Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
En los años cincuenta, el tío de mi padre, Benito, fue llamado a La Habana por Santo Trafficante Jr, jefe de la mafia para el sudeste de EE.UU. y Cuba y amigo de la infancia de Benito en el vecindario de Ybor City en Tampa, Florida.
En La Habana, Benito estuvo encargado de deberes de vigilancia en el club nocturno y casino Sans Souci dirigido por Trafficante, cercano amigo del dictador cubano pro estadounidense, Fulgencio Batista. Trafficante había heredado el puesto de su padre,
Santo Trafficante Sr, nacido en Sicilia, quien había sido nombrado por los iconos del crimen organizado, Meyer Lansky y Lucky Luciano, para supervisar las operaciones de juego y de droga en la capital cubana, que servía como lugar de almacenamiento de heroína en camino desde Europa a EE.UU.
Las responsabilidades de Benito en el Sans Souci incluían hacer sonar la alarma si la mujer de un cliente habitual del casino u otro personaje relevante llegaba en un momento inoportuno. Sin embargo, las perspectivas de seguridad del puesto desaparecieron con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, y Benito volvió a Florida para vender muebles mientras Trafficante realzaba su currículo convirtiéndose en cómplice de la CIA en la misión de asesinar a Fidel Castro.
Como señalan los periodistas Alexander Cockburn y Jeffrey St Clair en su libro Whiteout: The CIA, Drugs and the Press, los complots contra Castro fraguados por la Agencia iban de «tratar de imaginar una manera de saturar el estudio de radio desde el cual Castro transmitía sus discursos con una forma de aerosol de LSD y otros ‘alucinadores psíquicos» para sabotear su aparición ante las Naciones Unidas en Nueva York en 1960, a «colocar sales de talio en los zapatos de Castro y sobre su velador en la esperanza de que los venenos causarían la caída de la barba del líder».
En cuanto a las contribuciones de Trafficante al esfuerzo: entregó seis píldoras letales de botulinum fabricadas por la CIA, así como una caja de cigarros tóxicos a un aliado dentro del gobierno cubano en 1961. El plan fracasó.
Según Cockburn y St Clair, el Fiscal General de EE.UU., Robert Kennedy», «quien estaba obsesionado con la eliminación de Castro, dijo al [director de la CIA] Allen Dulles que no le importaba si la Agencia empleaba a la Mafia para el ataque siempre que lo mantuvieran totalmente informado».
Por si los contribuyentes estadounidenses se preocuparan de que se hayan desperdiciado gastos del gobierno con el pasar de los años en proyectos que no refuerzan la seguridad nacional, un artículo en The Guardian en 2006 titulado «638 maneras de matar a Castro» describe otras confabulaciones de la CIA:
«Conociendo la fascinación [de Castro] por el buceo frente a la costa de Cuba, la CIA invirtió en un tiempo en un gran volumen de moluscos del Caribe. La idea era encontrar una concha suficientemente grande como para contener una cantidad letal de explosivos, que entonces sería pintada con colores suficientemente sensacionales y brillantes como para atraer la atención de Castro cuando estaba bajo el agua. Documentos publicados durante el gobierno de Clinton confirmaron que el plan fue considerado pero, como muchos otros, no llegó mucho más allá del tablero de dibujo. Otro complot abortado relacionado con las actividades submarinas de Castro fue la preparación de un traje de buzo que sería infectado con un hongo que causaría una enfermedad crónica y debilitadora de la piel.»
Dejando de lado su valor como entretención, semejantes esfuerzos podrían ciertamente ser interpretados como ilegales según el derecho internacional – como la explosión que mató a 73 personas a bordo de un vuelo de Cubana de Aviación podría cualificar como terrorismo.
El cerebro acusado por este último evento, que ocurrió en 1976, es Luis Posada Carriles: ex agente de la CIA, veterano de Playa Girón [Bahía de Cochinos], autor de un atentado contra un hotel en La Habana, y potencial asesino de Castro. Exiliado cubano, y nacional venezolano, Posada fue recientemente absuelto por un tribunal en Texas de acusaciones no relacionadas con terrorismo, sino con haber mentido a las autoridades de inmigración de EE.UU. sobre cómo entró al país.
A pesar del pedido de extradición de Venezuela en 2005 para juzgar a Posada por 73 acusaciones de asesinato, el New York Times dijo el año pasado que «vive libremente en Miami desde 2007» y «pasa sus días pintando paisajes, que son vendidos por docenas en exhibiciones en Miami frecuentadas por un grupo cada vez menor, pero poderoso, de aguerridos exiliados anticastristas».
«Se puede especular sobre cuál sería la reacción de EE.UU. si, por ejemplo, Mohammed Atta hubiera sobrevivido el 11-S, huido a Caracas, e iniciado una vida tranquila como pintor de acuarelas.»
Se puede especular sobre cuál sería la reacción de EE.UU. si, por ejemplo, Mohammed Atta hubiera sobrevivido el 11-S, huido a Caracas, e iniciado una vida tranquila como pintor de acuarelas, interrumpida solo por un juicio, en el que fue absuelto, por haber mentido a funcionarios venezolanos diciéndoles que había nadado al país desde Nueva Jersey.
Entre las filas de los cubanos que no han escapado a un castigo a largo plazo por el sistema judicial estadounidense, entretanto, están los Cinco Cubanos -reducidos ahora a Cuatro por la liberación condicional de René González- que fueron encarcelados en 1998 por acusaciones de espionaje contra EE.UU., después que infiltraron grupos dedicados al derrocamiento de Castro basados en Miami.
Como ha señalado Noam Chomsky, los Cinco estaban en realidad «sacando a la luz ante el gobierno de EE.UU. crímenes que eran cometidos en suelo estadounidense, crímenes que el gobierno de EE.UU. tolera y que en teoría debiera estar castigando». También vale la pena reiterar que los cubanos no han imaginado 638 maneras de asesinar al presidente de EE.UU.
En octubre pasado, Mary O’Grady del Wall Street Journal -fanática del libre mercado, apologista del extremismo derechista en Latinoamérica, y alucinadora de una alianza entre Castro y el Departamento de Estado de EE.UU.- detectó más pruebas de la superior determinación cubana de subvertir la democracia. En un artículo titulada «La represión en Cuba aumenta», se quejó: «La organización no gubernamental Cubanos de Capitol Hill ha informado que en los primeros 12 días de septiembre, las autoridades [cubanas] detuvieron a 168 activistas pacíficos».
Es aproximadamente la misma cantidad de personas que, según un cable de WikiLeaks publicado en abril, estaban encarceladas durante diferentes cantidades de años en una cierta instalación ilegal de EE.UU. en suelo cubano, a pesar de que se conoce su inocencia.
Tal vez sea aún más impresionante que el artículo de O’Grady fue publicado el día después que la policía de Nueva York arrestó a 700 manifestantes contra Wall Street en el Puente Brooklyn.
Belén Fernández es editora en PULSE Media. Su libro: The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work está en venta en Verso, Amazon y muchos otros sitios.
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2011/12/2011122593235903169.html