Desde hace unos días, en mis intervenciones públicas de precampaña, suelo leer una noticia publicada en un gran periódico de tirada nacional, fechada en diciembre de 2007, y que lleva por título Zapatero abre el mercado libio a empresas españolas en su reunión con Gadafi. Se refiere la noticia a la llegada del líder libio, […]
Desde hace unos días, en mis intervenciones públicas de precampaña, suelo leer una noticia publicada en un gran periódico de tirada nacional, fechada en diciembre de 2007, y que lleva por título Zapatero abre el mercado libio a empresas españolas en su reunión con Gadafi. Se refiere la noticia a la llegada del líder libio, que aterrizó en Madrid con un séquito de 300 personas, y fue «recibido con honores militares por el Rey». Las personas que escuchan mi lectura de aquel episodio, un episodio tantas veces repetido en otros tantos países, siento como se dan de bruces contra un gran acto de hipocresía occidental y, aún sin comprender todos los detalles y pormenores del origen de la guerra en Libia, sí entienden que hay más cuestiones detrás que la simple protección al pueblo libio.
Como pórtico a mis notas que, espero aparezcan bien argumentadas, entiendo que tienen valor las últimas líneas de aquel artículo al que me he referido en el párrafo anterior, para que nadie se lleve a engaño y se deje arrastrar por el tsunami de mentiras e impostura que suele acompañar el inicio de una guerra tan interesada y falaz como la que se está dando en Libia. «El coordinador general de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares -refiere la nota-, ha emplazado hoy a las autoridades y entidades que han invitado a España al presidente de Libia, Muanmar el Gadafi, a que expliquen por que acogen a ‘este personaje’, cómo valoran su Gobierno y qué intereses tienen en ese país. ‘Nosotros no le hemos invitado y tenemos poco que explicar, declaró el líder de IU en rueda de prensa en el Congreso, ‘que respondan quienes han invitado a este personaje’, ha añadido».
Por tanto Zapatero como otros líderes políticos occidentales: Sarkozy, Tony Blair, Obama, Durao Barroso, Berlusconi, Aznar, el rey Juan Carlos o Gallardón, por citar algunos, antes mostraron su amistad con Gadafi, un dictador al que años atrás vendieron las armas que ahora utiliza. Ese personaje les hacía gracia, con su túnica y turbante, gafas oscuras, retórica ampulosa y gesticulación histriónica, debido a su costumbre de viajar con su jaima portátil y su cohorte de amazonas. Pero en realidad, el personaje Gaddafi, siempre ha sido una impostura. Por eso, entre otras cosas, nunca ha gozado de especial simpatía entre los árabes, ni entre los más reaccionarios, léase las monarquías del Golfo, ni entre las corrientes progresistas que, aunque larvadas, siempre han estado ahí y se han hecho visibles ahora en los levantamientos ciudadanos que han tumbado los regímenes de Túnez y Egipto.
Digo ‘No’ a esta intervención; ‘No a la Guerra’ porque el argumentario de la intervención, si bien tiene, a diferencia de Irak, un mandato de Naciones Unidas, no son los derechos humanos, no es la democracia en Libia de lo que estamos hablando, porque ni los derechos humanos ni la democracia se imponen mediante la guerra. Muy al contrario, estamos tratando de intereses geoestratégicos, económicos y políticos y, también, de una nueva etapa en la política internacional que ahora se abre, y que no tiene buena pinta porque cada uno establece su ‘zona de operaciones’ y en esa ‘zona’ gobierna con el apoyo o con la anuencia o abstención de los otros: nosotros haciendo valer que el Mediterráneo es el Mare Nostrum, Rusia en su entorno, China en el suyo, y Estados Unidos -al igual que Dios- en el de todos. Tal y como yo veo la cuestión, no me parece que esas prácticas puedan ser calificadas de multilateralismo, ni me parece que estemos caminando hacia un futuro democrático para el gobierno del mundo.
En Libia, la revuelta que estalló sin duda inspirada y alentada por el triunfo de los movimientos liberadores de los países vecinos degeneró muy pronto en guerra civil. Quizás, entre otras cosas, porque el factor miseria, a diferencia de sus vecinos, no actuaba como detonante de la movilización. Esta cuestión no es discutible, y basta una sencilla consulta en la Wikipedia, («la enciclopedia libre»), para conocer que «Actualmente al país se le adjudica la esperanza de vida más alta de África continental, con 77,65 años. También cuenta con el PIB (nominal) per cápita más alto del continente africano, y el segundo puesto atendiendo al PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo (PPA). Además, Libia ocupa el primer puesto en índice de desarrollo humano de África».
