Traducido para Rebelión por José Daniel Fierro
En primer lugar, una cuestión de forma: no mezclemos la baraja, las revueltas de Túnez no tienen ninguna relación con lo que los medios de comunicación denominan revolución. Siempre listos para nombrar y definir los acontecimientos en curso, los medios tradicionales están sometidos a una gran esclerosis e incomprensión. Estas revueltas no han sido incitadas por ninguna idea política clara, fuera del derrocamiento de Ben Alí y la voluntad de proclamar en voz alta que los tunecinos ya no tienen miedo. ¿Por qué precipitarse a nombrar lo que nosotros apenas tenemos claro? La «Revolución del jazmín» es una expresión desafortunada que el propio Ben Alí utilizó para nombrar su golpe de Estado. Hoy el jazmín está manchado de sangre y ha perdido toda su fragancia. Las revueltas y las manifestaciones continúan, armémonos de paciencia y atengámonos a los hechos. Los tunecinos han sufrido mucho durante 23 años.
En cuanto al fondo de la cuestión, a veces es necesario arriesgarse a predecir el futuro para poder estar preparado. Dos escollos amenazan el el movimiento de la revuelta: la inmutabilidad de las instituciones y una secularización acelerada.
Es preciso entender que el periodo que va de 1956 [fecha de la independencia de Túnez] a 2010 ha visto a dos tiranos monopolizar el poder, desactivando toda movilización y erradicando toda forma de pensamiento político. El resultado es trágico. Los tunecinos no saben a qué santo invocar. El partido comunista de Hamami no encuentra eco más que en la universidad. En cuanto al partido islamista no es más que la sombra de sí mismo: todos sus cuadros están exiliados o fueron asesinados en las cárceles de Ben Alí; están establecidos en Europa y poco preocupados por la etapa pos-Ben Alí. Recordar a estos fantasmas es una ilusión. Estuvieron presentes en 1987 [fecha del golpe de Estado de Ben Alí] sin generar ningún resultado significativo.
La tesis que trato de defender es la siguiente: el gobierno de unidad nacional, antes de disolverse, debe convocar elecciones legislativas en 60 días. Los nuevos diputados, miembros de la sociedad civil, tendrán por tarea principal la redacción de una nueva Constitución que establezca las bases de un sistema parlamentario. La revuelta tunecina debe por tanto dar vida a una asamblea constituyente, que desaparecerá para dar paso a un Parlamento, cuya función será legislativa y de control del poder ejecutivo.
Al mismo tiempo la RCD [partido de Ben Alí] debe ser disuelta, así como los partidos y las instituciones que hayan participado y colaborado en las desgracias del pueblo tunecino, sin olvidar la creación de una comisión de investigación dirigida a liquidar la herencia política de Ben Alí.
Aunque no haya sido detenido en Varennes [1], Ben Alí debe imperativamente volver al país y esperar que el Parlamento, emanado del pueblo, decida su destino. Las cosas, pues, avanzan en Túnez pero, por favor, no las precipitemos con nuestras palabras.
Nota:
[1] Lugar donde fue arrestado Luis XVI durante la Revolución francesa, NdT.
rCR