«La precisión del ataque fue alta, aunque hubo 70 víctimas civiles». Pocas horas después de esa masacre, en la madrugada del 20 de abril de 1986, la TVE de un gobierno que precipitó la entrada de España en la OTAN otorgaba manga ancha a una potencia de fuego imperial que descargaba su frustración contra una […]
«La precisión del ataque fue alta, aunque hubo 70 víctimas civiles». Pocas horas después de esa masacre, en la madrugada del 20 de abril de 1986, la TVE de un gobierno que precipitó la entrada de España en la OTAN otorgaba manga ancha a una potencia de fuego imperial que descargaba su frustración contra una Libia incomodamente soberanista. Esos mismos servicios informativos, que mostraron la mayor de las indiferencias tras la matanza perpetrada por la alianza Atlántica, hablarían, días mas tarde, «del terror» sufrido por los residentes de Lampedusa (Italia) al escuchar el estruendo que produjo un contraataque libio -sin víctimas de ningún tipo- dirigido a los radares estadounidenses que operaban en la isla. Es por tanto el de Libia un caso, en el que, desde hace tiempo, la autoproclamada «opinión pública» ha hecho un uso torticero de la ética y se ha aplicado, tradicionalmente, un doble rasero.
Hoy, frente a Libia, la prensa occidental no ha cambiado. Los titulares de los medios corporativos afirman sin sonrojo que «la OTAN lanza ataques contra Gadafi», no contra las casas, barrios o familias como inexorablemente hacen los misiles, sino directamente en la tupida melena del dictador libio. Por el contrario, según ellos, la OTAN salva vidas y los rebeldes tan solo se defienden. Pareciera que no bombardean indiscriminadamente -como los he visto bombardear- sino que combaten al ejército uno a uno, sin causar ningún tipo de daño colateral ni romper un plato. Prueba de ello ha sido el asalto a Trípoli, del que en las primeras 72 horas no hemos visto apenas un muerto. ¿Es una guerra limpia o nos la han limpiado?
Esta prensa desplegada en el terreno para articular el discurso del Poder hace lo que el presidente peruano, Manuel de Prado, sugería. «Darles a los amigos la justicia, y a los enemigos todo el peso de la ley». Por ejemplo, la loada cadena de televisión qatarí, Al Jazeera, quien consiguió meterse al mundo islámico en el bolsillo por divulgar a escala masiva los horrores cometidos primero en Palestina, mas tarde en Afganistán e Iraq, es hoy -particularmente en su versión árabe- una burda maquina de propaganda a favor de los rebeldes libios. Dejando de lado la significativa imagen de sus unidades móviles circulando por Benghazi con banderas rebeldes, nos bastarán unos instantes frente al televisor para ver clips de cinco minutos con música patriótica y vibrantes secuencias de rebeldes idealizados a cámara lenta, es decir, publicidad pro CNT (Consejo Nacional de Transición) Sin embargo, los periodistas que dicen no creerse nada que venga del lado de Gadafi o TeleSur, utilizan Al Jazeera como fuente incuestionable de información. Esta misma semana ha sido descubierto un montaje de los rebeldes alentado por la cadena propiedad del jeque Hamad bin Thamer Al Thani. Haciendo un sucio uso de la semántica, la emisora publicó una imagen de archivo con un Saif Al Islam aparentemente disgustado, mientras aseguraban, falsamente, que llevaba un día arrestado. ¿Será casualidad que el primo del dueño de Al Jazeera sea el emir de Qatar, ese que está negociando el petróleo y repartiendo armas en el lado rebelde? Puede que si, puede que no, en cualquier caso, tras este montaje desinformativo los rebeldes del CNT han afirmado: «la difusión de la noticia falsa nos facilitó enormemente la entrada en Trípoli»
LA GUERRA PSICOLOGICA
Para los espectadores occidentales, la psicológica, es el tipo de guerra que desde el Pentágono se nos ha reservado. Han conseguido golpear en el sentimiento mas angustioso del ser humano: el de la culpa. Esta artillería ideológica y emocional vertida ad nauseam por los medios, todos a una, termina alterando nuestras conciencias, y nos viene a recordar que «si no apoyamos su justa guerra somos malas personas o permitiremos que ocurra una masacre». Y funciona, sobre todo cuando te ocultan que existen alternativas a su doctrina de «el bolso o la vida».
