Recomiendo:
0

Verdea en el olvido

Llega un nuevo campesinado

Fuentes: Revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas

Este texto se ha inspirado en la multitud de voces que trasegaron su grano en el Encuento de jóvenes para un mundo rural vivo. Tránsitos de la ciudad al campo, que se ha celebrado en Amayuelas de Abajo (Palencia), organizado por Coag, Plataforma Rural y Mundubat, a finales de junio de 2013.

El pequeño pueblo de Amayuelas de Abajo les recibe con su páramo vitalicio. En su horizonte la pequeña flor y la verdura. Aunque entró el verano la tardía primavera se afana en el aire y agita el blusón de los trigales, la profunda tierra que los proclama. En la sala de la lana, con ese vellón cubierta, como en vientre de oveja, el numeroso grupo (más de cien) venido de toda la geografía hispana, y de más allá de los mares, Haití, Colombia, México…, comienzan a bordar su círculo para el que se necesitan todas las manos sobre el hilo. La palabra, los gestos, las interpelaciones se ciernen en el diálogo. Es un intercambio entre iguales y para los iguales, nadie es más que nadie, ¿para qué? Tienen que agudizar la capacidad de escucha. Han venido a contarse sobre el pan-tierra que les quitan los de arriba. Saben que la autoridad la da la altura de corazón que nos crece en el lenguaje, en la estrechez y la emoción que nos da el lenguaje que nos viene subiendo.

La historia toda estriba en anhelos que se mantienen, se pierden, se renuevan. Y con las nuevas esperanzas llegarán nuevas teorías. Pero para los hacinados, los que tiene poco, o nada, excepto algunas veces el arrojo y el amor, la esperanza funciona de forma distinta. Es entonces algo que morder, algo que poner entre los dientes… Con la esperanza entre los dientes llega la fuerza para seguir aun cuando la fatiga nos acose… John Berger

Llama la atención algunas cabezas medio rapadas, otras con trenzas a lo rastafari, aretes en la nariz, en las orejas. Otros, sin embargo, austeramente ataviados, como si nada. En general es un vestir a su aire, una estética que apunta a lo libertario y que, por esa razón, se hunde en la ética. Aun así no hay estridencias. Salvo para quien no acepte la belleza del universo son cuerpos que se construyen expresándose a sí mismos. Escuchan más bien lo que les dice al oído el resuello de su alma que las consignas publicitarias del mercado, beben de la corriente de aquella y, a veces, no es fácil comprenderla, comprenderse. Creo que el vestir en ellos es una forma de búsqueda, ahondar les lleva al icono, a los primeros signos, a la cueva prehistórica. Hoy conviven durante dos días para celebrar la tierra, son hombres y mujeres, jóvenes que aspiran ser agricultura, mañana regresarán a sus pueblos. De vuelta le abrirán las cortinas al día quizá con otros ojos. Han venido a crecer por fuera y por dentro, como los tubérculos.

Es indudable que este conocimiento (el de la lectura y la escritura) añade gracia a la vida, pero no es, en ningún modo, indispensable para el crecimiento moral, físico o material del hombre… Olvidarnos de cómo cavar la tierra y cuidar el suelo es olvidarnos de nosotros mismos. Mahatma Ghandi

Entre ellos hay pupilas que cuando miran chispean, aún conservan el peciolo de la infancia juego, viven en la transparencia y llevan esta agua a sus manos. Esas manos que en sus casas aprietan la semilla en tierra, la ubre o la fruta que se desgaja en la rama. También la pleita en la que estrujan el suero de la oscuridad y esperan el día, la mañana que sueñan.

– Yo si veo futuro, soy feliz haciendo lo que hago que, curiosamente, es lo que hacían mis abuelos y mis padres… lo más grande… bueno, hablando de esto me emociono…

La mayoría vuelven al campo al sonarles las campanas de sus propias convicciones. Todos, cuando se les pregunta, hablan ilustrados pronunciando el mundo en su boca, sabiendo que cada simiente antigua, inanimada por el roundup de los tiempos, es una brega de la historia de los pobres, un libro no escrito que se cierra, un paladar ausente. También una memoria ciega. Por eso no se esconden, traen una granada en su verbo. 

No queremos hacernos ricos, tener más multiplicado por más… trabajamos para «ser» con menos y restarles a los que acumulan… Queremos comer bien, vivir sencillo y sano, solos queremos comer y que nos dejen amar como los pájaros.

