El continente africano no está al margen de los importantes cambios que se observan en la escena geopolítica internacional en el marco de la idea multipolar mundial. Y cuanto más afirman algunos Estados su potencia continental en un marco soberano y panafricano, más presiones sufren de los nostálgicos de la unipolaridad. Analicemos esta cuestión.
La tendencia que se observa cada vez más en el continente africano merece,en muchos sentidos, que se le preste atención. Más allá de los intentos occidentales de castigar a aquellos países que eligen una vía soberana de desarrollo y han optado por elegir libremente a sus socios exteriores, hoy se puede ver claramente que los pesos pesados de la escena continental, incluidos aquellos que hace poco parecían encontrase en la órbita de influencia occidental, tienen que hacer frente a cada vez más retos.
Entre estos ejemplos se puede citar Nigeria o Etiopía. El primero es, simplemente, la primera potencia económica continental africana en términos de PIB por paridad de poder adquisitivo (PIB-PPA), ocupa el puesto 25 del mundo, además de ser el país más poblado de África, ya que tiene más de 219 millones de habitantes (es la séptima población mundial).
Desde que se mostraron cada vez más claramente las ambiciones de Abuja en la escena regional y continental el país ha visto un recrudecimiento de los retos internos, sobre todo los de seguridad. Aunque la lucha contra los terroristas de Boko Haram data de hace muchos años, se reactivan nuevos núcleos de tensión, con una complicidad poco velada de los intereses occidentales, sobre todo en relación con los separatistas del Movimiento por los Pueblos Indígenas de Biafra (IPOB, por sus siglas en inglés)
Esta presión adicional sobre el Estado nigeriano está relacionada con varios aspectos. En primer lugar, a medida que el país adquiere más peso en los asuntos regionales y continentales (dentro de un marco panafricano), eso representa uno de los elementos de respuesta a los intentos de desestabilización externos, ya sean de carácter terrorista o separatista. La otra razón es que cuanto más se reafirma un Estado en un marco panafricano, más tiende a forjar unas relaciones estratégicas con aquellos Estados partidarios de la soberanía y de un orden internacional multipolar.
Algunos ejemplos de ello son las cada vez mayores relaciones económicas con China, incluido el favorecer el yuan chino en detrimento del dólar estadounidense en las transacciones bilaterales o también el reciente acuerdo militar y de seguridad con Rusia, tanto más cuanto que durante mucho tiempo se consideró que Nigeria estaba bajo la órbita de los intereses occidentales y, más en particular, de Estados Unidos.
Etiopía es otro ejemplo interesante. Varios elementos confirman las ambiciones de Addis-Abeba: el tener la segunda población más grande del continente, ser la séptima potencia militar de África y albergar la sede de la Unión Africana, ser el único país del continente que nunca fue colonizado y haber sido uno de los principales aliados continentales del URSS durante la Guerra Fría, y haber tenido durante varios años una tasa de crecimiento del PIB de en torno al 10% anual. Sin olvidar una industrialización rápida de país con la ayuda de China.
Si a la caída de la URSS se consideraba que Etiopía era un país que se había acercado mucho a Washington en muchos sectores, el reciente periodo de acercamiento sin precedentes a Pekín, así como la activa renovación de las relaciones con Moscú, parece haber situado al país en el punto de mira de las desestabilizaciones por parte de Occidente. Unos intentos de desestabilización que, a diferencia de lo que probablemente habían esperado sus instigadores, parecen, por el contrario, empujar cada vez más a los dirigentes etíopes hacia el marco soberanista panafricano y el de la alianza chino-rusa.
Pero el ejemplo de Etiopía también es interesante en otro sentido. Aunque la propaganda occidental ha intentado a menudo presentar tanto a China como a Rusia como unos apoyos a regímenes supuestamente “autoritarios”, los acontecimientos recientes rompen cada vez más este cliché que poco tiene que ver con la realidad. Ya en la República Centroafricana Moscú se ha impuesto como un aliado fiable y sincero de una dirigencia elegida democráticamente y que cuenta con gran popularidad nacional. El caso etíope es también muy revelador porque, además de gozar de una innegable popularidad interna, el jefe de Estado del país, Abiy Ahmed, puede presumir de ser el ganador del Premio Nobel de la Paz 2019.
Evidentemente, en aquel momento Occidente consideraba a Etiopía un socio fuerte para sus intereses y en este sentido los principales medios de comunicación occidentales elogiaban al primer ministro Ahmed.Ahora todo parece haber cambiado y el ejemplo que el establishment mediático-político occidental citaba tantas veces positivamente se ha convertido en un objetivo que hay que abatir. Una hipocresía que no deja de indignar tanto a la sociedad civil etíope como a los medios de comunicación estatales del país. Todo ello cuando Addis Abeba refuerza no solo su relación con China, sino que también vuelve a apostar por una alianza de seguridad militar con Rusia.
En efecto, este nuevo dato es especialmente interesante, ya que elimina de un plumazo toda la retórica occidental respecto al hecho de ser aliados de gobiernos democráticos en diversas partes del mundo. Además, al enfoque hipócrita del establishment occidental, incluido Washington, le cuesta cada vez más por ocultar esta postura repugnante hacia los distintos pueblos del mundo, incluidos los africanos. Por último, y frente a las desestabilizaciones que este círculo mantiene como instrumento principal de su política respecto a los Estados soberanos, la resistencia se organiza en dos frentes: la movilización popular (genuina) en el interior y el apoyo exterior de las principales potencias no occidentales que apoyan la multipolaridad.
Pero esto no es todo. Teniendo en cuenta los repetidos fracasos de tratar de derrocar gobiernos plenamente soberanos en diversas partes del mundo, incluso debido a los dos factores mencionados anteriormente, el Occidente político corre peligro de ensañarse ahora con varios de sus aliados y subcontratistas, que ya no se pueden considerar potencias regionales o continentales. Y es que en el momento de pérdida de influencia a escala internacional, del fracaso a la hora de aplicar con el mismo “éxito” los métodos habituales de desestabilización, este mismo establishment trata de tener unos socios totalmente sumisos (ni siquiera le basta ya el porcentaje del 75-80%), incluso para evitar el riesgo de que estos últimos abandonen la órbita geopolítica occidental.
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