El pasado 22 de marzo, la inmensa mayoría de los diputados del Congreso [español] votó a favor de la participación de España en la guerra de Libia, la cuarta en la que se ve involucrado el Reino de los Borbones en los últimos diez años. Mientras IU y el BNG se opusieron, ERC e ICV […]
El pasado 22 de marzo, la inmensa mayoría de los diputados del Congreso [español] votó a favor de la participación de España en la guerra de Libia, la cuarta en la que se ve involucrado el Reino de los Borbones en los últimos diez años. Mientras IU y el BNG se opusieron, ERC e ICV apoyaron dicha decisión. Asimismo, CC.OO., UGT y significados escritores e intelectuales de izquierdas (lo que incluye a renombrados investigadores por la paz) se mostraron favorables a considerar justificado el uso de la fuerza en esta ocasión. Entre las personas mencionadas, muchas lo han hecho movidas, sin lugar a dudas, por sentimientos nobles y generosos. No en vano los promotores de la acción bélica la han presentado como el medio más eficaz para proteger a la población civil libia. ¿Y quién se puede mostrar insensible ante un propósito tan bueno y loable? Claro que estas posturas se adoptaron a partir de las noticias o rumores difundidos por los mass media. En las semanas previas a la intervención occidental, se ha dicho o sugerido que en Libia se estaba produciendo un genocidio, que más de 10.000 personas habían sido masacradas o que Gadafi poseía armas químicas -Sarkozy y Cameron dixit- y que estaba dispuesto a utilizarlas contra su población. Sin embargo, el representante de la India en el Consejo de Seguridad de la ONU dijo que no existía prácticamente «ninguna información creíble» sobre la situación en Libia que pudiera justificar las medidas militares propuestas (cit. por Philippe Leymarie en «Guerre en Libye: la ‘furia’ française», http://blog.mondediplo.net), lo cual justificaba su abstención. Es un punto de vista que hay que tener en cuenta, pues no sería la primera vez, precisamente, que se manipula a la opinión pública para obtener su apoyo a una guerra mediante exageraciones, medias verdades, medias mentiras o mentiras redondas.
La votación en el Congreso de los Diputados se produjo tres días después de que se iniciara la intervención para crear una zona de exclusión aérea en Libia, según lo autorizado por la Resolución 1973. Cuando en el Congreso se debatía la participación de España en su aplicación, dicho objetivo prácticamente ya se había alcanzado. No obstante, el presidente del gobierno solicitó autorización para desplazar tropas, aviones y barcos a la zona del conflicto por un período de tres meses como mínimo.
Dicen los periódicos que, de entrada, la acción militar ha servido para impedir una masacre en Bengasi, ciudad donde se encontraban acorraladas las fuerzas opositoras al régimen establecido. Puede ser cierto, aunque eso no deja de ser un supuesto contrafáctico (también se hubiera podido producir una huida en masa, por ejemplo). Lo que es seguro es que el sufrimiento de la población civil va a aumentar debido a la escalada de la violencia desencadenada por la intervención militar occidental. Pocos días antes del inicio de los bombardeos «aliados», miles de personas abandonaron la ciudad mencionada, agravando de esta forma el problema de los refugiados. Los ataques a objetivos situados en zonas urbanas siempre provocan pánico y terror entre los civiles, con independencia de dónde caigan finalmente las bombas. Y el lanzamiento de proyectiles con uranio empobrecido comporta contaminación radioactiva de carácter indiscriminado. Desde 1991, EE.UU. siempre ha utilizado ese tipo de proyectiles en todas las guerras en las que ha participado. En este caso sabemos que se han disparado misiles de crucero Tomahawk. Esta arma fue utilizada también en Kosovo en 1999. Entonces, el Ministerio de Defensa italiano elaboró un decálogo dirigido a sus soldados en el que les ordenaba no tocar ni aproximarse a cualquier objeto atacado con dichos misiles (véase M. Zucchetti, «Cruise: uno studio di impatto ambientale e sulla salute», en http://www.ilmanifesto.it). A pesar de esas advertencias, cientos de soldados de la OTAN contrajeron diversos tipos de cáncer (leucemia, entre otros). Es más que probable que suceda algo parecido en Libia en los próximos años. Y ocurrirá en nombre de la protección de la población civil, lo que no dejará de ser una cruel ironía. Tal vez se puede pensar que se trata de un mal menor, pero si nos afectara a nosotros o a las personas que más queremos, ¿lo calificaríamos del mismo modo? Toda discusión sobre intervencionismo armado realizada a miles de kilómetros de distancia de donde caen las bombas «humanitarias» tiene algo de repulsiva.