Para sus planes a muchos de ellos les falta la tierra cuando otros la usan como mercancía. En la historia siempre les faltó tierra a los que mejor amaban. Aquellos, que viven en el hambre de la usura, la han desposeído de su condición sagrada y cercado entre los índices bursátiles: el Ibex, el Down Jones, el Nikkei… Aun así, en los pocos palmos que les dejan, con cada uno de sus golpes de riñones y azada, con cada gemido al aire en el esfuerzo siembran una espiga (¿conciencia, acaso?), una manera de anunciar la historia, de preguntarle al cielo por el dolor del mundo y la codicia que impera. Son pequeños pero se sienten grandes cuando narran, viven ahí adentro, en el caparazón de lo humilde; y así, imperfectamente humildes saben que tal como se levanta el pan en el horno ha de alzarse la agricultura alimento, el alimento derecho humano, la vida.

Algunos somos hijos y nietos de campesinos. Ahora que en la era de la tecnología anunciamos la vuelta a sus campos nos miran como extraños, incluso nuestra gente. – Pero, ¿a dónde vais?, nos inquieren.

Están aquí para ayudar a que el alimentum calme el estómago de los de su especie pero empleando la ternura, haciendo el menor perjuicio posible. También se reúnen para ayudar a las plantas y ponerlas a crecer. No saben hacerlo sin pensar en el todo que les rodea y, en cada célula de cosmos que respira como un pez bajo el agua: palabrean con la naturaleza a la que escuchan y les escucha, y algunos mantienen conversaciones con los muertos. Les revelan tanto del cimiento profundo, arcaico y remoto de los siglos…

Nuestro proyecto se llama «Extiércol», de estiércol y explotación de tierras colectivas, quizás debiéramos sustituir la palabra explotación por experiencia… pero bueno, nos dedicamos a extraer jugos de la mierda de vaca, el polvo de piedra, la ceniza, el suero y la melaza… todo se mezcla como se hace en los besos y lo vertimos en el corazón de las raíces de las plantas…

Una chica lleva un tatuaje en su tobillo, es una media luna menguante. Un chico una pequeña estrella en su brazo. Hay quien prefirió una señal taoísta y, en la espalda, alguien se grabó una bola del mundo sobre la que dibujó un serpentino pentagrama con su clave de sol. En el hombro izquierdo también dispuso una bandada de pequeños pájaros en vuelo. ¡Qué bello llevar tatuado la idea de la sinfonía de un nuevo mundo! En ello también pensó Antolín Dvorak cuando se dejó impresionar por la música nativa y los espirituales afroamericanos en su estancia en los Estados Unidos. De ellas afirmó que esas raciales melodías eran un fruto de la tierra. Quizá todos ellos nos quieren decir algo, como Dvorak con su fraternal composición. No son baladíes sus marcas en la piel.

Hay que abrir la nevera y solo ver en ella productos de nuestra gente conocida, en la que nos hable la tierra. El agricultor no es lo último sino lo más importante. Lo que estáis sintiendo, vosotros, los nuevos campesinos, mujeres y hombres, es lo que estamos necesitando. La agricultura es una forma de sentir, una forma de música. Escucharla como una canción que viene de los tiempos.

Botines, chirucas, dedos al aire en sandalias, deportivas… son jóvenes con los pies en la aurora. Hace un sol espléndido, acaricia los torsos como una madre a sus hijos. Es la Tierra de Campos palentina despidiendo a mayo. Se divide el ocre y el verde en el paisaje, son los colores en los que se expresa la diosa Ceres (crear, crecer), que aún sostiene, a pesar de los dientes del lobo del hombre, su diadema coronada en amapolas, la hoz, los niños cosidos a sus lechosos senos y el cuerno de la abundancia. Ahora los jóvenes hablan en un intervalo, sostienen un caldo, un vaso de vino cosechero en sus manos y se reúnen en círculo. Confían en sí mismos y estrechan los lazos que les fueron cortados. Se hablan de tú a tú como agua y cauce. Se sienten manos labradoras, respiran en ese círculo, su esperanza es el trenzado de ese círculo en la tertulia que va dibujando sus cuerpos. En el centro del círculo está un único corazón latiendo, el que los ha guiado hasta aquí: la sístole del Universo.

El cambio puede venir de nosotros, está en nosotros, no hay que esperar más, ¿para qué?, estamos en lo pequeño y con esto nos basta… como decía alguien: «no hay fuerza policial en el mundo que pueda parar nuestro cambio, el que se hace tan dentro».

La felicidad está más cerca de la conciencia de finitud que en la obsesión tecnológica por alargar nuestras vidas. Para recuperarnos juntos hemos de hacer de la confianza una levadura imparable. La confianza es el humus que nos permite darnos la mano y levantarlas para bailar y cantar una canción. La canción para un nuevo mundo con la que llamar en el corazón de los dioses. Quizá alguno aún nos responda.

Antonio Viñas. Universidad Rural Paulo Freire Serranía de Ronda

Fuente: http://revistasoberaniaalimentaria.wordpress.com/2013/07/31/verdea-en-el-olvido-llega-un-nuevo-campesinado/