Traducción de Orlando Sepúlveda
Cómo los liberales -anteayer críticos de la «guerra contra el terror», cuando Bush estaba a cargo- utilizan el asesinato de Osama bin Laden para robustecer las metas imperialistas de EE.UU.
LA MUERTE de Osama bin Laden fue recibida con un mar de banderas y efusivos homenajes a las FF.AA. americanas.
¿Y quiénes eran los cabecillas de la porra? Muchos de los mismos políticos demócratas y comentaristas liberales que otrora criticaron a George W. Bush por su política exterior, unilateral y militarista, pero que han ahora cambiado su tono, sólo porque fue Barack Obama, y no Bush, quien dio la orden.
Los liberales, escribió Glenn Greenwald de Salon.com, «tomaron la iniciativa y mostraron al mundo (y a sí mismos) que no son unos delicados alfeñiques; que no sólo los arrogantes momios tejanos, sino que ellos también pueden disparan a matar, tirar el cadáver al océano, y luego bromear y aplaudir».
Hacer el mundo «más seguro» o «un lugar mejor» no fue la meta de matar a bin Laden. Los detalles que han surgido muestran que la operación fue producto de meses de trabajo, con todos sus aristas previstas para maximizar su impacto en dar un impulso a las FF.AA. estadounidenses y a la «guerra contra el terror».
Entonces, el asesinato de bin Laden hará del mundo un lugar más peligroso porque solidificará el apoyo interno a la maquinaria bélica de EE.UU. -lo mismo sus soldados y aviadores, como sus comandos, espías y sicarios– para actuar más agresivamente alrededor del mundo.
Se dé cuenta o no, lo que la gente alienta al celebrar la muerte de Bin Laden es un logro para el imperialismo norteamericano que será utilizado para justificar y proyectar aún más su poderío militar.
El hecho de que aquellos que más se llenan la boca de paz, diplomacia y respeto a la soberanía nacional hoy compiten en entusiasmo al aplaudir el asesinato del aliado vuelto terrorista hace aún más importante insistir en una verdad fundamental del sistema político estadounidense: En lo que respecta al imperialismo, los demócratas pueden tener diferencias tácticas con los republicanos, pero están comprometidos con la misma meta -un mundo en el que Estados Unidos en la cima, y su ejército es utilizado a voluntad para imponer su hegemonía económica y política en cualquier lugar del mundo.
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LOS POLÍTICOS y comentaristas liberales fueron más entusiastas que los mismos republicanos, quienes tuvieron que lidiar con la contrariedad de que mientras su hombre estaba en la Casa Blanca, bin Laden mantuvo su vida y su libertad.
La columnista del New York Times, Maureen Dowd, llegó a colmar de desprecio a cualquiera que, por su «culpa liberal», no haya aplaudido la «gracia y hombría » de la incursión:
Brevemente celebramos una de las pocas victorias militares claras que hemos tenido en mucho tiempo, un triunfo que nos hizo sentir como americanos otra vez -inteligentes, fuertes y capaces de encontrar a nuestros enemigos y contraatacarlos, sin quedar atrapados en multibillonarias… ocupaciones.
«Nos hizo sentir como americanos otra vez». Sí, Maureen Dowd lo dijo en un buen sentido. En su mundo, los estadounidenses deben estar orgullosos de una América donde unos asesinos militares de élite son enviados a juzgar, enjuiciar y ejecutar cualquiera que haya sido etiquetado de enemigo por el Comandante en Jefe.
La celebración no estuvo limitada a los medios principales. En la cubierta del semanario liberal Boston Phoenix apareció una imagen de Barack Obama sobre el titular «Americano Chingón: Política Progresista por un Mundo más Seguro». Adentro, el escritor Greg Cook proclamó: «[P]or el bien de los progresistas del país, Obama debe tomar el crédito que merece. No fue sólo un asunto de suerte que Bin Laden fuera sido encontrado bajo su mirada. Fue el resultado del enfoque específico y pragmático del presidente».
