Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino
Las represiones de los pasados días 7 y 9 de abril en la avenida Bourguiba, las más violentas y brutales acaecidas en Túnez desde del 14 de enero y emprendidas con el pretexto de hacer respetar una prohibición decretada por el ministro del Interior, han constituído sin embargo un éxito para la contrarrevoluciòn. Asociando a la represión policial elementos de la milicia nahdhaui que probablemente incluía antiguos miembros de la milicia del RCD, contra manifestantes pacíficos que no se enfrentaban al gobierno, sino que reclamaban sus derechos elementales y la concreción de medidas hace largo tiempo prometidas, el ministro del Interior ha profundizado el abismo existente entre el poder y la sociedad aferrada en principio a una libertad ganada con el precio de la sangre de sus mártires.
Luego de esta represión, muchos comentaristas identifican a Ennahdha con la contrarrevolución, pensándola en el poder. En mi opinión, creo que las cosas no son tan simples: aunque «cabalgando» sobre una revolución que no es la suya, a pesar de su ideología teocrática aunque autoritaria y con programas socioeconómicos no demasiado claros, no se puede considerar antirrevolucionarios a los nahdhaauis. Al contrario, la contrarrevolución apoyada por elementos del antiguo partido único levanta la cabeza, no puede tolerar otra autoridad que la suya y quiere recuperar todo su poder ante un aparato estatal sólidamente instalado. No se aliaría con ellos para aniquilarlos mejor y su lucha contra ellos le resulta muy útil para remontar su posición haciendose pasar por defensora de la democracia. En realidad un avance de la contrarrevolución, la vuelta a un Estado con un partido único, en manos de mafiosos, significaría una pérdida para los nahdhauis, porque no existen y su único poder se lo deben a la revolución que mantiene la contrarrevolución a distancia.
Pero se dejan manipular por esta última, que se aprovecha de sus debilidades: debilidad estratégica y programática, lagunas desde el punto de vista de la cultura política, que los llevan a adoptar el credo del RCD, partido único por excelencia, que los persuade de que el poder pasa por la intervención policial del país, inexperiencia de poder, tendencias hegemónicas y hasta paranoia procedente de su largo pasado de víctimas.
Los agentes del régimen derrocado saben apoyarse en lo esencial del aparato del Estado, la burocracia de la que a menudo se queja Moncef Marzouki ha subsistido naturalmente tan bien que es a la que apela el gobierno: el caso del ministerio del Interior es el caso de todos los «técnicos asesores» sobrevivientes del régimen RCD, que cree poder neutralizar nombrando a personas próximas, a menudo miembros de las familias dirigentes, para enmarcarlos, sin darse cuenta de que son los burócratas los que dirigen e imponen sus puntos de vista, y cuando no también su visión política.
Los «malvas» (1) y sus representantes multiplican las provocaciones con el objeto de impulsar a los tunecinos a ver en ellos la única salvación y Ennahdha cae en casi todas. La última fue lograr la prohibición de manifestarse en la avenida Bourguiba, prohibición que evidentemente los tunecinos no podían aceptar porque la afirmación de la intocabilidad de la autoridad que implicaba constituía el comienzo de la condena de la revolución. Crispado y en actitud de majestad ofendida, basándose en la legitimidad de su gobierno, el ministro del Interior, con la aprobación de su partido, olvidó que no existe ninguna legitimidad que esté por encima de la revolución que se hizo en nombre de la libertad. Dio orden de reprimir las manifestaciones del 7 y 9 de abril y la policía lo hizo encantada, disfrutando además del placer de hacer asumir al ministro las habituales mentiras del tiempo de Ben Ali.
Pero el gobierno ha terminado por replegarse ante la presión popular y política, ante las manifestaciones que se han producido en todo el país y ante las protestas de la sociedad civil, la condena de sus aliados y sobre todo, ante el riesgo de un enfrentamiento con la UGTT, que llamó a manifestarse en la avenida Bourguiba el 1 de Mayo. Y al retroceder, al acceder a los requerimientos de libertad, al juzgar manipulado a su ministro del Interior, debilitó a los «desturianos» (2), hizo fracasar su trampa e introdujo un poco de respiro a su enfrentamiento con el pueblo. Falta saber si la decisión de anular la prohibición de manifestar en la avenida Bourguiba es un signo de que Ennahdha ha comprendido sus intereses, si ha dado un paso para despejarse y apoyarse más francamente en el pueblo (y al mismo tiempo abandonar cada vez más sus proyectos hegemónicos) o si solo se trata de retroceso táctico.
Fuere como fuese, hará falta aún movilizarse, luchar por los objetivos de la revolución, presionar siempre un poco más… Estos acontecimientos, la aparición de manejos autoritarios y represivos de Ennahdha han puesto de relieve la determinación y el valor de los militantes de la sociedad civil, de todos los que se manifestaron esos dos días. Esto redundará en la redinamización de la revolución y en una mayor clarificación de sus objetivos y de los medios con los que continuar la lucha. Se comprenderá mejor que el pueblo solo puede contar consigo mismo para defender sus conquistas contra un regreso de la dictadura. Con su continua movilización puede forzar al movimiento Enhadha y de manera general a todos los partidos a que se comprometan a evolucionar con la revolución: solo con estas condiciones podrán tener un futuro político, basado en el respeto a la democracia. Si no se adaptan, si tratan de suprimir o solamente de limitar las libertades serán barridos por la revolución que derrocó el régimen de Ben Alí.
Notas:
(1) «Malvas» por el color que identificaba a Ben Alí y su régimen.
(2) Del partido Destur y Neo-Destur, seguidores de Bourguiba y Ben Alí.
rCR