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Entrevista a Gabriele del Grande, periodista italiano actualmente en Bengasi

«Las revoluciones en el mundo árabe trascienden y superan las categorías tradicionales de la izquierda»

Fuentes: Rebelión

Traducción de Alma Allende

Gabriele del Grande, nacido en 1982, se licenció en Estudios Orientales en la Universidad de Bolonia. Escribe en L’Unitá y Peacereporter, pero en realidad se dedica desde hace años a  contar, como periodista atento, comprometido y riguroso, la historia de la verdadera «clase universal» del siglo XXI: los emigrantes. En 2006 fundó el observatorio de las víctimas de la emigración Fortress Europe, donde registra nombres y cifras del «genocidio estructural» derivado de las políticas migratorias europeas. Es autor de dos libros fundamentales sobre el tema: Mamadou va  a morir, del que hay traducción española (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2008) e Il mare di mezzo, cuyos capítulos sobre Túnez y Libia son de obligada lectura para el que quiera abordar la situación actual en los dos países. Desde hace dos meses viene cubriendo sobre el terreno -desde Túnez, Egipto y ahora Libia- los acontecimientos del mundo árabe. Desde hace veinte días se encuentra en Bengasi y desde allí ha respondido a nuestras preguntas.

Ahora que se ha decidido la intervención de la ONU y que las bombas «aliadas» caen sobre Libia, numerosas voces anti-imperialistas tratan de demostrar que la revuelta libia fue desde el principio un montaje de las potencias occidentales. ¿Qué piensas al respecto? ¿Ha habido un diseño exterior o han sido levantamientos populares espontáneos como en Túnez y Egipto?

No estoy en absoluto de acuerdo con los que denuncian un complot. En Libia, como en Túnez, Egipto, Yemen y ahora también en Siria, las revueltas han sido espontáneas y populares y no el resultado de complots estadounidenses, sino más bien la respuesta más natural que podíamos esperar tras décadas de dictaduras apoyadas por las grandes potencias en nombre de la estabilidad y de los buenos negocios. Asombra que ciertas teorías conspiratorias procedan del campo de la izquierda. Pero eso ocurre también quizás porque estas revoluciones trascienden y superan las categorías de la izquierda. Es interesante analizar esta paradoja. En las calles de El Cairo, como en Túnez y en Bengasi, están sobre todo los pobres. Pero los pobres no piden salarios, no gritan contra los patrones, no se identifican como clase obrera. O por lo menos no todavía. Antes que nada reclaman libertad y antes que nada se identifican como ciudadanos. Y uno de los instrumentos principales que les permite organizarse es un objeto de consumo. Tal vez el símbolo más fútil de los bienes de consumo: el ordenador con el que conectarse a la red, y los vídeoteléfonos para grabar lo que sucede en la calle. Hay, en fin, un elemento generacional. Se trata de países muy jóvenes, al contrario que Italia o España, cuyos ciudadanos medios han crecido durante la Guerra Fría. Aquí la mayor parte de la población tiene menos de 25 años y empuja por el cambio. Un cambio que en la orilla norte (del Mediterráneo) no sabemos comprender, también a causa de un prejuicio racista y colonial del que no logramos liberarnos. Europa se considera la única posible depositaria de democracia. Como si fuese un concepto que puede pertenecer sólo a algunos y no a todos. Y considera imposible que un país musulmán pueda aspirar a la libertad en lugar de al oscurantismo religioso. Esta es la razón por la que prosperan las tesis conspiratorias. No aceptar la idea de que a «nuestra» decadencia corresponda «su» resurgimiento.

 ¿Por qué crees que los EEUU, la UE e incluso Italia, con intereses tan fuertes en Libia, se han decidido por una intervención «humanitaria» contra un amigo y aliado?

Creo fundamentalmente que por un error de cálculo. Me explico. En un primer momento parecía que el régimen de Gadafi iba a implosionar sobre sí mismo en el curso de pocos días. Así sucedió en Túnez y en Egipto. Y en esos días las potencias mundiales se precipitaron a condenar la dictadura libia y a mandar señales de apertura a los rebeldes con el fin de garantizar la continuidad de los contratos petroleros y de las concesiones millonarias que Libia ofrece y ofrecerá en los próximos años. Después se demostró que Gadafi era un hueso más duro de roer de lo previsto y ganó terreno gracias a la parsimonia de la ONU y a la entrada en Libia de mercenarios profesionales de la guerra, llegados de otros países africanos, y utilizados en campañas ofensivas contra las ciudades de los rebeldes. Llegados a este punto, las potencias internacionales tuvieron que tomar una decisión para proteger sus intereses en Libia. O apostar por los rebeldes y preparar las armas; o volver sobre los propios pasos con el riesgo muy alto de que un personaje como Gadafi, resentido por la afrenta, cancelase los contratos con las compañías occidentales, con arreglo a su conocida gestión personal y lunática del sistema Libia.
 