Cuando los medios bombardean masivamente a las sociedades con dramáticas imágenes de individuos agredidos, ¿que clase de ciudadano podrá oponerse a aceptar cualquier término para detener esa insoportable violencia? Este poder mediático nos hace vulnerables a lo que ellos quieren. Somos el rebaño hecho rehén de sus chantajes éticos. Interiorizamos un patrón para aceptar ese discurso que nos vende a los rebeldes libios (sea verdad o no) como «combatientes por la libertad» y a los guerrilleros del FPLP, el ELN o el PKK como «terroristas». La historia reciente está llena de ejemplos. Nos dijeron que debíamos salvar a los kurdos (en Iraq, no en Turquía) que debíamos salvar a las mujeres musulmanas (en Afganistán si, pero no en Arabia Saudí) y también que defendiésemos a la minorías étnicas (a las de Kosovo si y a las de Timor Oriental o Sri Lanka no) Hoy, dicen, que debemos de salvar a los libios , pero solo a los de Benghazi y Misrata. Es una suerte de internacionalismo perverso, por el cual la soberanía de los pueblos es subvertida al deseo de quien mas los niega. Vista la reacción de personajes que decían estar comprometidos con los pueblos y el pensamiento crítico, ha quedado demostrado, que la estrategia de la intervención en nombre de los derechos humanos es la herramienta perfecta para destruir los movimientos posibilistas, pacifistas y antiimperialistas.
PERIODISTAS «REBELDES»
A esta fabricación del consenso para hacer la guerra en Libia se ha sumado un elemento inesperado, el del reportero ansioso por realizarse humana y profesionalmente en una rebelión tolerada por quien le domina. El Poder ha otorgado a estos periodistas permiso para sentirse y ser «rebeldes», para soñar y estar a favor de «lo rebelde», e incluso para poder apoyar una «lucha de liberación» como en prácticamente ningún otro contexto de guerra insurgente les sería permitido. Es esta una ilusión revolucionaria «made in usa» que les permite emocionarse legalmente con las gestas épicas vividas en los corredores de las mas desesperadas trincheras. En cualquier otra guerra irregular tendrían miedo de expresar su simpatía hacia el civil armado, dudarían de los límites en la estrategia militar o saldrían con el artículo del derecho a la vida, la no violencia y el activismo en pos del diálogo y la utopía como antes lo hicieron en otros conflictos, pero en Libia no, contando, como cuentan, con el beneplácito del «Big Brother» no hace falta esconder la simpatía por quien el sistema te dice que has de sentirla. Para ellos, reporteros abiertamente pro bombardeo, que consecuentemente significa pro OTAN, ha de ser una guerra de exterminio, sin concesiones ni dudas. Como declaraba esta semana el portavoz de la OTAN Anders Rasmussen: «hay que estar en lado correcto de la historia» y si se lo repiten quienes mandan, ellos no faltan. De Facebook a Twitter, pasando por las columnas de los diarios, los programas de televisión y los directos de radio, periodistas de todo tipo se sienten legitimados para hacer lo que en Gaza o Bagdad nunca tuvieron el coraje de hacer, es decir, mostrar simpatía abierta por un grupo ilegal armado. El apoyo explicito a organizaciones igual o mucho mas legítimas y necesarias, como podrían ser las de Palestina, Colombia o Kurdistán serían penadas con cárcel por (cuanto menos) apología del terrorismo, sin embargo, el periodista «rebelde» y pro guerra OTAN se siente cómodo en la seguridad que brinda estar amparado por el mayor Imperio que haya conocido la humanidad. Finalmente, como incentivo determinante se suma todo el beneficio económico que renta contar la guerra como el poderoso sistema de medios te dice que la debes contar, es decir, pro intervención imperial.
¿UN DILEMA?
