Los estados africanos viven la paradoja de un contexto nacional e internacional favorable para las mujeres y, a su vez, prácticas que siguen bloqueando o retrasando su empoderamiento. Se promulgan leyes y muchos estados se adhieren a convenios internacionales, pero el peso de la realidad sigue imponiéndose: la lucha entre las costumbres y el derecho […]
Los estados africanos viven la paradoja de un contexto nacional e internacional favorable para las mujeres y, a su vez, prácticas que siguen bloqueando o retrasando su empoderamiento. Se promulgan leyes y muchos estados se adhieren a convenios internacionales, pero el peso de la realidad sigue imponiéndose: la lucha entre las costumbres y el derecho debilita siempre a la mujer e impide la realización efectiva de la equidad e igualdad de género. Tras años en los que las mujeres fueron totalmente olvidadas en los debates sobre desarrollo, desde la cooperación internacional se fuerza ahora a las ONG africanas a abordar las cuestiones de género, pero para que esto sea verdaderamente positivo se debe actuar simultáneamente sobre cuestiones prácticas e intereses estratégicos.
Hasta hace muy poco, estaba generalizada en ciertos países africanos la visión de la mujer como un ser inferior al hombre, un ser débil, menos inteligente, al que hay que guiar y proteger. El papel de las mujeres es el hogar, «dar niños» y satisfacer las necesidades alimentarias de la familia. Es estigmatizada, señalada, a veces repudiada si no logra dar descendencia, pues es la fecundidad lo que mejor la define: es propiedad del hombre y está relegada a un segundo plano.
En el pueblo peul, en Alta Casamance, las mujeres de una familia comparten el mismo cuarto independientemente del número de personas, una especie de dormitorio común donde viven con sus niños y niñas. La proximidad con los hombres está a veces vigilada y las mujeres que desafían esta regla son mal vistas. Es siempre durante la noche que las esposas alcanzan el cuarto de su marido, de donde salen muy temprano por la mañana, evitando ser vistas. En todas partes comprobamos una depreciación del estatuto y del trabajo de la mujer: siempre es responsable de las tareas que la hacen invisible y, a su vez, goza en muy pocas ocasiones de los beneficios, especialmente si son económicos.
El escaso alcance de las políticas de igualdad
Como en el caso de los hogares y en las familias, las mujeres se enfrentan a una discriminación a nivel de las instituciones estatales e implementación de estrategias nacionales. Como decíamos, el contexto nacional e internacional es favorable a la mujer pero, a la vez, están totalmente extendidas las prácticas que bloquean la igualdad. Comprobamos la promulgación de numerosas leyes y la adhesión de un gran número de Estados a la inmensa mayoría de los convenios internacionales de promoción de las mujeres, que hasta permitieron a países africanos insertar la toma en consideración de la mujer en sus constituciones, pero la realidad es tozuda y las desigualdades continúan siendo preocupantes.
Se trata, entre otras cuestiones, del matrimonio, del acceso a la educación, al empleo y a una renta; de la participación en la toma de decisiones; del acceso a la salud, incluso a la reproductiva y sexual; del acceso a la tierra, al agua, a los créditos y a los microcréditos. En estos ámbitos la mujer está todavía ausente, invisible, no posee casi ninguna parcela de tierra, ni espacios de poder.
La paradoja reside en la existencia de estrategias nacionales e internacionales, así como de numerosas conferencias de todas partes del mundo (como la de Beijing, en 1995) que contrastan con las dificultades para alcanzar un cambio cualitativo en las relaciones de género y en el acceso de las mujeres al poder.
A esto se añade que la inmensa mayoría de las administraciones africanas no se han liberado completamente, a nivel mental, de su herencia europea, algo que se puede ver en el contenido occidental de las leyes. La inmensa mayoría de las élites, particularmente las mujeres, han estudiado en universidades de fuera del país.
¿Cuál enfoque para la igualdad de género?