Lo que también es seguro es que, a pesar de esas acciones militares, los combates terrestres han continuado y, en consecuencia, las bajas de combatientes y no combatientes. La única forma de proteger eficazmente a la población civil es poner fin a los combates de manera inmediata. Gadafi decretó un alto el fuego el día después de que se aprobase la Resolución 1973, pero nadie le hizo el más mínimo caso a pesar de que se podía presentar como una consecuencia exitosa de la acción militar autorizada por la ONU. Por consiguiente, es legítimo preguntarse si los dirigentes occidentales desean cumplir el cese del fuego y el fin de la violencia que exige la misma Resolución 1973 en el primer punto de su parte resolutiva. En vista de la confusa mezcla de argumentos sobre la necesidad de proteger a la población civil y, al mismo tiempo, acabar con el tirano, lo que parecen querer, más bien, es algo tan contradictorio como proteger a la población civil y, simultáneamente, apoyar la guerra contra el régimen despótico de Gadafi. Pero no se pueden hacer tortillas sin romper unos cuantos huevos. Inevitablemente, la continuación de la guerra, por más justa que se la quiera presentar, aumentará el sufrimiento de la población civil. Por otra parte, la Resolución 1970 decretó un embargo de armas a toda Libia, el cual en principio debería afectar por igual a los dos bandos en liza. Sin embargo, la misma resolución instituye un «Comité de Sanciones» que tiene la potestad de permitir la entrada de armas si así lo considera oportuno. Dado que la intervención occidental coincidió con el momento de mayor debilidad de los insurgentes, la posibilidad de que éstos lleguen hasta Trípoli depende ahora de las armas, el asesoramiento y el entrenamiento militar proporcionados, supervisados y/o controlados por las potencias occidentales. Eso obliga al bando rebelde a subordinarse a sus proyectos políticos. Por una simple cuestión de poder, a partir del momento en que se produce la intervención occidental, la función de la oposición armada a Gadafi pasa a ser subalterna y su futuro político-militar será semejante al de la guerrilla kurda en Iraq, el ELK en Kosovo o la Alianza del Norte en Afganistán. Todos estos datos justifican utilizar el calificativo de «imperialista» para caracterizar la intervención de la OTAN.
Puede ocurrir que todo vaya muy rápido y que en el momento de publicar esta nota el sátrapa y su familia haya huido de Libia. Si eso ocurre, ¿significará también el final de la guerra civil? Eso dependerá de la naturaleza real del conflicto y de los proyectos de París, Londres o Washington. Respecto a lo primero, la guerra civil puede finalizar si realmente se trata de un conflicto entre la inmensa mayoría de la población y un pequeño ejército de mercenarios al servicio del dictador. Pero proseguirá si Gadafi cuenta con el apoyo de una parte significativa de la población. Respecto a lo segundo, el final de la guerra también dependerá de si las potencias han intervenido por motivos altruistas y filantrópicos o para pescar ventajas económicas y geoestratégicas en las aguas revueltas del conflicto libio. En este último caso harán todo lo posible para implantar una «democracia» como las de Afganistán o Iraq, lo que puede llevar a una guerra civil permanente o a la partición del país, así como al establecimiento de bases militares desde las que amenazar o atacar a otros países del norte de África y de Oriente Próximo con el objetivo último de no perder su influencia en la zona (Libia se encuentra justo entre Túnez y Egipto, los dos países en que han sido derrocados dos dictadores que les cuidaban la viña a las potencias occidentales).
Esta última hipótesis parece la más probable dado el contexto en el que se produce la intervención.
Desde 2008, el mundo se enfrenta a la que puede acabar siendo la peor crisis del capitalismo. Ésta estalló como resultado de la quiebra del sistema financiero mundial. Su desencadenante fue la vertiginosa subida de los precios del petróleo ocurrida durante los cinco años anteriores. En agosto de 2008, recordemos, se llegó a los 147 dólares el barril. A continuación, las economías occidentales entraron en recesión y los dirigentes occidentales cogieron las tijeras de podar para recortar prestaciones sociales a diestro y siniestro. Todavía están en ello. Como consecuencia de esas medidas, han tenido que enfrentarse a manifestaciones, disturbios, huelgas y perspectivas electorales muy negras producto de un profundísimo malestar social. Hoy el barril de petróleo Brent cuesta 116 dólares y los analistas del mercado del crudo pronostican un incremento del 40% para el próximo año. El accidente nuclear de Japón ha dejado claro que la energía atómica no es alternativa a nada: es, más bien, la mejor receta para convertir el planeta en un estercolero radioactivo. La Agencia Internacional de la Energía ya acepta que en el año 2006 se alcanzó el pico del petróleo convencional. Y hay informes de prospectiva, como los elaborados por el ejército alemán o el Pentágono, que vaticinan un declive de la producción de petróleo de entre un 2 y un 5% anual en los próximos cinco años (véase la entrevista a Robert L. Hirsch en el n.º 115 de mientras tanto).
En este contexto, ¿la intervención militar en Libia no tiene nada que ver con el aprovisionamiento energético de algunos países de la UE? ¿No tiene nada que ver con la invectiva de Umberto Bossi sobre que «Francia quiere quedarse con el petróleo libio que importamos»? ¿Tampoco tiene nada que ver con un desesperado, precipitado y descoordinado intento de recuperar el control de una zona vital para las economías occidentales tras las revueltas en los países árabes?
Hay una vieja maldición china que dice: «¡Ojalá vivas tiempos interesantes!». Los tiempos que vienen serán más interesantes que los augurados en ella. Deberíamos empezar a prepararnos para estar a la altura de las crisis que nos aguardan a la vuelta de la esquina, comenzando por las derivadas de la inminente emergencia energética. Querido lector, ¿tú qué propones para afrontarlas? ¿Muchas guerras imperialistas por el petróleo y el gas legitimadas en nombre de las santas palabras que tanto te conmueven y tanto te gusta oír? ¿De verdad crees que de ellas surgirá una nueva civilización amiga de la Tierra? Cada guerra es invocada para justificar la siguiente. Cada guerra tiene un efecto pedagógico sobre las poblaciones: las educa en la aceptación de las bombas como el medio más eficaz para resolver los conflictos. Y conflictos va a haber muchos en los próximos años.
Fuente: mientrastanto e, nº 90, abril de 2011.