Sin embargo, aún no habiendo miseria en Libia, tampoco había desarrollo ni libertad, pero había mucho dinero que el régimen de Gaddafi ha manejado para mantener en estado de subsistencia subvencionada a la mayoría de la población y sobre todo para comprar lealtades internas y complicidades externas durante décadas. Y es significativo que sean precisamente esos cómplices externos, los gobiernos de Francia y Gran Bretaña, socios preferentes, junto a Italia, de acuerdos, inversiones y negocios varios -con Estados Unidos en un hábil pero determinante segundo término-, quienes se han erigido en abanderados y promotores de la intervención militar en Libia. Quizá peque de osado -nunca tanto como Zapatero-, pero se me ocurre que en la cabeza de algunos se barajaron los siguientes pensamientos: dado que la insurrección de los pueblos árabes nos ha cogido por sorpresa y puede dejarnos fuera de juego y ya que Gaddafi, nuestro socio de ayer, resulta hoy indefendible, es la ocasión propicia para alzarnos en primera línea como protectores de los rebeldes que, gracias a nuestra intervención, podrán al final derrocarle y ocupar el poder, y así dependerán de nosotros.
A partir del momento en que vieron claras las sabrosas perspectivas, la intervención se precipitó; nunca se apresuran tanto para luchar contra la vulneración de los derechos humanos ni para luchar a favor de la democracia. Estamos haciendo la guerra parapetados tras una resolución que es una carta blanca que va de la exclusión aérea a intervenciones militares. Y la guerra es el peor método porque aumenta el sufrimiento de la gente, porque encona la situación y porque, en definitiva, no permite una solución política. En este punto caben algunas preguntas: ¿van a hacer lo mismo con todos los que incumplen las resoluciones de Naciones Unidas? ¿Ese es el camino a seguir con Israel en relación con Palestina? ¿Ese es el camino con Marruecos en relación con el Sáhara? ¿Van por ahí los tiros…? Sería un error, y lo digo desde la autoridad moral que me otorga el hecho de pertenecer a una fuerza política que ha denunciado, desde hace años, las acciones del dictador libio. ¡En nuestro nombre no se le entregaron las llaves de la ciudad de Madrid, como sí hicieron otros que ahora se visten de humanitarios y se arman como cruzados! El mecanismo debe ser muy diferente. Se ha recordado estos días el caso de Sudáfrica, donde el embargo, el bloqueo y el aislamiento internacional fueron duros y difíciles. Pero hoy, Sudáfrica es una democracia consolidada y con futuro, que pone en valor eso que Gaspar Llamazares ha llamado «la diplomacia de los valores».
En estos momentos hay en el mundo 32 conflictos prácticamente iguales, con características muy similares al de Libia, donde hay un gobierno despótico, un tirano que sojuzga a su pueblo o al que piensa de forma distinta que él, y sin embargo sería una verdadera locura que la política internacional adoptara la guerra como método para acabar con esas situaciones. ¿Por qué en el caso de Libia en lugar de adoptar medidas políticas, vamos directamente a la intervención militar? ¿Será que Libia juega un papel muy importante en el norte de África y en el Mediterráneo, y que queremos gobernar a nuestro acomodo los cambios en el Mediterráneo? Digámoslo claramente: queremos gobernar los cambios que se están produciendo, encauzarlos, controlarlos y, también, queremos controlar el futuro de la energía en el Mediterráneo. Esa es la cuestión. No se trata de un asunto de derechos humanos.
Un sabio dijo, «no tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso», y siguiendo el sendero de la curiosidad yo suscribo la pregunta que se hace también la periodista Teresa Aranguren: «¿por qué ningún gobierno de ningún país miembro de Naciones Unidas se atrevió a impulsar una resolución de condena contra Estados Unidos y Gran Bretaña por los cientos de miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos, encarcelados, torturados y desplazados durante la invasión y ocupación de Irak?» No es necesario tener un talento especial para saber la respuesta: los crímenes de las grandes potencias no se juzgan, simplemente se aceptan como se acepta la lluvia cuando cae. El mundo es así y Naciones Unidas no es sino el reflejo del desequilibrio de fuerzas en el mundo. Sin embargo es también el intento, el único que tenemos hasta el momento, de corregir y enmendar ese desequilibrio. Por eso no creo que debamos aplaudir la resolución que avala la intervención en Libia. No es un triunfo de Naciones Unidas sino la constatación de su debilidad.
Algunos han pasado del ¡OTAN no! y del ¡No a la guerra! al sí a esta guerra y a encabezarla. Algunos tienen un grave conflicto consigo mismos y con la enorme sima que separa las cosas que dicen y las cosas que hacen…Y también alguno, incluido el chino de mi calle, se hace algunas preguntas que luego me traslada a mí porque dice que soy «jefe»; preguntas del tipo «¿por qué Zapatero hace la guerra en Libia y no arregla las cosas de aquí?»
Cayo Lara es coordinador federal de IU.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/invitados/libia-de-nuevo-la-guerra-otra-vez-las-mentiras/1299