El general Hafter, ha fracasado en el intento de la conquista de Trípoli, después de haber conquistado la mayor parte del territorio libio y al que solo le faltaba tomar, la capital, con dos millones 300 mil habitantes, lo que podría haber significado, sino el fin de los combates, pero sí habría fijado un rumbo definitivo a la guerra, que asola al país tras la caída del Coronel Muammar Gadaffi, en 2011, ahora ese final vuelve a ser incierto. La nueva situación en una guerra con un número de muertos desconocido, por la imposibilidad de conformar un registro creíble, dada la multiplicidad de organizaciones que han participado, en diferentes los numerosos frentes de combate a lo largo de todo el país, que agigantan o disminuyen las cifras, según su conveniencia, a lo que se le suma el ocultamiento que lleva a cabo el occidente dominante, por su responsabilidad en cada una de esas muertes, asegura que esa lista incierta se seguirá incrementado.
La sangrienta maniobra para quitar a Gadaffi del poder ha dejado a la que fue la nación más progresista de la historia africana, literalmente demolida desde lo que era su rica infraestructura, al siempre difícil entramado clánico y tribal, con el que se conformó como colonia italiana tras la Conferencia de Berlín de 1884 y después de su independencia en 1951, hasta 2011, donde se incluyen los 42 años de la Yamahiriya (el Estado de las masas) instaurado por el Coronel Gaddafi en 1969, que no solo logró mantener unidas a esa tribus, sino dándoles también un sentimiento nacional.
A pocos días de cumplirse un año de la ofensiva lanzaba por el general Khalifa Hafther contra Trípoli, quién había prometido a los hombres del Ejército Nacional de Libia (LNA), como fue la presunción de la mayoría de los analistas, que esa sería una campaña rápida y definitiva. Tras la imposibilidad de lograrlo, no solo la guerra se vuelve a empantanar, sino que el alicaído gobierno del primer ministro Fayez al-Serraj, a cargo del Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), formado tras largo cabildeos de las Naciones Unidas en 2015, no solo ha podido resistir a Hafther, sino que ha pasado a tomar la iniciativa en la guerra, gracias al impulso que la ha dado Turquía, como nuevo jugador en el conflicto, lo que reconocido públicamente por Recep Erdogan, quien a fines de diciembre pasado, hizo una gira por Argelia y Túnez, con el fin de lograr una alianza para el sostenimiento de Trípoli. Lo que elegantemente fue rechazado tanto por el presidente tunecino Kais Saied, como su homólogo argelino, Abdelmajid Tebboune, que optaron por seguir la vía diplomática de la ONU. Por lo que tras el rechazo, de estas dos naciones Turquía se convierte en el único aliado militar del gobierno de al-Serraj. Aportando además de armamento, entrenamiento para las milicias autónomas, que ya apoyaban a Trípoli, veteranos de la guerra siria trasladados por Ankara al país magrebí, además de aportar un fundamental apoyo aéreo, básicamente drones artillados que dan apoyo a las fuerzas terrestres para recuperar grandes extensiones de territorio. Aunque en las últimas semanas este apoyo y las posibilidades de seguir reabasteciendo a las fuerzas terrestres, de Trípoli se ha visto en parte interrumpido por el endurecimiento de los controles de la misión naval desplegada por la Unión Europea en procura del cumplimiento de la disposición de Naciones Unidas, sobre el embargo de armas a los contendientes del conflicto.
El pasado catorce de abril, una contraofensiva por parte del gobierno tripolitano arrebató a Hafther un área de tres mil kilómetros cuadrados, incluidas las provincias de Sabratha y Surman, en manos de las milicias de Haftar, además de lanzarse por la reconquista de Tarhuna, una ciudad de valor estratégico para Haftar y su última fortaleza importante en los alrededores de Trípoli. Por lo que ahora su territorio llega a la frontera tunecina, lo que abriría la posibilidad de mejor reabastecimiento y además de marcar una tendencia en baja en las operación iniciada por el Ejército Nacional de Libia en abril de 2019, lo que deja en evidencia que la promesa de Hafther, como en las presunciones de los analistas han sido fallidas, los que ahora catalogan las recientes pérdidas del general como: “un daño de magnitud sísmica”.