Luego está Jon Stewart, anfitrión del Daily Show, que con insistencia desafió las mentiras de Bush en su «guerra contra el terror», y que en ocasiones ha criticado a Obama por no estar a la altura de las expectativas de que su presidencia sería diferente a la de Bush. Pero al día siguiente del anuncio, su celebración fue tan asquerosa y patriotera como cualquier otra. «Supongo que debería estar expresando cierta ambivalencia sobre el selectivo asesinato de otro ser humano», dijo Stewart. «Pero, no. Yo sólo quiero más detalles.» Luego sugirió que una victoria como esta debe «crecer un par» -ser repetida.
Tal exhibición por reconocidos críticos a la «guerra contra el terror» -cuando Bush y Cheney la lideraban-puede revolver nuestros estómagos; pero la verdad es que alguien como Stewart, por muy distante que parezca de los asientos del poder en Washington, sólo refleja la actitud del liberalismo oficial y del Partido Demócrata con respecto al imperio americano.
Una mirada a la historia muestra cómo los demócratas han sido tan partidarios de la guerra y el imperialismo como los republicanos. Los dos partidos han a veces, aunque no siempre, diferido sobre las maneras, pero nunca acerca de las metas.
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EN 1976, cuando Bob Dole era candidato a la vicepresidencia republicana, él famosamente señaló que todas las guerras del siglo XX han sido «guerras demócratas». Y estaba en lo correcto. Hasta la Guerra del Golfo en 1991, del republicano George Bush padre, todos los principales conflictos militares de EE.UU. del siglo XX fueron iniciados por un presidente demócrata.
El imperio americano surgió a la escena mundial bajo los presidentes demócratas Woodrow Wilson, durante la Primera Guerra Mundial, y Franklin Roosevelt, en la Segunda. Fue el demócrata Harry Truman, relevando a Roosevelt en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, quien ordenó el uso de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki en Japón.
Truman puso en marcha la Guerra Fría contra la ex Unión Soviética con una guerra sobre Corea y con la CIA promoviendo campañas de desestabilización y golpes de estado en Guatemala e Irán. Luego vino la guerra de Vietnam, iniciada por John F. Kennedy y Lyndon Johnson, que trajo la muerte de 4 millones de asiáticos y más de 50.000 soldados americanos.
Dole y su compinche electoral Gerald Ford fueron derrotados en 1976 por Jimmy Carter, quien rehabilitó el militarismo estadounidense, tras la estela de la derrota en Vietnam, escalando la Guerra Fría. Su administración apoyó la resistencia afgana contra la invasión rusa, la cual es dónde la CIA pudo dar a Osama bin Laden su gran oportunidad.
En la década de 1990, Bill Clinton bombardeó casi a diario Irak para imponer la «zona de exclusión aérea» creada después de la Guerra del Golfo de 1991, y mantuvo el genocida régimen de sanciones sobre Irak, responsable de la muerte de medio millón de niños menores de cinco años, según la ONU. Clinton además aprovechó el así llamado «dividendo de paz» -que supuestamente vendría después de la final de la Guerra Fría-para expandir, bajo la careta de la OTAN, el imperio americano en Europa Oriental y hacer guerra en Bosnia y Kosovo bajo la cubierta de una misión «humanitaria».
Después de los ocho años de George Bush, hijo, todo esto puede parecer un lejano recuerdo. Su administración reconoció el ataque de al-Qaeda como un «evento catastrófico y catalizador» que su equipo neo conservador de política exterior aprovechó para lanzar una guerra que bajo el pretexto de detener el terrorismo redibujó el mapa del Medio Oriente.
Por la arrogancia y crueldad desplegadas en las invasiones y ocupaciones de Afganistán e Irak, Bush, Cheney y el resto de los halcones neoconservadores fueron despreciados en todo el mundo, y cada vez más dentro de su propio país.
