este caso una banda terrorista-. Por ello, en resumidas cuentas, lo que he querido argumentar con esta filípica es que nadie tiene por qué saber cómo se llama el actual ni ninguno de los Presidentes de los EEUU: el cargo es lo que importa. Al contrario, sí sabemos de sobra que, para ser elegidos, todos ellos deben tener -con perdón de los animales-, cerebro de rata pelúa, corazón de verdugo, bolsillo de sionista, torso atornillado, pies de siete leguas, brazos de estrangulador, dedos de tahúr, uñas de corrupto, médula de pez escorpión, manos de bujarrón, malas pulgas y peores tripas, boca de langosta, lengua bífida, lágrimas de cocodrilo y, sobre todo, sonrisa de hiena.
* Este artículo se publicará en papel en el próximo número de la revista Correo de Nicaragua ([email protected])
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.