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Tres años después de la ejecución de Muamar el Gadafi, el país norteafricano es hoy un estado que se desmorona en una espiral de violencia

Libia, un país que se desmorona

Fuentes: Deia

Se cumple el tercer aniversario de la caída de Sirte y de la ejecución de Muamar el Gadafi, momento en el que concluía la guerra civil libia entre los partidarios y detractores del coronel. Una guerra en la que las potencias occidentales, con la OTAN a la cabeza, decidieron intervenir militarmente a favor del bando […]

Se cumple el tercer aniversario de la caída de Sirte y de la ejecución de Muamar el Gadafi, momento en el que concluía la guerra civil libia entre los partidarios y detractores del coronel. Una guerra en la que las potencias occidentales, con la OTAN a la cabeza, decidieron intervenir militarmente a favor del bando rebelde para expulsar a Gadafi del poder, al calor de la oleada de protestas y revoluciones acontecidas en la Primavera Árabe a comienzos del año 2011.

Tres años después, Libia es un país con dos parlamentos simultáneos, cada uno con su propia ala armada detrás, cada uno llamando ilegítimo al otro, cada uno controlando una parte del país y sus enormes recursos petroleros. En este escenario, Libia ya no parece un único país bajo un gobierno central, sino una serie de reinos y milicias en guerra, con varios bandos disputándose el reparto del poder y los millones de dólares del petróleo. Hoy existe una suerte de coalición de grupos islamistas que, aún con diferencias y problemas pasados, ha comenzado a formarse bajo una sola bandera con tal de derrotar a sus enemigos, que son vistos como un regreso a la época del coronel Muamar el Gadafi, el dictador derrocado hace tres años con el apoyo de la OTAN y la ONU.

Trípoli es hoy la sede de uno de los dos gobiernos en Libia, una expresión que parece contradictoria pero que tiene su origen el pasado 25 de junio, cuando las elecciones legislativas asestaron un duro golpe a la representación política de los islamistas, que gozaban de una posición dominante en el llamado Congreso Nacional General.

El parlamento elegido en junio, integrado mayoritariamente por políticos antiislamistas, se vio obligado a huir y a refugiarse en la ciudad costera de Tobruk, cerca de Egipto y a más de 1.500 kilómetros de Trípoli. Allí, en un hotel, instaló su propio gobierno, encabezado por el primer ministro Abdula al-Tini y apoyado por los debilitados militares y por un puñado de milicias.

En la práctica, ninguno de los dos bandos gobierna. Las milicias de Trípoli controlan los edificios ministeriales, pero los burócratas y los empleados públicos no acataron sus llamados a que retomen sus puestos y no hay nadie que tome las decisiones.

Tres años después de la caída de Gadafi, Libia se encuentra por tanto al borde de una guerra que no solo enfrentaría facciones políticas y visiones religiosas, sino que incluiría la agenda de países extranjeros en una tierra que hoy se deshace en una espiral de violencia que va para largo.

Es una contienda donde se mezclan tres cuestiones clave: una tribal, una ideológica y una energética. En clave interna, relevante fue la lucha regional entre las tribus de la zona tripolitana y las de la zona cirenaica, dos mundos muy alejados el uno del otro y que fueron artificialmente unidos tras la creación del moderno Estado libio por las potencias coloniales. Desde el punto de vista ideológico, se trata del enfrentamiento entre el panarabismo socialista -o lo que quedaba de él- y el islamismo tradicional, bien es verdad que en alianza con ciertos movimientos liberales. En clave internacional, constituye un enfrentamiento entre países como Siria o Argelia, de un lado, y las petromonarquías del Golfo Pérsico -Arabia Saudí, Catar…-, los nuevos gobiernos islamistas moderados -Túnez, Egipto, Turquía- y las potencias occidentales -Estados Unidos, Reino Unido, Francia- del otro.

Por último, en clave energética, Libia, pese a todo, sigue exportando petróleo, hasta 740.000 barriles diarios, y los ingresos son depositados en el Banco Central. Ambos bandos quieren que el banco les entregue esos fondos, pero el banco ha tratado de mantenerse neutral, a la espera de que los tribunales determinen cuál de los gobiernos es legítimo. Desembolsa el dinero para pagar los sueldos de los empleados públicos y nada más. En una de las muchas ironías del conflicto, muchos milicianos de ambos bandos están recibiendo sueldos ya que son oficialmente empleados del gobierno.

Tres años después, Libia es un país que quizá podría dejar de existir. Sin embargo, a diferencia de en 2011, los gobiernos de Occidente solo centran su atención en Siria e Irak, y por ahora el petróleo no falta…

Fuente: http://www.deia.com/2014/10/20/mundo/libia-un-pais-que-se-desmorona