Así, Barack Obama comenzó a lucir como un ganador en la carrera por la nominación demócrata a la presidencia en 2008, porque parecía estar «contra la guerra». Él se mostró como el candidato más dispuesto a criticar a Bush por su fallida guerra en Irak, iniciada a base de mentiras y engaños. Pero también tuvo cuidado de distinguir entre Irak y Afganistán, donde él prometió un aumento de tropas.
En esta promesa, Obama cumplió de sobras. Apenas semanas antes de aceptar el Premio Nobel de la Paz en diciembre de 2009, Obama anunció un «aumento» de tropas en Afganistán, duplicando la presencia estadounidenses. Además, el presidente «antibélico» expandió la guerra a Pakistán con ataques aéreos de aviones no tripulados, los que han matado a miles de personas.
En Irak, Obama primero demoró su prometida retirada de tropas de combate, y luego resultó no ser tal, sino sólo un movimiento de tropas que mantuvo en Irak unos 50.000 soldados americanos, ahora reclasificado como «brigadas de asesoramiento y ayuda», y a decenas de miles más de mercenarios.
El candidato Obama prometió detener la erosión de las libertades civiles, poner fin al uso de la tortura contra los prisioneros de la «guerra contra el terror», y cerrar el centro de detenciones en Guantánamo. El presidente Obama aún no cierra Guantánamo, defiende la detención indefinida y los tribunales militares para prisioneros de la «guerra contra el terror», mantiene el programa de «entrega extraordinaria» que subcontrata la tortura a países aliados, y continúa los asesinatos selectivos.
Como James Jay Carafano, analista de la Heritage Foundation, dijo al New York Times, «Yo no creo que siquiera podamos llamarlo Bush suave. Es Bush. Es muy, muy difícil encontrar una diferencia que sea significativa y no atmosférica».
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LA CONTINUIDAD entre Bush a Obama no es única –es fundamental para el imperialismo americano desde sus inicios. Los dos partidos que dominan el sistema político de Washington comparten un compromiso con una agenda común, independientemente de las diferencias en los detalles. Incluso el escritor de los discursos de Bush, David Frum, hizo el mismo punto en una discusión en la Internet con Glenn Greenwald [8]:
Estoy impresionado por el grado en que la política anti terrorista [de Obama] es continua con la de su predecesor… Creo que la política de Bush es más continua con la política de Clinton de lo que la gente reconoce… [L]as líneas principales son bastante consistentes. Después de todo, es llevada a cabo por las mismas personas. Los John Brennans y David Petraeuses trabajaron todos para estos tres presidentes.
La contribución que Obama hace al imperialismo norteamericano amonta a cambiarle el traje al emperador, o como el autor Anthony Arnove lo puso en una entrevista con SocialistWorker.org hace dos años:
El gobierno de Bush, básicamente, diseño una serie callejones sin salida como objetivos de su política exterior, de los cuales Obama está ahora tratando de sacar a Estados Unidos, con la meta de impulsar el mismo programa que Bush, por su actitud de agresivo y grandilocuente unilateralismo y a una serie de errores de cálculo y de juicio, fue tan ineficaz de llevar a cabo…
Se trata de un esfuerzo para re-establecer a Estados Unidos como una nación indispensable en los asuntos globales, pero en un paquete más aceptable para sus aliados tradicionales… dando una imagen y una cara diferente a los objetivos, pero sin aportar ningún cambio sustantivo en su política exterior.
Cierto, la administración Obama no ha sido completamente exitosa en superar los problemas que heredó de sus predecesores. En particular, la escalada bélica en Afganistán no produjo la estabilidad esperada, ni mucho menos un mayor entusiasmo de los afganos por la presencia extranjera en su suelo. Al contrario, la resistencia Talibán ha crecido, y en EE.UU., el apoyo a la guerra se erosiona en medio de las revelaciones de las atrocidades cometidas por las FF.AA. americanas.