¿Quiénes forman parte del Consejo Nacional Libio? ¿Son agentes del imperialismo, bravos revolucionarios, una mezcla de todo?

Se trata de personajes de extracción muy variada. Sobre todo abogados, jueces, hombres de negocios y alguna que otra cara lavada del régimen que ha abandonado a tiempo a Gadafi y que no tienen las manos sucias de sangre. Algunos han vuelto a Libia tras años de exilio en el exterior, sobre todo de los EEUU. De sus declaraciones se deduce que ambicionan una Libia unida, con capital en Trípoli, regida por un sistema constitucional, parlamentario y de partidos, que respete los viejos contratos petroleros y que reconozca la libertad de expresión, asociación, empresa y pensamiento. El trabajo que tienen por delante es larguísimo, porque desde hace 42 años la sociedad civil en Libia ha sido aniquilada. No existen asociaciones. No existen sindicatos. No existen partidos políticos. No existen instituciones. Existe únicamente la red de Comités Populares de Gadafi, sus fuerzas especiales de seguridad, un ejército que no cuenta para nada y la mano larga del gran jefe que decide todo según su humor.
 
¿Hay una izquierda más o menos organizada en Bengasi? ¿Qué papel han jugado los jóvenes?

La izquierda no existe y si existe no es visible. Repito que no hay ni ha habido partidos en los últimos cuarenta años. Se ha reprimido toda forma de disidencia. La única fuerza de oposición interna en las últimas décadas ha sido la del islam político. Reprimido durísimamente durante la dictadura. Basta pensar en los 1.200 islamistas fusilados en una sola noche en la cárcel de Abu Slim en Trípoli en 1996. También la revolución del 17 de febrero estalló a partir de la chispa de una protesta suya, cuando el 15 de febrero los familiares de las víctimas salieron a la calle para exigir justicia. Por lo demás, se trata de un movimiento espontáneo, formado sobre todo por jóvenes, incluso ingenuo si quieres, pero en el sentido positivo del término. En el sentido de que hay toda una generación que sin hacerse demasiados sofismas ha decidido que vale la pena luchar por la libertad y ha resuelto poner fin al régimen de Gadafi, incluso al precio de la propia vida.
 
¿Cuál era la situación social y económica en la Cirenaica antes de las revueltas? ¿Libia no es un país rico? Entonces, ¿por qué protesta?

Esta es otra cosa interesante. A diferencia de Túnez y Egipto, Libia es un país rico. Incluso estos días se ven por todas partes grandes coches nuevos y las casas donde he entrado son casas de clase media. Los pobres en la ciudad son sobre todo los extranjeros: egipcios, sudaneses, chadianos, tunecinos, marroquíes, nigerianos, que emigraron a Libia para buscar fortuna y se vieron obligados a hacer los trabajos más humildes y peor pagados. Una cosa muy distinta sucede en el campo y en el mundo rural, que vive muy por debajo del nivel de vida de la ciudad. Pero una vez más aquí no se protesta por los salarios. Nunca he oído pronunciar la palabra «salario» en las protestas. Claro, se grita contra el escándalo de la corrupción, pero el punto principal es la libertad y el fin de la dictadura y del terrorismo de Estado. Por supuesto, es evidente que todos creen que una gestión del petróleo orientada al bien público proporcionará una gran riqueza al país, más instrucción y mayor calidad de vida. Pero el punto principal, de nuevo, es la libertad.

Los habitantes de Bengasi, ¿han pedido realmente la intervención? ¿No temen perder el control de su revolución? ¿Perder credibilidad a nivel internacional, incluso entre los pueblos árabes vecinos?

Los habitantes de Bengasi tienen las ideas claras sobre dos puntos. Quieren la zona de exclusión aérea y los bombardeaos aliados sobre la aviación de Gadafi y sobre el armamento pesado que amenaza a los civiles. Y al mismo tiempo no quieren la entrada de las tropas extranjeras ni la ocupación militar. Lo dice el pueblo en la calle y lo subraya el Consejo transitorio nacional.
 
Los anti-imperialistas que hablan de conspiración se preguntan cómo es posible que los rebeldes se hayan armado tan deprisa, desde los primeros días. ¿De dónde han salido las armas? ¿Quién ha abastecido de armamento a los rebeldes?