Hafther una vez más solo.
Por la recesión económica mundial, a causa de la pandemia, es muy difícil que los aliados de Hafther, continúen dando a apoyo tanto financieros, como políticos y de insumos militares con los que ha podido mantener su, hasta hace pocos meses, exitosa campaña militar, como los Emiratos Árabes Unidos (EAU), que considera a Hafther como un freno para la contención para los Hermanos Musulmanes, una organización fundamentalista que ha dado sustento ideológico y material a numerosas organización como al-Qaeda y Daesh. Por lo que le ha facilitado entre otros aportes los aviones no tripulados Wing Loong II de fabricación china y también el sistema de defensa aérea Pantsir S-1 de fabricación rusa instalado en la base de al-Jufra cerca de la ciudad de Gharyan. Mientras que Egipto, cuya frontera de más de mil kilómetros con el este libio, la región donde se ha fundado el poder de Hafther, que tiene como capital la ciudad de Tobruk y por donde pasa gran parte del apoyo del rais Abdel Fattah al-Sisi, al tiempo que los Estados Unidos, no habrían dado más que cierto apoyo diplomático, manteniéndose discretamente del lado de las fuerzas del este, al igual que Francia y el Reino Unidos, aunque otras fuentes afirman que ese “apoyo discreto”, se contabiliza en equipos de comunicación, información satelital y armamento.
Hafther comprende que posiblemente a partir de ahora, la financiación de su guerra por parte de sus aliados y en especial la del príncipe heredero de Abu Dhabi, el jeque Mohamed bin Zayed (MbZ), se está volviendo demasiado pesado para MbZ, quién estaría corriendo el mismo riesgo que hizo que el emir de Qatar, Jalifa al-Thani, en 2013, tuviera que abdicar a favor de su hijo Tamim bin Hamad al-Zani, por la crisis financiera a la que llevó al emirato, por el descomunal apoyo económico dado a las tropas mercenarias que intentaban derrocar al presidente sirio Bashar al-Assad
La batalla por Libia, desnudo más que nunca los múltiples intereses internacionales por esa nación estratégicamente ubicada, y con riquísimos recursos petroleros, además de contar en la Cuenca de Murzuq, en el suroeste del país, con uno de los reservorios subterráneo de agua dulce, más grandes del mundo.
El fracaso de la operación de Hafther por capturar Trípoli, podrá acarrear consecuencias hacia el interior de su ejército, ya que varios de sus coroneles están en desacuerdo respecto a las decisiones del comandante a lo largo de estos últimos meses. Abriendo dudas sobre la jactancia de Hafther que decía dirigir una fuerza moderna y organizada frente a un amontonamiento de milicias autónomas y poco profesionales, que incluso han asestado importantes golpes a la fuerza mercenaria de origen ruso Wagner, quien operaban junto a las tropas de Tobruk.
A partir del fracaso en Trípoli, Hafther, quien era muy duro a la hora de las negociaciones, tendrá que presentarse un poco más gentil para poder mantener su legitimidad ante los propios y sus enemigos.
Mientras tanto Khalifa Haftar, ha pedido el pasado sábado 25, unidad a sus seguidores tras las derrotas sufridas en el occidente del país, al tiempo que se realizaron manifestaciones en su apoyo en este y a las puertas de su residencia en la ciudad de Benghazi. Es llamativo el silencio tras su pedido de ayuda a las tribus del
Oeste, al tiempo que los bereberes de la provincia de Zintan, en el sur del país, su última gran conquista en 2018, rechazaron de manera contundente colaborar con él.
En las próximas semanas se conocerá si este declive que vive el general Khalifa Hafther, continúa o de alguna manera puede controlar la debacle, esperando que una vez más la esquiva victoria cambie de lado.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.