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Túnez

Lo que los civilizados expertos no vieron venir

Fuentes: michelcollon.info

Traducción Susana Merino

La revolución tunecina ha puesto claramente de manifiesto la responsabilidad democrática de los responsables políticos, de los intelectuales y de las personalidades mediáticas que escriben crónicas o tienen micrófonos permanentemente abiertos en los medios franceses. Más allá de las «dudas» subrayadas a veces con cierta crueldad por muchos observadores de la diplomacia francesa, una cosa llama la atención: el aturdidor silencio de los expertos y de los analistas de alto nivel que pueblan las pantallas de televisión.

La revuelta democrática del pueblo tunecino no ha suscitado casi reacciones – o en todo caso muy confusas – a los responsables «bienpensantes» y a los que dan lecciones civilizadas, a los que se movilizan permanentemente contra el régimen iraní, venezolano o chino, a aquellos que a lo largo de las columnas fijan de facto la línea editorial de la gran mayoría de los medios franceses.

El (no demasiado) sorprendente silencio de Hubert Védrine

Pero hay un silencio que me parece todavía más elocuente que la turbación de los habituales intelectuales mediáticos: el de Hubert Védrine, teórico estratosférico de las relaciones internacionales, ex secretario general del Elíseo y ex ministro de Relaciones Exteriores, habitualmente tan veloz para analizar cada una de las crisis internacionales, que se suelen leer primero en Libération y más tarde en Le Monde. Quién suele plantear habitualmente con aplomo análisis sobre el curso de los asuntos del mundo en todas las tribunas sabias, simplemente no está. Pero ¿donde está entonces este hiper-experto, crítico feroz del «derecho humanismo» – que según él corroería la autoridad del estado contribuyendo a debilitarlo?.

Para contestar a estas preguntas sobre la suerte corrida por esta autoridad diplomática que se me perdone evocar una anécdota personal. El 21 de enero de 2005 hace cinco años, en oportunidad de una reunión sobre el Magreb organizada por la Asamblea Nacional en París por el sitio marroquí El Observador- como otras decenas de oyentes estupefactos – escuché declarar en concreto a Hubert Védrine que los países del sur – en referencia al sur del Mediterráneo no se hallaban maduros para ejercer la democracia. «Fueron necesarios varios siglos para que nosotros (los occidentales) accediéramos a la democracia- mientras tanto debíamos tratar con los Estados y las élites del poder»

Para asegurarme, pregunté a otros testigos de la escena si recordaban lo mismo de esta increíble aseveración salida de la boca de un responsable socialista que ocupara importantes funciones en el Estado francés. Ellos también recordaron esta afirmación ante la que entonces reaccioné en caliente,

lamentablemente en ausencia de Hubert Védrine que se había retirado de la sala inmediatamente después de su intervención. Yo había manifestado mi sorpresa ante esta posición etnicisante o esencialista que para mí evocaba la muy colonialista SFIO de Max Lejeune y de Guy Mollet, más que el humanismo de Jaurès. Para mayor gravedad, había agregado que se nos había repetido durante decenios que nosotros no estábamos maduros para ser independientes, ahora se nos decía que no estábamos listos para la democracia. Velando por no sobrepasar las reglas del buen tono, había concluido lamentando que decididamente para los voceros de la civilización, los magrebíes no estaremos nunca en la cita de la historia.

Dejemos de lado el hecho de que esa intervención me valiera el calificativo de «descortés» por parte de un semanario parisién de la época habituado a los pasillos de la presidencia argelina desde los lejanos tiempos de Boumediene. Dos o tres señoras levantaron la apuesta deplorando la notoria falta de educación y la torpeza de los argelinos … Los blindados, única alternativa a los «barbudos»: una tesis mentirosa.

Más allá de la anécdota, si bien uno puede responder al cinismo político, no es posible dejar de reconocer su franqueza. El discurso de Hubert Védrine es sintomático de un pensamiento común y del casi consenso político de las élites francesas, sean o no socialistas, sobre el apoyo a Ben Ali y a los regímenes policiales del mundo árabe. Ese seudorealismo sin estados anímicos constituye el común denominador ideológico de las élites gobernantes, ya sean de derechas o de izquierdas. Esta postura disimula ciertamente intereses bien claros. Pero finalmente la representación política del mundo árabe-musulmán se articula exclusivamente con la teoría del «contagio» y del «peligro islámico»

Según los intelectuales mediáticos y muchos expertos en «seguridad», la «amenaza islámica» supuestamente inherente a nuestros pueblos calificados como frustrados y violentos no puede ser manejada sino por regímenes autoritarios aunque fueren todo lo sanguinarios, ineptos y corruptos que fueren. Otro consenso político legitima esta posición: no existen fuerzas democráticas de oposición creíbles y solo el islamismo en su versión «taliban» constituye una alternativa a los regímenes existentes. Entre los blindados y los barbudos no habría en consecuencia sino algunas personalidades muy minoritarias. Para las élites francesas el apoyo incondicional a las dictaduras es la única manera de reducir la «existencial» amenaza islámica y de preservar la estabilidad de los Estado en la región.

Estas tesis martilladas durante años por la máquina mediático-política destinada a fabricar un consentimiento es totalmente mentirosa. El investigado François Burgat, en el prefacio a la edición de 2010 de su notable libro El islamismo a la hora de Al- Qaeda (El descubrimiento) lo explica claramente:» Paradojalmente en 2010, los países musulmanes en los que se proyecta la salida del autoritarismo no son aquellos en qué con el apoyo de la comunidad internacional, ha prevalecido la represión contra los «integristas» sino aquellos menos numerosos en que las corrientes islámicas se han integrado lealmente al juego institucional. Ni la visión mediática, ni la estrategia política dominantes(…)parecen percibir ni menos aún tener en cuenta esta realidad esencial, dejando perpetuarse un quid pro quo culturalista perfectamente mistificador»

El modelo turco ¿no es acaso el más claro desmentido a los ciegos formadores de opinión? En otros países – Líbano, Palestina, Irak, Kuait, Bahreim y probablemente también hoy en día Túnez – el islamismo más allá de todas las tensiones tiende a insertarse en la modernidad básica, la que determina las demás: la democracia. Tal es la opinión de muchos activistas del Magreb y del mundo árabe. Moncef Marzouki, opositor desde larga data al régimen de Ben Ali, insiste de este modo en una entrevista reciente (Politis,20 de enero de 2011) sobre las diferencias fundamentales entre las diferentes corrientes del islam político. Para él «el clivaje se sitúa entre los que aceptan el juego democrático y los otros»: «en Argelia y en Túnez algunos laicos se han mezclado con los poderes dictatoriales traicionando los ideales democráticos y reprimiendo a los islamistas en su espacio. Se ha visto cual ha sido el resultado…»

El mito de la ineligibilidad de la democracia

A despecho de lo que piensan los «especialistas» muy formateados, los escenarios políticos de los países de cultura musulmana no pueden ser reducidos a la sola alternativa de dictadura e islamismo arcaico. Solo con la democracia podrá superarse esta falsa contradicción en las cuales los déspotas y sus aliados «civilizados» quieren encerrar a los pueblos. La «laicidad»autoritaria defendida por los teóricos del apoyo a las dictaduras produce el efecto inverso. La violencia de Estado, la represión de las libertades y la negativa del derecho contribuye a fortalecer el oscurantismo y a alimentar las regresiones. La dictadura organiza de tal modo la vida política de manera que inmediatamente se la utiliza para deplorar la ausencia de alternativas o de liderazgo político «evidente» lo que «obligará» a sostener los regímenes del lugar. El contra modelo argelino es en tal sentido especialmente ejemplar.

La pretendida ilegibilidad para la democracia de los pueblos musulmanes debido a su falta de madurez es un mito derribado por el combate pacífico y por las luchas sindicales de hombres y mujeres en el mundo árabe, ignorados por la mayor parte de los medios franceses. La revolución del pueblo tunecino prueba también que no hace falta un líder carismático para que una sociedad árabe musulmana se rebele y avance hacia una madurez hasta hora impresionante hacia el camino de la democracia. Tampoco habría que rechazar obstinadamente no ver los signos anunciadores de un descontento demasiado profundo como para poder ser eternamente contenido.

No es menor el mérito en consecuencia que la revolución tunecina haya mostrado al mundo la imagen de un pueblo digno y valiente que tomo en sus manos su destino y derrocó pacíficamente a una implacable dictadura. El sacrificio de Mohamed Bouazizi ha puesto también en evidencia ante la opinión europea cuidadosamente desinformada la desesperanza de una juventud privada de libertad y de perspectivas. La reacción popular derribó el muro del miedo construido con la ayuda de las buenas conciencias mediáticas. ¿Quién osaría decir hoy en día que el pueblo tunecino no es apto para la democracia?
 
michelcollon.info