Lo extraño es que no se pregunten en cambio quién ha armado a Gadafi y de dónde ha sacado todos esos tanques y todos esos lanzamisiles con los que está aterrorizando a los  civiles. Pero volviendo a la pregunta, la dinámica es muy simple. El día 15 de febrero comienzan las protestas en Bengasi. El ejército, como en Túnez y en El Cairo, se niega a disparar sobre el pueblo. Pero lo hacen en su lugar las fuerzas especiales de seguridad de Gadafi. En pocos días hay una masacre, al menos 300 muertos. En este momento el ejército, bajo la presión del pueblo, abre los cuarteles y deja que los jóvenes cojan los viejos kalashnikov y los pocos lanzacohetes que se encuentran en los depósitos. Gracias a esas armas logran expulsar de la ciudad a las fuerzas especiales de Gadafi. Y con esas mismas armas defienden la ciudad de Bengasi y liberan las ciudades de Ijdabiya, Brega y Ras Lanuf. Hasta que Gadafi lanza contra ellos unidades especiales y mercenarios armados de tanques y lanzamisiles apoyados por la aviación militar, que siembra el pánico entre las filas de los rebeldes bombardeando el frente. Luego, es cierto, en los días posteriores a las primeras derrotas militares contra el ejército de Gadafi, llegaron a la ciudad nuevas armas y nuevas municiones. Una vez más viejos kalashnikov y un poco de artillería antiaérea. Alguien logró hacer funcionar tres helicópteros y dos aviones militares Mirage, ambos luego abatidos, uno por fuego amigo y otro por una explosión del motor. En todo caso, si es un misterio de dónde han llegado las nuevas armas, lo que es cierto es que se trata de armas ligeras y de pésima calidad. En cuanto a los presuntos instructores militares sobre los que se ha especulado tanto, a juzgar por el caos del frente se diría que nunca llegaron.
 
¿Cómo crees que puede influir la intervención occidental en el curso de las revoluciones libia y árabe?

Todo depende de las decisiones que se tomen. Por el momento, el bombardeo sobre la artillería pesada de Gadafi simplemente ha evitado una masacre. Es verdad que han muerto decenas y quizás centenares de soldados y mercenarios libios. Es verdad que se podía haber evitado interviniendo antes con la diplomacia, quizás diez años antes, en lugar de dedicarse a cortejar al dictador desde los tiempos del fin del embargo, en 2004. Pero estando así las cosas, el bombardeo evitó que treinta tanques y veinte lanzamisiles entraran en Bengasi, cuando estaban ya a sus puertas, y después de que un solo día de batalla en la ciudad provocase 94 muertos. Nos guste o no la guerra, y a mí no me gusta, es de esto de lo que estamos hablando. Ahora, sin embargo, es necesario que la intervención militar se detenga y que el resto del trabajo lo hagan los libios. Porque el problema no es «guerra sí o guerra no». La guerra ya existe. Y es una guerra de liberación. De un pueblo contra el régimen, sus fantoches y sus mercenarios. Y no debe convertirse en una guerra colonial contra un gobierno enemigo de los propios intereses particulares. Pero por lo que he visto en estos días, estoy convencido de que hay que apoyar al pueblo libio. En la mejor de las hipótesis surgirá una república constitucional basada en un sistema económico liberal. Puede no gustarnos, pero es lo que les gusta a los libios y tienen también el derecho de elegir su propio futuro. Apoyar a Gadafi en nombre de su máscara socialista y tercermundista no es sólo sólo una estupidez sino que nos convierte en cómplices de un criminal de guerra.
 
«A Gadafi no le falta razón, las fotos de su casa bombardeada me hacen sentir mal», dice Berlusconi. Dice también que querría hacer personalmente un blitz a Trípoli para negociar con el rais «una salida de escena honorable». ¿Por qué dice estas cosas?

Berlusconi dice eso un poco por su su delirio de omnipotencia y su continua búsqueda de un puesto entre los grandes estadistas de la historia de Italia. Y un poco también para distraer a la opinión pública italiana e internacional de la imagen de putañero que no puede sacudirse de encima después de los últimos escándalos sexuales tan morbosamente investigados por la magistratura y la prensa italiana.
 
Hablemos de Lampedusa. 11.000 emigrantes desembarcados, de los cuales hay todavía 3.000 en la isla; otros 2.000 han sido expulsados. Faltan entre 5.000 y 8.000 que el ministerio del Interior asegura haber «distribuido» en el territorio, como si el número de plazas disponible en los CIE y en los CARA no fuese un dato público. La fábrica de la clandestinidad, en definitiva, funciona a pleno rendimiento. Incluso si no parece que haya libios entre los emigrantes, ¿tiene una relación con Libia?

