En la madrugada del 16 de julio de 1945 la niña Carola Torres gritó «¡He visto la luz!» Segundos después, la tierra de Alamogordo (Nuevo México) trepidó bajo sus pies. Luego, la luz se fue disipando y Carola retornó a las tinieblas de su ceguera. «Explosión accidental en un depósito de armas». Tal fue la […]
En la madrugada del 16 de julio de 1945 la niña Carola Torres gritó «¡He visto la luz!» Segundos después, la tierra de Alamogordo (Nuevo México) trepidó bajo sus pies. Luego, la luz se fue disipando y Carola retornó a las tinieblas de su ceguera.
«Explosión accidental en un depósito de armas». Tal fue la versión oficial con la que el ejército de Estados Unidos calificó el primer ensayo nuclear conocido: la detonación de la bomba Trinity (19 kilotones o 19 mil toneladas de TNT), y la devoción de los políticos por su propia y deliberada ceguera.
Lejos de allí, en una de las sesiones de la Conferencia de Potsdam, localidad cercana a Berlín donde se reunieron los gobernantes aliados para tratar la nueva situación internacional tras la rendición de Alemania, Stalin comentó a Molotov, su ministro de Relaciones Exteriores: «¿Has visto que Truman sonríe de un modo inusual?»
El científico William L. Lawrence, testigo del espectáculo de Trinity, describió en un informe los motivos que alegraron a su presidente: «… y un sol gigantesco de color verde, que en una fracción de segundo se elevó a una altura de más de 2 mil 500 metros, y que se alzó cada vez más hasta alcanzar las nubes, iluminando el cielo y la tierra a su alrededor, todo con brillo cegador.
«Impulsada hacia arriba -agrega- ascendió una enorme bola de fuego de aproximadamente un kilómetro y medio de diámetro, que en su impetuoso ascenso iba cambiando de color, desde el púrpura oscuro hasta un tono anaranjado… Parecía como si estuviésemos asistiendo al instante de la Creación en que Dios pronunció aquellas palabras: ‘Hágase la luz'». El informe, claro, ofrecía una concepto de la luz totalmente opuesto a las ilusiones de Carola.
Al ver la explosión, el físico Julius Robert Oppenheimer (1904-1964), jefe del Proyecto Manhattan y uno de los padres de la bomba mal llamada atómica, recitó un poema del Bahavad Guita: «Ahora me he convertido en la muerte… destructora de mundos». Kenneth Bainbridge, director de la prueba, fue más explícito: «Ahora todos somos unos hijos de puta».
Tardía reflexión. La bomba pasó a manos de los políticos y el 6 de agosto de 1945 un comentarista de radio estadunidense comentó: «La fuerza de la que extrae su potencia el Sol ha sido lanzada contra quienes encendieron la guerra en Oriente». En Hiroshima, 100 mil civiles se derritieron como si, en efecto, el Sol hubiera caído sobre sus cabezas. «Escarmiento» que debía ser aún más duro: en Nagasaki, 36 mil más corrieron la misma suerte tres días después.
«Cometí un error -dijo Albert Einstein- cuando firmé aquella carta al presidente Roosevelt dando a entender que la bomba debía ser construida. Pero tal vez se me pueda perdonar por ello, porque entonces todos pensábamos que había una alta probabilidad de que los alemanes estuvieran trabajando el tema y de que de llegar a tener éxito utilizaran la bomba atómica para convertirse en la raza dominante.»
Atributo con el que hoy se revisten las potencias que nos defienden del mal, de acuerdo con las doctrinas militares conocidas con los nombres de «Mutual Assured Defense» (Defensa Mutua Asegurada) y «Self Assured Destruction» (MAD y SAD, «triste» y «loco»).
De 1945 a 1995, los países del «club nuclear» efectuaron 2 mil 72 detonaciones, 511 sobre la superficie terrestre. En 2000, Estados Unidos contaba con 7 mil 960 bombas nucleares (la mitad montadas en submarinos estratégicos). En 103 plantas de desechos nucleares, y en los varios laboratorios de armas del país más feliz del mundo, existen almacenadas 77 mil toneladas de uranio enriquecido.
Rusia cuenta con 6 mil 580 bombas, y siguen China con 410, Israel 200, Francia 350, Reino Unido 192, India 25 y Pakistán 25, según el Tratado de No Proliferación Nuclear (sic, 1968), firmado ya por 187 países…
El 15 de agosto de 1995, el primer ministro japonés Tomiichi Murayama expresó al presidente William Clinton y el premier inglés John Major su profundo remordimiento por los crímenes de guerra cometidos por su país contra las naciones asiáticas. Estados Unidos y Gran Bretaña nunca pidieron perdón por los suyos.
¿Por qué es posible descubrir los átomos pero no la forma de controlarlos? Einstein respondía: «Muy sencillo: porque la política es más difícil que la física». Sin embargo, Robert L. Stevenson, autor de Doctor Jekyll and Mr. Hyde, hubiese respondido que «la política es quizás la única profesión para lo que no se considera necesaria una preparación».
Cuando Oppenheimer objetó la construcción de la bomba de hidrógeno, Herbert Hoover, director de la FBI, y el senador Joseph McCarthy lo acusaron de ser «espía soviético». Caído en desgracia, el físico fue rehabilitado por el presidente John F. Kennedy en la mañana del fatídico 22 de noviembre de 1963, día en que también muere el novelista Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz.
Del guión de Marguerite Duras para el filme Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959):
Ella: Hay que evitar pensar en las dificultades que a veces tiene el mundo, si no se volvería completamente irrespirable. Aléjate de mí.
El: Aún no ha amanecido.
Ella: No. Es probable que muramos sin haber vuelto a vernos.
El: Es probable, sí… quizás si un día… La guerra…
Ella: Sí, la guerra. (FIN)