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Contra todos los enemigos, de Richard A. Clarke

Lectura de verano

Fuentes: La Estrella Digital

En artículos anteriores he expuesto la tesis de que, en cierto modo, Bush tuvo responsabilidad en el 11M madrileño (aunque no sea convocado por la comisión de investigación creada en nuestro Parlamento). Porque, al no haber perseguido con determinación las raíces de Al Qaeda cuando EEUU atacó Afganistán, y al haber preferido invadir Iraq -por […]

En artículos anteriores he expuesto la tesis de que, en cierto modo, Bush tuvo responsabilidad en el 11M madrileño (aunque no sea convocado por la comisión de investigación creada en nuestro Parlamento). Porque, al no haber perseguido con determinación las raíces de Al Qaeda cuando EEUU atacó Afganistán, y al haber preferido invadir Iraq -por motivos distintos a la lucha contra el terrorismo-, contribuyó al auge terrorista que acabó ensangrentando Madrid. Con otras palabras sostiene lo mismo un libro recientemente publicado en EEUU: «La guerra de Iraq fue un error estratégico de primera magnitud. En vez de dedicarnos con energía a la prioridad de crear un contrapeso ideológico para Al Qaeda, invadimos Iraq y abastecimos a Al Qaeda precisamente del combustible propagandístico que necesitaba».

El libro es Contra todos los enemigos (Against All Enemies), las confesiones de Richard A. Clarke, responsable de la lucha antiterrorista en la Casa Blanca durante las presidencias de Bush I, Clinton y Bush II. Treinta años de servicio directo a la presidencia de EEUU -siempre implicado en cuestiones de seguridad interior- confieren al autor una amplia perspectiva y un gran conocimiento de los entresijos del poder. Escrito en primera persona, a la vez que un tratado de política práctica es una impresionante narración de acontecimientos que han modelado la historia de la humanidad, relatados por quien ha podido controlarlos de modo directo. Conocer, siquiera por encima, los recovecos del poder en EEUU, puede ser este verano una de las más atractivas lecturas para quienes no desean seguir siendo engañados por las verdades oficiales.

El autor, conversando con otro alto funcionario sobre la política de Bush y sus consejeros, se expresaba así: «Siguen sin entenderlo. En vez de ir a por todas contra Al Qaeda y eliminar los puntos vulnerables de nuestro país, quieren invadir Iraq otra vez. Tenemos una fuerza militar simbólica en Afganistán, los talibanes se están agrupando de nuevo, no hemos capturado a Ben Laden, ni a su mano derecha, ni al jefe de los talibanes. Y no van a enviar más tropas a Afganistán para capturarlos… ¿Sabes hasta qué punto se fortalecerán Al Qaeda y otros grupos similares si ocupamos Iraq? Ahora no tenemos ninguna amenaza iraquí, pero el 70 por ciento de los estadounidenses creen que Iraq atacó el Pentágono y el World Trade Center. ¿Sabes por qué? ¡Porque eso es lo que quiere la Administración que piensen!».

Estremece saber que así hablaba un alto funcionario del Gobierno de Bush, con amplia experiencia antiterrorista, conocimiento interno de la política de EEUU y relaciones personales al más alto nivel. Pero este libro no describe sólo la lucha antiterrorista de EEUU y sus ostensibles fracasos. Disecciona crudamente la política exterior de este país: «Madeleine Albright, yo y un puñado de personas habíamos acordado un pacto en 1996 para echar a Butros-Ghali de la Secretaría General de la ONU». Admite que manipularon no sólo la expulsión del secretario general sino que «se seleccionase a Kofi Annan para sustituirle». Impresiona constatar fehacientemente los manejos de EEUU para controlar la ONU, por mucho que sea cosa ya sabida.

Es interesante comprobar que los diplomáticos de EEUU suelen tener algo de especial: «No era el tipo de diplomático que se preocupaba por el protocolo en una cena, sino que entendía de helicópteros armados e interceptación de las comunicaciones». Es decir, sabía cómo intervenir activamente en el país donde estaba acreditado. ¿Le suena esto algo al lector? El nombramiento de Negroponte para la embajada de Bagdad -la más dotada de todo el mundo- está en la misma línea y en esa larga genealogía de embajadores «paradiplomáticos», de nefasto recuerdo en Latinoamérica y otras partes del mundo.

Por mucha eficacia que se desee dar a la acción antiterrorista, existe un límite insuperable en casi todos los países: la burocracia. Cuando el Congreso de EEUU pretendía modificar la ley que estructuraba el Departamento de Seguridad Nacional (creado después del 11S), «tanto el FBI como la CIA vieron en este mandato un desafío a su autoridad. Aunque a menudo enfrentados y poco dispuestos a compartir información sobre terrorismo, la CIA y el FBI pueden hacer causa común cuando se enfrentan al mismo enemigo burocrático». Conclusión evidente: la burocracia y sus luchas intestinas son el mejor aliado de las células terroristas.

La más penosa sensación que se deduce de esta antología de política práctica es el desprecio por la vida humana. Cuando EEUU atacaba a Al Qaeda en Somalia, Clarke argumenta: «…dudo que pudiera haberse hecho otra cosa. Matar a más somalíes inocentes no habría ayudado gran cosa». De donde se deduce que, si la muerte de inocentes «ayudara», nadie lo consideraría inmoral. Porque el prestigio de EEUU no tiene precio: «Tras la muerte de 278 ‘marines’ en Beirut, Reagan había invadido Granada, para demostrar que aún podíamos hacer uso de la fuerza». ¿Cuántos granadinos inocentes murieron para reforzar el prestigio de EEUU? En tres líneas aparece clara la inmoralidad de cierta política exterior de EEUU: ni siquiera para justificar la ignominia se recurre a la usual razón de Estado, sino a la simple venganza por el orgullo nacional herido, igual que ocurrió tras al 11S.

Al hablar de Bush y su círculo íntimo, un columnista del partido republicano comentó al autor: «Estos tipos son más endogámicos, herméticos y vengativos que la Mafia». Pues con esos tipos Aznar selló en las Azores un pacto de mutua lealtad que comprometía a España. Su ceguera, ya evidente entonces, queda de sobra demostrada con testimonios tan demoledores como los del libro aquí comentado. Es de desear que los nuevos responsables de la política exterior española tengan en cuenta lo que en él se describe.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)