Pero Obama ha sido exitoso en algunos aspectos. La entusiasta reacción al asesinato de bin Laden, especialmente entre las voces liberales que fueron críticas de la guerra bajo el mando de Bush, es una clara prueba.
El gobierno de EE.UU. envió asesinos de élite a otro país, sin dar aviso al gobierno de ese país, para llevar a cabo una redada contra una casa casi completamente desarmada, y ejecutó a su objetivo a sangre fría. Ahora el plan es usado para glorificar a los asesinos, justificar el uso de la tortura -que puede o no haber producido información para la incursión-y para dar nueva vida a una atmósfera de miedo y de chivos expiatorios en el país y el extranjero.
Los liberales celebran, porque Barack Obama, en vez de George Bush, dio la orden. Pero nadie que lea esta editorial llorará la muerte de Osama bin Laden. Él y al-Qaeda representan una agenda política reaccionaria, diametralmente opuesta al socialismo, y su violencia casi siempre cobró víctimas que no eran responsables por los crímenes del imperialismo norteamericano.
Los liberales están puliendo la imagen de la «guerra contra el terror», responsable de una destrucción a una escala mucho mayor de lo que al-Qaeda nunca fue capaz de hacer. Su celebración sólo fortalecerá lo que Martin Luther King llamó «el mayor proveedor de violencia en el mundo de hoy»: el gobierno de los Estados Unidos.
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CÓMO O cuándo la muerte de Osama bin Laden llegara, era seguro de que produciría una explosión de banderas y patrioterismo en la derecha. Pero el entusiasmo casi unánime en todo el espectro, incluso los liberales, ha desalentado a las fuerzas antibélicas y anti-imperialistas.
Por supuesto, la muerte de bin Laden no ha hecho a la mayoría del país entusiastas partidarios de las ocupaciones de Afganistán e Irak, ni en defensores de la tortura, ni en fanáticos anti-musulmanes. De hecho, el impacto político del asesinato probablemente será más corto de lo que la mayoría de los comentaristas esperan. Los límites del esperado auge en la popularidad de Obama ya fueron revelados por un sombrío informe sobre el desempleo -una amenaza mucho más inmediata para los trabajadores estadounidenses que al-Qaeda.
Pero los partidarios del militarismo han recibido un gran impulso, a juzgar por las multitudes que se reunieron frente a la Casa Blanca, en Manhattan, en los campus de las universidades y en otros lugares, a agitar banderas y celebrar tras la noticia del asesinato. Esto y el celo mostrado por los demócratas y los liberales contribuirán a que los que se oponen a la guerra se sientan solos en los días y semanas por venir.
Por eso es tan importante impugnar la celebración de este «éxito» en la «guerra contra el terror».
Todos los adversarios de la guerra y el racismo necesitamos manifestarnos en defensa de los musulmanes y los árabes contra intolerancia -que desde el asesinato de bin Laden ha venido creciendo–desde el vandalismo y las amenazas contra mezquitas, al racismo contra pasajeros de líneas aéreas. Debemos hacer frente a la ola racista generada por esta «victoria» porque los líderes políticos liberales no lo harán.
Los que deseamos detener la maquinaria de guerra estadounidense debemos hacer frente al patriotismo y la islamofobia donde quiera que se encuentren –en el campus, en el trabajo, o en las comunidades.
Lo que hagamos ahora para confrontar las justificaciones para las guerras y la violencia estadounidenses dará confianza a otros a hacer lo mismo. Ese es el primer paso para recuperar el terreno que haya sido ganado por los partidarios del militarismo y el imperialismo – y para reconstruir un movimiento antibélico que pueda poner fin a las guerras y ocupaciones estadounidenses en todo el mundo.
Traducido por Orlando Sepúlveda
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Publicado por la Organización Socialista Internacional.
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