No, por ahora no existe esa relación. Existirá de nuevo, apenas vuelvan a salir de Zuwara, presumiblemente una vez que termine la revolución. Pero por ahora no veo ese vínculo. A Lampedusa no está llegando ningún fugitivo de Libia. Claro, de aquí se han ido muchos extranjeros, al menos 250.000, sobre todo egipcios y tunecinos, y también chinos, bengalíes y otros, pero en su mayoría han regresado a casa a la espera de poder volver a Libia. Los libios que huyen de la guerra se desplazan de una ciudad a otra del país, buscando refugio en las zonas liberadas, al este. A Lampedusa, en cambio, sólo han llegado hasta ahora tunecinos. Y además originarios de Zarzis, Djerba y Tataouine. Y una vez más, también en este caso, en el origen de la oleada migratoria no se encuentra el caos generado en el país por la revolución, como muchos han pretendido invocando el asilo político y hablando de prófugos. Se trata, al contrario, de dos factores. Uno más contingente vinculado a la crisis económica de la costa tunecina como consecuencia de la caída del turismo tras la insurrección. El segundo, vinculado a la aventura colectiva. De nuevo, razonar en términos de crisis es reductivo y racista porque nos lleva a olvidar que se trata de jóvenes, iguales a nosotros, con sus sueños y su gusto por los desafíos. Miles de jóvenes han aprendido con la revolución que rebelarse es justo. Y quizás sin haberlo racionalizado, han comenzado a rebelarse contra la injusticia de la frontera. Quieren ir a París a visitar a sus parientes, quieren trabajar unos cuantos meses, quieren ver la orilla norte, quieren casarse con un italiana. Quieren viajar. Los motivos son asunto suyo; después de todo, viajar no es una exclusiva de desesperados sino al contrario una parte imprescindible de la vida de todos los jóvenes de hoy. Y para hacerlo violan una ley que consideran injusta. A mí me parece un acto de rebelión que entraña un enorme potencial. Por eso digo que en el fondo no es un mal que Lampedusa esté ahora sobrepoblada. Porque plantea cuestiones muy serias de manera explosiva. El régimen de criminalización de la libertad de circulación debe caer, exactamente como han caído las dictaduras del sur del Mediterráneo. Los tiempos están maduros para eso.
 
Escribiendo desde Bengasi, ¿no has tenido la impresión de ser parcial? ¿Cómo valoras la calidad de la información sobre Libia en general y sobre Bengasi en particular? ¿Nos han manipulado? ¿Quién? Una parte de la izquierda dice, por ejemplo, que Gadafi nunca bombardeó desde el aire a los manifestantes y que esto demostraría que se trata todo de un montaje mediático para justificar la intervención. Pero también algunos respetables medios de la izquierda -pensemos en Il Manifesto o en Telesur- han sido acusados de dar información parcial o falsa.

Claro que soy parcial. Soy consciente y estoy orgulloso. Cada relato tiene un punto de vista. Y es importante elegir el propio. De la misma manera que hablo de las fronteras asumiendo el punto de vista de los emigrantes y de las familias de los que han muertos en el mar y no el de la burguesía europea o el de la policía de fronteras, así he contado la revolución en Túnez y en Egipto mezclándome con los rebeldes y no con los esbirros de los dictadores. Lo mismo en Libia. No quiero ser portavoz de un criminal de guerra como Gadafi. Querría, eso sí, estar en Trípoli y hablar de la resistencia en la capital, que ha desaparecido de las noticias después de que las primeras tímidas manifestaciones fueran reprimidas en sangre y después de que todos los periodistas «empotrados» fueran recluidos en los hoteles y obligados a cubrir sólo las noticias previamente seleccionadas por el régimen. Por lo tanto sí, soy parcial y prefiero estar de parte de quienes luchan por la libertad y no de quien emplea tropas mercenarias y lanzamisiles para atacar al propio pueblo porque  no quiere dejar el poder después de 42 años de dictadura. Y bien, la izquierda ha entrado en crisis porque Gadafi ha sido un símbolo para un cierto socialismo y un cierto tercermundismo. Y hoy tiene todavía muchos amigos. Entre ellos Chávez y por lo tanto Telesur, y Valentino Parlato y por lo tanto Il Manifesto. De manera que no citaría estos dos medios como buenos ejemplos de periodismo con respecto a la cuestión de Libia. Como tampoco citaría al canal Al-Arabiya, que hizo circular la cifra falsa de 10.000 muertos ni a todos los demás medios que lanzaron sin pruebas la noticia de los bombardeos sobre la multitud de los manifestantes y la de las fosas comunes llegando incluso a usar de manera disparatada la palabra genocidio. Aquí emerge por enésima vez la escasa calidad del periodismo de hoy, sobre todo del italiano. Y sobre todo cuando se trata de contar fenómenos que escapan a  las usuales categorías de pensamiento. El socialismo y la dictadura, la guerra y la paz, el islam y la democracia. Precisamente por eso me parece importante estar aquí y escribir  a partir de las historias de los verdaderos protagonistas de esta revolución. Los jóvenes de la nueva generación libia. 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR