De manera tal vez sorprendente para aquellos que esperaban una etapa de medias tintas, la primera gran operación internacional realizada por el equipo Bush después de la segunda toma de posesión de su Presidente ha sido lanzar una intensa campaña ideológica. En ella se están empleando a fondo dos de los pesos pesados -el propio […]
De manera tal vez sorprendente para aquellos que esperaban una etapa de medias tintas, la primera gran operación internacional realizada por el equipo Bush después de la segunda toma de posesión de su Presidente ha sido lanzar una intensa campaña ideológica. En ella se están empleando a fondo dos de los pesos pesados -el propio Bush y la Secretaria de Estado Condoleezza Rice- considerados con razón ejemplos extremos, y por ello simbólicos, de los sectores más reaccionarios del poder neofascista que gobierna los Estados Unidos. Campaña de justificación y relanzamiento de la política imperial realizada durante el primer mandato. Nada pues de medias tintas ni de ambigüedades al iniciar la segunda etapa presidencial.
Bush y sus asesores saben muy bien que las élites económicas, políticas, intelectuales y mediáticas de todo el mundo comparten en el fondo, íntegramente, sus conceptos radicalmente clasistas(1). En cuanto a las formas y a los modos de llevarlos a la realidad, la inmensa mayoría de los miembros de estas élites mercantiles ha escuchado bien la voz interna que advierte ¡Tenemos Bush para otros cuatro años! o la más contundente y perentoria que les llegaba con el mismo mensaje desde los EE UU(2).
Todos ellos, los miembros de la oligarquía que dirige el mundo y los innumerables comparsas que aportan complicidades de mayor o menor cuantía, han sido promocionados por el mercado, exclusivo regulador de la vida social en el modelo neoliberal. Son, en consecuencia, beneficiarios -hasta niveles que en los estratos superiores de esa élite pueden calificarse como criminales- y adoradores del dios Mercado y de su peculiar Libertad -de negociar y contratar sin interferencias estatales, de acumular riquezas individuales superiores a las de países enteros, o de alimentarse en basurales, caerse muertos, o morirse de hambre- a la que se refieren constantemente los dirigentes del Imperio. No hay mucha diferencia en esta devoción compartida, en ese reconocimiento pleno del modelo de integración-marginación social que aporta lugares confortables a una minoría y lugares infernales a una enorme masa de seres humanos, entre los propietarios y los gerentes de las grandes empresas multinacionales y los «intelectuales» creadores o difusores de cultura basura. El poder económico y sus derivados, el poder político, y el pequeño poder social que otorga la fama, tienen la misma fuente, las mismas posibilidades de supervivencia, crecimiento y desarrollo. La comunidad de intereses de los que pueden vender productos, representación política, o simplemente popularidad, se ha establecido de una manera muy rígida y al margen de cualquier tipo de consideración ética o social. Todos comparten, por ejemplo, la necesidad imperiosa del genocidio invasor de Iraq, y la indiferencia intelectual y social ante el genocidio silencioso del hambre, las carencias sanitarias y la miseria, que se cumple inexorablemente o amenaza a mil millones de personas en el mundo.
Lección magistral«La secretaria de Estado de EEUU, impartió ayer en París una lección sobre la libertad como principio organizador del mundo del siglo XXI. Su esperado discurso, que debía ser la ‘referencia’ de la política exterior del segundo mandato de Bush, rozó el lirismo y transmitió una gran tensión emocional», nos ilustraba el día 9 de febrero un órgano de Falsimedia, paladín democrático en el campo de la creación de «opinión pública» según «consenso» generalizado.(3)
«En un discurso que bien podría calificarse de marxista -sigue ilustrándonos ese medio confiable-, en cuanto que para la secretaria de Estado la historia sólo tiene un sentido, el de la libertad… ‘Estamos en el lado bueno de la línea divisoria de la libertad’, dijo». Nada menos para ese primer gran discurso en el Centro de Estudios Políticos de París: lirismo, emoción plena, la libertad orientando el discurrir de la historia dirigido naturalmente por los Estados Unidos.
Ninguna mención, referencia, ni pregunta, en relación con el contenido que tiene el concepto libertad para la señora Rice. Libertad es, para nuestros intelectuales orgánicos, un concepto unívoco cuyas referencias sociales bien pueden ser expresadas, a gusto y acuerdo de todos, por el presidente Bush o por la flamante Secretaria de Estado de los Estados Unidos.
En el ámbito internacional, al que se refería esta vez el discurso de Rice, la libertad es en primer lugar el valor y la frontera que delimita todos los conflictos, en segundo lugar el valor y el lugar ocupado por los Estados Unidos. Ellos están al lado bueno de la frontera entre los promotores de la libertad y los responsables de la opresión. Cabalgan sobre la Libertad desde hace más de doscientos treinta años, como han recordado en estos días algunos columnistas entusiastas. Promover la libertad es colocarse invariablemente al lado de Washington.
La Libertad es también el derecho a la ingerencia de Washington, según criterios de peligrosidad y delincuencia internacional definidos exclusivamente por los Estados Unidos. Lo dice Bush y lo repite su Condoleezza: «el comportamiento interior de un país afecta al exterior».
Y para que no haya dudas sobre esa injerencia universal, Rice invita a Europa a reanudar relaciones fraternales basadas en la aceptación del liderazgo mundial de los Estado Unidos, «Nuestra relación será más fuerte si la ponemos al servicio de quienes piden libertad para sus pueblos». Los últimos peticionarios de esa libertad fueron tipos como Admed Chalabi y Iyad Alawi.
Menos de dos años después del brutal ataque y de la invasión de Iraq, Bush tiene ya el consenso suficiente entre los políticos y dirigentes mediáticos de «occidente» para proclamar sin réplica alguna, por boca de la antigua experta en «blancos nucleares», señora Rice: «Debemos unir nuestros esfuerzos ahora que el mundo se haya en un momento de cambios sin precedentes». «Tenemos una oportunidad histórica para crear un poder equilibrado y global que favorezca la libertad y la paz». «Esta es una oportunidad sin precedentes para nuestra asociación transatlántica. Aprovechémosla juntos por la causa de la libertad».
Pocas cosas, salvo una referencia cínica al «poder de las ideas, de la pasión y la esperanza», y otra de retórica barata al «viento de la libertad» pueden justificar el desborde lírico y la tensión emocional que percibió el cronista.
Menos aún es posible observar el «gesto de valor» en el discurso de Rice al que saludó el siempre servil Javier Solana.
(1). Este hecho ha sido puesto de manifiesto en el Estado Español, de manera dramática, durante la campaña institucional a favor de la Constitución Europea.
(2) En palabras como las del senador republicano Richard Lugar quien amenazaba a los países europeos que hicieron algún mohín de reparo a la política belicista y de ruptura del derecho internacional durante el ataque a Iraq: «Bush es nuestro presidente por los próximos cuatro años. Comiencen a comportarse como sea de su interés».
(3) El País. J. M. Martí Font, 9 de febrero.