Es difícil encontrar términos para definir la puesta en escena de la cumbre de la OTAN, que acaba de finalizar en Madrid, a la que, obviamente, todos los participantes acudieron con el libreto escrito por los Estados Unidos, por lo que, sin correrle una coma, aceptaron mansamente continuar generando acciones contra Rusia, acercando más el mundo a una guerra nuclear, de la que si llegáramos a librarnos tendremos que aceptar aquello de Dios es grande.
Hipócritas es un término demasiado leve para definir la cumbre de los genocidas, que se tiran de las barbas frente a la contraofensiva rusa en Ucrania, que fue instigada por ellos mismos al acorralar a Moscú al punto de no dejarle otro camino, y ahora, cuando descubren que la cosa va en serio, como si fueran miembros de una colonia Menonita, señalan con asombro e indignación al presidente Vladimir Putin, como si Putin hubiera sido quien destruyó hasta los cimientos Irak, Siria, Libia, Líbano, Afganistán, Yemen, Yugoslavia y tantas otras naciones.
No conforme con la situación en Ucrania (donde necesitaron a un servil como Volodímir Zelensky, que al precio de miles de muertos y la devastación de su país, sigue prolongando una guerra a sabiendas de que le es imposible salir victorioso de ella), Washington, arreando a toda la OTAN con un palito, se pone a hacer piruetas sobre la cornisa, amenazando también a China, como si el presidente Xi Jinping fuera un tierno osito panda.
Aunque lo verdaderamente importantes es que mientras Biden se apoltronaba en España, en ese mismo país, ¡parece mentira!, del “No Pasaran” y “el Alcanzar no se rinde”, y Pedrito Sánchez, como la mejor manola, lo atendía devoto y feliz de tener al amo en casa, ejecutando un ejercicio de genuflexión ritual pocas veces visto, una noticia insignificante, de esas que uno encuentra cuando ya no hay nada de qué enterarse, se filtró por allí.
A unos tres mil kilómetros de la ciudad del Oso y el Madroño, exactamente al sureste de Kufra, en el desierto libio, a unos 120 kilómetros de la frontera con Chad, un camionero que transita habitualmente por ese sector, escasamente poblado y con temperaturas por encima de los cuarenta grados centígrados, donde el menor traspié puede precipitar a una muerte tan monstruosa como la que han tenido las veinte personas con las que se encontró el transportista.
Según el equipo de rescate, todos murieron de sed después de haberse quedado varados en pleno desierto, tras la rotura del vehículo con el que aspiraban llegar a alguno de los puertos libios, para desde allí saltar a Europa. Se cree que las víctimas perdieron el rumbo dos semanas atrás, ya que en uno de los teléfonos celulares hallados se registraba una última llamada el día trece de junio.
Dos de los muertos son de origen libio, seguramente los traficantes, mientras que el resto parecen ser todos chadianos. De ellos nunca recordaremos ni sus nombres ni las razones que los llevaron a embarcarse en semejante aventura, aunque no hay que ser un augur para conocer con exactitud esos motivos.
Si obviamos detalles geográficos, circunstancias y cantidades, podríamos asegurar que el hecho es igual al sucedido en San Antonio, Texas, cerca de la frontera con México, donde el pasado lunes 27 en un camión abandonado se encontraron unos cincuenta muertos por calor, sed y la desesperación de saberse encerrados e inermes.
¿Sería exagerado afirmar que las víctimas de los dos eventos provenían del mismo lugar de pobreza, desesperanza e intentaban volar hacia ese estado de bienestar del que tanto se enorgullecen las democracias del mundo? Por lo que, en este caso, al revés de lo que se advierte en las películas, cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia.
El “incidente” de Kufra no es el primero que se produce en el desierto libio (véase: Libia: Naufragios en el desierto). Aunque nunca conoceremos la totalidad de este tipo de tragedias dada la ilegalidad de la actividad, el desinterés por la comunidad internacional de conocer las cifras y el gigantesco desborde de personas que intentan llegar a los puertos del sur del Mediterráneo para pasar a Europa, arriesgándolo todo, ya que se estima que de manera constante más de un millón de personas se encuentran esperando, en los puertos libios, personas que no solo provienen de todos los rincones de África, sino también de Medio Oriente, Asía Central y el Sudeste Asiático.
Con la reciente tragedia de Melilla se conoció que la mayoría de quienes se encuentran en Marruecos con intención de saltar las bardas y pasar a los enclaves españoles de Ceuta y Melilla son originarios de Sudán, a más de 4300 kilómetros de puro desierto del reino alauita. La mayoría de los treinta siete muertos del pasado viernes veinticuatro (véase: Melilla, asesinatos en la frontera) son de origen sudanés, pero bueno, ya hace mucho de aquello, por lo que está prácticamente olvidado.
La OTAN no paga sus crímenes
Tras la destrucción de Libia a manos de los Estados Unidos y la OTAN, el país del Coronel Gaddafi se convirtió en un Estado fallido y todas las articulaciones que intentan armar tanto Naciones Unidas(ONU),como la Unión Europea(UE) han fracasado de manera constante y trágica.
La guerra civil larvada, pero ya crónica, ha sumido al viejo Estado de Masas o Jamahiriyya del Coronel en un territorio dominado por bandas armadas que no logran articularse en un verdadero ejército, asociadas a pequeñas ciudades-Estados como Trípoli, Bengasi o Tobruk, sostenida por diferentes países “amigos”.
Es la anarquía reinante la que ha posibilitado que infinidad de cárteles de droga, armas y traficantes de personas, generalmente aupada por alguna milicia, se hayan instalado en el país e incluso presionen al poder político, pongámosle que existe alguno, para continuar en esta situación. Son esas organizaciones de tratantes de personas las responsables de trasladar a los miles de refugiados que intentan cada día llegar a algún puerto libio para seguir hacia Europa, después de ingresar por las fronteras con Chad, Níger y Sudán. Diferentes organizaciones internacionales han señalado que, con el fin de las restricciones establecidas por la pandemia, se han vuelto a disparar los números referentes al tráfico de refugiados.
De estos grandes focos del sur libio, Níger es el mayor centro de irradiación; a pesar de que el transporte de inmigrantes extranjeros fue prohibido en 2016, Niamey tolera el tráfico de nacionales.
Por su parte, diferentes organizaciones humanitarias han denunciado de manera constante en foros internacionales los padecimientos que deben soportar los refugiados en manos de las redes de traficantes: torturas, violaciones, llegado el caso asesinados cuando el “cliente” se pone demasiado molesto. No es un secreto para nadie que muchos son subastados como esclavos, para diferentes fines, mano de obra o prostitución, en la mayoría de los casos, como sucede en la ciudad libia de Sabha, capital de la provincia de Fezzan; en muchos casos también son retenidos en diferentes campamentos como los de Tazirbu en Kufra o Bani Walid, este último en la Cirenaica, a espera que se pague rescate por ellos.
Más allá de la verdadera voluntad de Occidente, todos saben ya que nadie puede controlar la situación en Libia, donde acaba de fracasar, una vez más, ayer, o cuando lea esto, el intento de un acuerdo para realizar elecciones nacionales.
Ahora sí, muy a pesar de Europa y de los Estados Unidos, a quienes solo les interesa ajustar los márgenes de producción petrolera, para suplantar la graves escasez de petróleo, dadas las sanciones rusas en el marco de la contraofensiva en Ucrania.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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