Pero por encima del oportunismo y la cobardía de una clase periodística tradicionalmente apegada al Poder, Libia ha tenido un gran problema que ha alentado la guerra. Este problema ha girado sobre la aceptación de que nos encontramos ante un dilema. ¿Y que es un dilema? Un dilema es un problema que solo puede ser resuelto por medio de dos opciones, mas ninguna de las cuales es satisfactoria. Se debió, y aún hoy debe, romper esta versión del dilema. Se esté de un lado, del otro, o de todos los nuevos que emergerán, sería beneficioso, por el bien común, salir de esta imprevisible espiral, pues visto lo sucedido primero en Afganistán y luego en Iraq, sería mejor formar, desde ya, un gobierno inclusivo y plural. Las partes, sin límites, tienen que hablar y por ende, pactar antes de que muera mas gente en una nueva fase de guerra asimétrica o irregular. Si el siglo XX fue el de las luchas de liberación contra el colonialismo, el siglo XXI será el de las luchas contra el neocolonialismo y todos sus nuevos rostros. Frente al predecible laberinto libio, algunos estados lo comprendieron así y de forma discreta, aportaron mas posibilidades de paz que ninguna bomba OTAN. Sí, Brasil, Sudáfrica, Venezuela, Rusia y Turquía han intentado tender puentes para encontrar soluciones. Es mentira que se ha llegado a esto de forma ineludible y es mentira que sea imposible alcanzar hoy un acuerdo. Un histórico ejemplo del posicionamiento de los grandes medios a favor del exterminio ha sido un reciente artículo de ABC criminalizando los esfuerzos de unas naciones por buscar una salida negociada al conflicto. Esta autentica oda al fraticidio libio terminaba con una aviso que quita el hipo: «Los promotores de la paz pueden hacer su agosto».
LA IZQUIERDA, DIVIDIDA
En el otro extremo, el de la lógica crítica al intervencionismo falsamente humanitario, un sector de la izquierda europea y americana ha querido adaptar la realidad a su forma de comprender el mundo, y no adaptar su forma de comprender el mundo a la realidad. Ha sido un error. La realidad pide imaginación, y como diría Danton -mas tarde el Ché- «audacia, audacia y mas audacia» Sin embargo su discurso se ha empequeñecido por una crítica feroz a todo lo que esté en desacuerdo con Gadafi y su privilegiada saga. Este sector de una izquierda mil veces agredida, es demasiado miope al acusar a esa parte del pueblo libio levantado en armas contra un tirano que lleva 42 años haciendo de su capa un sayo. Dicen que son traidores, cipayos, cobardes, mentirosos, agentes de la CIA y terroristas. Pero si asaltar a sangre y fuego los cuarteles desde los cuales un régimen les disparaba no es rebeldía, tendríamos que revisar la propia historia. Es una izquierda eurocentrista o simplemente, demasiado alejada, que no tolera al africano liberarse de los tiranos a su forma y sin su permiso. Si un grupúsculo de cierta elite izquierdista de Europa (o la emergente Latinoamericana) no da el visto bueno, el muchacho abatido por lanzar una piedra contra la comisaria donde se torturaba no es un mártir, sino un vendido. No es justo, no es coherente y tiene muy poco recorrido. Esa visión es contradictoria con la necesidad de los pueblos a rebelarse, y bien fácil se podría volver en su -nuestra- contra.
EL CNT Y SUS CONTRADICCIONES
Respecto a la amalgama circunstancial que representa el CNT, es decir, un indescifrable colectivo de empresarios y abogados apoyado en gadafistas recién arrepentidos y fundamentalistas islámicos, poco se puede decir que resulte claro. Carecen de programa y no han pronunciado ni una sola palabra sobre temas relativos a la justicia social, columna vertebral de cualquier discurso revolucionario que se precie, especialmente en el marco africano. Su forma de vender «la liberación» se reduce a la simple desaparición de Gadafi y la forma en la que para ello se han constituido carece de sentido participativo. Para culminar este plan de asalto y expolio, se han bebido la sed de justicia del propio pueblo libio. Aunque los mas experimentados reporteros no lo dijesen en sus crónicas, bastaba una breve entrevista con ellos en un hotel de Benghazi o Tobruk para reconocer los mismos gestos y tics que la «oposición» llegada del extranjero mostraba en Bagdad y Kabul. Se repiten aquellos patrones de «abogado» de Londres retornado, «empresario» de Washington retornado y así muchos, pero nunca maestros o sindicalistas. También los hay que cabalgaban entre Trípoli y los inversionistas europeos, hasta que, por Gadafi no querer abrir mas los mercados, se autoexiliaron desencantados. Esta auténtica mafia, que ya ha dicho que reconoce a Israel y cortará la ayuda «rebelde» a Gaza, encontró en el 17 de febrero la oportunidad perfecta para proyectar el casus belli y aprovecharse de los amplios sectores desconcertados. Con mas insistencia que vergüenza, estos políticos recién llegados acusaban a Gadafi de lo que ellos mismos eran, es decir, lideres jamás votados.
Pero de entre todas las abundantes contradicciones que este conflicto ha generado cabria destacar el romance entre la OTAN y los islamistas radicales. Si Darna (ciudad del este de Libia) estuviese en Gaza, Yemen o Kandahar, poco tardarían en ser bombardeadas militarmente y criminalizadas mediáticamente. Pero en Libia no ha sido así, y sobre ella ha quedado desnuda la esquizofrenia del sistema. Los islamistas han pasado -literalmente- de Guantánamo a recibir armas de sus antiguos carceleros. Particularmente interesante fue ver al reportero Ben Wedeman, de la corresponsalía de CNN en Israel, siendo acompañado por militantes islamistas mientras le filmaban sus fantásticos directos. ¿Es este el mismo señor con el que coincidí en Palestina hace una década y advertía sobre la presunta amenaza islamista si israel se desconectaba de Gaza?. ¿Es este el mismo señor de CNN que cuando estábamos en Bagdad jamás llamó rebeldes a los iraquíes que luchaban contra la ocupación de los Estados Unidos?. De locura.
UN NUEVO COLONIALISMO
Según el juicio de Nuremberg, el primer crimen cometido por Alemania fue el envío de tropas a otro país (Polonia) y fue considerado por los jueces como el mas grave pues «hizo posibles todos los demás crímenes». Hoy en día, de Panamá a Libia, por tierra, mar o aire, nos hemos acostumbrado a tolerar las invasiones e intervenciones como un hecho inevitable, preocupantemente normal. Es un insulto a la humanidad presentar a los ejércitos que arrasaron Iraq y Afganistán como los que vayan a traer la paz a Libia. Es de una inmoralidad infinita. Que el Este de Libia, escenario de un siglo de masacres inenarrables perpetradas por italianos, franceses, británicos y estadounidenses, sea hoy considerada por estas mismas potencias como una zona donde la ética les exige «proteger a la población» es de una perversidad monstruosa. La prensa e intelectualidad, que ha fabricado este consenso bélico de una forma no muy diferente a como lo hizo en Iraq, ni siquiera ha exigido a los políticos que sean honestos y presenten sus motivaciones como lo que son, una oportunidad para instalar un nuevo mercado abierto, es decir, vulnerable al servicio de «nuestras» multinacionales. La resolución de Naciones Unidas (organización fundada por estas mismas potencias en 1948) ordenaba utilizar la fuerza aérea de manera defensiva (para proteger a la población sublevada) jamás les daba derecho a utilizar el espacio aéreo de forma ofensiva para implantar un colonialismo vertical. El precedente que sienta para cuando los poderosos quien, es estremecedor.
La guerra, al menos en esta primera etapa, ha sido ya prácticamente ganada por la OTAN (que jamás por el pueblo libio) Sin embargo, por largo tiempo, será difícil hablar de paz. La destrucción del que, según Naciones Unidas, fue el país mas prospero de África, no será la parte mas difícil de solucionar, sino el reto de la reconciliación -permanentemente bloqueado- con el que toda guerra civil debería terminar. El hecho de que las justas ganas de cambio que derrochaba el pueblo libio hayan sido encauzadas hacia dinámicas de división y violencia, poco bueno nos puede augurar. Veremos cual es la cruel dependencia, económica, política o militar, que les han preparado los artífices de este nuevo divide et impera neocolonial. En la conciencia de todos esos periodistas, medios y gobiernos quedarán las consecuencias de su boicot al dialogo y su permanente llamada a la guerra.