El combate es reconocer y valorizar el papel crucial de la mujer. El primer jalón de este combate es superar la noción y el concepto de mujer como opuesto al hombre, para así poder considerar el género en las diferentes situaciones que viven las mujeres en sus múltiples realidades locales: las que tienen relaciones complejas con sus coesposas (en una sociedad musulmana) y sus suegras, las mujeres estériles o las que encuentran «cómodo» su estatus de subordinadas, lo que quizás explica su pasividad y silencio en las tribunas y debates que les conciernen.
En la región senegalesa de Kolda, hasta en las organizaciones en las que son mayoritarias (como los agrupamientos de promoción femenina), las mujeres logran difícilmente influir y dejar su huella en debates que les afectan. En múltiples ocasiones comprobamos una presencia superior de hombres en la lucha contra violencias hacia las mujeres como la escisión, los matrimonios precoces o la desescolarización de niñas.
Se trata también, pues, de comportamientos y mentalidades que hay que cambiar, que exigen tener en cuenta dimensiones como la educación y concienciación, las nuevas formas de organización y de funcionamiento de los agrupamientos y de las asociaciones de las mujeres, del acceso al poder y a puestos de responsabilidad. El combate en África occidental debe tomar en consideración a la vez las necesidades prácticas y los intereses estratégicos del género.
Cooperación internacional y necesidades
Las necesidades prácticas conciernen a los quehaceres domésticos (aligerarlos supone que el hombre y otros miembros de la familia participen) y, también, a la mejora y diversificación de las fuentes económicas y monetarias. Además, atañe a los servicios de salud maternal y al ejercicio de oficios. La cooperación internacional para el desarrollo puede, en cuanto a estas necesidades prácticas, aumentar la participación de las mujeres, desarrollar iniciativas en la familia y estrechar las relaciones entre mujeres y hombres.
Las necesidades prácticas están, en África, en el corazón de las preocupaciones de los proyectos de desarrollo. Las ONG están forzadas literalmente a inscribir el género en su programa, ya que, en caso contrario, se exponen a perder financiación. Sin embargo, la consideración de las necesidades prácticas a menudo no modifica en profundidad las relaciones ni promueve de manera efectiva la autonomía de las mujeres.
La incorporación de la perspectiva de género en los proyectos permite a la mujer mejorar sus rentas económicas y ejecutar de manera adecuada sus principales funciones. Los intereses estratégicos se manifiestan a largo plazo y atañen a aspectos que no son sólo económicos sino también socioculturales. Se refieren a la igualdad, la libertad, la política, el derecho a la propiedad y a la herencia, la eliminación de toda forma de discriminación y de estigmatización, todas las instituciones que deciden la escisión de las chicas jóvenes, del matrimonio precoz en los pueblos. Es la abolición del reparto discriminatorio de las tareas en la vida doméstica y la promoción de la libertad de elección en materia de procreación. Es una enorme tarea y apela a intervenciones multidimensionales y multisectoriales.
Las necesidades prácticas y los intereses estratégicos están íntimamente vinculados. Un proyecto de salud, por ejemplo, es una oportunidad para tratar relaciones que impiden el empoderamiento de la mujer, mientras uno hortícola puede permitir abordar cuestiones de comercialización. Para que el resultado sea positivo deben liberarse varios pesos: el estatus de inferioridad en el que continúan sintiéndose; la pasividad; su silencio durante los debates, tribunas y decisiones que les conciernen, y la actitud competitiva en lo económico entre ellas y los hombres. Son tareas que no corresponden sólo a las mujeres. Deben implicarse los Estados africanos, la cooperación, la sociedad civil y el sector privado, actuando sobre la estructura y evaluando los progresos.
Ndiobo Mballo es secretario ejecutivo de la ONG 7ª/Maa-rewee (Kolda, Senegal). Traducido para Pueblos – Revista de Información y Debate por Rama Lecrerc.
Artículo publicado en el nº62 de Pueblos – Revista de Información y Debate, tercer trimestre de 2014.